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Moniciones XXII Semana del Tiempo Ordinario Ciclo C
27 de Agosto, 2007, 22:30
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LAS LECTURAS DE HOY
Monición de entrada:
Buenos noches (días, tardes): hermanos en Cristo. Celebramos el vigésimo segundo (XXII domingo 22) del Tiempo Ordinario. Las lecturas que hoy meditaremos tienen un acentuado sabor a humildad. Ser humildes es ser realistas. Es saber que somos obra de Dios y le necesitamos. Con espíritu de humildad y de gratitud celebremos esta Eucaristía. Les invito para que se pongan de pie, para que demos inicio a esta Eucaristía.
Primera lectura: Sirácides 3, 19-21. 30-31 (Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios)
Esta primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico. Nos enseña el valor de la humildad. La persona humilde está abierta a escuchar y a responder a Dios. "Cuánto más seas, más debes humillarte". Presten mucha atención a este sabio consejo.
Segunda lectura: Hebreos 12, 18-19. 22-24a (Se acercaron al Dios vivo)
El autor del escrito a los Hebreos nos contrasta las dos alianzas de Dios con los seres humanos. La primera alianza en el desierto era dura y exterior. La segunda con Jesús como mediador, es una alianza de paz y de amor. Todos pueden y deben acercarse confiados a la misericordia y a la bondad de Dios. Escuchemos.
Tercera lectura: Lucas 13, 22-30 (Puerta que se abre para unos y se cierra para otros)
Jesús, en casa de un fariseo y espiado por fariseos, en el marco de un banquete, nos exhorta a la humildad y al amor a los pobres. Son señales de pertenecer al reino de Dios. De pie, por favor,
para entonar el Aleluya.
Oración Universal:
Por el Papa, los Obispos, Sacerdotes y Diáconos, para que sean auténticos servidores en la comunidad. Roguemos al Señor.
Por los empresarios y jefes de personal, para que traten a sus obreros y colaboradores con respeto, dignidad, rectitud y comprensión. Roguemos al Señor.
Por los enfermos y los ausentes a nuestra celebración, para que pronto regresen aquí confortados en nuestro Señor Jesucristo, Roguemos al Señor.
Por los jóvenes, especialmente los de nuestra comunidad de (se menciona el nombre) y nuestra parroquia (se menciona el nombre), para surjan las vocaciones que necesitan la Iglesia y el mundo de hoy, Roguemos al Señor.
Por nosotros, los aquí presentes, para que ayudemos al prójimo renunciando a nuestro egoísmo y comodidad, Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 566)
Bendito seas, Dios del amor gratuito y de la grata sorpresa,
porque humillas al que se engríe enalteces al que se humilla.
Con quien primero obraste así fue con Jesucristo, tu Hijo.
Él consiguió la gloria más esplendorosa por la vía de la máxima
humillación, porque Él comenzó por practicar lo que nos enseñó:
Quien quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos.
Concédenos, Señor, seguir su ejemplo y su enseñanza
para saber estar y vivir en relación contigo y con los hermanos.
Danos un corazón grande y humilde para acoger como pobres
tu amor, tu gracia, tu misericordia, tu perdón y tu reino,
y poder ser enriquecidos con la aportación de los demás.
Amén.
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Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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XXII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
27 de Agosto, 2007, 22:12
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XXII Domingo |
2 de septiembre de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
Las comidas de Jesús son especialmente significativas. En ellas compartió con todo tipo de personas: de derecha o de izquierda, ricos o pobres, “puros” o “impuros”, “santos” o “pecadores”. Durante las comidas se vieron signos muy valiosos como el de aquella mujer cariñosa que le lavó los pies con sus lágrimas y se los secó con sus cabellos (Lc 7,36-50), o el de la mujer que derramó un costoso perfume de nardo sobre sus pies (Jn 12,1-11).
En las comidas compartió con sus amigos y hasta con sus enemigos. Según el relato de Juan, durante la comida del lavatorio de los pies, cuando Judas ya tenía en mente venderle por 30 monedas de plata, Jesús le ofreció un último signo de amor fraterno al darle un pedazo de pan mojado en vino (Jn 13,21-30). Pero en la vida de Judas todo estaba oscuro; por eso no pudo descubrir la grandeza de la amistad de Jesús y su camino. Prefirió las 30 monedas. En las comidas, Jesús aprendía y enseñaba, amaba y se dejaba amar, servía y se dejaba servir. Sin duda, supo compartir con grandeza las cosas pequeñas de la vida.
Cuando era niño escuché de mis padres una frase cuya veracidad he comprobado durante la vida. “En la mesa y en el juego se conoce al caballero”.
Ciertamente, en el juego se puede ver la baja calidad humana de quien hace trampa para ganar, de aquel que mete la zancadilla porque quiere quitarle la pelota a su contendor, o la de aquel que simula una falta para cobrar la pena máxima. Ni hablar del deporte profesional, como por ejemplo en el último Tour de Francia, donde más de uno fue expulsado por doping. El deporte se ha convertido, muchas veces, en un elemento mercantilista, economicista y deshumanizante. En el juego también se puede descubrir la buena calidad humana de quien sencillamente sabe jugar y divertirse, de aquel que se exige para lograr resultados, pero tiene siempre presente que lo más importante somos las personas y no el marcador que, en últimas, puede ser una apariencia.
En la mesa se puede ver la poca la calidad humana de quien coge una gran porción de comida sin pensar que alguien puede quedarse sin comer. El vacío existencial de aquella persona que come compulsivamente, el egoísmo de quien se niega a compartir con los más necesitados y la prepotencia de quien desprecia las cosas pequeñas que ofrecen los pobres. En la mesa se puede ver también la alta calidad humana de quien comparte solidariamente el pan material que quita el hambre y fortalece el cuerpo, y el pan espiritual de la amistad que quita el tedio y le da sentido a la vida. Eso fue lo que hizo Jesús en sus comidas.
Esta vez la comida era en la casa de un jefe de los fariseos, aunque la relación de Jesús con este grupo político religioso en ese momento no era la mejor. Había tenido varios enfrentamientos con ellos debido a que su total libertad, con la cual manifestaba el amor del Padre, chocaba con la mentalidad cuadriculada de los fariseos y su estricto cumplimiento de la ley. Las predicaciones, las cuantas curaciones en días Sábados, las parábolas y, en general, todo el ministerio de Jesús, los había molestado sobremanera.
Antes del relato de Lucas que leemos hoy, los fariseos le habían sugerido a Jesús que se marchara porque Herodes lo buscaba para matarlo. No sabemos si lo hicieron porque de verdad el Rey Herodes quería matarlo en ese momento, porque los fariseos querían que se fuera o por las dos anteriores.
Durante la cena los fariseos lo observaban. Muchas veces los evangelistas nos dicen que los fariseos y otras autoridades religiosas estaban pendientes de sus actos o de sus palabras para tener de qué acusarlo. Jesús también observaba, no para hacerles luego una mala jugada y acabar con ellos. Siempre fue un buen observador. Durante esa comida observó cómo unos personajes sedientos de distinción, escogían los primeros puestos para presumir de hombres importantes. Querían cultivar la atención ajena y así colmar el vacío de su propia insignificancia. Les gustaba que los valoraran más que a los demás y que notaran su importancia, aunque en esencia carecieran de ella, porque toda su vida giraba más en el aparecer que en el ser.
Jesús fue un hombre sincero y frentero. Su observación no se la guardó para después hablar mal de ellos o para desprestigiarlos a tal punto de acabarlos, como sí lo hacían los fariseos. Su observación la dijo en ese momento gustara a quien le gustara y molestara a quien molestara. No la hizo para acabar con alguien, ni porque buscara el conflicto. La hizo como un acto de honestidad con quienes compartía el pan; porque la arrogancia y la vanidad de estos hombres destacados, no les permitía ser verdaderos seres humanos. Su observación no fue un ataque mordaz y devastador, sino una crítica constructiva que buscaba que todos fueran más auténticos, libres y felices.
“El que se enaltece será humillado, el que se humilla será enaltecido”. (v. 11). Contra la arrogancia, la humildad. Decía Santa Teresa de Ávila: “estaba yo considerando por qué razón Nuestro Señor es tan amigo de la humildad y me dije: es porque Dios es suma Verdad y la humildad es andar en la verdad”. El valor real del ser humano está en su ser, no en su tener ni en su apariencia. Es un gran engaño sentir que somos más o menos que otros. Podemos tener más o menos, saber sobre algunas cosas más o menos sobre algún tema, pero esencialmente todos somos iguales y tenemos la misma dignidad, aunque muchas veces sea pisoteada por otros o por nosotros mismos.
Permítanme citar una hermosa canción de Los Aterciopelados:
“Es un mandamiento ser la diva del momento, ¿para qué trabajar por un cuerpo escultural? ¿Acaso deseas sentir en ti todos los ojos y desencadenar silbidos al pasar?
/Mira la esencia no las apariencias/
El cuerpo es sólo un estuche y los ojos la ventana de nuestra alma apensionada.
Oye, Mira la esencia no las apariencias
Que todo entra por los ojos, dicen los superficiales, lo que hay adentro es lo que vale.
Suelta en el aire un aroma espiritual, mensajeros a la dos, intentando aterrizar.
Si abres el estuche lo que debes encontrar es una joya que te deslumbrará. Ay pero /Mira la esencia no las apariencias/
90-60-90 suman 240, cifras que no hay que, tener en cuenta.
/Mira la esencia no las apariencias/
No te dejes medir, no te dejes confundir
///Agúzate, hazte valer///”
En un reciente libro el teólogo José María Castillo afirma: “El asombroso baile de disfraces al que asistimos cada día, a todas horas y en todas partes, es una de las cosas que más daño hacen a todos. En un sentido concreto: eso es lo que más destruye nuestra propia humanidad. Disfrazarse es aparecer ante los demás, no como uno es, sino como cada cual quiere que los demás lo vean. Eso exactamente es lo que hace trizas mi humanidad. Porque mi humanidad es lo que soy. Mi disfraz es lo que oculta lo que soy y muestra lo que se me antoja parecer que soy. He ahí la raíz de la deshumanización. Nos deshumanizamos porque aparentamos ser ricos, poderosos, importantes, notables en la vida y en la sociedad. Pero como ocurre que, normalmente no somos ni lo ricos que queremos ser, ni tenemos el poder que nos gustaría tener, ni gozamos de la importancia con la que soñamos, y así sucesivamente, entonces lo que hacemos es que, en lugar de aceptar nuestra propia humanidad y ser lo que realmente somos, cada cual se dedica a endosarse todos los días el disfraz que oculta su ser, su humanidad, y exhibe ridículas apetencias que nos deshumanizan.”
Las apariencias engañan, cuidado con las apariencias. “El hombre es, la sombra parece; el que aspira a parecer renuncia al ser. Cuando el afán de parecer arrastra a cualquier abajamiento, el culto de la sombra enciende la vanidad. El vanidoso vive comparándose con los que le rodean, envidiando toda excelencia ajena y carcomiendo toda reputación que no puede igualar”. Al respecto afirmó Albert Einstein: “estaríamos en una situación lamentable si el envoltorio fuera mejor que la carne que envuelve”.
Normalmente muchas veces los invitados devuelven la invitación. Jesús hizo una exhortación final: Invitar a aquellos que no pueden devolver la invitación. Pobres, lisiados, cojos y ciegos. A aquellos que no tienen con qué pagar pues el mismo Dios será el que pague.
Jesús invita, finalmente, a la generosidad sincera que no busca recompensa. A celebrar desinteresadamente la fiesta de la vida con quienes nadie celebra y con aquellos de los cuales nada se espera. A compartir nuestra vida con los marginados de la sociedad, a quienes les pasa normalmente lo que le pasó a Jesús en Belén, que le tocó nacer en un establo porque no hubo para él un lugar en el mesón. En otras palabras, a encaminar nuestra vida no sólo a buscar la satisfacción personal sino el bien común. Pues como dijo Einstein: “una vida encaminada fundamentalmente a la satisfacción de anhelos personales, tarde o temprano, conduce a una amarga desilusión. La vida de un individuo sólo tiene sentido en tanto contribuya a que la vida de todo lo que vive sea más noble y hermosa”.
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Judas actuó como suelen actuar muchos hombres prácticos. Seguir a Jesús implicaba un riesgo tremendo. Las 30 monedas podían ser muy utilizadas para una buena causa. “El hombre honesto y sensato dice lo que siente y el hombre práctico le escucha y luego se lo come” (DOSTOIEVSKI Fedor, Crimen y Castigo I. Oveja Negra, Bogotá 1982, p.131)
“Una institución que no admite ni tolera disenso y crítica está, por eso mismo, condenada a perpetuar sus miserias y contradicciones. De ahí que los inconformistas y los críticos son enteramente necesarios para que cualquier institución o sociedad tome conciencia de sus patologías y, a partir de esa toma de conciencia, pueda vencer y desterrar sus incongruencias y sus posibles miserias” (CASTILLO José María, El disfraz de carnaval. Desclée de Brouwer, Bilbao 2006. p. 18).
CASTILLO José María, El disfraz de carnaval. Desclée de Brouwer, Bilbao 2006. p. 14.
INGENIEROS José, El hombre mediocre. Panamericana, Bogotá 1999. 135 – 139.
Einstein Albert, Einstein entre comillas, selección y edición de Alice Calaprice, Norma, Bogotá 1997. 165 -166
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Homilia XXI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
22 de Agosto, 2007, 23:25
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XXI Domingo |
26 de agosto de 2007 |
Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com
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Haz para para ver las lecturas de hoy |
- 1ra lect.: Is 66,18-21
- Sal 116
- 2da lect.: 12,5-7. 11-13
- Evangelio: Lc 13,22-30 |
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La puerta estrecha, pero siempre abierta |
LAS LECTURAS DE HOY
Jesús seguía su camino hacia Jerusalén. En el evangelio, particularmente en Lucas, la actitud de quien va de camino es signo del cumplimiento de la voluntad del Padre.
Jesús era el maestro del camino, del día a día y del vivir cotidiano. Era maestro en lo grande y en lo pequeño. No tenía dónde reclinar la cabeza. Unas veces enseñaba bajo un árbol, otras, en una playa, junto al río, al lado o dentro de los cultivos, en una sala, en la sinagoga o en la mesa cuando compartía los alimentos. Enseñaba en las ciudades o en las aldeas, a hombres y a mujeres, a niños, jóvenes, adultos o ancianos. Aquí o allá, en el lugar que fuera y con quien fuera, pero siempre con la autoridad que le daba su intensa relación y conocimiento de la voluntad del Padre y su profundo conocimiento de la realidad humana.
Una persona de entre la gente, le hizo una pregunta curiosa: ¿Señor, serán pocos lo que se salvan? Con mucha frecuencia nos interesamos más por las curiosidades que por el meollo del asunto. En los noticieros, en los periódicos, en las conversaciones, muchas veces nos quedamos en la superficialidad de las cosas. Lo mismo sucede con la fe. Hay preguntas curiosas que suelen hacer algunas personas sobre Jesús y María: ¿María la
Madre de Jesús tuvo o no tuvo más hijos? ¿Es verdad que María Magdalena fue esposa de Jesús? ¿Las bienaventuranzas fueron proclamadas en una colina o en una llanura? ¿Los primeros visitantes del niño Jesús en Belén fueron los pastores o los magos? A estas preguntas podríamos responder con otra pregunta: ¿Cualquiera que sea la respuesta, altera en algo al centro de la fe y al Proyecto de Jesús? Son, sin lugar a dudas, preguntas curiosas y no más.
Hay preguntas que son, además, una ofensa a la razón y al corazón mismo de la fe: ¿Es cierto que la copa de la última cena tiene poderes mágicos y que quien la encuentra puede utilizarla para el bien o para el mal? ¿Es verdad que los sacerdotes son los hijos predilectos de la virgen María? ¿El obispo debe llevar el anillo en la mano derecha o en la izquierda? ¿Es inválida una eucaristía celebrada con vino que no sea de uva o que, siendo de uva, no tenga aprobación eclesiástica? ¿Es verdad que quién no cree en las apariciones de la virgen de Fátima pone en riesgo su salvación?
Jesús no respondió la pregunta curiosa que le hizo ese personaje anónimo y superficial. No respondió cuantos ni cuáles podrían ser salvos. El Dios de Jesús no es un científico loco que crea a los seres humanos a su imagen, y destina a unos para que se salven y a otros para que se condenen. El Dios de Jesús es un Padre amoroso que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (Tim 2,4).
El detalle no estaba tanto en la curiosidad de saber si serían pocos quienes se salvarían, sino en qué consiste la salvación y de qué manera nos podemos salvar. Con esto pasamos de la simple curiosidad y ociosidad, a los verdaderos problemas que atacan a la gente y atañen al Reino de Dios.
Empecemos por reconocer algo: es muy valiosa toda la vivencia religiosa del pueblo judío. Su experiencia con un Dios que lo salvó de la esclavitud y lo condujo a una tierra de promisión. Toda la historia del pueblo judío, su literatura, sus escuelas proféticas, su tradición rabínica, su dolor, su llanto y su alegría, siempre tienen un interés para la humanidad. Considerarse pueblo de Dios siempre fue para los judíos un aliciente para luchar por su dignificación, cada vez que aparecían personas o pueblos que pretendían esclavizarlos.
Pero, ¿era suficiente hacer parte del “pueblo elegido” para ser salvos? ¡He ahí el dilema! Un gran problema surgió cuando, por su convicción de ser “el pueblo elegido”, éste se creyó el único pueblo amado por Dios y el único digno de salvación, cuando pensó que bastaba con hacer parte de ese pueblo para adquirir la salvación (ese fundamentalismo no es único del pueblo de Israel. Otros pueblos antes y ahora, tienen la misma convicción peligrosa).
Como consecuencia de ese exclusivismo se llenaron de prepotencia, se creyeron los únicos poseedores de la revelación divina y los únicos dignos de recibir las bendiciones de Dios. Entonces llamaron a los demás pueblos con algunos epítetos ofensivos tales como: pagano, gentil y, en el extremo, los llamaron perros, como le pasó al mismo Jesús con la mujer sirofenicia: “Espera que se sacien los hijos primero, pues no está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perritos”. (Mc 7,24-30 / Mt 15,21-28). Suena repugnante escuchar el calificativo “perro”, así sea en su diminutivo “perrillo”, en labios de Jesús. No se puede negar que Jesús fue un judío y ahí actuó como tal. Con la diferencia de que Él tuvo luego una apertura mental que le permitió cambiar de parecer y convertirse en una persona universal.
Ya el profeta Isaías (1ra. Lect. Is 66,18-21), Jonás, el salmo 116, entre otros libros habían empezado a abrir el horizonte y a mostrar un Dios abierto a toda la humanidad. A toda raza, lengua, pueblo y nación. Pero las escuelas rabínicas en la época de Jesús, afirmaban que la salvación era exclusividad de los judíos. El hecho de ser judío hacía pensar a algunos que ya estaban salvados y con derecho a excluir y a condenar. El mismo error cometió la Iglesia en aquel tiempo cuando decía: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. El mismo error cometen hoy algunas sectas fundamentalistas que se sienten únicas.
Para Jesús es definitivo: no nos salvamos por el simple hecho de pertenecer jurídicamente a un pueblo, a una Iglesia o a grupo religioso. No es garantía de salvación haber hecho un largo camino con Jesús y ni siquiera haber desgastado la vida trabajando en las “cosas del Señor”, como se suele decir.
La comunidad es muy importante. La ayuda de las demás personas: amigos, familiares, condiscípulos, etc., es muy importante. Pertenecer a un grupo de oración, a un grupo apostólico, comunidad religiosa, etc., puede ayudar. Pero todas estas ayudas serán insuficientes sin una decisión personal para hacer realidad en la vida, la voluntad salvífica de Dios.
La pregunta no sería tanto si son pocos los que se salvan. La pregunta sería a nivel más personal: ¿Estoy salvando mi vida? ¿Soy realmente feliz o mi vida es una apariencia? ¿La presencia de Dios es fundamental para mi realización humana o la he convertido en un elemento que justifica mi mediocridad y mi deshumanización?
Aquí es necesario descubrir todo aquello que me esclaviza, me condena como ser humano y me arrastra hacia la infelicidad. Una vez descubiertos esos elementos deshumanizantes, es preciso hacer el esfuerzo para cambiarlos y optar por una vida más humana, justa, igualitaria y digna. ¡Los cambios no son fáciles! Es más fácil hacer lo que siempre se hace y andar por la puerta ancha.
La puerta ancha: El facilismo, la mediocridad, el miedo a enfrentarme a mí mismo y a la necesidad de asumir cambios en mi vida.
La puerta ancha: andar por la vida sin rumbo, sin disciplina, sin un proyecto a realizar y sin tomarla en serio.
La puerta ancha: una vida religiosa de meros ritos y ligada únicamente a la pertenencia de una iglesia determinada, sin un compromiso vital con la causa de Jesús.
La puerta ancha: comer y beber el cuerpo y la sangre de Señor, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones, sólo como un acto piadoso, intimista y egoísta, que lógicamente no es suficiente para alcanzar la Salvación. "No puedo soportar falsedad y solemnidad" (Is 1,13)
La puerta ancha nos conduce irremediablemente a la frustración, a la infelicidad.
La puerta angosta: el esfuerzo, el trabajo, el riesgo, los cambios necesarios.
Puerta angosta: Una vida que corresponde al amor de Dios y al prójimo.
La puerta angosta: “negarse así mismo y cargar la cruz”.
La puerta angosta: bendecir a quien maldice, perdonar las deudas, servir, tomar la toalla y la tinaja para lavar los pies.
La puerta angosta: hacer vida las bienaventuranzas que evitan la frustración total y nos conducen a una vida plenamente bienaventurada.
La puerta angosta: el empeño serio y personal en la búsqueda del Reino de Dios.
La puerta angosta: comer y beber el cuerpo y la sangre del Señor, escuchar fielmente su palabra, orar continuamente y hacer realidad en nuestra vida práctica el amor y servicio vividos por Jesús, aunque impliquen un esfuerzo.
La puerta angosta: asumir como propia la causa de Jesús, combatir todo aquello que esclaviza al ser humano y trabajar para que cada día la humanidad viva más digna y feliz, aunque eso implique muchas veces fatiga y sufrimiento, como le ocurrió a Jesús.
La puerta angosta en una palabra: amar, como Jesús amó.
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"Dando la vida por la Abundante Redención" | |
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XXI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
20 de Agosto, 2007, 14:44
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LAS LECTURAS DE HOY
El mensaje de este vigésimo primer domingo es para todos una invitación a la conversión radical del corazón, a fin de conquistar el reino, porque solamente los esforzados le darán alcance. Necesitamos convertirnos urgentemente; mañana puede ser tarde. De pie, por favor, para entonar con alegría el canto para dar inicio a esta Eucaristía.
Primera lectura: Isaías 66, 18-21 (Jerusalén será centro de irradiación y atracción)
El último capítulo del libro de Isaías es un cuadro grandioso de la universalidad de la salvación. En los finales todos tendrán entrada libre al templo de Yavé. Aquí se manifiesta la voluntad salvífica de Dios. Presten atención.
Segunda lectura: Hebreos 12, 5-7. 11-13 (El Señor corrige al que ama)
Dios permite que recaigan pruebas sobre los cristianos. Dios nos corrige y purifica por el bien de nosotros y de la iglesia. Él es un padre preocupado y amoroso. Escuchen este interesante pasaje del escrito a los hebreos.
Tercera lectura: Lucas 13, 22-30 (Puerta que se abre para unos y se cierra para otros)
El mensaje global del Evangelio de hoy, más que el número de los salvados e incluso que la dificultad misma para salvarse, como podría sugerir la imagen de la puerta estrecha, es la oferta universal de salvación por parte de Dios. Entonemos el Aleluya, de pie, por favor.
Oración Universal:
- Por la iglesia, para que continúe la construcción del Reino de Dios en la tierra. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes del mundo, (especialmente los nuestros) para que trabajen por la paz y la justicia. Roguemos al Señor.
- Por los pobres, los desempleados, los que sufren, para que comprendan que el amor de Dios es infinito y su fidelidad es eterna. Roguemos al Señor.
- Por los difuntos, especialmente, por aquellos de nuestras familias y de nuestra parroquia, para que disfruten de Dios en la Patria Celestial. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, para que con nuestra fe y nuestras obras seamos testigos y signos visibles de la presencia del Reino de Dios en la tierra. Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 563)
Te damos gracias, Padre, porque en tu bondad nos destinaste
A plasmar en nosotros la imagen de Cristo Jesús, tu Hijo,
De modo que Él fuera el primogénito entre muchos hermanos.
Haznos entender, Padre, que el paso angosto de su puerta
No es moralismo estrecho y triste, sino liberación gozosa
Y conversión necesaria antes que sea tarde y se cierre la puerta.
Concédenos, Señor, responder generosamente a la llamada
que nos haces al seguimiento fiel de Cristo en la Iglesia;
e ilumina los ojos de nuestro corazón para que comprendamos
la esperanza de nuestra vocación cristiana a la santidad
y la riqueza de gloria que das en herencia a tus hijos.
Amén.
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Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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La Asunción de la Virgen María: 15 de agosto de 2007
13 de Agosto, 2007, 23:09
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Moniciones para la Misa |
 
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La Asunción de la Virgen María |
Miércoles 15 de agosto de 2006 |
Autor: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
Haz para ver las lecturas de hoy:
La Asunción de la Virgen María: 15 de agosto de 2007
Autor: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
Monición de Entrada
Hoy es la fiesta de Cristo Jesús. El Resucitado, tal como nos lo presenta san Pablo, es la cumbre de la salvación y la historia, el contenido principal de nuestra fe y de nuestra fiesta durante todo el año. Hoy es también la fiesta de la Virgen María, la Madre, la primera salvada por la Pascua de Jesús. Ella es la “primera cristiana”; supo abrirse totalmente a Dios, lo alabó con su Magnificat y le fue radicalmente dócil a su vida. Te invito para te que pongas de pie, mientras cantamos para iniciar esta celebración.
Primera lectura: Ap 11,19; 12,1-6.10 (Visión de la mujer y el dragón)
El texto del Apocalipsis constituye un tejido de referencias bíblicas. El Autor quiere mostrarnos que Dios ha actuado a lo largo de la historia a favor de su pueblo y nos deja entender que así lo seguirá haciendo. Con este mensaje se intenta fortalecer la fe y la esperanza de aquellos creyentes que viven en una situación de dificultades y de persecución. Abran sus oídos para escuchar este mensaje.
Segunda lectura: I Cor 15, 2-26 (Cristo resucitado como primicia, después todos)
El elemento central de nuestra fe, tal como fue formulado y anunciado por las primeras comunidades, es la muerte y resurrección de Cristo. En su primera carta a los Corintios, san Pablo ha recordado ese “Evangelio” que él mismo recibió y transmitió. Luego nos presenta una densa reflexión sobre la realidad de la resurrección de Cristo, sin la cual el cristianismo no tendría sentido. Presten mucha atención a este mensaje del apóstol.
Tercera lectura: Lc 1,39-56 (Visitación y canto de María)
San Lucas nos presenta a continuación el cántico de María, el Magnificat, que asume un buen grupo de textos y expresiones veterotestamentarios, de manera especial el cántico de Ana, la madre Samuel. El himno en su totalidad gira en torno a una tesis típica de la mentalidad bíblica que nos dice que Dios no permanece indiferente ante el triunfo de los ricos y poderosos sobre los pobres y los humildes, sino que interviene para favorecer al indefenso. De pie, para cantar el Aleluya, para luego escuchar la Buena Nueva.
Oración de los fieles
A cada petición responderemos diciendo: “Que tu Santa Madre, Señor interceda por nosotros”
1. Por la Iglesia que peregrina en este mundo con la esperanza de la gloria que un día se nos descubrirá; en comunión con María, Madre de la Iglesia, Roguemos al Señor.
2. Por la unión de las Iglesias divididas por el pecado; en comunión con María, madre de todos los creyentes en Cristo, Roguemos al Señor.
3. Por los enfermos, los moribundos, y por todos los que se encuentran en cualquier necesidad; en comunión con María, salud de los enfermos y consuelo de los afligidos Roguemos al Señor.
4. Por nosotros que nos disponemos a celebrar la liturgia de la mesa eucarística, anuncio del banquete del reino eterno; en comunión con María, intercesora nuestra ante su Hijo Jesús Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 630)
Dios de los pobres, de los humildes y de los olvidados,
Hoy te bendecimos con María de Nazaret, la madre de Jesús,
Porque tu misericordia llega a tus fieles de generación
En generación, invirtiendo el viejo orden establecido
Y haciendo justicia a los menospreciados y los oprimidos.
Con María ha llegado un cambio decisivo en la historia,
Al encarnarse Cristo en la vida y conciencia de los pobres,
Destinatarios preferidos de la liberación mesiánica de Dios.
¡Gracias, Señor! Ayúdanos a asimilar los valores de tu reino:
Pobreza y vacío de sí mismo en vez de prepotencia y orgullo,
Fraternidad y solidaridad en vez de explotación y dominio.
Amén.
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Moniciones XX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
13 de Agosto, 2007, 23:04
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"Ser Cristiano tiene un precio" "Ser Cristiano tiene un precio"
LAS LECTURAS DE HOY
Monición de entrada:
El mensaje de la liturgia de hoy, lo podemos resumir en lo siguiente: "el seguimiento de Cristo supone la cruz" Jeremías fue rechazado por su propia gente, como otros grandes profetas, hasta Cristo mismo. La palabra de Dios es como un fuego; los que aceptan van a ser purificado y santificados por la Cruz de Cristo. De pie para recibir la procesión con el cántico de entrada.
Primera lectura: Jeremías 38, 4-6. 8-10 (Intriga mortal contra el profeta Jeremías)
La primera lectura de hoy está tomada de la profecía de Jeremías. Esta es la trayectoria del profeta: la violencia que sufre por ser fiel al mandato de Dios; la valentía para afrontar la ira de los ricos; y la división que se produjo; unos a favor y otros en contra. Escuchen atentos.
Segunda lectura: Hebreos 12, 1-4 (Corramos en la carrera sin retirarnos)
La primera lectura de hoy está tomada de la profecía de Jeremías. Esta es la trayectoria del profeta: la violencia que sufre por ser fiel al mandato de Dios; la valentía para afrontar la ira de los ricos; y la división que se produjo; unos a favor y otros en contra. Escuchemos.
Tercera lectura: Lucas 12, 49-53 (No he venido a traer paz, sino división)
Como el tema de las dos lecturas anteriores, el Evangelio de hoy también dice que el seguimiento de Cristo supone abundancia de sufrimientos y de conflictos. Todo cristiano debe tomar partido ante Cristo, que sigue siendo signos de contradicción. Entonemos el Aleluya, de pie, por favor.
Oración Universal:
Por la Iglesia, para que predique sin miedo la cruz de Cristo. Roguemos al Señor.
Por los profetas y los que anuncian el Evangelio, para que no se desanimen frente a las dificultades. Roguemos al Señor.
Por nuestra parroquia y comunidades (Barrancas, Pozuelo, Puerto, Puente, Villodas y Cimarrona), para que luchemos contra el mal y la injusticia en nuestro país. Roguemos al Señor.
Por los difuntos, especialmente, por aquellos de nuestras familias y de nuestra parroquia, para que disfruten de Dios en la Patria Celestial. Roguemos al Señor.
Por los jovenes, para que descubran a Cristo y lo sigan en la vida religiosa y sacerdotal. Roguemos al Señor.
Por nosotros, para que no tengamos miedo en seguir a Cristo hasta la Cruz. Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 560)
Te proclamamos santo, Dios Padre, fortaleza de los débiles,
porque Jesús vino a prender fuego en la tierra, mostrándonos
en el bautismo de su pasión gloriosa el arduo camino
que lleva a la vida y a la conquista de la paz verdadera,
fruto de una opción responsable por el reino de Dios.
Concédenos, Señor, ser dignos discípulos de Cristo Jesús,
sin abandonar nunca la ruta del seguimiento que Él nos mostró.
Para esto, purifícanos, Señor, con el fuego de tu Espíritu
y ayúdanos a hacer nuestros los criterios y actitudes de Cristo,
a fin de liberarnos de nosotros mismos y seguirlo en la libertad
que dan el amor generoso y la fidelidad cotidiana.
Amén.
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Homilia XX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
13 de Agosto, 2007, 22:57
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Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XX Domingo |
19 de agosto de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
Podríamos pensar que el evangelio se contradice pues en unas partes invita a hacer la paz y en esta dice Jesús no ha venido a traer paz sino guerra.
En muchos momentos los evangelistas nos presentan a Jesús como un hombre pacífico y gestor de paz. En el nacimiento, Lucas presenta a Jesús como una gran noticia para toda la humanidad, en especial para los pobres (representados en la figura de los pastores). Noticia que traerá la paz a los hombres de buena voluntad (Lc 2,12). En su ministerio Jesús envió a los primeros discípulos a anunciar el Reino y les pidió que saludaran con la paz (Mt 10,12-13/ Lc 10,5-6). Además los invitó a ser sal y a vivir en paz unos con otros (Mc 9,50). Muchas veces después de un encuentro sanador con alguna persona, la despedía con estas palabras: “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 8,48 / Mc 5,34). En la resurrección saludó a sus discípulos con la paz: “La paz sea con ustedes” (Jn 20,10.21.26 / Lc 24,36)
Pero en el evangelio que hoy leemos pareciera que la cosa fuera totalmente distinta. ¿Piensan que viene a traer tranquilidad al mundo? Les aseguro que no: yo vine a traer divisiones. De ahora en adelante, si hay cinco en una familia, se pondrán tres de una parte y dos de la otra. Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.” (Lc 12,51-53)
El Cuarto Evangelista nos puede ayudar a entender mejor esta situación. “Mi paz les dejo, mi paz les doy, pero no como la da el mundo” (Jn 14,27). Aquí está muy claro. La paz de Jesús no es la paz de los cementerios. No es la paz de quien dice: “déjenme en paz”, “déjenme tranquilo”, “no me metan en problemas”, “yo no fui”… La paz de Jesús no es como la paz del mundo. Específicamente la paz de Jesús no tiene nada que ver con la política de “Pax Romana”. La política de la Pax romana consistía básicamente en la pacificación del imperio con la fuerza de las legiones (batallones muy entrenados y armados). Buscaba que todo el imperio con sus colonias aceptara la voluntad del emperador y trabajara para los hombres libres. En síntesis, un montón de esclavos debían trabajar para unos cuantos ciudadanos libres sin alguna manifestación insurrecta, pues esta era inmediatamente pacificada por las tropas imperiales.
La paz de Jesús viene como consecuencia de todo un proceso de liberación a nivel personal y comunitario (Lc 4,18-28). La paz de Jesús viene como una consecuencia del Reinado de Dios (Mc 1,14-15), que es totalmente opuesto al reinado del César (Mt 22,15-22) y al de todas las fuerzas desintegradoras del ser humano (Mt 10,1-16 / Mc 6,6-13 / Lc 9-10). Por eso la paz de Jesús muchas veces implica entrar en conflicto con los generadores de violencia e injusticia. Entrar en conflicto no significa actuar con violencia. Jesús rechazó de plano la violencia e invitó a construir el Reino con medios pacíficos.
No se trata de que Jesús haya impulsado la guerra para que después, sobre las cenizas, se construyera la paz, como suelen entenderlo algunos defensores de la violencia. “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, afirman quienes justifican la combinación de todas las formas de lucha, incluida la violencia, para alcanzar los cambios sociales, o para mantener un statu quo. Se entra en conflicto no porque se busque este como tal, sino porque se construye la justicia en una sociedad estructuralmente injusta. Se entra en conflicto porque las fuerzas que mantienen oprimidas a las personas, tanto ayer como hoy, son muy fuertes y quien quiera impulsar la liberación de los oprimidos (Lc 4,18) encontrará obstáculos. Jesús entra en conflicto no porque haya sido un hombre conflictivo, sino porque su coherencia ética y su libertad profética chocaron con un sistema que se sostenía fundamentalmente con el poder y el dinero, elementos cuestionados radicalmente por Jesús.
Jesús entró en conflicto porque buscó que la humanidad, empezando por su grupo de amigos, se organizara no con la fuerza del poder y el dinero, sino con la fuerza del amor y el objetivo del servicio (Jn 13 / Mc 10,41-45). Porque buscó una humanidad organizada de otra forma, de tal manera que el poder y el dinero no fueran patrimonio de unos pocos, sino que sirvieran para hacer realidad una sociedad más humanizada y solidaria. Jesús entró en conflicto porque su proyecto chocaba con una sociedad sustentada con el derecho romano, que exaltaba a los poderosos y legitimaba la apropiación de la tierra y de las vidas humanas (la esclavitud). Jesús entró en conflicto porque chocó directamente con Roma y sus aliados, los Sumos Sacerdotes, los ancianos, los escribas y saduceos, y el resto de personajes conformes con esa sociedad romanizada. Por eso lo mataron colgándolo de un madero, muerte que propinaron los romanos desde el año 63 a.C. hasta el año 66 d.C., a los rebeldes políticos, según lo afirma Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d.C.
Las primeras comunidades cristianas que fueron fieles a la enseñanza de Jesús, entraron en el mismo conflicto de su maestro. Además, entraron en conflicto hasta con su misma familia porque con la reforma farisea, dada después de la guerra judía (66-70 d.C), todo aquel que fuera cristiano, era expulsado de la sinagoga, de la comunidad y hasta de su propio hogar. Por eso seguir a Jesús, implicaba entrar en conflicto con todo un sistema social y hasta con los miembros de su misma casa. Jesús, para los judíos ortodoxos, seguía siendo considerado un falso profeta que mereció la ignominiosa muerte de la cruz, y todo aquel que lo siguiera debía ser rechazado.
La paz de Jesús no es sólo ausencia de conflicto. Es más, aún en medio del conflicto por su causa, se puede vivir en paz: “Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
¿La paz que nosotros buscamos es la paz de Jesús? Aparte de rezar por la paz de nuestros pueblos y del mundo entero, ¿somos personas comprometidas con la construcción de la justicia y la paz, con medios no violentos? ¿Pienso que como creyentes debemos estar alejados de todo conflicto y buscar nuestra paz en “cristo”, sin importar que el mundo se venga abajo? ¿Qué papel juegan Jesucristo y su causa en mi vida, y qué papel juego yo en este mundo? ¿Puedo decir sin sonrojarme y sin engañarme, que soy un discípulo de Jesús en el hoy de mi historia? ¿Creo en el Jesús comprometido que arriesga su vida y su seguridad personal para defender la vida y la dignidad humana?, o ¿prefiero el “Jesucristo Light”, en el hombre superestrella, que nos presenta la religión “autoayuda” de mercado y los predicadores mediáticos?
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En la presencia de Dios
9 de Agosto, 2007, 0:38
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En la presencia de Dios
Hoy cuando salí del trabajo me sentía un poco apesadumbrado. Vivimos en un mundo tan violento que es difícil encontrar la santidad. Las tentaciones abundan, los malos ejemplos sobreabundan. Pareciera que hemos perdido la fe. Generalmente, cuando me siento así, busco un sacerdote para confesarme y pedir su consejo. Iba pensando en esto, camino a la Iglesia. ¿Cómo entrar al Paraíso? ¿Cómo lograr la santidad? ¿Cómo agradar a Dios? Encendí la radio y sintonicé una emisora católica en la que oraban con este salmo:
“Señor, ¿quién entrará bajo tu tienda y habitará en tu montaña santa? El que es irreprochable y actúa con justicia, el que dice la verdad de corazón y no forja calumnias; el que no daña a su hermano ni al prójimo molesta con agravios...”
Dios me estaba hablando, como nos habla a todos en la Biblia. Pero yo sentía que esta vez me hablaba a mí. Me mostraba el camino. Respondía mis inquietudes. ¿Qué nos decía Dios? Que debemos actuar con justicia, que hay que decir la verdad de corazón y no dañar ni desear mal a los demás. Los santos lo descubrieron hace muchos siglos. Por eso San Agustín repetía: “Ama, ama bien, y luego haz lo que quieras, porque quien ama verdaderamente a Dios, no será capaz de hacer lo que a Él le desagrade y en cambio se dedicará a hacer todo lo que a Él le agrada”.
Vivir en la presencia de Dios y amarlo con todo el corazón, es lo que te conducirá a la perfección y la santidad. Tener presencia de Dios en tu vida. Pero somos tan débiles... ¿Quién podrá lograrlo? ¿Cómo perdonar tantas ofensas con que nos lastiman a diario? ¿Cómo voy a reconciliarme con mi hermano? No te desanimes. Dios te ama, te conoce, y no te abandonará a mitad del camino. La verdad es que ha enloquecido de Amor por nosotros.
La vida de pecados, te aleja de Dios. Debes entonces enmendarte e iniciar un nuevo camino. ¿Cómo? Reconciliándote con el Padre, haciendo una buena confesión sacramental.
¿Y para fortalecerme? ¿Cómo voy a superar mis debilidades? La Eucaristía es la fuente de la que recibirás los dones del cielo necesarios para fortalecerte y ser irreprochable y actuar con justicia. Por eso la comunión diaria es tan importante en nuestros tiempos. ¿Y luego? Luego camina por el sendero del bien. Aprende a confiar. Participa en tu parroquia. Anima a tus sacerdotes. Lleva la buena Nueva a un mundo cansado y triste. Eres hijo de un Rey. Su Misericordia y su gracia nunca te faltarán.
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Moniciones XIX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
7 de Agosto, 2007, 7:23
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LAS LECTURAS DE HOY
Monición de entrada:
La iglesia nos llama hoy a estar vigilantes en todo momento. Nuestra fe nos enseña a descubrir al Señor en los signos de los tiempos. Necesitamos crecer en la fe; en la búsqueda de las cosas del Señor. La vida de fe impone trascender las ocupaciones mismas en que debemos empeñarnos. Exige caminar vigilantes. Los que creen se verán mutuamente apoyados en una misma fe y esperanza al sentirse solidarios en los peligros y en los bienes. Vamos a recibir la procesión, con el canto de entrada, de pie, por favor.
Primera lectura: Sabiduría 18, 6-9 (Todos solidarios en los peligros y bienes)
Aunque el libro de la Sabiduría fue escrito un siglo antes de Cristo, tiene enseñanzas muy actuales. Esta primera lectura es una llamada constante a la vigilancia y la fidelidad al Señor y a que tengamos esperanza. Escuchemos.
Segunda lectura: Hebreos 11, 1-2.8-19 (La fe, condición de itinerantes)
El autor de la carta a los Hebreos nos habla de la fe de Abrahám. La promesa se cumplió porque Abrahám confío totalmente en Dios. La fe es respuesta a Dios. Pongan mucha atención.
Tercera lectura: Lucas 12, 32-48 (El corazón está donde el tesoro)
En el Evangelio de hoy, se lee un capítulo expresivo sobre la vigilancia cristiana; la parábola de los siervos esperando a su señor. El servidor, el cristiano, no busca la recompensa, sino que se empeña en la obra del Señor para que cuando llegue le encuentre fiel, dispuesto a recibirle. Entonemos el Aleluya, de pie, por favor.
Oración Universal:
Por la iglesia y el gobierno, para que juntos promuevan los valores evangélicos que enriquecen a los pueblos. Roguemos al Señor.
Por la juventud, para que encarnen los valores cristianos con la fuerza y el dinamismo de su potencia. Roguemos al Señor.
Por todos los cristianos, para que nos preocupemos por las cosas del Señor, más que por las cosas del mundo. Roguemos al Señor.
Por los que sufren a causa de la justicia, para que crezcan en su fe y no desfallezcan en su perseverancia, Roguemos al Señor.
Por nosotros, para que nunca perdamos nuestra fe en Dios, sino que la acrecentemos cada día más. Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 557)
Es justo bendecirte, Padre nuestro del cielo,
porque Jesús nos mostró el camino de la felicidad verdadera,
el auténtico tesoro que solamente en ti podemos alcanzar.
No permitas, Señor, que prefiramos tener cosas a ser personas;
pues, más que bienes, necesitamos razones para vivir, amar
y compartir con los hermanos lo que tenemos, poco o mucho
Enséñanos por tu Espíritu la sabiduría de la vida,
y ayúdanos, Señor, a elegir alegremente ser pobres con Cristo,
sin amontonar bienes perecederos que defraudan nuestro corazón.
Así, cuando tú vengas, nos encontrarás con las manos ocupadas
en la tarea de amarte a ti y a nuestros hermanos.
Amén.
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Homilia XIX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
7 de Agosto, 2007, 7:15
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XIX Domingo |
12 de agosto de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
Israel continuamente hacía memoria de los grandes acontecimientos de su historia como pueblo y de la intervención maravillosa de Dios en él. La memoria de las situaciones adversas, superadas con el trabajo humano y con la fuerza de Dios, lo ayudaban a seguir creyendo y trabajando por su humanización.
Nuestra historia sagrada latinoamericana también está llena de testimonios valerosos de lucha, fe, esperanza, entrega y fuerza del amor, en medio de las situaciones más adversas. Viene a mi memoria por ejemplo la canción de Víctor Heredia en la Argentina de la dictadura militar: “todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos; a pesar de los golpes que asestó en nuestras vidas, el ingenio del odio desterrando al olvido a nuestros seres queridos; todavía cantamos…” O esta otra de Chico Buarque en el Brasil de los 70, durante otra dictadura militar: “a pesar tuyo mañana será otro día; aún pago por ver el jardín florecer como tu no lo querías”.
Los himnos nacionales de nuestros pueblos, muchas canciones populares y poemas de escritores reconocidos como la utopía de la unidad latinoamericana de Pablo Neruda: “… todas las voces todas, todas las manos todas, toda la sangre puede ser canción en el viento, canta conmigo, canta, hermano americano, libera tu esperanza con un grito en la voz”. Cada pueblo, cada país tiene sus expresiones artísticas que alimentan su esperanza. En medio de la horrible noche por la que todavía pasamos en muchos pueblos, esperamos cantar algún día a pleno pulmón: “Oh Gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal, en surco de dolores, el bien germina ya”.
La fiesta nacional y religiosa de Israel era la Pascua, la gran noche que todos pasaban en vela (Ex 12), para hacer memoria de la salida de Egipto. Los acontecimientos del Éxodo eran conmemorados con especial énfasis. Su lucha por la libertad, el paso del mar rojo, los cuarenta años de desierto y todas las situaciones adversas, superadas gracias a la mano de Dios que los condujo hasta la tierra prometida.
En otros momentos de su historia, figuraban la dura situación del pueblo con la imagen de una mujer estéril, anciana y frustrada por no haber tenido hijos. Aquí hay muchos ejemplos: Sara, esposa de Abrahan y madre de Isaac. La esposa de Manoaj y madre de Salomón. Ana, la madre de Samuel. Isabel, la madre de Juan el Bautista. Mujeres estériles que tuvieron hijos gracias a la intervención de Dios, porque él tiene la capacidad de hacer brotar vida de un vientre estéril. Para él no hay nada imposible.
La segunda lectura hace memoria de la experiencia de fe de Abrahan, Sara y sus primeros descendientes, quienes se sometieron a la emigración, a la ruptura del medio familiar, motivados por la fe en Dios y por el deseo de tener una tierra propia. Éstos personajes pasaron por momentos muy dramáticos en los cuales probaron su fe, su esperanza y su capacidad de lucha. La muerte amenazaba no sólo la pervivencia como personas sino el cumplimiento del sueño que tenían como pueblo. Pero Abraham creyó por encima de las situaciones de muerte y de la muerte misma, como consumación del ser. Y aunque murieron sin haber hecho realidad su utopía, la vislumbraban desde lejos y sembraron en sus generaciones la esperanza de hacerla realidad: “La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo no se ve… Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido la tierra prometida; pero viéndola y saludándola de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra” (Heb 11,1.13)
La primera lectura hace memoria de la comida Pascual, cuando los israelitas experimentaron que el Señor era su salvador. La participación de los sacrificios les servía además, para entrar en comunión personal y comunitaria con el Dios de la vida, y para renovar la alianza con Él. Para reafirmar que eran un pueblo libre y consagrado a Dios, y recordar que debían vivir la solidaridad propia de los miembros de ese pueblo elegido. “Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada; que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales”. (Sab 1,9)
Compartir solidario
La cara dura que en ocasiones nos muestra la vida, nos lleva a que muchas veces vivamos con miedo a perder y a ser derrotados. A que nos convirtamos en seres individualistas, mezquinos y egoístas, lobos los unos para los otros. La situación de la gente en el tiempo de Jesús y la de las primeras comunidades cristianas, específicamente la situación de las comunidades para las cuales Lucas escribió su Evangelio, era muy difícil. La dureza se había concretado en la pobreza extrema, con todo lo que ello encierra.
El Evangelio que hoy leemos empieza con una invitación de Jesús a derrotar el miedo que no nos deja crecer y a enfrentar la vida con la confianza puesta en el Dios que nos ama y nos da su Reino. “No temas, rebañito mío, porque su Padre tuvo a bien darles parte de su Reino.” Estas palabras tiernas de Jesús son preferidas de Lucas quien escribió para una comunidad de pobres, conciente de su pequeñez e impotencia frente a los poderosos de su tiempo, pero fortalecida con el amor de Dios que la conducía hacia la dignificación de su humanidad maltratada.
En medio de la más dura crisis por la que pasaban, el evangelio los invitó a vencer el miedo a perder, y a compartir solidariamente con los demás. Recordemos que fue precisamente el compartir solidario y organizado, lo que hizo posible el milagro de la multiplicación de los panes (Lc 9,12-17). Cuando se trabaja comunitariamente y se comparte solidariamente, alcanza para todos y sobra.
El hombre postmoderno, capitalista e individualista, es víctima de su propio invento. Su afán de lucro y acumulación de bienes no se ha traducido en felicidad; por el contrario, ha aumentado más su sed insaciable de tener más y más. Con este fin ha sacrificado todos los valores y hasta su misma vida, en el altar de los templos postmodernos: los centros comerciales. Con este fin muchos hombres explotan, invaden, declaran guerras, trafican y desplazan personas, destruyen la vida. Se adueñan de grandes extensiones de tierra, logran grandes y envidiables capitales, construyen imperios económicos, pero no son felices. Porque el poseer y el consumir egoísta no da la felicidad. Por el contrario, produce ansiedad, depresión, neurosis, vacío existencial, injusticias, terrorismo, más miedo y más dolor para todos.
Necesitamos mantener la cintura ceñida y las lámparas encendidas. (v. 35). Este es un hermoso signo de fe y esperanza en medio de la lucha por una vida digna. Este versículo también hace referencia simbólica a la celebración de la pascua judía, cuando los israelitas salieron de Egipto y emprendieron la gran aventura utópica de conseguir la libertad: “Y comerán así: `Con el traje puesto, las sandalias en los pies y el bastón en la mano. Ustedes no se demorarán en comerlo: es una pascua en honor a Yahvé´” (Ex 12,11).
Enfrentar la vida con la serenidad de un rebaño cuidado por un buen pastor y de un hijo en los brazos de su madre. Pero con la cintura ceñida y las lámparas encendidas, con el compromiso siempre firme de trabajar decididamente por el Reino de Dios y su justicia y de administrar fielmente los dones que Dios nos dio y nos sigue dando cada día.
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