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Moniciones I Domingo de Adviento ciclo A
27 de Noviembre, 2007, 8:15
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LAS LECTURAS DE HOY
Monición de entrada:
Hoy, primer domingo de adviento, empieza la Iglesia un nuevo año litúrgico. Con la primera venida de Cristo, su muerte y resurrección y por medio de nuestro bautismo hemos entrado en la etapa final de nuestro caminar hacia Dios, etapa que no se consumará hasta la venida final de Cristo. Su venida en gloria nos sorprenderá a todos, por eso, debemos estar siempre listos para cuando Él venga. Estemos atentos a Dios, quien viene ahora a nosotros, a través de su palabra y Eucaristía, con el fin de prepararnos para la segunda venida de Jesús. Recibamos al celebrante y acompañantes uniéndonos en coro al canto de entrada.
Primera lectura: Is 2, 1-5 (El Señor reúne a todos los pueblos en su reino)
Esta lectura está tomada del libro del profeta Isaías. El profeta ve que todos los pueblos vendrán a Sión, que simboliza la Iglesia actual, para que escuchen las enseñanzas del Señor y obedezcan su palabra. Si caminamos a la luz del Señor, nos realizaremos como fruto del Señor y habrá paz universal. Escuchemos.
Segunda lectura: Rom 13, 11-14 (Nuestra salvación está cerca)
Nosotros los cristianos vivimos una vida de tensiones; vivimos en la presente vida de pecado y oscuridad y también en la nueva época de gracia y luz. San Pablo, en su carta a los romanos, nos exhorta a despertar del sueño porque nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. Vamos a escuchar con atención este pasaje paulino.
Tercera lectura: Mt 24, 37-44 (Estén en vela para estar preparados)
La tercera lectura está tomada del discurso escatológico de San Mateo. El momento del juicio final es desconocido. El final vendrá súbitamente como vino el diluvio en tiempo de Noé. Cristo nos advierte que debemos estar preparados para su llegada en todo momento. De pie, por favor, para que escuchemos la Buena Nueva de hoy.
Oración Universal:
Después de cada pausa, respondan por favor: Ven a visitar tu pueblo, Señor.
Por la iglesia, peregrina en el mundo: para que haga partícipes a los hombres de la esperanza que ilumina su camino y despierte así en ellos el deseo y la certeza de la salvación.
Oremos.
Por nuestras comunidades cristianas: para que la cercanía del salvador nos estimule a vivir como hijos de la luz, rechazando en todo momento las obras de las tinieblas.
Oremos.
Por aquellos en quienes la dureza de la vida ha apagado toda ilusión: para que nuestra oración y fraternidad hagan florecer en ellos la esperanza y la voluntad de comprometerse por un mundo mejor.
Oremos.
Por los gobernantes: para que, por encima de todo interés egoísta, promuevan la paz y el respeto a los derechos de los hombres y de los pueblos.
Oremos.
Por todos nosotros: para que en la realidad cotidiana nos encontremos con el Señor, que un día vendrá como juez de la historia.
Oremos.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 22)
Te bendecimos, Dios de la esperanza indestructible,
porque en la venida de Jesús, tu Hijo y nuestro hermano,
realizas la utopía del profeta: la paz entre los pueblos.
Tu salvación despierta el alba en nuestro yermo horizonte;
así podemos emprender ya un camino de esperanza y dignidad.
Gracias, Señor, porque hoy nos das razones para vivir
y para amar, para llenar nuestro vacío existencial, ya crónico,
para vencer incansables la perenne mezquindad humana,
para iniciar hoy la apasionante tarea que nos confías:
el adviento inacabado de un hombre y un mundo nuevos.
Ayúdanos, Señor, con la fuerza de tu Espíritu.
Amén.
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Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
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Homilia I Domingo de Adviento - Ciclo A
27 de Noviembre, 2007, 6:00
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Adviento: estilo cristiano de vida
I Domingo |
2 de diciembre de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
Carlos Marx acusó al cristianismo de ser el opio del pueblo. Es cierto, que en algunos momentos, la religión en manos de comerciantes utilizó la sensibilidad religiosa de los pueblos y se aprovechó del camino de Jesús para engañar, adormecer y explotar al hombre. Pero eso no significa que el camino de Jesús sea por sí mismo un engaño. Originalmente la fe cristiana no fue precisamente opio que adormecía sino todo lo contrario: una energía transformante que levantaba y dignificaba a quienes el sistema social excluía y condenaba. A Jesús lo mataron los poderosos no porque adormeciera a la gente sino porque le devolvía la esperanza de vivir dignamente y la animaba a construir el Reino de Dios. Además, antes de que los traficantes de lo religioso utilizaran el cristianismo para adormecer, engañar y explotar, otros lo habían hecho con otras religiones o con ideologías que prometían salvación.
Hoy ya no existen estados ni imperios cristianos. Han pasado miles de revoluciones que prometían tantas cosas bonitas, así como el imperio de la diosa razón que prometía darle solución a todas las necesidades del ser humano. Pero después de todo, hoy mundo no es más libre ni más feliz. Al caer un gallo sube otro. Hoy otros han asumido el poder e impera el marketing manipulado por unos colosos sedientos de dinero. En los centros comerciales, templos postmodernos, se le rinde culto al dios consumo y al dios confort, y se sacrifican miles y miles de personas a quienes se trata como desecho humano, sin reconocerles derechos ni dignidad. Mientras tanto gran parte del mundo sigue el juego de los espejos, donde no parece haber límites para la ilusión engañosa. “Qué extraña escena describes y qué extraños prisioneros, son iguales a nosotros” (Platón, libro séptimo de La República).
El evangelio nos presenta a Jesús en Jerusalén. En el presente texto Jesús llamó la atención de sus discípulos y les puso el caso de las personas que viven de manera inconsciente. La figura del diluvio universal es la representación de los cambios que se hacen necesarios, pues hay un mundo que requiere urgentemente una explosión, una transformación radical, aunque dolorosa. Las sociedades, las instituciones, las comunidades y también las personas, algunas veces llegamos a un punto de explotación, de corrupción, de mentira, de engaño o de maltrato a nuestra dignidad humana, que tocamos fondo y reventamos.
Mucha gente no es consciente de todo esto y viven sin un sentido crítico. Como dice el evangelio: comen, beben, compran, venden, se casan… (Lc 17,26-28); en otras palabras: para donde va Vicente, va la gente. Hoy también muchos viven embelesados en los nuevos opios: las modas, la TV, la radio, las revistas, los periódicos, el fútbol u otros deportes, etc., cuando son manipulados y utilizados sólo como entretenimiento cómplice de la desinformación.
“Permanezcan pues en vela”, les dijo Jesús. “Ya es hora de despertar del sueño… dejemos las obras de las tinieblas y tomemos las armas de quien actúa a la luz del sol”, les escribió Pablo a la comunidad de Roma. (13,11-14 – 2da lect.). Ante las crisis algunas personas prefieren meter la cabeza en un hoyo, como hace el avestruz. “Cógela suave, que en el fondo la cosa no está tan dura”, suelen decir estos incautos. Nosotros sabemos que huir de los problemas no hará otra cosa sino dejar que avancen y se compliquen más.
La verdadera vida cristiana no es opio ni búsqueda socarrona de una paz espiritual. El camino de Jesús implica la toma de conciencia de nuestra realidad personal, comunitaria, nacional e internacional. De lo profundo del ser humano, así como de los acontecimientos e ideologías que mueven al mundo. ¿Sabemos cómo va el mundo, qué ideologías conducen la historia, qué hay detrás de las tendencias de la moda y de los fenómenos políticos, sociales, musicales o religiosos?
Esta toma de conciencia de la realidad de ninguna manera es para lamentarnos, ni para sentarnos a llorar por la leche derramada. Necesitamos tener los pies en la tierra, no para llenarnos de miedo ni criticarlo todo negativamente.
En medio de cualquier circunstancia, aún de las más adversas, la mirada cristiana siempre debe estar cargada de esperanza. En medio de la dura situación que se vivía en el tiempo de Isaías, el profeta lanzó a su pueblo la utopía de un mundo en paz: “Convertirán sus espadas en arados, y sus lanzas en herramientas de trabajo. No alzará la espada un pueblo contra otro, nadie se adiestrará para la guerra. ¡Ven, pueblo de Jacob, caminemos a la luz del Señor!” (Is 2,4-5 – 2da lect.).
La utopía es alimento espiritual que impulsa nuestra vida para enfrentar el devenir histórico y transformarlo. El profeta habla de convertir las armas en herramientas de trabajo, porque se requiere trabajo impulsado por una esperanza activa y gozosa. Por eso termina su oráculo invitando a su pueblo a seguir los caminos de Dios: “¡Ven, pueblo de Jacob, caminemos a la luz del Señor!”
El tiempo litúrgico que empezamos hoy es precisamente un camino de esperanza. Un camino de reflexión y oración hacia la gran celebración de la encarnación del Verbo en nuestra naturaleza humana, el cual puso su tienda entre nosotros para humanizarnos más y hacernos cada día más plenos y felices.
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Moniciones XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
17 de Noviembre, 2007, 20:08
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LAS LECTURAS DE HOY
Con la fiesta de Cristo Rey termina el año litúrgico. Hoy celebramos la soberanía universal de Cristo. Él, quien es Señor de la historia, es nuestro Rey por su muerte y resurrección. Él venció la muerte y ahora nos dirige con su dominio de amor, perdón y paz. Vivamos en esta eucaristía el gran gozo de tener a Cristo como nuestro supremo jefe que nos guía hacia la patria del cielo. Nos ponemos de pie para recibir a los ministros de esta celebración, cantando con alegría.
Primera lectura: I Sam 5, 1-3 (Ungieron a David como rey de Israel)
La primera lectura de hoy está tomada del segundo libro de Samuel. David, el rey ideal, bajo cuyo liderato se unieron todas las tribus israelitas, es la figura del Mesías prometido. La descendencia del rey es Cristo, quien es uno con su iglesia. Escuchen con atención.
Segunda lectura: Col 1, 12-20 (Dios nos ha traslado al reino de su Hijo querido)
Este pasaje de la carta de Pablo a los colosenses es probablemente un himno bautismal. San Pablo aquí afirma la realeza de Cristo sobre el mundo creado. Cristo es cabeza de la iglesia y de toda creación. Presten oídos a este pasaje.
Tercera lectura: Lucas 25, 35-43 (Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino)
El evangelio de hoy nos conduce al Gólgota donde Jesús es coronado Rey, pero en el trono de una cruz. Cristo reina con el dominio del perdón y del amor universal. Jesús es ciertamente Rey, pero su realeza es diferente. "Mi reino no es de este mundo". Pero es real: "yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso". De pie, por favor, para cantar el Aleluya.
Oración Universal:
Cristo, Rey del universo, haz realidad nuestra petición
Por la iglesia católica: para que, como pueblo santo de Dios, aporte a la sociedad los bienes espirituales que ha recibido de Cristo. Roguemos al señor.
Por los jefes de los estados y los que ostentan el poder legislativo y ejecutivo en todas las naciones: para que hagan de nuestro mundo un lugar de paz donde reine el bien común. Roguemos al señor.
Por aquellos que tienen poder económico o tecnológico, por los científicos de todo el mundo: para que siempre pongan al hombre en el centro de sus preocupaciones. Roguemos al señor.
Por los enfermos, los débiles, por cuantos sufren bajo el poder del mal: para que se vean liberados por el influjo del reino de Dios y su justicia. Roguemos al señor.
Por los que celebramos religiosamente esta fiesta: para que, dominando nuestras pasiones y egoísmos, no admitamos en nuestra vida otro poder que el de Cristo. Roguemos al señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 602)
Hoy te alabamos, Padre del cielo, porque en la resurrección
de tu Hijo, Cristo Jesús, lo constituiste Rey y Señor universal
de todo lo creado con un poder y un reino eterno que no cesarán.
Gracias también, porque, a su vez, Cristo ha hecho de nosotros,
los bautizados en Él, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.
Haz, Señor, que venga tu reino al mundo de los hombres,
y danos la fuerza de tu Espíritu para mantener irrevocable
nuestra entrega personal a la construcción de tu reinado
en nuestro mundo: tu reino de verdad y de vida,
tu reino de santidad y gracia, de justicia, de amor y de paz.
Así merecemos alanzar de ti el reino eterno con Cristo.
Amén.
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Misioneros Redentoristas: 275 anunciando la Buena Noticia a los pobres y más abandonados
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Homilia XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario ciclo C
17 de Noviembre, 2007, 19:43
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Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XXXIV Domingo
Jesucristo, Rey del universo |
25 de noviembre de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
Aunque la idea se gestaba desde la caída de la monarquía francesa (1848), la fiesta de Cristo Rey la instituyó en la liturgia católica, el Papa Pío XI, en 1925. Se vivía no sólo una época crítica en las viejas monarquías europeas, sino el ocaso de éstas y el nacimiento de los regímenes republicanos. Esta fiesta fue instituida para defender las viejas monarquías; incluida la vaticana, única monarquía absoluta vigente en occidente.
Los motivos por los cuales se instituyó esta solemnidad en la liturgia romana no son testimonio de vida cristiana. Pero las lecturas propuestas para hoy nos ayudan a profundizar en el testimonio de Jesús como ser humano y no tanto como el Rey, sino como el anti-Rey.
Claro que a Jesús, como a todo ser humano, lo acompañó la tentación del poder durante su vida (Mt 8,4). Pero no se dejó seducir por ella sino que la venció, optó decididamente por otro camino y se convirtió en un servidor de tiempo completo. El pueblo esperaba un Mesías davídico, es decir un rey al estilo de David, que derrotara a los romanos, se tomara el poder, hiciera justicia y le devolviera de esta manera sus esperanzas. Esperaba también un nuevo Moisés y un Sumo Sacerdote que purificara el Templo y le devolviera la dignidad. El inconformismo y las esperanzas del pueblo eran la oportunidad apropiada para ganar su apoyo y escalar la cima del poder, más cuando, después de la multiplicación de los panes y de los peces, el mismo pueblo quiso hacerlo rey, pero él se negó rotundamente a conquistar el solio de David. (Jn 6,15). “¿Quién es más importante, el que está a la mesa o el que está sirviendo? El que está sentado, por supuesto. Sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,27).
¿Acaso vivía conforme con la manera como estaba organizada la sociedad de su tiempo? ¿Con el imperio romano, con Herodes o con los sacerdotes? ¿Era un reaccionario que calmaba las conciencias? ¡Claro que no! ¡Todo lo contrario!
Él comprendió que la sociedad judía de su tiempo, y en general toda la humanidad, si quería ser mejor, tenía que cambiar no sólo de bando, sino de lógica. Es que nuestra humanidad está aún muy lejos de alcanzar la madurez. Por eso como dijo Eric Fromm: Enmarañados en estas trampas del poder a que nos conduce nuestro “miedo a la libertad”, cuando un régimen opresor de cualquier signo que sea se nos hace insoportable, buscamos cómo derrocarlo... para sustituirlo por otro que sin embargo funciona sobre la misma lógica.
Las revoluciones siempre se autoproclaman defensoras de las libertades, de la justicia, de la verdad y de todo lo bueno que requiere el ser humano para ser feliz. Pero la gran mayoría de éstas han terminado oprimiendo al mismo ser humano que dicen defender. En el Israel del siglo II a.C., los Macabeos lograron derrocar al imperio seléucida; pero una vez llegaron al poder siguieron con la misma lógica, hasta que fueron derrocados por otro más poderoso: Pompeyo, emperador romano, quien en el 69 a.C. invadió e hizo de Israel una colonia romana. En el año 66 d.C. la revolución celota quiso derrocar a los romanos, así como los macabeos habían derrocado a los seléucidas, pero no tuvieron buen término. Los romanos reprimieron cruelmente la insurrección celota y destruyeron totalmente el país.
La revolución proletaria propuesta por Marx y Engels, y aplicada con éxito en Rusia por Lenin, cayó en lo mismo. Una vez derrocados los zares, mucha gente pensó que se haría realidad la utopía soñada por grandes pensadores como Tomás Moro y otros. Pero pronto entraron en la lógica del poder y Lenin se convirtió en un semidiós a quien se le debía rendir culto en la plaza roja. Todo aquel que cuestionara su ejercicio del poder era considerado un enemigo de la revolución y, por lo tanto, debía ser eliminado. Donde quiera que estuviera debía ser encontrado, como le pasó a León Trostki, antiguo comandante del Comité Militar Revolucionario, quien por cuestionar la política de Lenin, fue asesinado en México.
Los “padres de la patria”, en cuyas manos quedó el destino de muchos de nuestros pueblos latinoamericanos después de la independencia, siguieron con la misma lógica de poder y se convirtieron en los nuevos tiranos. Las revoluciones armadas (exceptuando algunos grupos que renunciaron a las armas y se integraron a la sociedad civil), además de no haber logrado el cambio, se convirtieron en una jauría de lobos hambrientos de dinero y poder, que terminaron oprimiendo a los mismos pobres por los cuales decían luchar. La misma Iglesia cuando ha actuado con la lógica del poder; en vez de ser Buena Noticia, se ha convertido en una temida y odiada institución opresora. Y lo que es peor: en nombre de Jesucristo.
Jesús hizo la más grande de las revoluciones: se rebeló contra el deseo natural de mandar sobre lo demás y se convirtió en servidor. Se rebeló contra el deseo natural de poseer y se entregó totalmente a los demás, hasta la última gota de su sangre. Según las palabras de Fromm, “Jesús fue el héroe del amor, un héroe sin poder, que no se valió de la fuerza, que no deseó gobernar ni poseer nada. Fue un héroe del ser, del dar, del compartir.” La historia nos demuestra cada día que Jesús tenía razón: ante todo tenemos que cambiar la lógica del poder que domina, oprime y genera muerte, por la lógica del amor que sirve, levanta y genera vida. No es el servilismo esclavista; es el servicio fraterno, entre hermanos.
La humanidad inmadura, a nivel individual o social, dominada por los miedos, la codicia y los egoísmos, busca enfermizamente el poder para sentirse segura. Unos buscan hacerse con el poder, y otros buscan ser dominados porque no se atreven a asumir con responsabilidad su propia libertad. De eso no queda otra cosa sino miseria y dolor. Jesús es la antítesis de esa vieja humanidad, la imagen de Dios invisible y el Primogénito de todas las criaturas (Col 1,12-20 – 2da lect.). Con su vida nos mostró la imagen de un Dios misericordioso, más que la de un Dios poderoso. En el patíbulo de la cruz, condena que daban a los rebeldes, aparentemente vencieron los poderosos que lo condenaron, pero fue Él quien venció porque Dios se puso a su favor. Porque Dios se rebeló contra esos poderes establecidos, y se reveló a sí mismo al resucitar a quien no había querido ser Dios y a quien no había querido ser rey. A quien sólo quiso ser el Hijo del hombre, el hermano, el servidor y el constructor de la humanidad nueva. A Ése que con su vida nos enseñó cómo ser auténticamente humanos. A nuestro Hermano Mayor, que nos hermana y nos hace verdaderos hijos de Dios. A Ése que en la cruz pagó el preció de ser y actuar como un ser humano totalmente libre para Dios y para los demás. A Ése que luchó toda su vida, no para conquistar un pueblo y reinar sobre él sino para construir el reino de Dios. “El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.
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Homilia XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario ciclo C
12 de Noviembre, 2007, 8:29
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En Camino
Homilía para el Domingo |

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Tiempo Ordinario
XXXIII Domingo |
18 de noviembre de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
“Nadie nació aprendido”, “quien no sabe es como quien no ve”, suelen decir nuestros viejos cuando alguien ignora algo. Ni el Logos de Dios nació aprendido. El evangelio de Lucas nos dice que el niño crecía en estatura, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 1,80.2,52).
Durante su ministerio público, Jesús tuvo algunas variaciones. Por ejemplo, con respecto a los extranjeros los evangelistas lo presentan, en un principio, con una actitud cerrada, actitud muy propia de los judíos. Cuando envío a sus discípulos a misionar les dijo que no entraran a tierra de gentiles ni a poblaciones samaritanas, sino sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel (Mt 10,6). Luego, Él mismo cruzó la frontera y llegó al territorio de Tiro y Sidón, pero se negaba a atender a la hija de una sirofenicia, pues había sido enviado a atender a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Y con la insistencia de la mujer le respondió de una manera despectiva propia de los judíos ortodoxos: “No es justo tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros”. A raíz de la insistencia y de la profunda fe de esta mujer extranjera, él cambió de parecer y accedió a la petición de ella (Mt 15,21ss). Luego, los evangelistas lo presentan en territorio de samaritanos y él mismo los pone como testimonio de apertura al Reino de Dios (Lc 10,25ss; 17,11-18; Jn 4). Y después de la resurrección envió a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia a todos los pueblos y a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. El camino de Jesús no puede ser estático sino dinámico. Hay algunos elementos del camino de Jesús que no podemos cambiar, pero hay otros que no sólo podemos cambiar sino que necesitamos cambiar a la luz del evangelio y de los signos de los tiempos (Lc 12,54-56).
Pablo también vivió su propio proceso religioso en muchos aspectos. Por ejemplo, el que vemos en la segunda lectura, de su Segunda Carta a los cristianos de Tesalónica. En una primera etapa de su vida cristiana se unió a quienes esperaban una inminente segunda venida de Cristo, o la llamada parusía. En la primera carta a los tesalonicenses los invitó a vivir conforme a las enseñanzas, a trabajar para solventar las necesidades y a no afligirse como quienes no tienen esperanza, pues Jesús vendría a llevarlos a su Reino (1Tes 4,1ss).
Resulta que con la esperanza puesta en la famosa Parusía, muchos cristianos de Tesalónica, los más avivatos y perezosos, se dedicaron a todo, menos a trabajar, pues decían que Jesús vendría pronto por segunda vez para llevarlos entre una nube. Entonces ¿para qué trabajar y preocuparse por este mundo? Esta situación ayudó a Pablo a madurar su fe y a repensar aquello de la Parusía. Por esto en su segunda carta a la comunidad de Tesalónica hizo un fuerte reclamo y una invitación contundente a quienes no querían trabajar: “A esos tales les mandamos y ordenamos en nombre del Señor Jesucristo que trabajen en paz para ganarse el pan” (2Tes 3,6-12). Tenemos no sólo el derecho a cambiar algunas posturas, sino el deber ético y moral de hacerlo cuando sea necesario para ser fiel al Evangelio y para beneficiar al ser humano.
Por otra parte, digamos que el éxito personal y el progreso social no son fruto del azar. Los avances personales y comunitarios no vienen por un golpe de suerte o porque un día amanecimos inspirados. Estas cosas se dan no tanto por inspiración sino por transpiración, es decir, por arte del trabajo bien planeado y ejecutado. Algunas personas desperdician su creatividad en inventar enfermedades, simular sufrimientos y engañar a las demás con el fin de generar lástima y hacerse acreedores de una limosna. Estas personas profundizarán cada día su miseria y nunca saldrán de ahí mientras no se decidan a cambiar y a romper con ese círculo vicioso que denigra su humanidad, y mientras encuentren a su paso personas “de buen corazón” que, para calmar sus conciencias, se convierten en cómplices de su desidia.
Contrario a las anteriores, otras personas con tremendas limitaciones se esfuerzan, luchan y crecen integralmente en medio de situaciones más adversas. Dentro de este grupo encontramos algunos limitados por su pobreza, excluidos de la sociedad por sus opciones personales, limitados por mutilaciones de algún(os) de sus miembros, minusválidos, o con severos traumas de su niñez o su juventud, etc. Personas que forman equipos de trabajo, se unen, buscan, crean, perseveran y logran sus objetivos porque, como dijo Jesús: “Todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llame a la puerta se la abrirá” (Lc 11,10).
Infortunadamente, hay muchos inmaduros, “adolescentes” de todas las edades cuyos padres cuando niños no les enseñaron a dar de sí mismos sino sólo a recibir. No les enseñaron a pensar por sí mismos y a ser autárquicos sino sólo a obedecer. Se lo proporcionaron todo y los domesticaron de tal manera que hicieron de ellos personas inseguras e incapaces de valerse por sí mismas. En nuestra cultura latinoamericana, a diferencia de la cultura anglosajona, los jóvenes viven con sus padres y dependen de ellos, incluso, hasta después de casarse. Mientras en Estados Unidos, Canadá o Francia un joven de 18 años sale de su casa y muchos trabajan desde temprana edad, hay jóvenes latinoamericanos de 25 años que todavía piden dinero y permiso para ir a un paseo, y otros quieren autonomía en sus actos pero que les den el dinero que necesitan.
¡Claro que tenemos el compromiso de compartir y de ser solidarios con el necesitado! Pero eso puede ser un arma de doble filo. ¡Ayudar a los pobres puede ser un negocio muy lucrativo! Muchos políticos latinoamericanos han llegado a sus puestos por medio del canje de votos por bolsas de cemento, por ladrillos para hacer casas, por electrodomésticos que se dañan a los dos meses o por cualquier baratija que compran con el dinero del erario público. ¡Pero el pobre no necesita una limosna! Necesita oportunidades para trabajar y promoverse como ser humano.
¡Claro que si un hermano nuestro sufre una calamidad hay que buscarlo y auxiliarlo! Llevarle la comida a la boca si es necesario. Pero no podemos ser cómplices del fracaso humano y de la mediocridad existencial de quienes, por pura pereza, no quieren trabajar y exigen lo mejor. Aquí hay que ser muy serios. A estos eternos adolescentes tenemos que aplicarles la consigna de Pablo: “si alguien no quiere trabajar, que no coma”. (2Tes 3,10).
El discurso apocalíptico
En un lenguaje simbólico, la literatura apocalíptica hace una lectura del presente dramático, una protesta a los generadores del dolor y una propuesta para enfrentar esa situación conflictiva. Este discurso que leemos hoy en el evangelio de Lucas no es una precognición de lo que va a suceder, sino una lectura del presente histórico. Fueron las comunidades cristianas quienes elaboraron este discurso cuando ya el templo había sido destruido como represalia de la rebelión judía contra los romanos, liderada por los guerrilleros celotes. En la llamada guerra judía que se dio desde el año 66 al 70 d.C., las tropas del Tito, emperador romano, acabaron con todo y el país quedó arrasado completamente, así como todas sus instituciones.
Antes de la guerra judía los cristianos hacían parte de los judíos. En ellos no estaba la posibilidad de formar una nueva religión a partir de Jesús, pues Él no fundó una nueva religión sino que ofreció un camino de humanización y de filiación plena con el Padre Dios. Después de la guerra judía la única institución judía que sobrevivió a la debacle fue la farisea. Antes de la guerra los cristianos iban al templo y a la sinagoga, y participaban de las oraciones como los demás. (Hch 3,1ss).
Los fariseos cerraron la vivencia del judaísmo a su entender y desde entonces la única forma ser judío fue a la manera de los fariseos ortodoxos, pegada a la Ley y a las tradiciones. Si algún judío no estaba de acuerdo con ellos era inmediatamente expulsado de la sinagogas y de la comunidad judía, acusado de apostasía y perseguido.
Por ese motivo los cristianos se vieron obligados a romper totalmente con los judíos y a establecer una nueva vivencia religiosa a partir de la experiencia de Jesús y fundada en el encuentro con el Cristo vivo, como manifestación plena del amor misericordioso del Padre Dios. Sus raíces estaban, indudablemente, en el judaísmo, pero en el centro ya no estaban las Leyes, las tradiciones, el Templo ni la sinagoga, sino el encuentro con el Dios vivo manifestado en Jesucristo: en su palabra y en su obra; en su causa, en su proyecto, en su persona y en su entrega total a los seres humanos.
Las Iglesias cristianas debemos estar siempre prestos para evaluar nuestra experiencia religiosa a la luz del evangelio y de los signos de los tiempos. Tenemos la responsabilidad de presentar la novedad de Jesús a un mundo dinámico en continua evolución y expansión, a una humanidad sedienta amor y de sentido. Tenemos el reto de romper con todas las estructuras, entre ellas las estructuras religiosas que no correspondan de verdad al Espíritu de Jesús resucitado y al amor misericordioso del Padre. Tenemos el reto de fundar y refundar nuestra religiosidad en Cristo vivo.
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Moniciones XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
12 de Noviembre, 2007, 8:29
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LAS LECTURAS DE HOY
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Estamos celebrando el penúltimo domingo del año litúrgico. Las lecturas de hoy nos hablan del día de Yavé, o sea, del juicio final. Ellas nos animan a perseverar en nuestra fe, aunque suframos por el Evangelio. Como nuevo pueblo de Dios, vamos a preparnos para ese día de Dios celebrando hoy con alegría y júbilo esta eucaristía. Nos ponemos de pie para recibir la procesión con el cántico de entrada.
Primera lectura: Malaquías 4, 1-2a (Los iluminará un sol de justicia)
El profeta Malaquías, en la primera lectura, nos habla del día de Yavé, o sea, de la manifestación de Dios en los "últimos tiempos". Dice que será un día ardiente para los injustos, pero para los justos, "brillará el sol de justicia" o sea, Cristo. Yavé será como un padre, indulgente con los justos. Escuchemos.
Segunda lectura: II Tesalonicenses 3, 7-12 (El que no trabaja, que no coma)
San Pablo, en su segunda carta a los tesalonicenses, teme que el anunció del fin del mundo llame tanto la atención a los de Tesalónica que éstos se despreocupen de sus deberes temporales. Por eso les exhorta a la paciencia y a la perseverancia. Nosotros tenemos en san Pablo un buen ejemplo de trabajo y de perseverancia en la fe, en la tribulación y en las adversidades. Escuchen atentos este mensaje.
Tercera lectura: Lucas 21, 5-19 (Con su paciencia salvarán sus almas)
El evangelio está tomado del discurso de Lucas sobre la parusía. Toda la descripción pertenece al género apocalíptico judío. Para Lucas, los dolores y persecuciones por el evangelio y el testimonio de los discípulos, forman parte de la historia de la Iglesia. El nos aconseja mantener una actitud perseverante por un tiempo indefinido. De pie, por favor, cantemos el Aleluya.
Oración Universal:
Por la santa Iglesia de Dios; para que la unidad y la caridad mutua reinen en la comunidad cristiana universal. Roguemos al Señor.
Por todas las naciones y por sus habitantes; para que puedan servir mejor a Dios Padre todopoderoso en la paz, la justicia y en la prosperidad temporal. Roguemos al Señor.
Por los que padecen en su cuerpo o están turbados en el espíritu; para que el Señor alivie sus dolores y les conceda la paz y la esperanza del cielo. Roguemos al Señor.
Por nuestros difuntos; para que el Señor les dé el descanso eterno, los reciba Ens. Reino y los corone de gloria. Roguemos al Señor.
Para que todos los que participamos en esta Eucaristía nos amemos como hermanos. Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 599)
Hora de la tarde / fin de las labores.
Amo de las viñas / para los trabajos de tus viñadores.
Al romper el día / nos apalabraste.
Cuidamos tu viña / del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas / nos lo das de balde,
que a jornal de gloria / no hay trabajo grande.
Das al vespertino / lo que al mañanero.
Son tuyas las horas / y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos / dale crecimiento.
Tú que eres la viña / cuida los sarmientos.
(Liturgia de las Horas).
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Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Tiempo Ordinario
XXXII Domingo |
11 de noviembre de 2007 |
LAS LECTURAS DE HOY
Es imposible comprobar científicamente la existencia o inexistencia de Dios, así como la existencia o inexistencia de una vida más allá de la muerte. Creer o no creer en Dios no deja de ser un salto al vacío. Lo mismo sucede con la resurrección. “La fe en Dios no puede serle demostrada al hombre prescindiendo de los componentes existenciales, como si se tratara de eximir al hombre de la fe en vez de desafiarle a creer: no hay una demostración puramente racional de la existencia de Dios que pueda convencer a todos, como consta en la experiencia.”
Ante este dilema que enfrentamos todos los seres humanos, unos optan por el ateismo y otros por la fe. Quien opta por creer en Dios y en una vida más allá de la muerte, puede ver amenazada su fe por la dura realidad que lo hace dudar o por el ateísmo que consigue argumentos racionales capaces de hacerla tambalear. También cabe la posibilidad de que el Dios en el cual esa persona crea no sea más que una ilusión, una proyección de sus frustraciones o un engaño del sistema para alienar su mente y mantenerlo dominado.
Quien opta por el ateísmo en sus múltiples manifestaciones y rechaza rotundamente la posibilidad de una vida más allá de la muerte, corre el riesgo de que, de ser cierta la posibilidad de trascender, le dé un no a su último fundamento y apoyo: Dios. Con esto se expone a una existencia radicalmente amenazada, abandonada y arruinada, con necesarias secuelas de duda, angustia y desesperación. De esta manera pone en peligro la realización plena de su propia vida y se aboca asimismo a una total frustración.
Para algunos cristianos esto no es un problema: creen y punto. Otros tienen la dificultad, no sé si innata o aprendida, de no tragar entero y de buscar razones, para vivir, amar, creer y actuar.
En medio de las continuas amenazas, de las dudas que en cada momento nos afectan y con las continuas contradicciones entre la confianza y la desconfianza, la fe y la incredulidad, el éxito o el fracaso, la felicidad o la infelicidad, muchos seres humanos hemos corrido el riesgo de creer en Dios y en su Hijo Jesucristo. En ese hombre completo que fue asesinado por los poderosos del mundo, y resucitado por el Dios de la vida. En ese hombre que nos mostró el rostro misericordioso de Dios, que venció la muerte y el pecado como manifestación de todo aquello que la propicia.
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en Jerusalén y en una situación de conflictividad, esta vez con los saduceos, ideológicamente los más conservadores en el judaísmo contemporáneo a Jesús, pero los más laxos en sus conductas éticas individuales y sociales. Los saduceos sólo aceptaban como libros revelados, el Pentateuco y algunos libros poéticos. Rechazaban la literatura profética y la apocalíptica, pues ésta encarnaba una dinamicidad transformadora del orden establecido y buscaba la instauración del Reino de Dios.
No aceptaban la posibilidad de trascender más allá de la muerte y su consigna era disfrutar esta vida al máximo. Ellos tenían la posibilidad de vivir a sus anchas ya que poseían grandes fortunas económicas y mucho poder. Por su situación privilegiada se consideraban personas especialmente amadas por Dios y dignas de una vida totalmente diferente a la del montón de miserables que deambulaban por las calles y veredas.
A este grupo pertenecían familias sacerdotales principales, aristocráticas y un puñado de favorecidos por el sistema, sostenidos ideológicamente por escribas que “fundamentaban” con argumentos filosófico-teológicos, su deseo de darse la buena vida.
Colaboraban irrestrictamente con el imperio romano, de quien recibían privilegios y concesiones, y con quien combatían todo tipo insurrección. Por eso se esforzaban en hacer propaganda a favor del imperio. Según ellos la presencia del imperio era muy provechosa para la estabilidad del país. Por eso no había nada que cambiar, ni nada que esperar y mucho que conservar. Por eso mismo todas las esperanzas de un Mesías liberador, las consideraban sueños infantiles y necedades “del pueblo de la tierra” (una forma despectiva de llamar a los pobres en aquella época). ¡Todo está bien ¡ ¡Así es la vida, punto!
Con el caso atípico de la mujer que estuvo casada sucesivamente con los 7 hermanos, no buscaban otra cosa que burlarse de quienes creían en la resurrección. “Esa mujer, suponiendo que haya resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa? Porque los siete estuvieron casados con ella.” Jesús no aceptó su manera de interpretar las Escrituras y su calificación de novelería apocalíptica a todo lo relacionado con el Reino de Dios y la resurrección.
Es cierto que muchas religiones, incluyendo la nuestra, utilizaron el tema de la resurrección para alienar a los pueblos. Les prometían el cielo y la felicidad en la otra vida, si aceptaban y sufrían con paciencia la dura situación porque esa era la voluntad de Dios. Pero en el caso de Israel en el tiempo de Jesús, la resurrección era un aliciente para luchar por la liberación, como lo hizo Judas Macabeo en la guerra contra los seléucidas: “Todo esto lo hicieron muy inspirados por la creencia de la resurrección, pues si no hubieran creído que los compañeros iban a resucitar, habría sido una cosa inútil y estúpida orar por ellos. Pero creían firmemente en una valiosa recompensa para los que mueren como creyentes.” (2Mac 13,43b-45ª).
Por eso en este caso la oposición a la resurrección era sinónimo de oposición a las luchas libertarias de los grupos insurrectos, que buscaban un cambio. Según ellos, la preocupación por la resurrección era contraria al querer de Dios.
Jesús los descalificó diciéndoles: “Ustedes están equivocados; no conocen ni las Escrituras ni la fuerza de Dios” (Mc 12,24), y les recordó el texto de la manifestación de Dios a Moisés en zarza ardiendo (Ex 3,6). En ese texto Yahvé le pidió a Moisés animar y liderar la salida de Egipto (esclavitud) y el camino hacia la tierra prometida (libertad). Yahvé se presenta como el Dios de Abrahan, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. “Eso les desautoriza para juzgar la práctica de Jesús por el Reino, del que no quieren saber nada; por eso no aceptan la resurrección: porque podría poner en cuestión su situación privilegiada; sus intereses prejuician la lectura de la Escritura y les extravían”. El trato frentero de Jesús con los saduceos representó un gran atrevimiento pues se trataba de personas con mucho poder económico e influencia social, política y religiosa. Por lo tanto, personas que tenían la sartén por el mango y que eran realmente peligrosas.
Tenemos que descubrir algo que muchas veces se nos pasa por alto: El fariseísmo como el saduceísmo, no son únicamente realidades históricas. Son tentaciones en las que podemos caer todos los creyentes. Aún sabiendo que históricamente fueron tan opuestos entre sí y tan opuestos a Jesús, estas tendencias están en nuestra vida y en nuestra Iglesia, mucho más de lo que imaginamos.
El saduceísmo lo encontramos vivo entre aquellos creyentes que, favorecidos por el sistema, utilizan la religión como un medio para acomodarse a un mundo estructuralmente injusto que le ofrece plenas garantías de vida, sin que les importe la gran masa de empobrecidos que sobrevive en condiciones infrahumanas. Los neosaduceos son como los camaleones que se adaptan fácilmente y su piel se colorea según el color del medio para evitar problemas personales. Cualquier gobierno es bueno siempre que les permita a ellos seguir gozando de buenas garantías. Todos sus trabajos, sus negocios y su religión deben girar exclusivamente en torno a sus intereses, totalmente de espaldas a los intereses colectivos. Esto lo vemos tanto en el sector privado como en el público. Muchas personas no tienen problema en participar de la Eucaristía y luego trabajar para un político corrupto que ganó las elecciones comprando conciencias. Muchas veces se hace campaña política desde el púlpito por algún politiquero clientelista que donó unas bancas para el templo. Los concordatos entre la Iglesia católica y algunos estados, muchas veces atan de pies y manos a los obispos y sacerdotes. Con ellos la Iglesia gana privilegios, pero pierde profetismo y corre el riesgo de vender la herencia de Jesús por un plato de lentejas.
¿De qué lado estamos nosotros? Creer en Dios y en el Señor Jesucristo resucitado, trae consigo el compromiso de combatir todo tipo de engaño, particularmente el de ideología que sostenía y sostiene a los saduceos y que niega rotundamente la posibilidad de otro mundo diferente a este. Creer en la resurrección es vivir con la convicción de que Dios es Dios de vivos y no de muertos y trabajar con esperanza por una nueva humanidad en la cual todos quepamos. Creer en la resurrección es apostarle a la utopía del Reino, que se empieza a hacer realidad aquí y que continúa su realización más allá de la muerte, como continuidad gloriosa de nuestra historia de salvación.
Hoy no podríamos seguir sosteniendo como verdaderas todas las imágenes de los catecismos antiguos y su enseñanza sobre la resurrección. A mucha gente ya no le cabe en su cabeza la tradicional explicación de la separación del alma y el cuerpo después de la muerte, y el posterior juicio individual, en el cual se definiría su premio o castigo: cielo, purgatorio o infierno. Si queremos ser honestos, no podemos dar respuestas a todas las preguntas sobre el más allá.
No podríamos asegurar con absoluta certeza cómo será la vida más allá de la muerte. Sólo podemos confiar en que la historia no se le ha salido de las manos a Dios y que con Él nos conducimos irreversiblemente hacia la plenitud de la vida, aunque “todavía no se ha manifestado lo que seremos” (1Jn 3,2). Aunque todavía haya injusticias, guerras, hambres, etc., y aunque nuestra mente no alcance a ver más allá, hasta ahora somos salvos en la esperanza (Rom 8,24) “La esperanza se funda justamente en la diferencia entre lo que ya es y lo que todavía no es, pero es posible; entre el presente y el futuro que puede hacerse presente. El ya constituye el futuro realizado. El aún-no constituye el futuro en cuanto apertura… En ella degustamos el sentido de las cosas; es una participación anticipada de la fiesta del hombre con Dios”
Creer en la resurrección implica vencer el miedo y la desesperación y vivir con la absoluta certeza de que estamos en las manos de Dios que lo abarca todo (Ef 3,18). Saborear a Dios en la fragilidad humana y festejarlo en la caducidad de la figura de este mundo que pasa (1Cor 7,31). Jesucristo el Señor y Dios nuestro Padre, nos darán, como dice Pablo, “el consuelo indefectible y una feliz esperanza, el aliento y la firmeza de espíritu para poder obrar y decir siempre el bien”. (2da. lect. 2Tes 2,16-17), hasta que Dios se todo en todos (1Cor 15,28).
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BRAVO GALLARDO Carlos, Jesús, hombre en conflicto, Bilbao 1.986. 207.
Mientras escribo esta reflexión se conoce la noticia de la histórica condena de un sacerdote católico, Cristian Von Wernich, apodado el cura del diablo, por su complicidad con los campos de concentración argentina durante la dictadura militar, de 1976 a 1983. Hoy martes 10 de octubre de 2007, 30 años después, fue condenado a cadena perpetua por haber perpetrado delitos de lesa humanidad durante su actuación en la guerra sucia junto a los verdugos… Con esto no pretendo desprestigiar a los sacerdotes. ¡Ni más faltaba! Como dijo uno de los abogados de la asociación “Justicia ya”: “Debajo de esa sotana hay un policía de la Bonaerense, con todo lo que eso significa”. Contrario a este sacerdote, todos sabemos hay miles de sacerdotes, religiosas y religiosos, realmente entregados a causa de Jesús.
BOF Leonardo, Hablemos de la otra vida. Sal Terrae. 151.
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Moniciones XXXII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
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LAS LECTURAS DE HOY
Nos acercamos al final del año litúrgico. Las lecturas nos ayudan a prepararnos para la última venida de Cristo. San Pablo en la segunda lectura, nos dice cómo podemos vivir. Las otras dos lecturas nos prometen la resurrección de los muertos. La participación en la eucaristía nos garantiza que seremos recibidos en el Reino del Padre donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna en su gloria. Nos ponemos de pie para empezar esta celebración, mientras cantamos con alegría.
Primera lectura: Macabeos 7, 1-2.9-14 (Dios resucitará)
La primera lectura nos relata el martirio de los siete hermanos Macabeos. Murieron con la firme esperanza de resucitar todos juntos. Los males que sufren los fieles de Dios en esta vida tienen explicación si se espera la recompensa que Dios mismo otorgará en la vida eterna. Presten atención a estas palabras llenas de esperanza y alegría para nuestro diario vivir. Escuchemos.
Segunda lectura: II Tesalonicenses 2, 15-3,5 (El Señor les de fuerzas para todo lo bueno)
La epístola de hoy nos presenta a San Pablo preocupadísimo por las dificultades que sufren los cristianos de Tesalónica. Los enemigos quieren arrebatarles la fe a aquellos cristianos y el apóstol los exhorta para que se mantengan firmes. Los sufrimientos de la vida ordinaria amenazan la fe, pero tenemos que permanecer constantes.
Tercera lectura: Lucas 20, 27-38 (Dios no es Dios de muertos, sino de vivos)
En el texto evangélico de hoy, narrado por san Lucas, trata el tema de la resurrección de los muertos que ya resonó en la primera lectura. Cristo explicó a los Saduceos que en la vida presente morimos pero los hijos de Dios van a resucitar y vivir como los ángeles. Jesús subraya su doctrina sobre la resurrección con la frase final: "Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos". De pie por favor, para cantar el Aleluya.
Oración Universal:
Para que toda la Iglesia, y cada uno de los cristianos, sepamos responder a la llamada constante de Jesús que nos invita a convertirnos. Roguemos al Señor.
Para que los jóvenes que se preparan para el sacerdocio o la vida religiosa vivan muy unidos a Jesús a fin de poder dar testimonio de Él en nuestro mundo. Roguemos al Señor.
Para que, en nuestro país y en todos los países del mundo, reinen la justicia y el bien. Roguemos al Señor.
Para que los matrimonios que no pueden tener hijos vivan con paz y confianza ese dolor. Roguemos al Señor.
Para que los que sufren depresiones y se sienten hundidos, encuentren la fuerza que necesitan para salir de su enfermedad. Roguemos al Señor.
Para que todos los que participamos en esta Eucaristía nos amemos como hermanos. Roguemos al Señor.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 596)
Bendito seas, Padre nuestro, Dios de la vida inmortal,
porque mediante la fe en Cristo y el bautismo del Espíritu
nos hiciste tus hijos, llamándonos a vivir contigo para siempre,
¿Cómo podríamos vislumbrar y entender algo del mundo nuevo
de la resurrección para la vida, sino desde la fe en la persona
de Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte?
El hombre a quien tu amas, Señor, es un ser para la vida.
Alienta nuestra esperanza e ilumínanos con tu palabra,
para que entendamos que la dicha futura que esperamos
se gesta ya en el compromiso con el mundo presente,
en el amor a ti y a nuestros seres humanos los hombres.
Amén.
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LAS LECTURAS DE HOY
Según la enseñanza de los rabinos en el tiempo de Jesús, aquel que no comulgara con todas las prescripciones de la Ley y de La Tradición, es decir, quien no estuviera dentro de la ortodoxia, quedaba excluido de la salvación. Entre este grupo encontramos a prostitutas, publicanos (cobradores de impuestos para Roma), ladrones, usureros, pastores, médicos, sastres, barberos y carniceros. Aquellos que no pagaban el diezmo, trabajaban en Sábado y hacían caso omiso a la pureza ritual. Ni hablar de los pobres que ignoraban la Ley, pues los fariseos decían que eran gente maldita (Jn7,49) y que por ellos venían muchas desgracias para el pueblo.
Zaqueo estaba dentro de ese grupo de condenamos porque era jefe de recaudadores de impuestos y muy rico. Riqueza adquirida fruto de la explotación y de la traición a su pueblo. ¡Claro que se trataba de una persona injusta, que llenaba sus arcas a expensas del empobrecimiento y la miseria de los demás! Y sabemos que Jesús siempre estuvo en contra de todo tipo de injusticia. Pero él, para rechazar la injusticia no condenó a la persona injusta, sino que buscó su transformación de una manera muy pedagógica. Quiso, como escribió Pablo: cambiar el mal a fuerza de bien (Rom 8,21).
Zaqueo era un hombre excluido, juzgado y condenado por el sistema religioso, y despreciado por todo el pueblo. Un ser humano con apariencia de dios, un hombre acomodado y aparentemente sin problemas, pero con un drama tremendo que le impedía vivir libremente y ser feliz. Un hombre con profundos complejos de inferioridad, que pretendía ocultar con la acumulación de riqueza, para sentirse importante. Un hombre pequeño que se subía a los árboles para estar por encima de los demás, sentirse importante y colmar el vacío de su propia insignificancia. No obstante era un hombre que no había aplastado totalmente su conciencia humana y que, hastiado de su vaciedad, buscaba tímidamente al maestro de Nazareth, en quien veía una luz de esperanza para su vida.
Zaqueo no lograba ver a Jesús a causa del gentío, porque una comunidad que sigue a Jesús es un medio eficaz para encontrarse con él, pero una muchedumbre de gente que camina como borregos tras el espectáculo religioso del momento, oculta su figura y su propuesta de salvación. Jesús se acercó al árbol donde se había subido Zaqueo, lo invitó a bajarse y se hizo el invitado. Lo aceptó como persona y se atrevió a creer en lo bueno que podía dar este hombre rico e injusto, menospreciado por todos. No lo rechazó como ser humano ni le reprochó su actitud injusta, sino que le brindó su amistad y le manifestó su deseo de quedarse en su casa, es decir, de entrar en su mundo, en su vida y hacerse su amigo.
Zaqueo comprendió que ante sus ojos había una oportunidad única que tal vez nunca volvería a tener. Por eso sin pensarlo dos veces bajó rápido, y recibió a Jesús en su casa con alegría. Se trató de un acto de fe y de un voto de confianza en Jesús. Zaqueo le creyó a Jesús, y le abrió las puertas de su corazón para que entrara y transformara su vida. Fue un acto espontáneo en el que dejó a un lado la voluntad de poder y el delirio de grandeza, y se dejó conducir por su sed humana de una amistad sincera, realidad que difícilmente se encuentra en el oscuro mundo de los negocios sucios. La alegría de Zaqueo es manifestación de que el Reino de Dios se empezaba a gestar en él. Se trataba de la misma alegría del hombre que encontró un tesoro en el campo y lleno de alegría lo escondió, vendió todo lo que tenía para comprar el campo y así quedarse con el tesoro (Mt 13,44). Se trataba de la misma alegría del pastor que encontró a su oveja extraviada, o de la alegría de aquella mujer que encontró su dracma perdida (Lc 15,1ss).
Las críticas no se hicieron esperar, esta vez no sólo de la élite religiosa, sino de todo el pueblo. Las personas que se atreven a cuestionar lo incuestionable, a “irrespetar” lo más respetable y a romper los tabúes de las sociedades, suelen ser vistas como peligrosas. Con su actitud para con los pecadores ponía en peligro el sistema religioso: “Nada especial en esta historia, puesto que si Dios ama por igual a buenos y malos, entonces el sistema se viene abajo; la enseñanza tradicional no tiene más fundamento, los guías del pueblo ya dejan de serlo, la organización de la sinagoga y del templo está minada por la base. Si las prostitutas y los publicanos tienen los primeros puestos en el reino de los cielos, ¿de qué sirve ser escriba, pastor, sacerdote?
Mientras unos criticaban a Jesús y veían un peligro en él, Zaqueo aprovechaba el paso de Dios por su vida, se dejaba transformar por su amor incondicional, generoso y compasivo; daba muestras concretas de su transformación y de su sí al Reino de Dios: “Mira, Señor: voy a dar a los pobres la mitad de lo que tengo, y si a alguien le cobré más de lo debido, le voy a devolver cuatro veces más.” (Lc 19,8). Aquí vemos claramente que “lo redentor en Jesús no es propiamente la cruz, la sangre, ni la muerte, tomados en sí mismos. Sino su actitud de entrega y de perdón”
Lo que no habían logrado las autoridades y todo el pueblo religioso con su actitud condenatoria, lo hizo Jesús al mostrar el rostro misericordioso de Dios. Como personas religiosas, miembros de una comunidad cristiana, podríamos preguntarnos cuál es nuestra actitud ante estas personas que, como Zaqueo, viven en un mundo tan lleno de privilegios como tan efímero, engañoso y deshumanizante.
Ahora pongámonos en el sitio de Zaqueo. La posibilidad del encuentro con Jesús vivo la tenemos nosotros cada día. La invitación a bajarnos de todos los falsos pedestales y encontrarnos con él, es para nosotros. Su invitación generosa a comer con nosotros y a entrar en nuestra vida, trae consigo una invitación a despojarnos de todo aquello que nos impida vivir como hermanos. A reparar el daño que hayamos cometido y a comprometernos con la construcción del Reino. “Nadie está excluido de la llamada a participar en el Reino. Pero la llamada de Jesús al rico es la invitación a dejar de acaparar para sí. Es la invitación a abrirse a los pobres y a compartir con ellos”.
El Reino de Dios propuesto por Jesús no ataca alguien en particular, sino que combate todo tipo de injusticia y favorece a toda la humanidad. “Si Jesús, el Mesías del reino de justicia viene a los injustos, pecadores y publicanos, quiere indicarnos con esto que también es indigno del hombre ser esclavo de la injusticia. Con estos hombres injustos celebra el banquete futuro de los justos”.
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