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Moniciones XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
24 de Septiembre, 2007, 18:09
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LAS LECTURAS DE HOY
Monición de entrada:
Buenos, días, (tardes, noches). Nos hemos congregado hoy como pueblo de Dios, día del Señor, para escuchar la Palabra de Dios y participar en la Eucaristía. Dios nos llama a examinar nuestra actitud sobre los bienes materiales. Si el cristiano no comparte sus bienes con los necesitados, no es auténtico cristiano. Es duro el evangelio cuando habla de la suerte del rico y del pobre. A veces, la mesa llena, el vestido púrpura y los muchos dividendos impiden la conversión. Pero lo que parece imposible a los ojos de los seres humanos, no es imposible ante Dios. De pie, para cantar, dando inicio a nuestra celebración.
Primera lectura: Amós 6, 1ª.4-7 (Se acabó la orgía de los disolutos)
El profeta Amós continúa atacando las injusticias de su pueblo. Amós no puede soportar el lujo de los ricos porque es un insulto a la situación de miseria que viven los pobres. El profeta condena la falsa seguridad de los ricos y les anuncia el castigo próximo. Escuchen atentos.
Segunda lectura: I Timoteo 6, 11-16 (Guarda el mandamiento hasta la venida del Señor)
San Pablo expone, en la segunda lectura, las virtudes que debe poseer el servidor ideal. Las pautas de conducta que señala San Pablo son aplicables a nosotros hoy, aquí y ahora. Y en estos momentos históricos, tienen mayor vigencia. Pongan atención.
Tercera lectura: Lucas 16, 19-21 (Parábola del rico Epolón y el pobre Lázaro)
El Evangelio de hoy nos trae la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Los ricos parecen incapaces de recibir los bienes del Reino porque están apegados a las cosas materiales. Los pobres muchas veces aparecen más abiertos a Dios, porque escuchan su palabra y esperan la ayuda divina. De pie, por favor, cantemos el Aleluya.
Oración Universal:
- Por la Iglesia de Dios: para que anuncie sin cesar el Evangelio de salvación a los seres humanos y sea congregada en la unidad. Roguemos al Señor.
- Por todos los pueblos del mundo: para que disfruten de paz y aumenten los lazos de unión y concordia. Roguemos al Señor.
- Por los más pobres y más necesitados: para que descubran que la Buena Nueva de Cristo va dirigida especialmente a ellos, y la acepten con alegría de corazón. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, nuestros familiares y conocidos: para que sepamos ser los servidores de los demás y consigamos un corazón humilde y sencillo. Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 578)
Te bendecimos, Señor, porque escuchas el clamor del pobre,
liberas al oprimido y sustenta al huérfano y a la viuda.
Tú derribas del trono al poderoso y enalteces al humilde;
al hambriento lo colmas de bienes y al rico lo despides vacío.
Cuando nuestro corazón se cierre ignorando al necesitado,
abre, Señor, nuestros ojos para que te veamos a ti en él;
cuando el pobre tienda su mano hacia nosotros para pedirnos,
abre nuestro corazón al gozo de compartir lo nuestro con él.
Ayúdanos, Señor, a romper la malla del egoísmo acaparador,
Liberándonos del afán de poseer y tener, gastar y consumir,
Para que no nos habituemos nunca a las desigualdades.
Amén.
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Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Homilía XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
24 de Septiembre, 2007, 17:32
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XXVI Domingo |
30 de septiembre de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
En el tiempo de Amós (1ra lect.), en el de Jesús como en el nuestro, frente a un montón de empobrecidos y marginados, obligados a vivir en una miseria vergonzosa, viven otros en una opulencia escandalosa.
Digamos de antemano que aquí no se critica el goce de la vida ni los placeres del cuerpo. La misma literatura bíblica invita a disfrutar: “… lo que uno puede esperar es comer y beber, y gozar del fruto de su trabajo, durante los contados días de su vida… todo esto es don de Dios” (Ecl 5,17.19). Jesús no fue un asceta que promoviera una vida antihedonista y represiva de los sentidos. Fue un hombre que banqueteó con todo tipo de personas, hasta con aquellas consideradas de mala vida: prostitutas, publicanos, pecadores, etc. Tanto que sus enemigos dijeron que él era un comelón y borracho, amigo de publicanos y pecadores (Lc 7,34). Aunque a nuestro amigo Jesús le gustaba banquetear, Él nunca se cerró al clamor de los pobres. Por el contrario, convirtió sus comidas en un espacio para compartir y hacer que las personas se sintieran respetadas, aceptadas y amadas en lo profundo de su ser.
En otros textos bíblicos se critican la explotación y el engaño de quienes se aprovechan de los débiles para enriquecerse. Los textos de hoy ponen su énfasis en la falta de solidaridad y en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Esta actitud ante la vida, en el fondo condena no sólo a los pobres y marginados sino también a los ricos e indiferentes, porque no es posible ser verdaderamente humanos, cuando delante de nosotros se muere otro humano sin que ni siquiera nos inquietemos. La realización plena de nuestra propia humanidad está ligada a la defensa y promoción de toda la humanidad. La felicidad nuestra está ligada a la promoción de la felicidad de los demás seres humanos.
Por eso el profeta Amós criticó a quienes gustaban de una vida fácil, despilfarraban su riqueza en cosas innecesarias para aparentar grandeza y se daban la gran vida a espaldas de quienes sufrían la ruina. Divanes con adornos de marfil, la ternera escogida del establo, los mejores vinos y perfumes, el descanso permanente, en fin… Cualquier parecido con la realidad de hoy no es sólo coincidencia.
Asimismo, el epulón que nos presenta el Evangelio refleja nuestra sociedad que le da culto al consumo. Los templos de hoy son los centros comerciales, alrededor de los cuales se construyen los grandes complejos urbanísticos, como otrora se hicieron nuestros pueblos alrededor de las ermitas o de las catedrales. El paradigma del hombre feliz es el “homo consumus”. Aquel que tiene los medios para consumir, consumir y consumir. La radio, la televisión y los medios impresos siempre presentan felices a quienes consumen: ropa, vehículos, comidas, viajes o aparatos cada día más novedosos. Los “grandes diálogos” de muchos de nuestros jóvenes, son sobre la nueva marca de celular y sus ventajas y desventajas con respecto al anterior. Los zapatos, el carro, el centro comercial… muchas veces viven totalmente vacíos de humanidad, de amor y de sentido de la vida.
Estamos ante una nueva religión: la religión del mercado, que promueve el consumo y “salva” únicamente a quienes tienen capacidad para hacerlo hasta hartarse. Esta religión aparentemente dice buscar la salvación del mundo entero a partir de la creencia del crecimiento económico afanosamente buscado, sin restricciones y sin interferencia de los gobernantes públicos. Esta religión tiene a sus pontífices que gozan de infalibilidad cuando hablan desde sus catedrales. Esta religión cuenta con misioneros que andan por el mundo dando conferencias en las universidades de los diferentes países. Cuenta con grandes templos que, además de los centros comerciales, son los bancos, las bolsas de valores y las empresas financieras. Sus teólogos son los economistas que siguen fielmente los dogmas de los ayatolas, pontífices o sumos sacerdotes. Tiene también un gran mandamiento: “El Libre Mercado es el Señor tu Dios, no tendrás otros dioses extraños fuera de él”. Tiene sus centros de formación donde se adoctrinan los teólogos y misioneros: Las grandes universidades de las capitales financieras del mundo que dominan el mercado. Y por último, tiene también sus consignas excluyentes: “Fuera del mercado no hay salvación”. “Quien no tiene para consumir, no sirve para vivir”.
Que según el datos del Banco Mundial más de 1000 millones de personas vivan por debajo del umbral absoluto de la pobreza (o sea que viven con menos de 1 dólar diario) y que 840 millones de seres humanos que padezcan hambre, desnutrición y todas sus consecuencias, no parece importarle mucho al homo consumus, seguidor de esta nueva religión. Preguntémonos seriamente: ¿Hemos participado en los cultos de esta nueva religión?
En los libros de historia, los protagonistas son aquellos que lograron el poder y la riqueza, aún aplastando a los demás seres humanos y a su propia humanidad. Como la Biblia es una historia escrita desde el reverso, o sea desde los pobres que quieren vivir con dignidad, el evangelio de hoy nos presenta a otros protagonistas. En el evangelio de hoy el rico no tiene nombre propio. Epulón significa sencillamente banqueteador o comelón. El pobre sí tiene nombre propio: Lázaro, que significa, Dios ayuda. (Aunque pareciera que a ese hombre no lo ayudó ni Dios).
Aquí nos puede venir otro problema, pués esta parábola se ha utilizado como un arma en contra de los mismos pobres que quiso defender. Muchas veces se han engañado a los pobres diciéndoles que deben sufrir con paciencia y cargar la cruz porque de esa manera tendrán el cielo asegurado. Hoy sabemos que este tipo de enseñanzas son totalmente contrarias al evangelio. Lo que busca el evangelio es despertar las conciencias e invitarnos a abrirnos a Dios y a los demás, porque cuando nos cerramos al sufrimiento humano, nos cerramos a Dios, generamos miseria y frustramos nuestra propia vida.
El evangelio no invita a empobrecerse, no condena los bienes como tal ni el disfrute de la vida. El epulón no se condena por rico ni por disfrutar la vida. Se condena a sí mismo porque no logró superar su propia mediocridad humana, porque limitó su vida a ser un epulón, es decir un consumidor egoísta y narcisista. Porque se cerró a los demás seres humanos y por lo tanto también a Dios y a su amor misericordioso.
Hoy, en el mundo, hay muchas personas que sobreviven condenadas porque hicieron girar toda su vida alrededor de sus sentimientos más rastreros y egoístas. Porque no se preocuparon por otra cosa más que por tener para consumir y consumir, y fueron indiferentes ante el dolor humano, aplastando así su propia humanidad. Hoy hay personas que abundan en dinero y poder, tanto como en tratamientos psiquiátricos para llenar un vacío de sentido que nunca llenarán si no se abren al amor misericordioso.
El epulón se condena y condena a los empobrecidos a sobrevivir en la miseria. Hoy sabemos que la incompetencia y la corrupción de nuestros gobernantes epulones, matan a más personas que las mismas catástrofes o enfermedades. Y, conociendo eso, muchas veces los seguimos eligiendo o nos acomodamos al sistema. Hoy sabemos que con un pequeño porcentaje del PIB de las naciones más desarrolladas, bastaría para cubrir las necesidades básicas de los millones de seres humanos que se mueren como el pobre Lázaro. Pero éstos seres humanos están condenados a sobrevivir hasta que la muerte se apiade de ellos. Por eso Latinoamérica está muy lejos del desarrollo y África con toda su riqueza es hoy un continente condenado a morir de hambre y de pandemias que podrían resolverse en poco tiempo.
Como seguidores de Jesús, ¿cuál es nuestro aporte para mejorar la situación de tantas personas que viven en el umbral de la miseria? ¿Se puede ser cristiano y ser indiferente ante el dolor humano? ¿Consumo alimentos algunas veces sin necesidad? ¿Tengo objetos que realmente no necesito y sólo manifiestan mi falta de caridad, mi indiferencia, mi poca humanidad y mi vacío de Dios? ¿A qué me invita Jesucristo? ¿Escucho su grito a través de los lázaros que sobreviven en nuestras calles?
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Moniciones XXV del Tiempo Ordinario Ciclo C
18 de Septiembre, 2007, 1:08
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LAS LECTURAS DE HOY
Buenos, días, (tardes, noches). Las lecturas bíblicas de hoy enjuician nuestro comportamiento acerca de las riquezas que Dios nos ha confiado. Nosotros somos simples administradores, no dueños. Cuando nos vayamos, todo se quedará aquí. Esta celebración dominical nos aconseja a vivir desprendidos y santificándonos. De pie, para recibir a los ministros cantando alegremente.
Primera lectura: Amó 8, 4-7 (Contra los que compran por dinero al pobre)
Amós, aunque era un humilde pastor, es el profeta de la justicia social. Ataca a la injusticia de los ricos y la explotación del pobre. Advirtió a los hombres que Dios demanda honradez y justicia en sus negocios. Escuchen
Segunda lectura: I Timoteo 2, 1-8 (Pidan a Dios por todos los hombres)
San Pablo aconseja a su discípulo y colaborador Timoteo sobre la liturgia para que sea una auténtica plegaria de toda la comunidad y que permita llegar más fácilmente al pensamiento de Cristo, nuestro mediador, como base de nuestra fe. Pongan mucha atención.
Tercera lectura: Lucas 16, 1-13 (breve) 10-13 (No pueden servir a Dios y al dinero)
A continuación escucharemos la parábola del administrador infiel. Cristo la usó para exponer su doctrina sobre las riquezas y el dinero. Los que son ricos en bienes materiales necesitan ponerlos al servicio de los necesitados para conseguir los bienes del Reino. Nos preparamos para escuchar la Buena Nueva de hoy. De pie, por favor y juntos entonemos el Aleluya.
Oración Universal:
- Por la Iglesia; para que sepa dar testimonio de Cristo en medio de nuestro mundo, Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes de todas las naciones; para que sus esfuerzos por la paz y la justicia no sean en vano, Roguemos al Señor.
- Por los responsables de la economía a escala mundial y nacional; para que procuren siempre el bien del ser humano por encima de todos los bienes económicos, Roguemos al Señor.
- Por nosotros; para que no caigamos en la tentación de la codicia y no se metalice nuestro corazón, Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 575)
Bendito seas, Dios Padre, por el aviso que hoy nos das
por medio de Jesús a tus hijos queridos, los hijos de la luz,
para que despertemos las enormes energías del Reino, sin ceder
al cansancio y la inhibición, la rutina y el desaliento.
Reconocemos, Señor, que no siempre actuamos como discípulos
de Cristo, porque nos vence el apego a los bienes terrenos,
la idolatría del dinero, la comodidad y el abstencionismo.
Ten compasión de nosotros, Señor, y ayúdanos con tu gracia.
Enséñanos a usar los bienes perecederos de esta vida,
invirtiéndolos con generosidad en nuestros hermanos más pobres,
y ganándonos así amigos seguros en las moradas eternas.
Amén.
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Homilia XXV Domingo del Tiempo Ordinario ciclo C
18 de Septiembre, 2007, 0:52
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XXV Domingo |
23 de septiembre de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
Por naturaleza todos queremos sentirnos seguros. Por eso el negocio de aseguradoras es tan lucrativo. Hoy hay seguros para todo: seguro para los ojos, para las manos, para las piernas, para la vida en general. Seguro contra accidentes, contra incendio, contra terremoto, contra robo, en fin… Seguros para el carro, para la casa, para los cultivos, para la fábrica, para lo que usted quiera, hasta para las mascotas.
Hoy queremos tenerlo todo asegurado. El ancestral miedo a la indigencia nos hace buscar seguridades. Y en parte eso es necesario porque necesitamos ser, como dijo Jesús, “prudentotes como serpientes…” (Mt 10,16). La irresponsabilidad con la que mucha gente ha manejado su vida, la ha condenado a engrosar los cinturones de miseria. Muchos han tenido que pasar su vejez recostados en la casa de algún familiar, en un ancianato de caridad, o en la calle a merced de lo que le den los transeúntes. Es triste ver cómo mucha gente malogra su vida. “Cada cual labra su propio destino”, decía Cervantes.
Una persona relativamente cuerda busca procurarse una vida saludable, holgada y placentera. Y tal como está organizada nuestra sociedad, lo que garantiza esas seguridades que tanto anhelamos es el dinero, hay que reconocerlo. El problema no es que queramos asegurar nuestra vida y vivir bueno, y que para lograr esto queramos tener una economía sólida. El problema surge cuando convertimos el dinero en un Señor y en vez de tenerlo, él nos tiene a nosotros. Entonces nos convertimos en sus esclavos y en adelante tendremos que vivir siempre a su servicio. Cuando permitimos que el dinero se convierta en Señor de nuestra vida, tenemos que sacrificarlo todo, hasta la vida misma, para dar culto a este poderoso Señor. Cuando permitimos que el dinero se convierta en el Señor de nuestra vida, todo lo medimos por ese rasero: las personas, los animales, las cosas, las instituciones, todo, lo valoramos en la medida que nos produzcan dinero. Entonces nos convertimos en explotadores y desechamos todo aquello que no produzca dinero.
Esa fue la denuncia del profeta Amós (Am 8,4-7 – 1ra lect.). Amós denunció cómo los terratenientes y comerciantes sacrificaban a los pobres para engrosar cada vez más sus arcas. La riqueza de los terratenientes y comerciantes representaba la miseria para los pobres.
El sistema que domina nuestro mundo, genera cada vez más riqueza para los poderosos y miseria para los débiles. Ahora con gran explosión del gigante asiático, ¿nos hemos preguntado qué hay detrás de los productos chinos? ¿Por qué son tan baratos? ¿Sabemos cómo tratan los obreros de las fábricas chinas, con jornadas de 16 o más horas de trabajo al día? ¿Sabemos que muchas fábricas parecen campos de concentración, donde los obreros viven prácticamente como esclavos de un inversionista extranjero o nacional? Mueren 120 mineros sepultados en una mina de carbón y son rápidamente reemplazados por otros obreros: hay miles haciendo fila. Un país pobre, con 1300 millones de habitantes, ofrece muchas garantías para los inversionistas adoradores del poderoso caballero: Don dinero.
¿Nos hemos preguntado qué hay detrás de cada producto que compramos en los supermercados? ¿Sabíamos que a muchos campesinos que cultivan las naranjas, las papayas, las guayabas y otros productos que nos gustan, les prohíben tomarlos de los árboles y comerlos? ¿Sabíamos que muchos pequeños propietarios de tierras se ven obligados a vender sus cosechas a precios insultantes, para que luego los compremos cinco o más veces más caros en las alacenas de los supermercados?
¿Nos hemos preguntado qué hay detrás del buen tiempo por el que pasan los bancos y corporaciones financieras en muchos de nuestros países? Hay personas que sacaron créditos por 50.000 dólares, han pagado 40.000 y deben 60.000. El precio de la sonrisa de los banqueros, es la miseria de muchos pobres que hoy han quedado sin casa porque estos miserables traficantes, vendedores de ilusiones, se la quitaron. Todo en medio de la más completa impunidad porque la explotación está legítimamente organizada.
“El Señor, que es la gloria de Israel, lo jura: Jamás olvidaré todo lo que han hecho”. (Am 8,7 – 1ra lect.). ¿Nosotros hemos sido indiferentes o hemos olvidado de esa realidad?
Por haberse comportado irresponsablemente, el administrador del que nos habla el evangelio de hoy, había sido depuesto por su jefe. Pero antes de salir de su trabajo este hombre astuto, hizo una buena jugada. Realizó una gran inversión, no en términos bursátiles sino en términos humanos y evangélicos. Según los historiadores de la Palestina del siglo I, los administradores no devengaban sueldo sino que recibían comisiones por lo que cobraban. Por tal motivo muchos ponían intereses desorbitados a los acreedores para procurarse una buena ganancia. Con su manera de proceder, este administrador astuto no lesionaba los intereses de su jefe, sino que renunciaba a la comisión y así ganaba amigos para el futuro que no pintaba muy claro.
Para garantizar el futuro no sólo hay que pensar en términos económicos, sino en términos humanos y evangélicos. Normalmente medimos el éxito en términos financieros. Pero los bienes no garantizan la felicidad. “Eviten con gran cuidado todo tipo de codicia, porque la vida no está garantizada por los bienes, por abundantes que éstos sean” (Lc 12,15). He conocido personas, hombres y mujeres, muy exitosas financieramente, pero fracasadas como padres, como amigos, como amantes, como seres humanos. Personas incapaces de sonreír, de “perder” el tiempo con sus hijos, de compartir un momento de su vida con los demás. Incapaces de perder un poco para ganar mucho.
Este evangelio invita a comportarnos no como Señores del mundo y esclavos del dinero, sino como buenos administradores. Este evangelio invita a tener como único Señor a Dios Padre de nuestro hermano Jesucristo, el único absoluto que no es absolutista. El único Señor que no esclaviza sino que libera, y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tim 2,4 – 2da lect.).
Este evangelio invita a tomar conciencia de que todo lo que tenemos es prestado y algún día debemos devolverlo; hasta el último soplo de vida. Con el pasar de los años, la salud, las posesiones, el poder, la fama, el dinero, la vida misma se irán esfumando. Poco a poco tendremos que dejar todo lo que tengamos acumulado y nos quedaremos con lo que hayamos entregado generosamente.
La persona que como Jesús, tiene al Reino de Dios como el centro de su existencia, asume la vida con alegría y esperanza, y obra en todo con absoluta transparencia. El verdadero discípulo de Jesús administra bien todo lo que tiene: talentos, posesiones, dinero, amor, alegría, conocimiento, sabiduría, ¡todo! Comprende que no es posible servir a Dios y al dinero. Por eso opta decididamente por Dios y no acepta ningún otro Señor. Trabaja para procurarse una vida tranquila, pero comprende que su felicidad no depende de los bienes, sino del amor de Dios manifestado en las relaciones justas y fraternas con el prójimo.
La persona que como Jesús, tiene al Reino de Dios como centro de su vida, ora con fe y trabaja con esperanza para hacer posible que los seres humanos nos liberemos de todo tipo de esclavitud y alcemos las manos puras, libres de iras y de disensiones (1Tim 2,8 – 1ra lect.).
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Moniciones XXIV Domngo del Tiempo Ordinario Ciclo C
9 de Septiembre, 2007, 23:53
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LAS LECTURAS DE HOY
Buenos, días, tardes, noches. Hoy la Iglesia quiere recordarnos la misericordia y el gran amor que Dios tiene para con nosotros. Ya en el antiguo testamento, por intercesión de Moisés, Dios mostró su misericordia. Hoy, en la persona de Cristo, vemos el amor infinito de Dios que nos busca siempre para darnos más vida. El ser humano debe recrearse en la imagen de Dios, que es, entre otras cosas, un Dios perdonador. Celebremos el misterio de la misericordia divina en esta Eucaristía dominical. De pie, para recibir a los ministros cantando alegremente.
Primera lectura: Éxodo 32, 7-11. 13-14 (El Señor se arrepintió de su amenaza)
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, nos presenta a Israel, pueblo débil e inconstante, adorando y danzando ante un becerro de oro. Dios perdona al pueblo en atención a las súplicas de Moisés. Escuchemos.
Segunda lectura: I Timoteo 1, 12-17 (Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores)
San Pablo, en su primera carta a su amigo Timoteo, alaba la misericordia de Dios. El apóstol es un testigo excepcional del misericordioso amor de Dios con el hombre pecador. Pongamos atención.
Tercera lectura: Lucas 15, 1-32 –breve: 1-10 (Parábolas de la misericordia)
En el texto evangélico de hoy, san Lucas nos ofrece tres parábolas (la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo) sobre la misericordia de Dios. Escuchemos estas conocidas parábolas, y hagámoslas práctica en nuestras vidas. De pie, por favor, para cantar el Aleluya.
Oración Universal:
- Por el Papa, los Obispos, sacerdotes y diáconos, para que sean signo de la misericordia de Dios en el mundo, por su espíritu de perdón y reconciliación. Roguemos al Señor.
- Por aquellos que han abandonado la Iglesia, para que regresen arrepentidos y experimenten la misericordia de Dios. Roguemos al Señor.
- Por los cristianos para, que olvidando las ofensas, concedan el perdón sin rencor y con profunda alegría. Roguemos al Señor.
- Por los creyentes, para que no den culto a los dioses falsos, ni al oro, ni a la riqueza, antes bien, reconozcan agradecidos los beneficios de Dios. Roguemos al Señor.
- Por nosotros los aquí reunidos, para que continuemos realizando con nuestro prójimo las obras misericordiosas de Cristo. Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 572)
Hoy salta de gozo nuestro corazón y bendice, Dios Padre,
porque Jesús fue acusado de acoger a los pecadores y marginados.
En las parábolas de la misericordia Él nos dejó una radiografía
de tu corazón compasivo de padre que sale al encuentro de todos,
y se alegra mucho más por haber recuperado a la oveja perdida
que por otras noventa y nueve que ya están en casa.
Danos, Señor, una participación de tu amor, que no margina
a nadie, sino que se hace el encontradizo con todo necesitado.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, queremos servir a los hermanos
con alegre sonrisa, compartiendo sus angustias y esperanzas
para recorrer con ellos el camino que nos lleva hasta ti.
Amén.
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Homilia XXIV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
9 de Septiembre, 2007, 23:41
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XXIV Domingo |
16 de septiembre de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
En nuestro proyecto de vida corremos el riesgo de confundirnos y dejarnos deslumbrar por aquello que más brilla, aunque no sea más que una ilusión. La experiencia del Éxodo (1ra lect.) siempre será un referente para quienes luchan por la libertad.
El texto que hoy leemos nos presenta al pueblo de Israel en camino hacia la tierra prometida. Los israelitas seguían su camino en medio de tantas dificultades, con el liderazgo de Moisés y Aarón. Muchas veces habían protestado porque tenían sed, hambre, desaliento, desencanto… en fin, porque querían llegar pronto a la tan anhelada tierra prometida, pero la espera se hacía eterna.
En ese momento, Moisés había subido al monte Sinaí donde el Señor le daría las tablas de la Ley. Pero Moisés tardaba mucho en llegar y los israelitas querían ver la presencia de Dios. Así que le pidieron a Aarón que hiciera dioses para que los guiaran, y él, con el oro de la misma gente, fundió un becerro. Una vez fundido presentó al Baal (Toro) a los israelitas, quienes lo reconocieron como autor de su liberación: “Israel, éste es tu Dios que te sacó del país de Egipto” (Ex 32,4b). En realidad el Baal era una deidad pagana, que encarnaba precisamente todo lo contrario a sus sueños de independencia y libertad. El Baal era el Dios de los ganaderos y representaba un proyecto monárquico, totalitarista y piramidal, medido por la fuerza y el poder que se imponía sobre los débiles.
El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, encarnaba un proyecto igualitario y circular, cuya organización tribal buscaba garantizar los derechos para todos, la participación en el trabajo y la distribución de lo necesario para vivir dignamente. ¡Mucho cuidado porque los modernos sacerdotes de Baal andan sueltos y conquistan cada vez más adeptos! Tengamos cuidado y no nos dejemos deslumbrar por los baales contemporáneos…
Moisés es presentado en este texto como un modelo de líder pues fue fiel a su gente. En vista de la infidelidad de los israelitas, la furia de Dios quiso exterminarlos y hacer con Moisés un nuevo pueblo. Moisés intercedió para que no los destruyera y le recordó al Señor la promesa que le había hecho a Abraham e Isaac: hacer de ellos una gran nación. ¡Esos son los líderes que necesitamos!
Este texto termina afirmando: “Entonces el Señor se conmovió y no le aplicó a su pueblo el castigo anunciado”. Con esto se quiere superar la idea de Dios como un ser castigador y vengador, y mostrar a un Dios que se conmueve y perdona, cuya característica fundamental es la misericordia.
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En la mentalidad judía, invitar a comer o aceptar la invitación de una persona es abrirle las puertas para que entre en la vida. Compartir la mesa es un signo de confianza y aceptación de los pensamientos, sentimientos y amistad de la otra persona. Compañero es el que comparte el pan (com panis). Comer y beber juntos evoca y convoca a vivir, a caminar y a luchar juntos. Por eso a Jesús lo criticaron por su gesto de aceptar y comer con publicanos y pecadores: “Este hombre acepta a los pecadores y hasta come con ellos.” (Lc 15,2b).
En medio de esta crítica hay una paradoja: Mientras los publicanos (recaudadores de impuestos) y pecadores se acercaban a Jesús, los fariseos y escribas lo criticaban. Pecadora se le llamaba a la gente que, según las normas, llevaba una vida inmoral. Entre ellos encontramos a los adúlteros, los tramposos (Lc 18,11) y a aquellos que ejercían una profesión deshonrosa, que conducía notoriamente a la fraudulencia o a la inmoralidad. Dicha profesión deshonrosa los privaba de los derechos civiles, como el ingreso en la administración y el testimonio en los tribunales. Dentro de este último estaban los publicanos, es decir, lo recaudadores de impuestos. Los pastores sospechosos de apacentar sus rebaños en campos ajenos y de robar los productos de las casas aledañas, los borriqueros, vendedores ambulantes, curtidores, entre otros, también eran considerados profesionales deshonestos.
Los pecadores eran marginados por la estructura religiosa de la época. En cambio, los fariseos y escribas hacían parte de los puritanos que se encargaban de decir quien era o no digno de Dios. Fariseos, escribas y demás autoridades religiosas, habían convertido la fe en una especie de club elitista y excluyente que favorecía a unos pocos. Jesús vivía su fe como una relación profunda y liberadora con el Dios a quien de manera autónoma llamaba Padre. Las autoridades religiosas judías, cuidaban celosamente su pedacito de poder y excluían a todo aquel que se saliera de sus normas. Jesús, con una libertad que ofendía las buenas costumbres de la sociedad judía, no tenía problema en hacerse amigo de publicanos y pecadores, con el fin de mostrarles el rostro misericordioso del Padre, opacado por la excluyente normatividad fariseica.
Las tres parábolas que leemos hoy, le dan la razón a la actitud de Jesús para con los pecadores. Ellas muestran el porqué de la actitud de Jesús y el corazón mismo del Padre Dios, según la experiencia del Maestro de Nazaret. Para las autoridades religiosas, los pecadores eran sencillamente seres despreciables que no merecían acercarse a lo sagrado. Para el Padre Dios eran sus hijos y su complacencia consistía en que ninguno de ellos se perdiera. Como el pastor se alegra por haber recogido a la oveja y la mujer por haber encontrado su dracma, así se alegra Dios cuando uno de estos pequeños vuelve a Él. Como el Padre corre para encontrar, abrazar y besar (es decir perdonar) a su hijo pródigo, así el Padre Dios recibe a los hijos que retornan a su casa, es decir a su amor original, desvirtuado por conductas deshumanizantes. Como el hijo mayor se excluía a sí mismo del amor del Padre al no entrar a la fiesta del perdón, así nosotros, si nos creemos superiores, limpios y con la autoridad para condenar, nos autoexcluimos de la salvación que Dios ofrece a todos sus hijos.
Jesús conocía el amor del Padre y la debilidad humana. Sabía que somos débiles y que tendemos a la corrupción, y que nos dejamos deslumbrar y engañar por las apariencias. Por eso no condenó a los pecadores sino que los acogió y les brindó su amistad. Sabía además que la presión y el miedo a la condenación, hacían más desgraciada la vida de estos seres humanos y que sólo el verdadero amor, podía conquistarlos y convertirlos al amor del Padre. Por eso les brindó su amistad: porque quería, como Dios quería, que todos se salvaran y llegaran al conocimiento de la verdad.
El testimonio de Pablo (1Tim 1,12-17 - 2da lect.), es uno entre tantos de personas que han conocido el amor del Padre por medio de Jesucristo, y se han dejado transformar por él. En nuestras Iglesias y comunidades, muchas personas viven día a día, un proceso de conversión y ven los frutos del amor en sus vidas.
Infortunadamente otras personas encuentran rechazo en nuestras iglesias, por parte de los pastores o del mismo pueblo que, como los fariseos, buscan convertir la Iglesia en una comunidad de puros y cuidarla como una pieza de museo. Pero los cristianos no estamos para cuidar museos, sino para construir una iglesia comunidad de amor, carismática y fraterna, que se manifieste no en la exclusión sino en la inclusión, no en condenación sino en el perdón. En últimas, una Iglesia, que como Jesús, muestre el amor misericordioso del Padre en la acogida, la reconciliación y la generación de vida abundante para todos los que se acerquen a ella con sincero corazón.
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Natividad de la Virgen María: 8 de septiembre de 2007
5 de Septiembre, 2007, 22:39
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Moniciones para la Misa |
 
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Natividad de la Virgen María |
Sábado 8 de septiembre |
Autor: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
Haz para ver las lecturas de hoy:
Monición de entrada
Hoy la iglesia celebra la fiesta de la natividad de la Virgen María, desde antes de nacer Dios la escogió para ser madre de su hijo Jesús, y Jesús como nuestro hermano, nos la da como madre nuestra también para que la amemos y pidamos su intercesión. Puestos de pie, cantamos, mientras recibimos al celebrante.
Monición 1era lectura: Miqueas 5,1-4ª "Mientras no dé a luz la que ha de dar a luz"
En esta lectura nos habla de una que dará a luz, además nos habla de un rey de pastores que vendrá y traerá paz duradera esto refiriéndose a Jesús, aquel que murió y resucito por cada uno de nosotros. Escuchemos con atención este mensaje.
Monición al Evangelio: Mateo 1, 18-23 "Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo"
En este Evangelio vemos como Maria estaba embarazada por obra del Espíritu Santo y José la amaba tanto que decidió guardar silencio para no hacer juicio pero un Ángel le habla y le explica el plan que Dios tiene para ese niño que nacerá del vientre de Maria.
Antes escuchar el Santo Evangelio nos ponemos de pie y cantamos el Aleluya.
Oración Universal
En esta fiesta del Nacimiento de la Santísima Virgen María, presentamos nuestras súplicas a Dios Padre.
- Por todos los creyentes en Cristo; en comunión con María, Madre de la Iglesia, roguemos al Señor.
- Por los pastores de la Iglesia; en comunión con María, Reina de los apóstoles, roguemos al Señor.
- Por los que rigen las naciones; en comunión con María, Reina de la paz, roguemos al Señor.
- Por todos los que sufren; en comunión con María, consuelo de los afligidos, roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, por nuestros familiares (por nuestro pueblo, por nuestra ciudad); en comunión con María, Madre de Jesús y madre nuestra, roguemos al Señor.
Escucha, Señor, nuestras súplicas, que María, abogada e intercesora nuestra, te presente. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 630)
Dios de los pobres, de los humildes y de los olvidados,
Hoy te bendecimos con María de Nazaret, la madre de Jesús,
Porque tu misericordia llega a tus fieles de generación
En generación, invirtiendo el viejo orden establecido
Y haciendo justicia a los menospreciados y los oprimidos.
Con María ha llegado un cambio decisivo en la historia,
Al encarnarse Cristo en la vida y conciencia de los pobres,
Destinatarios preferidos de la liberación mesiánica de Dios.
¡Gracias, Señor! Ayúdanos a asimilar los valores de tu reino:
Pobreza y vacío de sí mismo en vez de prepotencia y orgullo,
Fraternidad y solidaridad en vez de explotación y dominio.
Amén.
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Monicion XXIII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
2 de Septiembre, 2007, 22:55
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LAS LECTURAS DE HOY
Hoy Cristo nos dice como podemos responder a su llamado y seguimiento. Las condiciones no son fáciles. Tenemos al Espíritu Santo como guía y orientador. El Evangelio de hoy señala el precio para seguir a Cristo. Conviene rectificar la ruta de nuestro diario caminar. Las condiciones ineludibles para el verdadero seguimiento de Cristo es la renuncia a nuestros bienes y nuestro propio yo. Cuando estemos dispuestos a postergar cualquier interés y conveniencia nuestra y dar paso a los intereses de Cristo, entonces su espíritu habitará en nosotros e iluminará nuestras decisiones. De pie para recibir la procesión con el cántico de entrada.
Primera lectura: Sabiduría 9, 13-19 (¿Quién comprende lo que Dios quiere)
Oigamos las reflexiones y la oración del Rey Salomón, quien se dirige primero a los judíos, sus compatriotas, cuya fidelidad está en peligro por el prestigio de otra civilización. El rey reflexiona preguntando, ¿Quién puede conocer los designios de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los juicios humanos son inseguros y parciales. El rey reafirma que la auténtica Sabiduría viene de Dios. Presten mucha atención a este mensaje del libro de la Sabiduria.
Segunda lectura: Filemón 9b, 10. 12-1. 22-24a (Pablo intercede por el esclavo Onésimo)
La segunda lectura está tomada de la carta más breve de San Pablo: Filemón. El apóstol intercede a favor de su amigo Onésimo, que era esclavo de Filemón y se había escapado de la casa de su amo. Pongan atención.
Tercera lectura: Lucas 14, 25-33 (Condiciones para ser discípulo de Jesús)
El evangelio de hoy nos presenta las exigencias prácticas y drásticas para seguir a Cristo. Cristo, a quien queremos seguir, será horizonte fundamental de nuestra perspectiva. Escuchemos muy bien para que podamos responder personalmente a Cristo que nos llama a ser sus discípulos. De pie, por favor, para cantar el Aleluya.
Oración Universal:
- Por la Iglesia, para que libere a los hombres de la esclavitud del pecado que les impide caminar hacia el Padre. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes, para que el Señor les conceda sabiduría y prudencia por el bien de su pueblo. Roguemos al Señor.
- Por la juventud, para que respondan con generosidad a la llamada del Señor, y le sirva en la vida sacerdotal o religiosa. Roguemos al Señor.
- Por los enfermos, los ancianos y los que no pudieron asistir a la Eucaristía de hoy, para que reciban el consuelo de Dios y sus hermanos. Roguemos al Señor.
- Por nosotros mismos, para que aceptemos la Cruz y sigamos a Cristo superando todas las dificultades. Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 569)
Te glorificamos, Padre nuestro del cielo, porque Jesús
nos enseñó el camino que por la abnegación lleva a la vida.
Con su ejemplo nos mostró la ruta ardua y gozosa del seguimiento.
Él fue el primero en la opción total por el reino de Dios,
y se adelantó a entregar la vida para ganarla definitivamente.
Caminando con Él, Cristo nos quiere libres para amar y darnos.
Ayúdanos, Señor, a hacer nuestros sus criterios y actitudes
para liberarnos de nuestro yo mezquino, egoísta y estéril.
Por su palabra y su ejemplo que nos precedió, entendemos que
la medida de nuestra libertad es la capacidad de amar a los demás
olvidándonos de nosotros. ¡Ayúdanos, Señor, con tu gracia!
Amén.
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Homilia XXIII Domingo del Teimpo Ordinario Ciclo C
2 de Septiembre, 2007, 22:36
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XXIII Domingo |
9 de septiembre de 2007 |
Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com
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Haz para para ver las lecturas de hoy |
- 1ra lect.: Sab 9,13-19
- Sal 89
- 2da lect.: Film 9-10.12-17
- Evangelio: Lc 14,25-33 |
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Ya no será tu esclavo, será tu hermano |
LAS LECTURAS DE HOY
Onésimo fue un esclavo que se le escapó a su “amo” Filemón, no sin antes tomar para sí algunos recursos que le serían útiles en su aventura libertaria. (Lo mismo hicieron los hijos de Israel cuando escaparon de Egipto - Ex 14). Hay algunas pistas que nos dan a entender que Filemón y su familia vivían en Colosas, ciudad frigia en la península de Anatolia que para entonces era colonia romana. Allí había una comunidad cristiana a la cual posiblemente pertenecía Filemón, amigo y dirigido espiritual de Pablo. Onésimo habría viajado desde Colosas hasta Roma, donde pretendía dejar atrás su vida de esclavo y hacer una nueva vida como hombre libre.
Por cosas de la vida, en Roma se encontró con Pablo que para ese momento estaba anciano y preso por defender la Causa de Jesús. Lo había visto cuando Filemón era su “amo”, ya que Pablo era amigo y director espiritual de Filemón. No sabemos si Pablo y Onésimo se reecontraron en la cárcel o en la calle. En aquella época los presos que tenían ciudadanía romana, como era el caso de Pablo, gozaban de algunos privilegios, como poder salir a la calle acompañados de un guardia.
Los encuentros con Pablo fueron tan fructíferos que Onésimo se convirtió al cristianismo y se hizo bautizar. ¿A Quien debía Pablo más lealtad? ¿A su amigo Filemón, a Onésimo, esclavo libertario recién convertido al cristianismo, a su propia conveniencia o a Cristo?
Si Pablo hubiera querido ser leal a su amigo Filemón, con esa lealtad ramplona que es más bien una manipulación de la conciencia para favorecer intereses egoístas, debía denunciar a Onésimo. Onésimo, por su parte, habría recibido el castigo que estipulaba la ley por haber robado y huido de su “amo”: la muerte. Habría podido favorecer a Onésimo y contactarlo con alguna comunidad cristiana en Roma para que lo acogiera y le brindara un espacio para vivir allí en la libertad de los hijos de Dios, de la que tanto habló él en sus cartas. Si hubiera pensado nada más que en sí mismo, lo habría dejado consigo, ya que Onésimo le era de gran ayuda en su ancianidad complicada con la cárcel. ¿Qué debía hacer? Esta circunstancia un tanto embarazosa hizo que Pablo madurara aún más las implicaciones de la opción por Cristo.
Fue entonces cuando escribió una pequeña carta a su amigo Filemón y se la envió nada más y nada menos que con el mismo Onésimo. Parte del contenido de esa pequeña carta es la que leemos hoy en la segunda lectura.
No podemos decir que Pablo fue un luchador por las causas libertarias porque sería falso afirmarlo. En otras cartas pareciera que a Pablo no le interesara mucho el tema de la lucha contra esclavitud, porque lo más importante según él era ser libre para Cristo. En la Carta a los Colosenses invitó a los siervos a que obedecieran en todo a sus amos de la tierra. (Col 3,22). En la primera carta a los Corintios invitó a que nadie se hiciera esclavo de otro hombre y a que si alguien podía conseguir la libertad debía hacerlo (1 Cor 20-24). Pero no fue muy insistente en ese tema como en otros, y jamás lideró una campaña para liberar a los esclavos. En aquella época no era muy común pensar en la posibilidad de un cambio de estructuras sociales. Era normal la esclavitud. Dentro de las mismas comunidades cristianas había personas que tenían esclavos a su servicio y otras que eran esclavos cristianos.
Sin decir que la carta de Filemón sea un manifiesto anti esclavista, sí deja al descubierto un avance bastante bueno en la conciencia de Pablo y en su convicción para hacer más real la libertad que Cristo nos dio (v.6). Después de los acostumbrados saludos de sus cartas (vv 1-7), Pablo se refiere a Onésimo como al hijo engendrado en la cárcel (v.10). Este es el punto de partida para las peticiones que vienen.
Ya que Onésimo era un hijo y no un esclavo, debía ser tratado como hijo y no como esclavo. Si antes le servía como un esclavo, ahora le sería más útil en sentido humano, porque debía reconocer en él no a un ser inferior sino a un ser humano con la misma dignidad (vv 11-12).
Por ser su director espiritual, Pablo habría podido pedirle a Filemón que aceptara sus designios por obediencia cristiana, pero no lo hizo. Quiso pedírselo desde la libertad. Había que hacer un cambio radical de mentalidad y este vino desde Pablo, primero al descubrir en Onésimo a un hijo de Dios, segundo al pedirle el favor y no al ordenarle ni exigirle por el precepto de obediencia (v.15). Aquí esta el favor, lo central de la carta: “Ya no será esclavo, sino algo mucho mejor, pues ha pasado a ser para mí un hermano muy querido, y lo será mucho más todavía para ti. Por eso, en vista de la comunión que existe entre tú y yo, recíbelo como si fuera yo” (vv. 16-17). El mensaje es muy concreto: Onésimo no debía ser tratado como esclavo sino como hermano. ¡Debía ser realmente un hermano! No solamente un hermano durante los ritos y en la vida real el mismo esclavo de siempre, porque entonces los ritos y el cristianismo en general no dejarían de ser un engaño más.
Preguntémonos: ¿Somos hermanos sólo durante las celebraciones, o de verdad en el día a día nos tratamos como hermanos? ¿Qué cambios debemos asumir los creyentes de hoy a la luz del testimonio de Jesús y de las primitivas comunidades cristianas?
Ser cristiano
En el despacho parroquial, una señora muy encopetada montó en cólera porque le pedíamos un sencillo curso a los padres y padrinos de su nieto que ella quería hacer bautizar. Afirmaba con cierto toque dramático: “Ahora lo complican todo para ser cristiano. Que para bautizarse tienes que hacer unos cursillos, para confirmarse otros y otros cuantos… preparaciones, preparaciones y más preparaciones. Multiplican las preparaciones… ahora todo es más complicado. Por eso es que la gente se está alejando de la religión y se está yendo (sic) a otras iglesias. Antes era todo era más sencillo. Bautizos, matrimonios, confirmaciones, grandes procesiones… era muy bonito… ya nada volverá a ser como antes, con estos curitas de medio pelo… ”
Como dialogar con ella resultó una tarea imposible, ahora me pregunto: ¿Acaso ser cristiano es tener en regla todos los sacramentos y realizar en cada uno de ellos solemnes procesiones que muchas veces no pasan de ser teatro popular barato? ¿Acaso una sociedad es cristiana porque declarare fiestas de guarda nacional y sus ciudades estén consagradas a San Pepito, Santa Tecla o a cuando santo resulte por ahí en el rincón de San Alejo? ¿Acaso ser cristiano es, como canta Arjona: “persignarse, hincarse y hacer de esto alarde”? ¿Eso es ser cristiano?
Para iniciar la vida cristiana la Iglesia católica exige en realidad muy poco. Algún cursillo prebautismal para los padres y padrinos de los bautizados en el cual se les exhorta a un compromiso de vida según el evangelio. Para los demás sacramentos por lo general se pide un pequeño curso previo. Los niños son quienes menos se quejan del asunto con los cursos para hacer la primera comunión y la confirmación. Quienes quieren contraer matrimonio preguntan muchas veces cómo pueden conseguir el papel de la confirmación. A estas personas no les interesa hacer una opción por Cristo y confirmar la fe en él, sino ese papel que piden en el despacho parroquial. “¡Porque sólo nos hace falta ese papel!” ¡Algunos tienen el descaro de ofrecer dinero para agilizar los trámites del certificado de confirmación! Y se escandalizan cuando se enteran del cursillo prematrimonial, que se reduce a un fin de semana o a lo sumo a unos cuantos. Y otro escándalo les representa el aporte económico para los certificados que deben ser cuidadosamente guardados en el despacho, cuando eso no representa muchas veces ni el 5% del total de gastos. Les cuesta dar 100 dólares para la Iglesia y no se sonrojan al gastar 10.000 o más en una pomposa fiesta. Afortunadamente no todos son de este estilo.
Jesús era muchos más exigente cuando se trataba de poner exigencia para el seguimiento. El evangelio que hoy leemos nos presenta tres exigencias extremas que deben ser entendidas en su contexto, y vistas como una meta utópica, es decir, como un deber ser que no podemos perder de vista. 1) Odiar a padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas e incluso a sí mismo. 2) Llevar la cruz. 3) Renunciar a los bienes.
Odiar (misei - miseí) es un término griego escrito con mentalidad semita que no debe ser tomado literalmente. Por eso la mayoría de biblias no traducen odiar sino posponer, es decir, preferir una cosa a la otra. Porque ese es el sentido.
Para entender esto debemos ubicarnos en el seno de las primeras comunidades cristianas en las cuales nacieron los evangelios, después del año 66 d.C. En aquella época, si una persona se declaraba seguidora de Jesús, era expulsada inmediatamente de la comunidad judía y, si quería reintegrarse, debía renunciar a Cristo y a su proyecto. Por eso algunos lo seguían a escondidas, como le pasó a Nicodemo (Jn 3,1ss).
Entre nosotros no sucede lo mismo. Cualquiera puede declararse cristiano, judío, gnóstico, agnóstico, ateo, animista, etc, y no le pasa nada. A nadie excluyen o persiguen por declararse cristiano. Pero cuando una persona asume de verdad el compromiso de Jesús y su causa, con seguridad vienen los conflictos, inclusive con la misma familia. Todo porque seguir a Jesús exige preferir la verdad, la justicia, el amor solidario y los demás valores del reino, a los intereses de los amigos o familiares, cuando éstos son injustos y van contra la ética y el bien común. Como bien dijo Aristóteles: “amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”. ¿Qué siempre hay que defender la sangre? ¿Qué primero está la familia y luego el resto del mundo? ¿Qué las mamás nunca se equivocan y se deben escuchar y obedecer como a Dios? Jesús fue contundente: primero está el Reino de Dios y su justicia; lo demás vendrá por añadidura (Lc 12,31). “Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre es mi hermano, mi hermana y mi madre”. ( Mc 3,34-35).
Llevar la cruz no significa procurarme sufrimiento ni castigar mi cuerpo para salvar el alma, como erróneamente se pensaba en la edad media. ¡Eso es totalmente anticristiano! Llevar la cruz es asumir la vida con toda su realidad, inclusive con la realidad del dolor. Es tomar conciencia de mis errores, traumas, vacíos, incoherencias y de tantas realidades que no me permiten ser feliz, y optar decididamente por una vida más auténtica. Porque no puedo trabajar por la justicia si soy un hombre injusto. No puedo trabajar por la paz si soy un hombre con profundos conflictos internos de identidad y de personalidad. No puedo construir un mundo mejor si primero no arreglo mi mundo interior, si mi vida está llena de miedos y de grandes vacíos existenciales que pretendo llenar con un desbordado anhelo de aparecer como protagonista de la historia.
Eso no significa que el cristianismo se limite a la vida individual. Tomar la cruz es asumir como propio el proyecto de Jesús a nivel personal y comunitario. “No es pasividad ante el dolor ni magnificación de lo negativo. Es anuncio de la realidad, del compromiso para hacer cada vez más imposible que unos seres humanos continúen crucificando a otros seres humanos. Esta lucha implica asumir la cruz y cargarla con valor y también ser crucificado con valor. Vivir así es vivir ya la resurrección, es vivir a partir de una vida que la cruz no puede crucificar. Predicar la cruz significa: seguir a Jesús. Y seguir a Jesús es per-seguir su camino, pro-seguir su causa y con-seguir su victoria”.
Renunciar a los bienes no significa regalarlo todo para andar como mendigos y engrosar aún más las cadenas de miseria. Es poner nuestro corazón en el Reino y no en los bienes materiales, que dejan de ser bienes cuando se acaparan injustamente y se ignora a la gran multitud de miserables que a duras penas sobrevive. Como dijo Jesús: “donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Lc 12,34). Se trata de Renunciar a todo lo que se tiene si esto es obstáculo para poner fin a una sociedad legalmente injusta como la que tenemos hoy, porque si nuestro tesoro es el Reino, en él pondremos nuestro corazón y todas nuestras energías. Renunciar a los bienes materiales es saber que todo lo que tenemos, poco o mucho es de Dios y que, si somos de verdad sus hijos, no nos queda otra sino la de ser buenos administradores a favor de todos los seres humanos.
Claro que necesitamos ser “prudentes como serpientes” (Mt 10,16). Prudentes en el ahorro y creativos en al trabajo para alcanzar una economía sólida y ver colmadas nuestras necesidades básicas: salud, educación, techo, vestido, etc. Prudentes y organizados en los proyectos comunitarios hacia un mejor bienestar social. Pero también prudentes para no caer en la tentación de poner nuestro corazón y nuestra confianza en las riquezas porque estaríamos perdidos.
En otras palabras, renunciar a los bienes es poner en el centro a las personas en vez de todo lo demás: cosas, instituciones, dinero, honores, poder, etc. Si miramos nuestra realidad mundial nos daremos cuenta de que el origen de toda desigualdad social es la codicia. El afán de lucro desmedido que hace que unas personas aumenten cada vez más su capital a expensas de la miseria de tantos otros, pues como dijo Quino: “nadie amasa una gran fortuna, sin hacer papilla a otros”.
Evaluemos honestamente si de verdad somos cristianos. ¿Somos parte activa de la edificación de la Iglesia de Jesús o nos pasa como al que quiso construir un gran edificio y, por no calcular bien su capital, sólo pudo echar los cimientos y no más? ¿Soy capaz de enfrentarme a mí mismo y de enfrentar con mi manera de vivir a un mundo estructuralmente injusto? ¿Hasta dónde llega nuestra fe cristiana? ¿Soy capaz de “posponer a mi familia”, de “cargar con la cruz” y de “despojarme de los bienes”?
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Homilía para hoy
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