Scalando : Misioneros Redentoristas

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Septiembre del 2006

 

Beato Gaspar Stanggassinger

Enlace permanente 26 de Septiembre, 2006, 10:08

Beato Gaspar Stanggassinger

“Los santos tienen intuiciones especiales”, escribía Stanggassinger. “Pero lo que es importante para mí, que no soy un santo, son simplemente las verdades eternas: La Encarnación, la Redención y la Santísima Eucaristía”.

Gaspar Stanggassinger nació en 1871 en Berchtyesgade, al sur de Alemania. Fue el segundo hijo de 12 hermanos. Su padre, respetado por todos, era campesino y poseía una cantera.

Desde niño deseaba ser sacerdote. En sus años de infancia, a Gaspar le gustaba jugar a “hacer de sacerdote” y “predicaba” breves predicaciones a sus hermanos y hermanas; los lleva incluso en procesión a una capilla en la montaña cercana a la propia casa.

A los 10 años fue a Freising a continuar sus estudios que encontró particularmente difíciles. Pero su padre le había advertido que si no superaba los exámenes, debería abandonar la escuela. A fuerza de voluntad, con gran aplicación y fidelidad a la oración, hizo constantes progresos. En los años siguientes, durante las vacaciones, reunía a
grupos de jóvenes a los que enfervorizaba en la vida cristiana, animaba a formar entre ellos un grupo y le ayudaba a organizar su tiempo libre.  Todos los días asistía el grupo a misa, hacían excursiones o peregrinaciones. Gaspar se dedicaba mucho a ellos e incluso,
en una ocasión, arriesgó su vida para salvar a uno durante una escalada en la montaña.

Entró en el seminario diocesano de Munich y Frisinga en 1890 para comenzar sus estudios de teología. A fin de descubrir mejor la voluntad de Dios, se entregó a un riguroso programa de oración. Bien pronto vio claro que el Señor lo llamaba a vivir su vocación como religioso. Tras una visita a los  redentoristas, sintió el deseo de seguir su vocación como misionero. A pesar de la oposición de su padre, entró en el noviciado redentorista de Gars en 1892 y fue ordenado sacerdote en Regensbourg en 1895.

Gaspar Stanggassinger entró en la Congregación del Santísimo Redentor para ser misionero, pero sus superiores lo destinaron a la formación de futuros misioneros, como vicedirector del pequeño seminario de Durenberg, en las cercanías de Hallein. Se entregó completamente a lo que se le había encomendado.

Como religioso, había hecho el voto de obediencia y esto lo vivió de modo claro y constante. Todas las semanas, durante 28 horas, daba clase, pero estaba siempre disponible para los jóvenes. Los domingos ayudaba en las iglesias de los pueblos vecinos, sobre todo predicando. A pesar de este programa de trabajo, siempre estaba disponible de modo paciente y comprensivo para atender las necesidades de los demás, sobre todo de los estudiantes que veían en él más a un amigo que a un superior. A pesar de que el reglamento de formación era muy riguroso, Gaspar no se comportó jamás con dureza; tenía siempre el sentimiento de haber podido ofender a alguno y se excusaba constantemente con humildad.
Profundamente devoto del Señor y de la Eucaristía, invitaba en sus predicaciones a la gente y a los jóvenes a acudir al Santísimo Sacramento en los momentos de necesidad y de duda.
Animaba a ir a Cristo para adorarlo y para hablar con Él como con un amigo.

Recomendaba frecuentemente a los fieles que tomaran muy en serio la vida cristiana, que crecieran en la fe mediante la oración y mediante una continua conversión. Su estilo era directo y convincente, sin amenazas de castigos, en contraste con lo que era habitual en las predicaciones de su tiempo.

En 1899, los  redentoristas abrieron un nuevo seminario en Gars. El Padre Gaspar Stanggassinger fue nombrado Director. Tenía entonces 28 años. Tuvo el tiempo justo de predicar un retiro a los estudiantes y de participar en la apertura del año escolar.

El 26 de septiembre, su peregrinaje terreno se terminaba a causa de una peritonitis.  Su causa de canonización se inició en 1935 con el traslado de sus restos a la capilla lateral de la iglesia de Gars.

Fue proclamado Beato por el Papa Juan Pablo II el 24 de abril de 1988.

Más sobre la vida de Gaspar

“Los santos tienen intuiciones especiales”, escribía Stanggassinger. “Pero lo que es importante para mí, que no soy un santo, son simplemente las verdades eternas: La Encarnación, la Redención y la Santísima Eucaristía”.

Gaspar Stanggassinger nació en 1871 en Berchtyesgade, al sur de Alemania. Fue el segundo hijo de 12 hermanos. Su padre, respetado por todos, era campesino y poseía una cantera.

Desde niño deseaba ser sacerdote. En sus años de infancia, a Gaspar le gustaba jugar a “hacer de sacerdote” y “predicaba” breves predicaciones a sus hermanos y hermanas; los lleva incluso en procesión a una capilla en la montaña cercana a la propia casa.

A los 10 años fue a Freising a continuar sus estudios que encontró particularmente difíciles. Pero su padre le había advertido que si no superaba los exámenes, debería abandonar la escuela. A fuerza de voluntad, con gran aplicación y fidelidad a la oración, hizo constantes progresos. En los años siguientes, durante las vacaciones, reunía a
grupos de jóvenes a los que enfervorizaba en la vida cristiana, animaba a formar entre ellos un grupo y le ayudaba a organizar su tiempo libre.  Todos los días asistía el grupo a misa, hacían excursiones o peregrinaciones. Gaspar se dedicaba mucho a ellos e incluso,
en una ocasión, arriesgó su vida para salvar a uno durante una escalada en la montaña.

Entró en el seminario diocesano de Munich y Frisinga en 1890 para comenzar sus estudios de teología. A fin de descubrir mejor la voluntad de Dios, se entregó a un riguroso programa de oración. Bien pronto vio claro que el Señor lo llamaba a vivir su vocación como religioso. Tras una visita a los  redentoristas, sintió el deseo de seguir su vocación como misionero. A pesar de la oposición de su padre, entró en el noviciado redentorista de Gars en 1892 y fue ordenado sacerdote en Regensbourg en 1895.

Gaspar Stanggassinger entró en la Congregación del Santísimo Redentor para ser misionero, pero sus superiores lo destinaron a la formación de futuros misioneros, como vicedirector del pequeño seminario de Durenberg, en las cercanías de Hallein. Se entregó completamente a lo que se le había encomendado.

Como religioso, había hecho el voto de obediencia y esto lo vivió de modo claro y constante. Todas las semanas, durante 28 horas, daba clase, pero estaba siempre disponible para los jóvenes. Los domingos ayudaba en las iglesias de los pueblos vecinos, sobre todo predicando. A pesar de este programa de trabajo, siempre estaba disponible de modo paciente y comprensivo para atender las necesidades de los demás, sobre todo de los estudiantes que veían en él más a un amigo que a un superior. A pesar de que el reglamento de formación era muy riguroso, Gaspar no se comportó jamás con dureza; tenía siempre el sentimiento de haber podido ofender a alguno y se excusaba constantemente con humildad.
Profundamente devoto del Señor y de la Eucaristía, invitaba en sus predicaciones a la gente y a los jóvenes a acudir al Santísimo Sacramento en los momentos de necesidad y de duda.
Animaba a ir a Cristo para adorarlo y para hablar con Él como con un amigo.

Recomendaba frecuentemente a los fieles que tomaran muy en serio la vida cristiana, que crecieran en la fe mediante la oración y mediante una continua conversión. Su estilo era directo y convincente, sin amenazas de castigos, en contraste con lo que era habitual en las predicaciones de su tiempo.

En 1899, los  redentoristas abrieron un nuevo seminario en Gars. El Padre Gaspar Stanggassinger fue nombrado Director. Tenía entonces 28 años. Tuvo el tiempo justo de predicar un retiro a los estudiantes y de participar en la apertura del año escolar.

El 26 de septiembre, su peregrinaje terreno se terminaba a causa de una peritonitis.  Su causa de canonización se inició en 1935 con el traslado de sus restos a la capilla lateral de la iglesia de Gars.

Fue proclamado Beato por el Papa Juan Pablo II el 24 de abril de 1988.

Más sobre la vida de Gaspar

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Cicatrices del alma

Enlace permanente 26 de Septiembre, 2006, 9:35

Cicatrices del alma

Fuente: www.scalando.com                                                                                                              Autor: Desconocido

En un dia caluroso de verano en el sur de Florida, un niño decidio ir a nadar en la laguna detras de su casa. Salio corriendo por la puerta trasera,
se tiró en el agua y nadaba feliz.
Su mamá desde la casa lo miraba por la ventana, y vio con horror lo que sucedía. Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía.
Oyéndole el niño se alarmó y miró nadando hacia su mamá.
Pero fue demasiado tarde. Desde el muelle la mamá agarró al niño por sus brazos.
Desde el muelle la mamá agarró al niño por sus brazos.
Justo cuando el caimán le agarraba sus piernitas. La mujer jalaba
determinada, con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada y su amor no la abandonaba.
Un señor que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y mató al cocodrilo.El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar.
Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si le quería enseñar las cicatrices de sus piernas. El niño levanto la colcha y se las mostró. Pero entonces, con gran orgullo se remango las mangas y dijo:
"Pero las que usted debe de ver son  estas". Eran las marcas de las uñas de su mamá que habían presionado con fuerza. "Las tengo porque mamá no me solto y me salvó la vida"...
Eran las marcas de las uñas de su mamá que habían presionado con fuerza. "Las tengo porque mamá no me solto y me salvó la vida"...
Moraleja: Nosotros tambien tenemos cicatrices de un pasado doloroso. Algunas son causadas por nuestros pecados, pero algunas son la huella de Dios que nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las garras del mal.
Dios te bendiga siempre, y recuerda que si te ha dolido alguna vez el alma,
es porque Dios, te ha agarrado demasiado fuerte para que no caigas.
Recuerda que si te avergonzares de Dios, el tambien se avergonzara de ti...
Nosotros tambien tenemos cicatrices de un pasado doloroso. Algunas son causadas por nuestros pecados, pero algunas son la huella de Dios que nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las garras del mal.
Dios te bendiga siempre, y recuerda que si te ha dolido alguna vez el alma,
es porque Dios, te ha agarrado demasiado fuerte para que no caigas.
Recuerda que si te avergonzares de Dios, el tambien se avergonzara de ti...

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Preguntas y comentarios scalando@scalando.com

 Hoy los Misioneros Redentoristas recordamos al Beato Gaspar Stanggassinger

http://www.scalando.com/gaspar.htm

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Nunca te detengas...

Enlace permanente 25 de Septiembre, 2006, 1:31

Nunca te detengas

Autor: Madre Teresa de Calcuta                      Fuente: www.scalando.com
    
La piel se arruga,
El pelo se vuelve blanco.
Los días se convierten en años...
Pero lo más importante no cambia.
Tu fuerza y tu convicción no tienen edad.


Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña.
Detrás de cada línea de llegada, hay una de partida.
Detrás de cada logro, hay otro desafío.
Mientras estés vivo, siéntete vivo.
Si extrañas lo que hacías vuelve a hacerlo.
No vivas de fotos amarillas....


Sigue aunque todos esperen que abandones.
No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.
Haz que en vez de lástima, te tengan respeto.


Cuando por los años no puedas correr, trota.
Cuando no puedas trotar, camina.
Cuando no puedas caminar, usa el bastón.
Pero,
¡¡¡¡¡ Nunca te detengas!!!!!!!

 

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Odiarse a sí mismo

Enlace permanente 19 de Septiembre, 2006, 22:19

Odiarse a sí mismo

Fuente: Razones para el amor
Autor: José Luis Martín Descalzo

Cada vez me impresiona más el número de muchachos que me encuentro en la vida que se odian a si mismos. No digo que «estén descontentos de sí mismos» (cosa que me parece natural y magnífica), sino muchachos que no se soportan tal y como son, que se rechazan a sí mismos, y lo que es mucho peor, que se odian y se desprecian cruelmente.

Los muchachos, ya lo sé, son todos -fuimos todos también- un poco melodramáticos, y cuando se autodefinen como «basura», como «un idiota de mierda» o aseguran que «se dan asco», hay que rebajarles siempre un poquito. Pero hay que aceptar que su sufrimiento es verdadero. Y que pocos hay tan serios como este de que los que no se aceptan a sí mismos.

¿De dónde viene este autodesprecio? A veces llega de hechos objetivos, graves, aunque no invencibles, como podría ser el haberse encontrado atrapados por la droga o el descubrir en si tendencias -sexuales menos normales. Otras, el desprecio surge de anécdotas transitorias, pero para ellos tremendas: un fracaso amoroso o un trabajo que tarda en encontrarse. Pero con frecuencia viene también de dolores imaginarios: gente que no se acepta porque es gorda, o porque es fea, o porque hubiera querido añadir un palmo a su estatura, o porque se experimentan cobardes o perezosos.

Yo sé, naturalmente, que cada caso es cada caso y que es absurdo generalizar, pero por si a alguien le sirve me gustaría contar algunas cosas.

La primera es que nadie es un bicho raro, aunque «todos» en la adolescencia nos hayamos creído que lo éramos. A los diecisiete-veinte años nos nace la personalidad y brotan dentro dos aspiraciones contradictorias: una según la cual quisiéramos ser como los demás y otra que nos empuja a realizar nuestra individualidad. Sólo el paso del tiempo nos va descubriendo que hay que elegir lo esencial de lo segundo y lo accidental de lo primero, de modo que seamos lo que somos sin, por ello, convertirnos en bichos raros. Pero quedando claro que la fidelidad a si mismos es fundamental.

¿Y cuando «ese hombre» que nosotros somos nos resulta odioso? Recuerdo que tendría yo dieciocho años cuando leí una frase que fue fundamental en mi madurar. Era de Bernanos y decía así: «Hay que amarse a sí mismos lo mismo que a cualquier otro pobre miembro del Cuerpo místico de Cristo.» Dicho, si se quiere, con palabras menos teológicas: hay que aprender a mirarnos a nosotros mismos con la misma ternura con que nos miraríamos si fuéramos nuestro propio padre. Entonces descubriríamos que nadie es odioso, que desde cualquier naturaleza, desde cualquier modo de ser, se puede saltar a la felicidad, aupándose sobre si mismos.

SI, todo hombre debe dar dos pasos: el primero, aceptarse a sí mismo; el segundo, exigirse a sí mismo. Sin el primero caminamos hacia la amargura. Sin el segundo, hacia la mediocridad. Todos podemos ser felices y mejores, pero «desde» lo que somos, podando nuestros excesos, desde la fidelidad a lo interior: como el escultor -que quita los pedazos que le sobran a un bloque para convertirse en estatua-, mas no intentando pegarnos trozos postizos, robados aquí o allá. Aceptando lo que viene de fuera, pero sólo después de haberlo convertido -como el alimento- en nuestra sustancia.

Ahora voy a aclarar que cuando hablo de «ser fiel a si mismo» no lo confundo con «encerrarse en si mismo». Pasarse la vida ante el propio espejo termina siempre llevando al odio hacia nuestra alma. Lo que no se airea se pudre. Y sobre todo en la adolescencia es imprescindible tener alguien en quien confiar. No se puede ser joven sin amistad. Y es cierto que al entregarnos a otros nos llevarnos bastantes batacazos. Pero también descubrimos que en el mundo hay mucha más comprensión y mucho más amor del que nos imaginamos. Encontrarlo es a veces un milagro. Pero por fortuna los milagros existen.

Tengo aún que añadir una segunda aclaración: que cuando hablo de «ser lo que soy» no olvido que soy «para» los demás o para «algo». Ser para ser felices es poquita cosa. Ser para ser útiles es mucho más serio, con la superventaja de que siendo úti- les se nos dará, por añadidura, el ser felices. Por eso generalmente la mejor manera de aprender a arriarse a sí mismo puede ser dedicarse a amar a los demás. Por eso ya he hablado alguna vez en este «Cuaderno de apuntes» de la vida entendida corno un trampolín: hay que asentar bien los pies en lo que somos para poder saltar mucho mejor y mucho más lejos hacia lo que queremos ser y hacia la realidad que nos rodea.

Todo menos encerrarse en la madriguera del alma. Todo me- nos mecerse como un feto en nuestro propio vinagre. Todo menos pasarnos la vida lamiendo nuestras heridas. Recordando que el mandamiento que dice «amarás al prójimo como a ti mismo» lo que manda es empezar a amamos a nosotros mismos para luego tener más amor que repartir.

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Amar a los necesitados

Enlace permanente 19 de Septiembre, 2006, 1:19

Amar a los necesitados

Autor: P. Eusebio Gómez Navarro, O.C.D.           Fuente: http://groups.msn.com/SantaBeatriz

 

Un turista en la India visitó una leprosería. Al ver a una enfermera curar a los leprosos exclamó:


 – Eso no lo haría ni por un millón de dólares.
 Y la enfermera respondió:


         Yo tampoco. Lo hago gratis.


 La atención a los necesitados fue una de las principales preocupaciones de las primeras comunidades cristianas. Pablo, evocando al concilio de Jerusalén, comenta: “sólo nos pidieron que nos acordásemos de los pobres” (Ga 2,10). Hay mucha gente herida por muchas razones, con distintos rostros. “La  situación  de extrema  pobreza  generalizada, adquiere  en  la  vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos suficientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela: rostros de niños, rostros de jóvenes, rostros de indígenas, de campesinos, de obreros, rostros de subempleados y desempleados, rostros de marginados y hacinados urbanos, rostros de ancianos” (P. 31-39). Así describe Puebla la situación de extrema pobreza en rostros concretos. Son los rostros de Cristo, el “abandonado”, el “esclavo de los tiranos”, el siervo que cada día aparece “sin rostro”.  Hay que compartir el pan con el hambriento, vestir al desnudo (Tb 4,16), el abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos (Is  58,7). Cuando esto suceda, brotará la luz como la aurora y las heridas sanarán inmediatamente (Is 58,8).


 El amor cristiano no se queda en bellas palabras (St 2,16) para aquél  que está al borde del camino. El samaritano actúa con prontitud, lo socorre y manda cuidar de él, para pagar todo a su retorno (Lc 10,35).
 Amor gratuito. El Reino se anuncia sin dinero y con los pies descalzos, “sin alforja y sin sandalias”(Lc 10,4), sin exigir nada a cambio (10,7) perdiendo el tiempo y la vida (Mc 8,35). Este amor nos lleva a un compromiso con los pobres, los marginados, con aquellos de quienes no es previsible esperar nada a cambio (Mc 6, 43- 47).


           Dios es amor. No puede haber un “culto al Dios del amor” que no sea un culto de amor (Mt 9,13). Y Jesús añadirá: Si al ir  a presentar tu ofrenda ante el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presentas tu ofrenda. Porque si la primera gran revelación de Jesús es que Dios nos ama, la segunda es que Dios quiere ser amado. Este “deseo de amor” es como la segunda cara de Dios. 


El amor es paciente, es servicial, no es envidioso, no fanfarronea, no se pone por delante, no busca su interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal; …soporta todo, cree todo, espera todo, sufre todo (1Co 13,4-7).
El amor en Juan. Juan aprendió muy bien la lección del amor, como lo más importante y como lo único que merecía enseñarse e insistir. Quien ha conocido a Dios, que es amor, es imposible que no ame. Y el mejor medio de conocer a Dios es amar mucho, decía V. Van Gogh. La primera carta de Juan es un canto al amor. De ella entresacamos algunos pensamientos.


- El que ama a su hermano, ése es  hijo de Dios (3,10).
- Quien ama a su hermano ha pasado de la muerte a la vida (3,14).
- Amar de verdad es dar su vida por el hermano (4,10).
- El que ama comparte sus bienes con el hermano necesitado (4,17).
- Amarnos es cumplir lo que Jesús nos mandó (3,23).
- El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (4,7).
- Nuestro deber de amar se funda en que El nos amó (4,11)
- Si amamos al hermano, Dios permanece en nosotros (4,12).
- Amemos, ya que El nos amó primero (4,19).
- Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (4,20).
- Si alguien ama a Dios, ame también a su hermano (4,21).
- Los discípulos de Jesús son reconocidos por el amor mutuo (Jn 13,34).
 Quien ama da la vida, la entrega libremente.  Así afirma Isaac el Sirio:
“Déjate perseguir, pero tú no persigas.
Déjate crucificar, pero tú no crucifiques.
Déjate ultrajar, pero tú no ultrajes.
Déjate calumniar, pero tú no calumnies.(…)
Alégrate con los que se alegran. Y llora con los que lloran. Tal es el signo de la pureza. Sufre con los enfermos. Aflígete con los pecadores. Regocíjate con los que se arrepienten. Sé el amigo de todos. Pero, en tu espíritu, permanece solo. (…)


Extiende tu capa sobre el que cae en falta y cúbrele. Y si no puedes tomar sobre ti su falta y recibir su castigo y su vergüenza, no le agobies”.

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Aprendemos a envejecer

Enlace permanente 12 de Septiembre, 2006, 23:04

Aprendamos a envejecer!!!

 

El primer día de clase en la Universidad, nuestro

profesor se presentó a los alumnos y nos desafió

a que nos presentásemos a alguien que no conociésemos todavía.

Me quedé de pie para mirar alrededor cuando

una mano suave tocó mi hombro.

Miré para atrás y vi

una pequeña señora, viejita y arrugada,

sonriéndome radiante, con

una sonrisa que iluminaba todo su ser.

Dijo: "Eh, muchacho... Mi nombre es Rosa. Tengo

ochenta y siete años de edad. ¿Puedo darte un abrazo?"...

Me reí y respondí: "¡Claro que puede!".Y ella

me dio un gigantesco apretón. "

¿Por qué está Ud. en la facultad en tan tierna e inocente edad?", pregunté.

Respondió juguetona: "Estoy aquí para encontrar

un marido rico,  casarme, tener un montón de hijos y

entonces jubilarme y viajar"."Está bromeando", le dije.

Yo estaba curioso por saber qué la había motivado

a entrar en este desafío con su edad; y ella

dijo:

Siempre soñé con tener estudios universitarios,

y ahora estoy teniendo uno".

Después de clase

caminamos hasta el edificio de la unión de

estudiantes, y compartimos una malteada de

chocolate. Nos hicimos amigos instantáneamente.

Todos los días en los siguientes tres meses

teníamos clase juntos y hablábamos sin parar.

Yo quedaba siempre extasiado oyendo a aquella

"máquina del tiempo" compartir su experiencia y

sabiduría conmigo.

En el curso de un año, Rosa se volvió un

icono en el campus universitario y hacía amigos

fácilmente dondequiera que iba.

Adoraba vestirse bien, y se reflejaba en la

atención que le daban los otros estudiantes.

Estaba disfrutando la vida. Al fin del semestre

invitamos a Rosa a hablar en nuestro banquete del equipo de fútbol.

Fue presentada y se aproximó al podium. Cuando

comenzó a leer su charla preparada, dejó caer tres

de las cinco hojas al suelo.

Frustrada, tomó el micrófono y dijo simplemente:

"Discúlpenme, ¡estoy tan nerviosa! ...Nunca

conseguiré colocar mis papeles en orden de nuevo, así que déjenme hablar a Uds. sobre aquello que sé".

Mientras reíamos, ella despejó su garganta y

comenzó:"No dejamos de jugar porque envejecemos;

envejecemos porque dejamos de jugar".

Existen

solamente tres secretos para que continuemos

jóvenes, felices y obteniendo éxito:

1.- Se necesita reír y encontrar humor en cada día.

2.- Se necesita tener un sueño, pues cuando éstos

se pierden, uno muere. ¡Hay tantas personas

caminando por ahí que están muertas y ni

siquiera lo sospechan!

3.- Se necesita conocer la diferencia entre envejecer y crecer...

"Si usted tiene diecinueve años de edad y se queda tirado en la cama sin hacer nada productivo, terminará amargado y lucirá envejecido... Pero si usted como yo tiene ochenta y siete años y es productivo, no le pondrá años a su vida sino que le pondrá vida a su edad y lucirá y actuara como cualquier joven.

Eso no exige talento ni habilidad.

La idea es crecer a través de la vida y encontrar siempre oportunidad en la novedad.

Los viejos generalmente no se arrepienten por aquello que hicieron, sino por aquellas cosas que dejaron de hacer.

Las únicas personas que tienen miedo de la muerte son aquellas que tienen remordimientos".

Al fin de ese año, Rosa terminó el último año de la facultad que comenzó tantos años atrás.

Una semana después de recibirse, Rosa murió tranquilamente durante el sueño.

Más de dos mil alumnos de la facultad fuimos a su funeral en tributo a la maravillosa mujer que enseñó, a través del ejemplo, que

“nunca es demasiado tarde para hacer todo aquello que uno puede probablemente ser”.

Cuando termines de leer este mensaje, por favor, envía estas palabras de consejo a tus amigos y familiares, ¡ellos lo apreciarán realmente!..

Estas palabras han sido divulgadas por amor, y en memoria de Rosa:

“Envejecer es obligatorio; crecer, opcional”.  Si alguna vez no te dan la sonrisa esperada, sé generoso y da la tuya porque nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa, como aquel que no sabe sonreír a los demás.

 

PD: Esta es una historia real que sucedió en la Universidad de Antioquia.

 

Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno.  Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.

 

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Aprendamos a envejecer!!!

Enlace permanente 12 de Septiembre, 2006, 22:44

Aprendamos a envejecer!!!

 

El primer día de clase en la Universidad, nuestro

profesor se presentó a los alumnos y nos desafió

a que nos presentásemos a alguien que no conociésemos todavía.

Me quedé de pie para mirar alrededor cuando

una mano suave tocó mi hombro.

Miré para atrás y vi

una pequeña señora, viejita y arrugada,

sonriéndome radiante, con

una sonrisa que iluminaba todo su ser.

Dijo: "Eh, muchacho... Mi nombre es Rosa. Tengo

ochenta y siete años de edad. ¿Puedo darte un abrazo?"...

Me reí y respondí: "¡Claro que puede!".Y ella

me dio un gigantesco apretón. "

¿Por qué está Ud. en la facultad en tan tierna e inocente edad?", pregunté.

Respondió juguetona: "Estoy aquí para encontrar

un marido rico,  casarme, tener un montón de hijos y

entonces jubilarme y viajar"."Está bromeando", le dije.

Yo estaba curioso por saber qué la había motivado

a entrar en este desafío con su edad; y ella

dijo:

Siempre soñé con tener estudios universitarios,

y ahora estoy teniendo uno".

Después de clase

caminamos hasta el edificio de la unión de

estudiantes, y compartimos una malteada de

chocolate. Nos hicimos amigos instantáneamente.

Todos los días en los siguientes tres meses

teníamos clase juntos y hablábamos sin parar.

Yo quedaba siempre extasiado oyendo a aquella

"máquina del tiempo" compartir su experiencia y

sabiduría conmigo.

En el curso de un año, Rosa se volvió un

icono en el campus universitario y hacía amigos

fácilmente dondequiera que iba.

Adoraba vestirse bien, y se reflejaba en la

atención que le daban los otros estudiantes.

Estaba disfrutando la vida. Al fin del semestre

invitamos a Rosa a hablar en nuestro banquete del equipo de fútbol.

Fue presentada y se aproximó al podium. Cuando

comenzó a leer su charla preparada, dejó caer tres

de las cinco hojas al suelo.

Frustrada, tomó el micrófono y dijo simplemente:

"Discúlpenme, ¡estoy tan nerviosa! ...Nunca

conseguiré colocar mis papeles en orden de nuevo, así que déjenme hablar a Uds. sobre aquello que sé".

Mientras reíamos, ella despejó su garganta y

comenzó:"No dejamos de jugar porque envejecemos;

envejecemos porque dejamos de jugar".

Existen

solamente tres secretos para que continuemos

jóvenes, felices y obteniendo éxito:

1.- Se necesita reír y encontrar humor en cada día.

2.- Se necesita tener un sueño, pues cuando éstos

se pierden, uno muere. ¡Hay tantas personas

caminando por ahí que están muertas y ni

siquiera lo sospechan!

3.- Se necesita conocer la diferencia entre envejecer y crecer...

"Si usted tiene diecinueve años de edad y se queda tirado en la cama sin hacer nada productivo, terminará amargado y lucirá envejecido... Pero si usted como yo tiene ochenta y siete años y es productivo, no le pondrá años a su vida sino que le pondrá vida a su edad y lucirá y actuara como cualquier joven.

Eso no exige talento ni habilidad.

La idea es crecer a través de la vida y encontrar siempre oportunidad en la novedad.

Los viejos generalmente no se arrepienten por aquello que hicieron, sino por aquellas cosas que dejaron de hacer.

Las únicas personas que tienen miedo de la muerte son aquellas que tienen remordimientos".

Al fin de ese año, Rosa terminó el último año de la facultad que comenzó tantos años atrás.

Una semana después de recibirse, Rosa murió tranquilamente durante el sueño.

Más de dos mil alumnos de la facultad fuimos a su funeral en tributo a la maravillosa mujer que enseñó, a través del ejemplo, que

“nunca es demasiado tarde para hacer todo aquello que uno puede probablemente ser”.

Cuando termines de leer este mensaje, por favor, envía estas palabras de consejo a tus amigos y familiares, ¡ellos lo apreciarán realmente!..

Estas palabras han sido divulgadas por amor, y en memoria de Rosa:

“Envejecer es obligatorio; crecer, opcional”.  Si alguna vez no te dan la sonrisa esperada, sé generoso y da la tuya porque nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa, como aquel que no sabe sonreír a los demás.

 

PD: Esta es una historia real que sucedió en la Universidad de Antioquia.

 

Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno.  Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.

 

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La palabra divina es más dulce que la miel

Enlace permanente 11 de Septiembre, 2006, 9:24

La palabra divina es más dulce que la miel

 

La palabra divina es más dulce que la miel, dice el salmo 119, 103.  Así saborea el profeta Ezequiel, quien recibe de Dios un rollo con un mensaje que debía comunicar al pueblo de Israel (Ez 3, 1-15).

Diferente fue la experiencia vivida por Juan en el Apocalipsis.  El libro nos cuenta que un ángel lo invitó a comer un librito, que en la boca le pareció dulce, pero que en el estómago le se le hizo amargo (Ap 10, 8-11).

Este es el sabor de la Palabra divina: dulce y amargo; nutre y purifica, consuela  y reprocha, bendice y amenaza, exige cumplir el deber y evitar el mal.  Hay que leerla si se desea fuerza en la vida espiritual.

Esta es la permanente invitación de la Iglesia: nutrirse con el pan de la palabra.  “Por estas sanas palabras alimentamos nuestra fe, sostenemos nuestra esperanza, afirmamos nuestra confianza y fortalecemos nuestra disciplina inculcando los preceptos”, decía Tertuliano, al finalizar el siglo II.

Dieciocho siglos más tarde, el concilia Vaticano II enseñó: “Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que  constituye sustento y vigor del alma, fuente límpida de vida espiritual (D.V. # 21).

Pero para nutrirse espiritualmente no basta oír las lecturas, los cantos o la predicación.  Hay que asimilarlos, hay que entenderlo y digerir el mensaje, hay que asumirlo.  Esto es necesario, pues, “tan milagroso es que un muerto resucite como que un vivo subsista sin comer”.

Los antiguos nos hablaron de 4 momentos necesarios para captar, comprender y asimilar la Palabra de Dios, y los llamaban: Lectio, Meditatio, Oratio y Contemlatio, a los que podríamos añadir un quinto: Actio.  Estas palabras del latín, traducidas al español, serían: Lectura, Meditación, Oración, Contemplación y Acción.  En el banquete de la Palabra se debe escuchar la lectura, luego pensar en ella, orar a Dios para responder a su voz, deleitarse en ese diálogo  y poner en práctica lo que Él nos ha dicho y lo nosotros decimos a Él.

San Juan de la Cruz lo decía inspiradamente: “Dejarla que descienda a mí, que baje a mi corazón, que ilumine mi mente, que suba a los labios, que penetre hasta las cavernas del alma.

Volviendo a la comparación del alimento, Guijjo II, escribió: “La lectura pone como un alimento sólido en la boca.  La meditación lo matica y desmenuza.  La oración percibe el gusto.  La contemplación es la dulzura misma que alegra y alimenta”.

La escritura es para nosotros tanto alimento como bebida.  Es alimento en sus pasajes más oscuros, que masticamos al explicarlos, y comemos después de haberlo rumiado.  En cambio es bebida en sus pasajes más claros porque la tomamos tal cual la encontramos, afirmaba el Papa san Gregorio Magno.

Por eso las lecturas en la liturgia deben prolongarse con la reflexión.  Ello implica pensar y recordar, huir del olvido y de la distracción, y poder exclamar: “Por lo que hace a nosotros no cesamos de fijar la mirada en lo profundo del corazón, en el recuerdo incesante de Dios” (Diodoco).

 

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Biblia: “sangre del espíritu y sangre de las venas”

Enlace permanente 10 de Septiembre, 2006, 4:18

Biblia: “sangre del espíritu y sangre de las venas”

 

Cuentan las actas de los mártires que a san Emérito le preguntaron antes de matarlo: “¿Tienes algunas escrituras en tu casa?” y él replicó: “Las tengo, pero en mi corazón.  Ese mártir, para no entregar a los paganos los libros sagrados, los había aprendido con la memoria amorosa del corazón, y eso es lo que deberíamos realizar todos los creyentes.  Al acoger el mensaje bíblico es al mismo Dios a quien acogemos.

 

“A Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos su Palabra”, decía san Ambrosio.  “¿Oras? Hablas al Esposo.  ¿Lees?  Él te habla, añadía san Jerónimo.

 

La Biblia no es sólo un libro, la Biblia es Alguien, es la presencia viva de Dios, que nos ama, que nos habla, que nos salva.  Más que un libro, la Biblia es la tienda (lugar) de la reunión con Dios, pues, como dice el Vaticano II, “El Padre que está en los cielos sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” (D.V. # 21).

 

Nosotros no nos apasionamos por el libro en sí, sino por Jesús, de quien ese libro nos habla.  En todas las páginas bíblicas está Cristo Jesús, latente en los relatos  del Antiguo Testamento, patente en los del Nuevo Testamento.  Todas las Escrituras testifican acerca de Cristo, todos los profetas se refieren a Él (cfr. Jn 5, 37; Lc 24, 37).  En la ley escuchamos su orientación; en el Evangelio, su enseñanza.  Él es la clave para leer todas las páginas de la Biblia.  El Antiguo Testamento es como un pozo no colmado, Cristo lo hace rebosar.  Él es el río de agua viva que atraviesa todas las páginas bíblicas y les da sentido.

 

Por eso decía san Jerónimo que “ignorar las Escrituras es desconocer a Cristo”, y san Agustín añadía que debemos respetar la Biblia como lo hacemos con la carne de Cristo.

 

El Papa Benedicto XV lo expresaba con frases que podríamos resumir así: “Cuando leo el Evangelio y encuentro allí los testimonios de la ley y los profetas, sólo a Cristo considero.  No censuro la ley y los profetas, antes bien los alabo porque predican a Cristo, más no menos quedo en ellos, sino que por ellos llego a Cristo”.

 

Recibir a Cristo y tener su Palabra en el corazón es decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”, o: “En mi puesto de guardia me pondré, me plantaré en mi muro y otearé (observaré) para ver lo que Él me dice”, o también: “Hágase en mí según tu Palabra”, como decían creyentes que nos antecedieron en la fe (1 Sam 3, 10; Hab 2, 1; Lc 1, 38).

Asignación: leer el texto evangélico de hoy y captar lo esencial del mensaje revelado, se debe procurar profundizarlo, personalizarlo, hacerlo parte de la propia vida.  Convertirlo, como enseñaba el Papa Benedicto XV, en “sangre del espíritu y sangre de las venas”.

 

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