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Moniciones XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A
24 de Septiembre, 2008, 10:03
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo Ordinario – Ciclo A
XXVI domingo: La comunión eclesial
2
8 de septiembre de 2008
Monición de entrada
Buenos días (tardes, noches). El Señor trae para nosotros un mensaje que nos confronta con nuestra forma de ser. Te invita a un diálogo y a la acción. Son muchas las ocasiones en que contestaremos sin meditar en lo que decimos y la conciencia nos lleva a la conversión para actuar conforme al llamado de Dios y en armonía con las enseñanzas de Cristo. Te invito a que tu palabra y tu acción vayan de la mano para agradar más a Dios.
Primera Lectura: Ezequiel 18, 25-28 (Si el malvado se convierte, salvará su vida)
El profeta Ezequiel dice a cada uno de nosotros que la salvación es un trabajo continuo.
Invita al justo a seguir siendo justo y al pecador a que se convierta. El Señor te juzgará de acuerdo a tus acciones al momento de rendir cuentas. Siempre hay tiempo para mejorar y cambiar nuestra forma de vida.
Segunda Lectura: Filipenses 2, 1-11 (Manténganse unánimes y concordes)
San Pablo nos continúa evangelizando hoy como lo hizo con la comunidad de Filipos, hace aproximadamente 2000 años. Sus señalamientos, tienen vigencia absoluta y son un reto que nos hace para ser mejores cristianos. Nos exhorta a tener los mismos sentimientos de Cristo y dice que nuestra recompensa será grande.
Tercera Lectura: Mateo 21, 28-32 (Parábolas de los hijos enviados a la viña)
San Mateo nos dice que es más importante el hacer que el decir. Lo ideal es que la palabra sea acompañada de la acción, lamentablemente, no es así, porque hemos aprendido a vivir de las apariencias y ante la invitación de Cristo a creer en Él, decimos si, pero no actuamos conforme a lo que nos dice el Evangelio. Podemos engañar a algunos, pero no al Señor que lo conoce todo.
Sabe si tu palabra va de la mano de la acción.
Oración universal
A cada petición contestaremos: Señor, no me apartes de tu camino.
Por la Iglesia, el Papa, los obispos, sacerdotes y laicos comprometidos, para que utilicen todos los medios de comunicación para que la Buena Nueva llegue a todos los rincones de este mundo. Roguemos…
Por los gobernantes del mundo, especialmente los de los países pobres, para que se identifiquen con sus pueblos y luchen con ellos por una vida mejor en Cristo. Roguemos…
Por los marginados de nuestra sociedad, para que veamos en ellos a nuestros hermanos y los ayudemos tanto de palabra como en la acción. Roguemos…
Por esta comunidad, para que recibamos al recién llegado y le brindemos nuestra hospitalidad ayudándolos a sentirse como parte nuestra. Roguemos..
Por los misioneros de la Iglesia, para que con la ayuda de todos lleven el mensaje de amor, esperanza y fe en nuestro Señor Jesucristo. Roguemos…
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 186)
Te damos gracias, Padre, por que nos llamas a vivir
en comunión eclesial con los hermanos y nuestros pastores,
y nos invitas a aportar calor fraterno a la convivencia
y nuestra colaboración al servicio común del Evangelio.
Queremos vivir unidos como hermanos en Cristo Jesús.
Tú que eres más fuerte que nuestras divisiones,
perdona nuestro desamor, recelos y desconfianzas mutuas.
Concédenos, Señor, asumir nuestra propia responsabilidad,
en la edificación interna de la comunidad cristiana.
y en la difusión de tu Reino entre nuestros hermanos los hombres,
bajo el impulso de Cristo resucitado. Amén.
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Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Cadena de oración: http://www.scalando.com/orando.htm
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Homilia XXVI Domingo del Tiempo Ordinario ciclo A
24 de Septiembre, 2008, 9:51
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “A”
28 de septiembre de 2008 XXVI Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
- 1ra lect.: Ez 18,25-28
- Sal 24,4-9
- 2da lect.: Filp 2,1-11
- Evangelio: Mt 21,28-32
Cada cual labra su propio destino
Ya hemos visto en domingos anteriores el contexto del profeta Ezequiel: destierro, tensión, caos, confusión, oportunismo por parte de algunos líderes, desesperanza, etc. Según la enseñanza del Pentateuco y de la tradición de los líderes religiosos, los males que padecía una persona, una familia o un pueblo eran consecuencia de los pecados propios o de sus antepasados, pues Dios tomaba venganza hasta de la tercera y cuarta generación. (Ex 20,5.34,7 / Nun 14,18 / Dt 5,9).
En medio de esta circunstancia tan dolorosa, algunos antiguos funcionarios del templo y miembros de la cohorte, se consideraban así mismos una casta privilegiada y propietarios de la salvación. Culpaban a los demás de la desgracia del momento debido a los pecados de sus padres y los invitaban a obedecerles si querían retornar a la tierra. Pero en el nombre del bien común y de la pureza religiosa no cesaban de cometer crímenes e injusticias que contradecían el fundamento de la alianza de Yahvé Dios con su pueblo. Por eso Ezequiel tomó distancia de algunas enseñanzas antiguas, así como de los líderes oportunistas, y dijo categóricamente, palabras más palabras menos: el que la hace la paga. “Si un justo se pervierte para hacer el mal y luego muere, morirá por sus malas acciones. Y la inversa, si el malo se convierte y deja su maldad y hace lo que es recto y justo, salvará su vida. Por abrir los ojos y convertirse de todas las maldades que había cometido, quedará con vida, no morirá”. (Ez 18,26-28).
No se puede vivir de una historia gloriosa, de lo que bueno o lo malo que hicieron nuestros antepasados. Recibimos una historia, una tradición, unas costumbres y también muchos problemas, pero cada persona, cada pueblo, cada comunidad es responsable del desarrollo de su propia historia. Si nuestros fueron personas cultas, reconocidos por su alta calidad humana y profesional, ¡maravilloso! Pero no podemos vivir de eso, tenemos que recorrer nuestro propio camino, impulsados seguramente por el testimonio de nuestros padres y por la gracia de Dios. Si nuestros padres no tuvieron la oportunidad de formarse adecuadamente para ser mejores personas, si fueron personas mediocres e hicieron daño a los demás y a nosotros mismos, ¡que lástima! Pero eso no significa que estemos predestinados ser como ellos o que un manto de oscuridad cubra para siempre nuestra vida. Como dijo Cervantes: “Recuerda Sancho, que cada cual labra su propio destino”. Dios está con nosotros y nos da la mano si queremos ser mejores y seguir sus caminos.
¿Sí, pero no?
Mateo ubica a Jesús en la última parte de su ministerio: el viaje a Jerusalén donde se enfrentó a los poderes, con su conocido desenvolvimiento. La dinámica del anuncio del Reino lo condujo por aldeas, pueblos y ciudades, en las cuales entabló contracto con todo tipo de gente: pobres, campesinos, enfermos, publicanos, prostitutas y también con los que detentaban el poder, (principales causantes de la situación caótica que se vivía en esos momentos). Los sabios y entendidos que sabían cómo iba el mundo, cómo se debían hacer las cosas, los que conocían la ley, se ufanaban de cumplirla y criticaban la poca observancia por parte de los demás. Los puros de la sociedad de Israel, “la gente bien”, los que decían sí a Dios, pero en la practica “ni fu ni fa”; ese grupo de buenos y cumplidores, fue precisamente el que menos aceptó el Proyecto alternativo de Jesús, y por el contrario le hizo más oposición, hasta darle muerte en confabulación con el poder romano. Todo por conservar sus privilegios.
Sí de palabra, sí en apariencia, sí en la confesión de fe; una fe “pura” de toda contaminación, de todo error, de toda equivocación doctrinal, una religión pura, una ortodoxia perfecta. (¡Que maravilla!). Pero todo ese ropaje de solemnidad en sus palabras, en los actos rituales y la en observancia estricta de la ley, ocultaba la falsa conciencia religiosa y la falta de responsabilidad con las desgracias del pueblo, pues esos mismos puros, en la práctica, no quisieron comprometerse con los cambios estructurales que necesitaba Israel. A su vez, otros sectores del pueblo, no tan cumplidores de las normas, leyes y preceptos: pobres, pescadores, los sin tierra, los no invitados al banquete, pecadores públicos y rameras, tuvieron más disposición para construir el proyecto de Jesús.
Jesús nunca atacó a los cumplidores por el hecho de ser cumplidores, por piadosos, o por participar en el culto. Tampoco hizo una defensa de los no creyentes, ni prefirió a los pecadores por el hecho de ser pecadores, como si el pecado fuera una virtud. Nunca dijo que era mejor decir no a Dios, sencillamente puso por encima de todas las palabras y de toda retórica, la voluntad de Dios: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre?” (V. 31). Elogió la sinceridad y ante todo la disponibilidad para aceptar el llamado que Dios hace continuamente a la conversión y a trabajar en la Viña.
Hoy también encontramos en nuestra iglesia, entre nosotros, personas que dicen sí, pero, no. Tal vez nosotros mismos; somos personas muy creyentes, piadosas y cumplidoras con nuestros deberes cultuales, pero que con cierta frecuencia, en el momento de hacer la voluntad del Padre, del compromiso real y concreto con la transformación de nuestra realidad personal, comunitaria y social, “se nos olvida” que ser cristiano, más que aceptar con los ojos cerrados unas doctrinas intocables, es trabajar en la viña del Señor.
Ser o no ser, el gran dilema de Hamlet, se ha dado durante la historia humana y se sigue dando. Utopía y realidad, palabra y obra, sí, pero no. Nos trazamos un ideal que luego perdemos de vista, confesamos la fe, pero tal vez no comprendemos su significado y menos, la vivimos. Nos casamos por la iglesia, hacemos bautizar a nuestros hijos, queremos que se formen bien, que hagan su primera comunión y su confirmación, pero a veces no nos comprometemos a darles testimonio de vida. Criticamos la situación social de nuestro pueblo y del mundo entero, oramos por la paz, para que los violentos y los malos se conviertan, pero en el momento de comprometernos, nos da miedo, pensamos que tal vez ese no es nuestro trabajo. Así mismo, existen algunos no creyentes, que de palabra y con su actitud ante la religión dicen no a Dios; pero en la práctica, con sus actitudes, dicen sí, porque con su ética y su compromiso humanitario son fermento para una transformación positiva. Ojalá muchos creyentes nos viviéramos con la rectitud de vida y tuviéramos el compromiso humano que tienen muchos que se llaman ateos o agnósticos.
Aquí no vale el alto cargo que se desempeña, ni los títulos honoríficos. No es la pertenencia a una casta privilegiada ni el sometimiento a todas las prescripciones de la ley lo que garantiza la fidelidad a la alianza y la práctica de la voluntad de Dios. Jesús no perteneció a algún grupo privilegiado, no nació en el seno de las llamadas “familias nobles”, y en más de una ocasión puso la ley entre paréntesis, apartándose de la llamada “sana doctrina”. Pero siempre actuó movido por la misericordia, incluso cuando tuvo que denunciar y desenmascarar las incoherencias e hipocresías de los grandes dignatarios, el miedo de su amigo Pedro para seguir el camino a Jerusalén, o el deseo de poder que movía los ánimos de sus demás discípulos. El amor y la misericordia fue el motor que impulsó todo su ministerio y le permitió acercarse a los marginados por la religiosidad excluyente y el poder homicida, y ganarlos para el Reino. Su amor y su misericordia permitieron que sus seguidores vieran en Él a Dios. Con su forma de obrar nos enseñó cómo obra Dios, con su forma de amar nos enseñó cómo ama Dios, con su forma de ser nos dejó ver cómo es Dios.
Por eso es nuestro máximo paradigma de vida, norma no normada, dinámica y dinamizadora de la historia. Por eso, Pablo nos invita (Filp 2,1-11 – 2da lect.) a adoptar unos con otros, las mismas actitudes que tuvo Cristo. Movidos por la fuerza del amor, la compasión y la misericordia, viviendo todos en concordia, animados por un mismo amor, unánimes, con iguales sentimientos, y jamás hacer algo por envidia o vanidad.
Tenemos la posibilidad de decir: no y no, sí pero no, no pero sí, y sí y sí. Esta ultima posibilidad la representa Jesús, nuestro Hermano Mayor, que dijo Sí y vivió haciendo la voluntad del Padre hasta las ultimas consecuencias (Mt 26,39). Hacia allá debemos tender en medio de nuestra realidad, de nuestras flaquezas y equivocaciones. Tratar de hacer la voluntad del Padre, no para ufanarnos sino para responder agradecidos del Amor de Dios. Sí de palabra, sí en la participación activa en al Iglesia y en la transformación de los procesos históricos, sí cuando reconocemos nuestras fallas, nos reconciliamos con los hermanos y con Dios que nos recibe, pues sabe de qué estamos hechos.
Formato para imprimir Comentarios al autor: neptalidv@yahoo.com
Cadena de oración: http://www.scalando.com/orando.htm
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Moniciones XXV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A
16 de Septiembre, 2008, 23:22
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo Ordinario – Ciclo A
XXV domingo: Obreros en la viña
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1 de septiembre de 2008
Monición de entrada
Buenos días (tardes, noches). Nosotros somos seguidores de un Dios que nos llama a formar parte de una comunidad. Hoy Dios sigue llamando a hombres y mujeres para que se integren a su proyecto de construir un mundo más justo y más humano y una vida más digna para todos. Celebremos la presencia de Jesús en su comunidad de amor y servicio y pidámosle que nos conceda descubrirlo y amarlo en nuestros hermanos. Que esta Eucaristía nos ayude a aceptarnos unos a otros y a esperarlo todo de la infinita bondad y misericordia de nuestro Dios y Padre.
Primera lectura: Isaías 55, 6-9 (Mis planes no son sus planes)
Profeta es quien anuncia la palabra de Dios y quien denuncia todo aquello que no se vive de acuerdo con ese anuncio. A continuación escucharemos un texto del profeta Isaías, es el cierre de la segunda parte de su libro. El profeta viene a decirnos que los planes y pensamientos de Dios y su manera de actuar contrastan fuertemente con las actitudes humanas.
Segunda Lectura: Filipenses 1, 20c-24.27a (Para mí la vida es Cristo)
Pablo, desde la cárcel, escribe la carta a los filipenses y que nosotros estaremos leyendo hoy y durante los próximos cuatro domingos. Desde su profunda visión de persona del todo transformada por el encuentro con Cristo, la muerte le parece una ganancia. Al mismo tiempo, es consciente de que mientras viva en este mundo hace un gran servicio a Cristo y a los creyentes, y también está dispuesto a continuar hasta que Dios quiera.
Tercera Lectura: Mateo. 20, 1-16 (Parábola del amo generoso)
La parábola que dentro poco vamos a escuchar es exclusiva del evangelista Mateo y está situada en la etapa final del camino de Jesús desde Galilea hasta Jerusalén. La narración tiene dos partes. En la primera veremos cómo el amo de la viña va a contratar los trabajadores a lo largo del día y la segunda parte cómo al final de la jornada el dueño da a los trabajadores su recompensa, que resulta ser la misma para todos. Es que los dones de Dios no dependen del trabajo y mérito de cual, sino que él actúa con generosidad inesperada; es que sus planes no son nuestros planes.
Oración universal
A cada petición contestaremos: “Padre nuestro, Escucha nuestra oración”
1. Para que la Iglesia acoja, con la misma benevolencia de Dios, a todos los que desean colaborar en su reino. Roguemos al Señor…
2. Para que nuestra sociedad, cuyo incentivo es el lucro, sepa valorar el trabajo como fuente de realización y promoción humana, personal y social. Roguemos al Señor…
3. Para que los responsables de la economía tengan la imaginación necesaria para solucionar el problema de la mayoría empobrecida. Roguemos al Señor…
4. Para que surjan las vocaciones que necesitan los misioneros redentoristas y la iglesia de hoy. Roguemos al Señor…
5. Para que no caigamos en la tentación de la envidia y de exigir nuestros derechos a costa de los demás. Roguemos al Señor…
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 183)
Hoy, Padre nuestro, oramos con la liturgia eclesial:
Hora de la tarde, / fin de las labores.
Amo de las viñas, / pago los trabajos de tus viñadores.
Al romper el día, / nos apalabraste.
Cuidamos tu viña, / del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas, / nos lo das de balde.
Que a jornal de gloria / no hay trabajo grande.
Das al vespertino / lo que al mañanero.
Son tuya las horas / y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos / dale crecimiento.
Tú que eres la viña, / cuida los sarmientos.
Amén.
(Liturgia de la Horas)
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Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Cadena de oración: http://www.scalando.com/orando.htm
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Homilia XXV Domingo del Tiempo Ordinario ciclo A
16 de Septiembre, 2008, 23:14
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “A”
21 de septiembre de 2008 XXV Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
- 1ra lect.: Is 55,6-9
- Sal 144,2-3.8-9.17-18
- 2da lect.: Filp 1,20c-24.27ª
- Evangelio: Mt 20,1-16
¿Tienes envidia porque soy bueno?
El contexto en el cual Mateo ubica esta parábola es, Jesús frente a los fariseos y la comunidad de Mateana frente a nuevos miembros no muy piadosos, e incluso no judíos que ingresaban a ésta y encontraban oposición por parte de algunos. Los fariseos, que por su estricto cumplimiento de la ley se consideraban así mismos como los únicos dignos del amor de Dios y veían a los no cumplidores como unos malditos dignos de ser excluidos de la salvación, criticaban a Jesús por su trato amistoso con todo tipo de personas: prostitutas, cobradores de impuestos, mendigos, enfermos, samaritanos, extranjeros, etc. Jesús hizo un fuerte cuestionamiento a la postura segregacionista de los fariseos, tildándola de envidiosa e incapaz de soportar el amor de Dios para con todos los seres humanos. Por su parte la comunidad de Mateo, fue descubriendo progresivamente, que era necesario darles cabida en su interior a todas las personas que deseaban ingresar a ella, siempre y cuando estuvieran dispuestas a trabajar en la viña.
Vale la pena hacer hoy, una evaluación de nuestra vida religiosa: ¿la vida religiosa que llevo, hace de mí una persona misericordiosa, comprensiva y trabajadora por el Reino de Dios? O ¿el contacto con lo religioso hace de mí una persona engreída y orgullosa convencida de que tengo un privilegio ante Dios, y soy mecedora de un amor especial debido a mis méritos, por encima de aquellos poco piadosos que nunca o pocas veces se acercan a un templo? ¿Somos acaso como el grupo de fariseos: cumplidores pero incapaces de soportar a un Dios que ama a todos por igual? ¿Me acerco a la viña del Señor a trabajar y a dar lo mejor de mí, o a ver simplemente qué puedo recibir? ¿Participo de la vida eclesial por un interés personal, para ver qué me puede dar Dios, o, realmente estoy dispuesto a trabajar en la viña y comprometerme con la causa del Reino?
Podemos caer en la tentación de pensar que somos más dignos del amor de Dios porque participamos de la vida de la iglesia, hacemos parte de la gente de bien, no hacemos mayores daños a la sociedad: no matamos, no robamos y tratamos de cumplir los mandamientos. Podemos caer en la tentación de pensar que tenemos más méritos para con Dios que los vagos del paseo, que Dios nos quiere más que a los que no vienen a misa, ni se confiesan, y ¡por su puesto! mucho más que a todos los malos: asesinos, ladrones y antisociales de nuestro mundo. Pero parece que no es así: “Mis planes no son sus planes, nos decía la primera lectura” (Is 55,8), mi justicia no es su justicia. El amor de Dios sobrepasa todo cálculo humano; Dios ama de igual manera a un justo que a un pecador. Aunque exista situaciones que nos incapaciten para recibir las gracias de Dios: bien sea por una situación de pecado o una religiosidad orgullosa, que no soporta por su envidia el amor gratuito de Dios.
Tres invitaciones muy concretas:
a) Trabajo generoso en la viña: Dios nos ama por igual, porque todos somos sus hijos hagamos mucho o poco. Trabajemos no tanto por recibir la paga sino por responder de la mejor manera posible a su amor gratuito. Que la mejor paga sea sabernos hijos de Dios en tanto que continuamos su proyecto en el mundo. Que Dios no pague en sentido conmutativo, no puede llevarnos a vivir mediocremente. Él pide que trabajemos donde estemos, con generosidad, dando lo mejor de nosotros, según nuestras capacidades. Pablo es un testimonio de ello: ya anciano confesó a Cristo como lo único valioso para él: “para mi la vida es Cristo” (Fil 1,21). Pero eso no significa que él haya tenido una experiencia intimista de la fe y que viviera alejado del resto de la humanidad. Por el contrario, la fe en Cristo lo comprometió más los sus hermanos: cuando sintió el peso de los años, la cárcel y los demás conflictos, en un momento deseó morir con la esperanza de unirse plenamente con Él, pero pensó que todavía podía hacer algo por la viña, para ayudar a que otras personas llevaran una vida digna del evangelio, y por eso siguió anunciando a Cristo hasta el final, dando testimonio con su propia vida.
b) Cuidémonos de la envidia: Si trabajamos solo por recibir la paga, al saber que Dios da ese mismo amor a todos, nos dará envidia. La envidia es uno de los males que más afectan nuestra sociedad. A veces no podemos ver que alguien está feliz y con estabilidad emocional, afectiva o económica; que progresa y sale adelante en sus trabajos, porque quedamos intranquilos. La envidia es hija del egoísmo, propia del que lo quiere todo para sí, no soporta el bienestar de otro y sufre por el bien de los demás. Es una enfermedad propia de fracasados y mediocres, que nadan en el lodo de su propia infelicidad y quieren ver a los demás en la misma situación. “la noche era muy oscura. Un feo sapo, maldecía su suerte en un charco frío y sucio: - esta vida de sapo es muy horrible, definitivamente uno viene a este mundo es pa’ sufrir - , decía el sapo. Una pequeña luciérnaga que sobrevolaba el entorno, iluminaba la noche y rompía el silencio con su cantar, se poso sobre una rama. El sapo, haciendo un esfuerzo, saltó y con su frió vientre la tapó. ¿Oye amigo sapo por qué me tapas? Alcanzó a decir la luciérnaga. ¿Por qué brillas? Respondió el sapo”. (J. Ingenieros – El hombre mediocre).
c) Vivencia religiosa incluyente: por muchos años las religiones han sido excluyentes y fundamentalistas. Algunos escritores como el novel José Saramago, tildan a las religiones de ser las principales causantes de las peores guerras de la humanidad. Hay que reconocer que todas las religiones, no sólo el cristianismo y dentro del cristianismo todas las Iglesias, no sólo la católica, (muchas iglesias protestantes terminaron haciendo lo mismo que tanto criticaron a la católica romana) han cometido errores. De nuestra parte hemos pensado muchas veces que nuestro Dios es el único, que las demás experiencias religiosas son tan sólo un primitivo intento por llegar a Dios, pero el esplendor de la verdad lo tenemos nosotros, con nuestros dogmas, tradiciones y liturgia; hemos perseguido a los que consideramos herejes, impíos y enemigos de nuestra ortodoxia. ¿Qué debemos hacer? ¿Abandonar el trabajo? ¿Dejar de creer y abandonarnos a una vida instintiva? No, de ninguna manera, esta no es una invitación a abandonar el trabajo por el Reino, ni a abandonar nuestra iglesia. Evitando fundamentalismos, exclusivismos y proselitismos, tenemos que trabajar, sin perder nuestra identidad cristiana y católica, por una integración interreligiosa, pluralista igualitaria y participativa, donde aportemos nuestra vivencia, aprendamos de otros, y entre todos experimentemos el amor de Dios que sobrepasa nuestros esquemas mentales.
Hora de la tarde, fin de las labores. Amo de las viñas, paga los trabajos de tus viñadores.
Al romper el día, nos apalabraste. Cuidamos tu viña del alba a la tarde. Ahora que nos pagas, nos lo das de balde, que a jornal de gloria no hay trabajo grande.
Das al vespertino lo que al mañanero. Son tuyas las horas y tuyo el viñedo. A lo que sembramos dale crecimiento. Tú que eres la viña, cuida los sarmientos. Amén.
Himno de vísperas (liturgia de las Horas)
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