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Moniciones para el XVIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
29 de Julio, 2009, 11:35
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo Ordinario
Décimo Octavo Domingo – Ciclo B
“Para evitar La vaciedad de criterios
2 de agosto del 2009
Monición de entrada
Buenos días (tardes, noches) hermanos y hermanas en Cristo. Todos sabemos muy bien que necesitamos comer para vivir. En el Antiguo Testamento Dios Padre dio a los israelitas maná en el desierto. Fue algo sobrenatural, pero a la vez algo para satisfacer el hambre física. En el Evangelio Cristo nos viene a decir que Él es el enviado de Dios, que es Él quien nos sostiene para la vida eterna. Tenemos que creen en Jesús y entrar en comunión con él. Participemos consciente y activamente en esta Misa dando gracias a Dios por este gran don.
Primera lectura: Ex 16, 2-4. 12-15 (El maná del desierto)
Esta lectura tomada del capítulo 16 del Éxodo, nos hablará acerca de los israelitas que se sentían abandonados y hambriento en el desierto. Pero Dios les envió el maná. Este maná es el pan que los cristianos vienen después como símbolo del Pan de Vida. Pongan atención.
Segunda lectura: Ef 4, 17.20-24 (Vístanse de la nueva condición a imagen de Dios)
El gran Apóstol Pablo exhorta a los efesios a que sean renovados en el Espíritu. Son nuevas criaturas en Cristo y así deben vivir. Pongamos atención a esta exhortación que nos llama a vivir según la imagen de Dios.
Tercera lectura: Jn 6, 34-35 (El trabajo que Dios quiere: creer en su enviado)
Nos encontramos en la continuación del discurso sobre el pan, la gente buscaba no a Jesús sino sus dones. Buscaban su propia satisfacción. Cristo les pedía fe. Fe en Él. Creer que Él es el Pan de Vida enviado por el Padre. Como acto de fe cantemos la aclamación antes del Evangelio.
Oración Universal
- Por la Iglesia: para que sea lámpara encendida en medio de las tinieblas, que ilumine y abra nuevos horizontes de esperanza para el mundo. Roguemos al Señor.
- Por cuanto tienen autoridad en el mundo: para que frenen las ambiciones, pongan fin a las guerras y brote en todas partes la paz, la justicia y el amor. Roguemos al Señor.
- Por nuestras familias: para que encuentren la paz y la unidad en la oración de familia. Roguemos al Señor.
- Por todos los que hemos sido iluminados con el don de la fe: para que nos mantengamos vigilantes en la esperanza y ardientes en la caridad. Roguemos al Señor.
- Por cada uno de nosotros aquí presentes: para que siempre tengamos el pan de la Eucaristía en nuestra peregrinación al Padre. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 358)
Te bendecimos, Padre, porque Cristo Jesús, tu palabra,
Nos invita a renovarnos a tu imagen en la mente y en el espíritu.
Éste es el trabajo que esperas de nosotros: fe en tu envidado,
Jesús, el hijo sellado por ti con el aval de tu divinidad.
Mendigos de pan y de cariño, sedientos de esperanza y amor,
Nos presentamos ante ti, Señor, como desierto y tierra yerma.
Muchos quieren explorar nuestra sed de felicidad con el señuelo
De los falsos sucedáneos de vida; pero no queremos la felicidad
Pasajera de tantas cisternas agrietadas que pierden el agua.
Danos, Señor Jesús, tu cuerpo y sangre en la eucaristía,
El pan verdadero que sacia nuestra hambre para siempre.
Amén
Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Homilia el XVIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
29 de Julio, 2009, 11:10
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XVIII Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect.: Éx 16,2-4.12-15
- Sal 77, 3-4.23-25.542
- 2da lect.: Ef 4, 17.20-24
- Evangelio: Jn 6,24-35
RENOVACIÓN DE MENTE Y ESPÍRITU
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda, decían nuestros viejos. Así le pasaba al pueblo de Israel cuando recorría el camino liberador hacia la llamada tierra prometida. Iba camino hacia la libertad, había abandonado el yugo egipcio, pero pasaba grandes aprietos porque no tenía comida. Estaba en el desierto, que duró cuarenta años (40 significa el tiempo para la realización de un proyecto, cada cuarenta años se daba un cambio de periodo). Y era tan fuerte el hambre que todos sentían morirse y hasta llegaron a añorar la esclavitud de Egipto, donde, por lo menos tenían comida.
Para la mentalidad judía, un grupo humano se llama pueblo cuando vive en un territorio propio y en condiciones libres, justas y dignas de un ser humano. De ahí que en Egipto no eran propiamente pueblo porque, aunque no pasaban hambre, estaban sometidos. La experiencia religiosa judía presenta a Dios siempre a favor de la construcción de un pueblo digno, justo y libre. Por eso dinamizó los anhelos de libertad y, por medio de Moisés, impulsó la huida de Egipto y el sueño de la tierra prometida.
Los israelitas deseaban la libertad, pero querían conseguirla rápido. Añoraban la tierra prometida, esa tierra que mana leche miel, pero la querían para ya. Estaban camino hacia la libertad, pero continuaban con mentalidad de esclavos. Ésta y el hambre que los apuraba no les permitían ver más allá y por eso anhelaron volver a Egipto. Aplicaron otro dicho popular, que es más un sofisma de distracción, signo del miedo y defensa de la mediocridad: “es mejor malo conocido que bueno por conocer”.
Un estómago vacío es mal consejero porque no deja ver lo que puede haber detrás de un plato de comida. Un estómago vacío hace que las personas sean inmediatistas y que anhelen soluciones rápidas. Pero las verdaderas soluciones difícilmente llegan de la noche a la mañana, como por arte de magia; la libertad es una conquista que no se logra sin trabajar. Se hace necesario un cambio de mentalidad; y éste es de las cosas más importantes y también de las más difíciles de lograr. Se hacía necesario dejar de pensar como esclavos, pensar como gente libre y trabajar con todas las fuerzas para conseguirla.
El desierto es el lugar de privaciones, del hambre y del dolor; es la ausencia de vida, pero a su vez, es camino hacia la libertad. A todas las personas, a todos los grupos humanos, llámese familia, comunidades, o pueblo, nos llega alguna vez el desierto. Es la situación crítica en la que parece que no se encuentran soluciones. Al pueblo de Israel le era muy provechoso ese desierto porque sabía que estaba en camino hacia la realización de la promesa y porque era una oportunidad para que experimentara la fuerza poderosa de Dios que se manifiesta especialmente en la debilidad de quienes saben confiar en él. En el desierto el pueblo aprende a experimentar su fragilidad humana y la necesidad de Dios. Si el pueblo vive el desierto de cara a Dios, le servirá para que su fe se purifique y crezca, de manera que viva siempre con la certeza de que con la ayuda de Dios su vida siempre se dirige hacia la libertad total.
La fuerza que dinamiza ese camino es la gracia de Dios. Él se manifiesta en la vida cotidiana, en cada acontecimiento y, especialmente, en el anhelo de libertad. Él va haciendo que las cosas se vayan encaminando hacia la realización de la promesa y que el creyente esté en el lugar y en el momento indicados para su propio beneficio. El pueblo y la persona de fe sabrán descubrir los acontecimientos de la naturaleza como acciones maravillosas de Dios a favor de sus hijos.
En ese momento la acción de Dios se manifestó en las aves que pasaban por el desierto mientras se desplazaban por el cambio de estación, y que ellos lograron atrapar y consumir. Se manifestó por medio del llamado maná, que posiblemente fue el fruto de un arbusto propio de la península del Sinaí, llamado tamarisco, el cual produce una secreción dulce que gotea desde las hojas hasta el suelo. Por el frío de la noche se solidifica y hay que recogerla de madrugada antes de que el sol la derrita: “al atardecer comerán carne y por la mañana tendrán pan en abundancia”. Nosotros podemos vivir esa misma experiencia de salvación en nuestro éxodo salvífico; en el desarrollo integral de metas personales, familiares y comunitarias, en nuestra continua búsqueda de una humanidad nueva fundada en la justicia del Reino. Si nos ponemos en actitud de éxodo, si nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor y vemos la realidad con los ojos de la fe, podremos ser testigos de la obra maravillosa de Dios en nuestra Vida.
El Evangelio que hoy leemos hace referencia a este acontecimiento de éxodo. Este fragmento del Cuarto Evangelista es continuación del que leímos hace ocho días, el milagro del pan compartido, más conocido como la multiplicación de los panes. Un gran número de seguidores de Jesús lo buscaban no tanto por su propuesta integral de salvación, no porque estuvieran dispuestos a trabajar por el Reino de Dios y justicia, sino porque con él habían comido hasta saciarse.
Jesús no desconoció la necesidad de comida, vivienda, vestido y todo lo que físicamente requiere un ser humano para vivir dignamente, por el contrario, promovió una vida físicamente digna. Pero no se quedó ahí, pues el ser humano es un todo integral, multifacético y pluridimensional; si nos quedamos solo en la dimensión física, reducimos al ser humano, desconocemos sus otras dimensiones y arriesgamos su realización plena. Las obras de Jesús a favor de cada ser humano debían hacer que éste mirara más allá de sus intereses egoístas y se comprometiera con la construcción del Reino. Así pasó con la suegra de Pedro que, una vez le pasó la fiebre se puso a servir (Mt 8,14-15), con la hija de Jairo que se levantó y caminó (es decir, se convirtió en discípula (Mc 5,42), con el ciego de Jericó que una vez vio la luz “lo seguía por el camino” (Mc 10,46-52), entre otros. Pero otros se quedaron sólo en el beneficio personal y egoísta, se quedaron en una religiosidad inmediatista y mediocre. De los diez leprosos curados, sólo uno volvió a Jesús (Lc 17,11-19) y en el evangelio de hoy Jesús reclama por qué la gente lo buscaba sólo por la comida y no por el alimento que perdura. Se quedaron en la necesidad inmediata y no fueron a las profundas necesidades del ser humano: la necesidad de relacionarse con los demás, de abrirse a relaciones de amor, de fraternidad y solidaridad. A la gratuidad del amor de Dios y a los hermanos.
Las personas, los pueblos, las comunidades necesitamos renovarnos continuamente. Unas veces son pequeñas renovaciones, retoques y otras veces son necesarias grandes renovaciones, reformas de estructuras, de forma y de fondo; y continuamente necesitamos renovación de mente y de espíritu. Bien lo decía Pablo en su Carta a los Efesios: “Despójense, pues, de los hábitos anteriores, propios de la humanidad envejecida, víctima de sus engaños y sus apetitos; y renuévense en su espíritu y sus criterios, revistiéndose del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para vivir en la justicia y la santidad, o sea en la verdad” (Ef 4,22-24).
Un ser humano renovado, con una nueva mentalidad, debe trabajar no tanto para satisfacer el qué dirán, para ascender desesperadamente en la escala social, para hacerse el importante según el criterio del mundo, sino para buscar una vida digna para todos, por la justicia, la verdad, la santidad. Es decir, debe trabajar no por el alimento que se acaba sino por que perdura hasta la vida eterna.
Despojarse de los hábitos propios de la humanidad envejecida, es dejar la vaciedad de criterios, la vida mediocre y superficial, así como el egoísmo, la avaricia, los anhelos de poder y de aparecer. Revestirse de la humanidad nueva es llenarse del amor de Jesucristo y su proyecto de salvación, es elegir a Cristo como estilo de vida.
Por esa misma línea, decir que Jesús es el pan de vida significa que su camino, su proyecto, su espíritu generan vida verdadera para nosotros, vida plena, colmada, Bienaventurada, feliz. Comer el pan de vida es asimilar a Jesucristo, seguir sus pasos, trabajar por el Reino y permitir que su Espíritu nos fortalezca para hacer realidad la voluntad salvífica de Dios para el ser humano. “El pan que da la vida soy yo: quien viene a mí no pasará hambre; quien cree en mí nunca tendrá sed”. (Jn 6,35)
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
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Moniciones para el XVII Domigo del Tiempo de Cuaresma- Ciclo B
24 de Julio, 2009, 9:33
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Tiempo Ordinario
Décimo Séptimo Domingo – Ciclo B
“El mensaje de um sigono”
26 de JULIO del 2009
Monición de entrada
Las Sagradas Escrituras siempre nos revelan a Dios. Hoy el Antiguo Testamento junto con el capítulo seis de San Juan nos habla sobre la multiplicación de los panes. Este tema sirve de base para la enseñanza de Cristo sobre la Eucaristía. Jesús tomó pan, dio gracias y lo repartió personalmente a la multitud. La gente entusiasmada, lo proclamó Mesías, pero no comprendieron bien el signo. Abramos nuestras mentes y nuestros corazones al misterio que vamos a celebrar y pidamos la gracia de conocer mejor a Jesús. De pie para recibir al celebrante y a los ministros de esta Misa.
Primera lectura: 2 Re 4, 42-44 (Eliseo multiplica veinte panes de cebada)
La primera lectura tomada del segundo libro de los Reyes, nos refiere el milagro de la multiplicación de los panes por la intercesión del Profeta Eliseo. Él hace visible a Dios, no solamente por sus enseñanzas, sino también por sus acciones. En el Evangelio de hoy, Cristo mismo va a realizar el milagro de los panes.
Segunda lectura: Ef 4, 1-6 (Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo)
San Pablo en su carta a los efesios nos dice que debemos poner en práctica la humildad, la amabilidad, la comprensión, pero sobre todo la unidad. Por nuestro bautismo formamos un cuerpo con un alma en el Espíritu. Escuchemos.
Tercera lectura: Jn 6, 1-15 (Multiplicaciones de los panes y peces por Jesús)
Empezando hoy y siguiendo en los próximos cuatro domingos vamos a escuchar el capítulo seis del Evangelio según San Juan, sobre el discurso del Pan de Vida. El pasaje de hoy se refiere a la multiplicación de los panes y de los peces por Cristo. Es signo de Eucaristía. El pan, fruto del trabajo del hombre, puesto en manos del Señor, produce la Vida nueva que nunca termina. Como aclamación a esta Buena Nueva, entonemos el Aleluya.
Oración Universal
- Para que la caridad de la Iglesia reproduzca el milagro del maná multiplicado, roguemos al Señor.
- Para que los saciados de pan tengan hambre de justicia y sepan compartir su riqueza, roguemos al Señor.
- Para que el mundo del hambre obtenga el pan que necesita y pueda apetecer el otro pan, roguemos al Señor.
- Para que los jóvenes respondan al llamado del Señor a la vida religiosa y sacerdotal, roguemos al Señor.
- Para que, participando del pan de la Eucaristía, sepamos compartir con los demás el pan de nuestra existencia, roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 355)
Te bendecimos, Dios de los pobres y hambrientos del mundo,
porque Jesús se compadeció de la gente extenuada y famélica,
y repartió en abundancia el pan del reino a los pobres.
Él invita también a su mesa eucarística a todos sus hijos,
como hermanos que participamos del mismo pan familiar.
Nosotros queremos celebrar dignamente la cena del Señor,
con un corazón abierto al amor y la fraternidad universal,
compartiendo la fe, el pan y la vida con nuestros hermanos,
especialmente con los más pobres de bienes y derechos.
Danos, Señor, hambre del pan de vida que eres tú,
y sáciala definitivamente en el banquete de tu reino.
Amén.
Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Moniciones para el XVII Domigo del Tiempo de Cuaresma- Ciclo B
24 de Julio, 2009, 9:33
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XVII Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect.: 2 Rey 4,42-44
- Sal 144
- 2da lect.: Ef 4,1-6
- Evangelio: Jn 6,1-15
EL GESTO DEL COMPARTIR
Podríamos Empezar esta reflexión con la segunda lectura, de la carta de Pablo a la comunidad de Éfeso. Para ese momento el viejo Pablo estaba al final de su vida y en la prisión. Había pasado mucho tiempo anunciando la Buena Noticia del Reino. El abandono de una vida meramente instintiva dominada por el egoísmo, y la posibilidad de ascender a una humanidad libre de cara a los demás seres humanos y al Dios de la vida.
Humanidad a la que se llega por medio de una vida comunitaria, fundamentada en la hermandad por ser hijos de un mismo Padre, salvados por un mismo Cristo y animados por un mismo Espíritu. Unidad que no debe ser utilizada como instrumento para manejar y uniformar las masas según la voluntad de una sola persona o institución, que se autoproclama poseedora de la verdad. No es para manejar los hilos del poder, es para sentirnos corresponsables los unos con los otros.
Por supuesto que al buscar la unidad tenemos que renunciar a intereses egoístas, inclusive a algunos gustos personales que afectan al colectivo. Estas exigencias se hacen más fuertes cuando se trata de uniones más cercanas e íntimas como la unidad familiar. Es necesario llenarse de humildad, mansedumbre y paciencia. No se trata de someterse totalmente a la voluntad del otro porque, como dice la canción: “aquí el que manda soy yo y no te gusta vete”. “Sopórtense mutuamente por amor”, dice Pablo. Aquí nos corresponde ceder de parte y parte, aceptar mi verdad y mis equivocaciones así como la verdad y las equivocaciones de la otra persona para convivir corresponsablemente y para apoyarnos en la mutua edificación.
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A partir de la corresponsabilidad comunitaria y del compartir fraterno y solidario con los hermanos, podemos entender mejor el texto evangélico de hoy.
Este evangelio es más conocido como el milagro de la multiplicación de los panes. Posiblemente los amantes del “abra cadabra, pata de cabra”, interpreten literalmente el texto e imaginen una gran masa de personas hambrientas en un descampado con ninguna posibilidad de adquirir alimento. Y como por lo general nos gustan los “supermanes” y los líderes mediáticos, nos imaginamos a Jesús repartiendo panes a diestra y siniestra. Lo vemos sacando panes y peces que nunca se acaban, de una sola canasta. Dicen que la inocencia es una virtud, pero en los niños; en los adultos se convierte en tontería.
El evangelio de hoy (Jn 6,1-15), sigue la línea de la primera lectura (2Re 4,42-44). Es un paralelo que muestra la continuidad en Jesús del Proyecto de Dios para su pueblo y la superioridad del hombre de Nazaret sobre todos los personajes del Primer Testamento (Moisés, Eliseo, Jonás, etc.).
Jesús nos presenta la alternativa del trabajo y el compartir en comunidad como fuerza que hace posible la satisfacción de la necesidad humana de comer. En tiempos de Eliseo, en tiempos de Jesús y en nuestro tiempo, existe mucha gente con hambre. Muchos seres humanos dejan de existir porque no tienen disponibilidad de alimento, no precisamente porque no haya qué comer, pues cada año las trasnacionales de alimentos destruyen toneladas de sus productos con el objeto de hacer subir los precios. Nuestro planeta tiene capacidad para alimentar al triple de la población actual; pero cuando el lucro se pone como valor supremo y se deifica, ese dios exige a sus adeptos el sacrificio de millones de vidas humanas, para calmar su insaciable sed.
¿Qué hacemos frente al problema del hambre? No basta con dedicar unas cuantas monedas del presupuesto para comprarle comida a los pobres y llevarles algún mercado. Ésto se convierte muchas veces en una píldora para tranquilizar las conciencias. Se trata sobre todo de comprometer nuestra vida en la búsqueda de condiciones que brinden mejor calidad de vida para todas las personas.
Todos los imperios han tenido y tienen la necesidad de explotar a grandes masas y de privilegiar a unos cuantos para mantener el sistema. Se propone la caridad como un instrumento del mismo sistema para remediar los males que vejan a los empobrecidos, y garantizar la continuidad de las estructuras. Los pobres deben hacer bien su trabajo como obreros y los ricos deben ser caritativos con los pobres. Aquí el buen cristiano es el que no se mete en los problemas mundanos y deja que la historia siga su curso. El que se porta como un papá bueno con los pobres y les da limosnas: ropa (usada) y juguetes (viejos que han dejado sus hijos). El que compra mercados y les regala. Es una persona generosa y buena a quien le duele el dolor humano y trata de remediarlo, pero deja intacto el foco que produce ese dolor.
La propuesta de Jesús fue distinta. Según el texto Jesús preguntó a Felipe: “¿dónde compraremos pan?” (v5); pero dice el evangelista que era para probarlo porque “él sabía lo que iba a hacer” (v6). Es decir que no se trata de comprarlo y dárselo; no se invita a dar limosnas a los pobres ni a repartir mercados. Esto no se descarta en casos extremos de hambre, producto de alguna calamidad natural o provocada. Mucha gente ha encontrado en estas prácticas, verdadero alivio para sus necesidades. Pero no podemos limitar nuestra dimensión social cristiana a dar limosnas a los pobres y a repartir mercados, sin atacar el origen de la miseria.
Según el texto, el pan debe salir de la misma comunidad. “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; ¿pero qué es esto para tanta gente?” (v9). Jesús actuó a partir de lo que había en el medio y de lo que pudo dar la gente. Escaseaba no solo el pan material. Tenían además una gran falta de confianza en sí mismos y en Dios, que sólo puede actuar si encuentra personas dispuestas a ofrecer sus brazos para transformar la realidad. Tenían la necesidad de hacerse protagonistas de su propia historia y de dejar se esperar mesías fantásticos que vinieran con su “abra cadabra”, a solucionar todos los problemas. ¿El sistema les estaba haciendo daño? ¡Claro que sí! Pero no únicamente el sistema sociopolítico. Era sobre todo el sistema interno: su miedo, su egoísmo, su baja autoestima, su desesperanza y su conformismo.
Tenían la necesidad de recostarse en el suelo pues recostados comían los hombres libres, ya que los esclavos debían hacerlo siempre de pie, dispuestos a atender el llamado de sus amos. Es decir, tenían la necesidad de valorarse, de luchar por sus derechos y de crear condiciones de trabajo digno y libre en el cual, no sirvieran a un amo y señor que se había apropiado de los medios de producción y del comercio. Necesitaban arriesgarse a compartir en fraternidad y solidaridad. Necesitaban dar, cada uno, su aporte y hacerse corresponsables de los problemas y de las soluciones de todos.
Ahí ocurrió el “milagro”. Cuando lo poco que se tiene pasa por las manos de Jesús, es decir, cuando nuestras manos son la extensión de las manos de Jesús, alcanza para todos y sobra (doce canastos, perfección).
¡Ojo con no desperdiciar! Es distinto acumular los frutos de la explotación de los demás por avaricia y deseos de superioridad, que guardar por prudencia y con visión de futuro. Necesitamos ser generosos pero no irresponsables con nosotros mismos. Con las facilidades que dan las tarjetas de crédito con mucha frecuencia gastamos más de lo que podemos pagar, y nos convertimos en esclavos de nuestra insaciable sed de consumo. “recojan las sobras; que no se desperdicie nada.” Les dijo Jesús.
Esta propuesta nos invita a evaluar las estructuras mercantilistas, individualistas y egoístas que ha impuesto el sistema actual. La propuesta de Jesús no se queda sólo en el plano físico sino que invita sobre todo a la comunión plena en el amor. No basta con llenar los estómagos. Necesitamos vivir los valores que nos hacen más humanos y felices: trabajo digno y organizado, vida comunitaria, misericordia, solidaridad, compartir fraterno…
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
“Hay un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo. Y único es Dios, Padre de todos…”
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Homilia Domingo XVI del Tiempo Ordinario - Ciclo B
17 de Julio, 2009, 23:11
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Moniciones para el XVI Domigo del Tiempo de Cuaresma- Ciclo B
17 de Julio, 2009, 23:02
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Homilia el XV Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
8 de Julio, 2009, 8:45
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XV Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect.: Am 7,12-15
- Sal 84
- 2da lect.: Ef 1,3-14
- Evangelio: Mc 6,7-13
Vete vidente
En el tiempo del profeta Amós Israel estaba dividido en el reino del norte y el reino del sur. Amós ejerció su ministerio en el reino del Norte. Allí mandaba el rey Jeroboam II, apoyado ideológica y religiosamente por Amasías, sacerdote del santuario de Betel considerado templo real y santuario nacional. Aquí vemos el ejemplo claro, de una religión utilizada como un elemento justificador para mantener el poder. Se ve la traición a Dios y a la humanidad, y la manipulación de la religión para adormecer la conciencia de un pueblo y hacerlo aceptar, como voluntad de Dios, los designios mezquinos del gobernante de turno. El matrimonio del “poder” religioso con el poder político es tan antiguo como actual y peligroso para los intereses de la gente de a pie.
La historia nos ha enseñado que es imposible ser neutral ante las realidades sociales y políticas. Si somos sinceros tenemos que aceptar que es imposible ser apolíticos, porque alejarse totalmente de la política significaría tomar partido por la corriente dominante, cualquiera que sea. Es un ropaje engañoso de la indiferencia.
Amós no fue un político propiamente dicho. Fue un campesino creyente que asumió su compromiso con Dios y con su pueblo. Hizo ver la idolatría en la que estaba cayendo Israel y la desviación del proyecto salvífico de Dios, que se debía construir con el hilo conductor de la fe y con las bases de la justicia y el derecho.
Con el reinado de Jeroboam II hubo cierto progreso que los llevó a la autosuficiencia, arrogancia, vanidad (4,1) y lujo excesivos (6,4ss). La “calidad de vida” les hizo olvidar a Dios y a los demás hermanos, que se veían muchas veces explotados para satisfacer la insaciable sed de comodidad de unos cuantos.
En Amós encontramos al profeta de la crítica social (1,1-s). Su denuncia más notoria la dirigió contra quienes deberían velar por la justicia y el derecho, pero hacían lo contrario: los gobernantes. (6,1s), los jueces (2,6-7), los dirigentes religiosos (3, 12s) quienes habían falseado el culto a Yahvé (6,21-22), y los comerciantes (8,4). Las víctimas de la injusticia eran el pobre, el débil, la viuda y la muchacha de servicio (2,7s).
A todos los seres humanos nos gusta que nos elogien y que hablen cosas bonitas y nos incomoda que hablen mal o que cuestionen nuestra manera de proceder, es algo natural. Los gobernantes no son la excepción; por el contrario, en ellos se ve más esta actitud, sobre todo cuando se creen representantes de Dios.
Amós se atrevió a denunciar la injusticia del Jeroboam II y su gente, la infidelidad en la que estaba cayendo el pueblo, así como la descarada y sospechosa camaradería que había entre el rey y el sumo sacerdote Amasías. Éste no dudó en salir a defender a Jeroboam II, su compinche, a descalificar, a ridiculizar y a despedir a Amós. Para esto acudió a su “alta dignidad” como sumo sacerdote del Betel, templo nacional y santuario real. El profeta se había convertido en un problema para los intereses de rey, del sumo sacerdote y de su gente.
Pero el profeta no podía desistir de su ministerio por la intimidación. Él no ejercía la profecía como una profesión, ni como un medio para ganarse la vida. Hablaba porque veía claramente la injusticia, porque le dolía lo que estaba pasando y porque no podía callar, era una obligación de conciencia. Se sentía enviado por Dios para reclamar lo que era de Él: la justicia, el derecho, la dignidad de la gente, la tierra y el culto verdadero.
Valdría la pena analizar el compromiso nuestro como Iglesia de Cristo, ante el mundo y sus realidades sociales, políticas, culturales e ideológicas. Valdría la pena revisar si, como personas o como institución, hemos expulsado a los profetas porque nos incomodan, y defendido socarronamente a tantos pillos de corbata que siguen sueltos y haciendo daño. ¿Qué tal si nosotros asumimos el compromiso de Amós, no por sueldo, no porque nos paguen, sino como una “obligación” de conciencia para ser verdaderos discípulos de aquel que murió y resucitó para darnos nueva vida?
Sencillez
Ya tenían un buen tiempo de caminar con Jesús, es decir, de ser sus discípulos. Conocían su proyecto, su prioridad, su Buena Noticia. Habían aprendido a vivir en comunidad no obstante las marcadas diferencias ideológicas entre ellos mismos. Era hora de pasar a ser apóstoles, es decir enviados. Comenzaba una nueva etapa para sus vidas: el apostolado.
Vemos en el evangelio una serie de recomendaciones que brotan de la experiencia apostólica del mismo Jesús. El evangelio pide que los apóstoles de Jesús lo hagan en su nombre y con el mismo espíritu que él lo hizo, con la certeza de que los acompañarán los mismos signos.
Primero que todo el apostolado se realiza de dos en dos, o sea en comunidad. La dinámica apostólica se debe hacer en un ambiente de sencillez, en contacto con la gente y no a través del poder. No se buscan los aplausos ni la admiración de la gente; por tanto se debe evitar todo tipo de ostentación, más cuando se trata de lugares empobrecidos. Se trata de formar comunidades impulsadas por la fuerza del Espíritu que hagan realidad el Reino de Dios.
A todos nos gusta que nos vaya bien pero es preciso evitar el triunfalismo, pues existe la posibilidad de no ser aceptados, ya que otros tienen derecho a disentir, sin que ello signifique que estén condenados. Necesitamos tolerancia para aceptar las diferencias, perseverancia para continuar el camino y creatividad para dar a conocer el mensaje de salvación en un ambiente de respeto.
Con su predicación los apóstoles llamaron a todos a volver a Dios, en línea con la afirmación de Pablo: “hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza en el cielo y en la tierra” (2da lec). Se trata de un trabajo a largo plazo, paciente, personalizado y progresivo. Volver a Dios no es sólo cambiar algunos actos, sino mirarlo y tenerlo en cuenta en toda nuestra vida. Volver a Dios no es sólo “dejar de pecar”, sino dejar la vida sin sentido, sin esperanza y sin confianza, y volver nuestra mirada a aquel que es la fuente de la vida, del amor y de la misericordia.
¿Estamos nosotros los seguidores de Jesús, en consonancia con el plan de Dios? ¿Somos discípulos? ¿Somos apóstoles? Hay muchas personas y comunidades cristianas que hacen presente el Reino con su vida. Pero hay que reconocer que el cristianismo tiene una historia muy contradictoria, de poder, de dominio, de agresión y de colonización. Y que esto no ha terminado: los llamados países cristianos, la civilización occidental, no han parado la colonización, cada vez con nuevas formas de esclavitud y de dominio en nombre de Dios o en nombre de la democracia. El salvajismo no es historia.
En muchos de nuestros países hay una gran mayoría cristiana, sin embargo hay entre nosotros las más penosas injusticias. Muchos “cristianos” están dentro de los que andan por el mundo colonizando y explotando sin ningún sentido humano ni cristiano. ¿Dónde quedamos? ¿Será que el cristianismo como conjunto se ha convertido en un nuevo santuario de Betel al servicio de intereses particulares? ¿Qué hacemos?
Nos corresponde volver a las fuentes. A Jesús y su hermoso testimonio de humildad, su compartir solidario y su lucha por una humanidad nueva. Nos corresponde buscar una vida digna y justa para todos, sin tener que pisotear a nadie para mantener una ostentación insultante y deshumanizadora. Estamos llamados a ser discípulos y luego a ser apóstoles del Reino de Dios. A combatir todos los “démones” que vejan nuestra humanidad y a realizar el designio de Dios: Que seamos santos e irreprochables ante él por el amor (2da lect.)
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Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
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Moniciones para el XV Domigo del Tiempo Ordinario- Ciclo B
7 de Julio, 2009, 0:07
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Tiempo Ordinario
Décimo Quinto Domingo – Ciclo B
“La Religión del pueblo”
Monición de entrada
Buenos noches, (días), hermanos y hermanas en Cristo. A nosotros, como cristianos se nos ha encomendado la sagrada misión de continuar el mismo trabajo de Cristo. Ser llamado por Dios y predicar su palabra no es cosa fácil. El misionero de verdad tiene que depender totalmente de Dios y estar dispuesto a hacerlo todo para promover el Reino aunque eso signifique no ser recibido o aceptado por otros. Esta es nuestra vocación, como nos dice San Pablo tan poéticamente. Empecemos esta Eucaristía que nos da la fortaleza necesaria para responder al llamado de Dios, de pie, por favor.
Primera lectura: Am 7, 12-15 (Ve y profetiza a mi pueblo)
La primera lectura de hoy está tomada del libro de Amós, quien vivió ocho siglos ante de Cristo como pastor del rebaño. Dios le llamó para salir de su pueblo y su trabajo, para ir a Israel a denunciar las injusticias sociales. El motivo de su actividad profética es la irresistible llamada de Dios. Escuchemos.
Segunda lectura: Ef 1, 3-14 (Dios nos eligió en Cristo antes de crear el mundo)
El comienzo de la carta de San Pablo a los efesios es un himno bautismal, trinitario y litúrgico. Hemos sido rescatado por la sangre de Cristo, liberados del pecado e introducidos en el misterio del plan de Dios. Escuchemos este himno del plan de salvación.
Tercera lectura: Mc 6, 7-13 (Primera misión de los doce apóstoles)
El Evangelio de hoy nos explica la misión de los Doce. Cristo les mandó a predicar el Evangelio, a echar demonios y a curar enfermos. La misión sólo es eficaz, si el misionero se presenta en debilidad, para que actúe y brille el poder de Dios. Antes de escuchar esta Buena Nueva, entonemos la aclamación evangélica, de pie.
Oración Universal
1. Por la Iglesia; para que cumpla solícitamente el oficio de misericordia que Cristo, el buen samaritano, le encomendó hasta su vuelta, roguemos al Señor.
2. Por los que lesionan gravemente los derechos de la persona; para que puedan reconocer en el prójimo la imagen de Dios invisible, roguemos al Señor.
3. Por los que sufren, víctimas de la injusticia: la violencia, el clasismo, la indiferencia, la segregación racial; para que su dolor halle eco en el corazón de todos, roguemos al Señor.
4. Por todos los que se encuentran en trance de elegir su profesión; para que descubran en su trabajo el sentido de la abnegación y del servicio a los demás, roguemos al Señor.
5. Por un aumento en las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal; para que el Evangelio siga llegando a los más pobres y abandonados, roguemos al Señor.
6. Por nosotros: para que no pasemos de largo ante el que necesita nuestra ayuda y sepamos derramar sobre todos el aceite y el vino del amor fraterno, roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 349)
Te bendecimos, Dios de los apóstoles y los profetas,
por Jesucristo, tu primer enviado en misión de paz y amor
para anunciar a los pobres el gozo de la liberación,
para dar la salud a los enfermos y cosechar la mies abundante.
Cristo delegó su misión a los suyos, a nosotros;
desde entonces evangelizar es la misión de tu pueblo.
Jesús nos quiere disponibles, con la libertad de la pobreza,
para compartir con los demás lo que tú nos das gratis.
Vacía, Señor, nuestro corazón de la soberbia para hacer
sitio a la revelación de tu nombre, y desocupa nuestras manos
de la codicia para recibir en ellas tu medida colmada.
Amén.
Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Homilia el XIV Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
3 de Julio, 2009, 1:28
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XIV Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect.: Ez 2,2-5
- Sal 122
- 2da lect.: 2 Cor 12,7b-10
- Evangelio: Mc 6,1-6
Cuando soy débil, entonces soy fuerte
¡Al fin qué! ¿Somos débiles o somos fuertes? ¿Somos dioses en la tierra, como dijo Pico de la Mirandolla o somos viles gusanillos que se revuelven en el lodo, como dijo Martín Lutero? ¿Somos Señores de la tierra y Dios nos puso para dominarla, como dice el libro del Génesis (1,28s), o no somos más que un soplo y nuestra vida es una sombra que pasa, como dice el salmo 39(v. 7)?
Pienso que somos sencillamente humanos, con fortalezas y debilidades; susceptibles a los accidentes del mundo y con capacidades para transformarlo. Subvalorarnos como seres humanos no solo sería un maltrato para nuestra humanidad sino también una ofensa para Dios porque estamos hechos a su imagen. Pero no olvidemos que no somos dioses todo-poderosos. Cada vez que nos comportamos como dioses, terminamos masacrando, exterminando y anulando a algunos o a millones de seres humanos. La filosofía del hombre “Dios en la tierra” y Señor de las cosas de Fichino y Pico, completada con la “del superhombre” de Nietzche y otras por el estilo, han ayudado para hacer del hombre postmoderno un consumidor rapaz, planetófago y contaminador del medio ambiente. Capaz de marginar, explotar y exterminar a sus congéneres para sentirse vivo, cómodo y feliz. Muchas veces la serpiente nos ha engañado y hemos caído víctimas de nuestra inseguridad ontológica y de nuestros vacíos afectivos que nos exigen tener poder para sentirnos seguros y dignos de ser amados.
El llamado filósofo del pensamiento débil, el italiano Gianni Vattimo, propone debilitar el ser, o sea dejar de atribuirle características fuertes (desde todo punto de vista) para reconocerlo en cambio ligado al tiempo, a la vida y a la muerte. Según Vattino, sólo así será posible la emancipación humana, la progresiva reducción de la violencia y de los dogmatismos.
Pablo en su Carta a los Corintios (2da lect.), nos comenta su experiencia sobre la debilidad. Según Pablo, es en la debilidad (enfermedades, injurias, privaciones, persecuciones…) donde reconocemos con más facilidad nuestra necesidad de Dios. Por eso dice: “cuando soy débil entonces soy fuerte”. Esto nos suena paradójico, como muchas otras cosas en el camino de Jesús. ¡Pero así es! Vivámoslo y veremos que así es: Cuando nos despojamos de todas nuestras falsas seguridades, cuando reconocemos que estamos limitados por el tiempo y el espacio, que nuestras debilidades internas y las amenazas externas nos afectan; cuando ante nuestras debilidades, caídas y dolores, en vez de maldecir por la “mala suerte” nos abrimos a la gracia de Dios, experimentamos una fuerza poderosa que nos hace resistir, perseverar y levantarnos. Entonces comprenderemos por qué dijo Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Porque así es.
CREER EN LO NUESTRO
En uno de mis viajes por tierra, el autobús paró para que los pasajeros descansáramos y tomáramos algo. - “Qué lindo ese muchachito”, le comentó la abuela a la nieta con quien viajaba, contemplando a un bebé mulato a quien le daban seno en un rincón de la cafetería. - “No me gustan los morenos”, le respondió la joven mientas tomaba su café. Aunque la piel de la joven era bastante clara y sus ojos verde oscuro, su nariz chata y su pelo rizado, dejaban ver algún gen africano. - “No hables muy duro mijita que en esta tierra todos somos hijos de indios patirrajados, negros esclavizados y españoles ladrones”, añadió la abuela, una mujer pequeña con los ojos indios.
En el choque desigual de culturas que se dio en nuestro continente, hay que reconocer el gran legado histórico, cultural y religioso, entre otros elementos positivos. Pero no podemos olvidar los desastres, persecuciones y muertes; la esclavitud y las costumbres malsanas que quedaron. Me atrevería a decir que entre lo más desastroso quedó el habernos hecho creer que los indígenas hacían parte de una subcultura, casi unos subhombres y que todo lo de ellos era “sub” porque la civilización venía de los blancos europeos. Religión, cultura, organización social, deportes, la identidad misma de la persona, llevaban el prefijo “sub”.
Y lo más triste es que nosotros, los hijos de esa danza del mestizaje latinoamericano, creímos ese cuento. No pocas veces he escuchado epítetos tales como: “indio cochino”. “¿Usted porqué es tan india conmigo?”. “Eso tan poca cosa lo tiene cualquier indio”…
Hasta hace unos años casi todos los gobernantes latinoamericanos tenían rasgos europeos. El mismo pueblo mestizo ponía su confianza en las mismas familias que lo habían explotado y lo tenían sumido en la miseria. No sé si sea peor esclavizar o permitir que la esclavitud reine eternamente y adquiera nuevos ropajes con la complicidad de los esclavos. Creo que lo peor no es que esclavicen, que haya violencia, violación de los derechos humanos y todo tipo de injusticias en nuestros pueblos. Lo peor sería acostumbrarnos, perder nuestra capacidad de asombro ante el maltrato a la dignidad humana y aún ante nuestro propio dolor. Creer que todo eso es normal debido a nuestra incapacidad para solucionar nuestros problemas y que necesitamos una invasión como la de Afganistán o la de Irak, para superar nuestros conflictos. (¡Qué “bella” solución!).
Así como en el pueblo de Jesús, aquí nos cuesta valorar y creer en lo nuestro. No pocos corren tras líderes exóticos, con una lengua mal pronunciada, o por su claro acento extranjero. - “Este debe saber mucho porque es extranjero”. - “Este nos va a sacar del problema porque estudio en Yale, en la Sorbona o en Comillas”.
Como bien decía Cervantes: “es de bien nacidos agradecer”. Hay que agradecer el valioso aporte de muchos extranjeros en áreas como la ciencia, la cultura, las humanidades, la defensa de los derechos humanos y la fe por supuesto, entre otros campos. ¡No todos vienen a robar! Pero es muy triste que a muchos talentos los rezaguemos sólo por haber cometido el gran pecado de nacer aquí, de ser de los nuestros. Eso demuestra una baja autoestima personal y social que detiene el crecimiento integral de los pueblos.
Jesús vivió esta misma situación: - “¿Y éste de donde salió? - ¿Dónde estudió? - ¿Qué escuela acredita sus discursos? - ¡Si tan siquiera hubiera pasado por alguna escuela de Jerusalén, Antioquía o Alejandría! - Si tuviera algún familiar importante en alguna parte. Pero a sus hermanas y hermanos los conocemos, son de los nuestros, los mismos zarrapastrosos que comen el pan de cebada todos los días porque no tienen más. - ¡Es de los que sólo puede comer cuando recibe el jornal del día! - No pertenece a ninguna casta privilegiada ni hay en su familia tradición de sabios, gobernantes, o algo por el estilo”…
Jesús no fue valorado por sus paisanos que no creyeron en él, pues lo conocían. ¡Lo vieron crecer y no era mayor cosa! No hubo ningún niño haciendo palomitas de barro y soplándolas para que salieran volando, como nos cuenta algún evangelio apócrifo, de los tantos que aparecieron después del siglo primero, entre ellos el de Judas muy comentado en estos días.
Fue un niño más del montón, que jugueteó descalzo y desnudo como los demás, que le ayudó a cargar el agua a su mamá e hizo los mandados. Fue un joven común y corriente que hizo trabajos manuales. Sus paisanos saludaron sus manos rudas, muchas veces lo vieron lleno de ripio y mugre, sudado con las faenas del día y comiendo el pan con el sudor de su frente (nada que ver con los dibujos de rasgos afeminados que algunos pintores han plasmando en los lienzos desencarnados). Para los paisanos que lo conocían estaba hecho para el trabajo, no para obrar signos de poder ni para enseñar con sabiduría. ¡Y claro! No pudo hacer allí mayor cosa, pues no creyeron en él, le tocó irse con “su cuento” para otra parte.
A pesar de que los judíos eran tan nacionalistas, muchos habían adoptado algunas costumbres romanas y trataban de seguir el paradigma del hombre feliz propuesto por Roma. Tal vez sea cierto aquello de que “el opresor tenga un no sé qué que les encanta a los explotados por su mentalidad esclavizada y su espíritu encadenado”. Es posible que aún conservaran algún gen que los hacía añorar las cebollas de Egipto. ¿Nos pasará lo mismo?
Pero ahí en medio de la pobreza y de la debilidad humana, contra todos los pronósticos de “los especialistas” en juzgar quién sirve y quién no, Jesús nos dio Palabras de vida eterna. Su autoridad no radicó en lo pomposo de sus vestidos ni en los títulos de las mejores escuelas antiguas. Su autoridad estuvo fundada en el Espíritu que siempre lo acompañó y en la vida coherente como ser humano e hijo del Padre Dios.
Nos queda más fácil creerle a alguien que venga de Roma, del Tibet, o del Lejano Oriente. Nos queda más fácil atender las manifestaciones espectaculares del artista de moda, que hoy florece y mañana se seca. Nos queda más fácil seguir los modelos de la TV y soñar a ser como ellos, ignorando el drama que esconden detrás de sus rostros “siempre sonrientes y felices”.
Nos hace falta aprender a descubrir la voz de Dios entre los nuestros y aprender a reconocer sus pasos firmes en medio de nosotros. Nos hace falta verlo con su ropaje común y corriente; cuando come en la fonda del barrio y toma el autobús para llegar al trabajo. Cuando hace fila para reclamar su salario y cuando pelea porque no le han pagado lo justo, o sencillamente porque no le han pagado.
Nos hace falta ver en las manos ásperas del trabajador, las manos de Dios que sigue obrando signos ignorados por los especialistas de Dios. Necesitamos creer en nuestros valores, en nuestros niños, en nuestros jóvenes, en nuestros líderes que demuestren ser honestos y veraces. Necesitamos creer en nuestra capacidad para transformar la historia contando con nuestra debilidad y con la gracia de Dios. Necesitamos estar atentos al paso de Dios por nuestra vida, reconocer a nuestros profetas y asumir nuestro compromiso profético que todos hemos recibido en el bautismo. No dejemos que Jesús pase de largo y le toque irse con su cuento para otra parte.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
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Moniciones para el XIV Domigo del Tiempo de Cuaresma- Ciclo B
3 de Julio, 2009, 1:18
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Décimo Cuarto Domingo – Ciclo B “El profeta lo tiene hoy difícil”
Monición de entrada:
Hermanos y hermanas en Cristo: hoy celebramos el décimo cuarto domingo durante el año litúrgico. Las lecturas nos hablan acerca del profeta que revela la presencia de Dios entre los hombres. Los profetas y Jesús fueron rechazados. Pero lo más importante es que Dios les da su gracia y fortaleza y los ayuda en su soledad, en su sufrimiento y en la lucha por el bien de los demás. ¿Cuál es nuestra actitud frente a la palabra de Dios, frente a los que hablan en su nombre? Preparémonos para nuestro encuentro con Dios mientras recibimos a los ministros de esta Eucaristía.
Primera lectura: Ez 2, 2-5 (Sabrán que hubo un profeta en medio de ellos)
Este texto del libro del profeta Ezequiel ha sido escogido por su relación con el Evangelio. El profeta es un “hijo de hombre”, débil y con miedo, enviado a su pueblo rebelde. La acción de Dios se manifiesta a través de Ezequiel, a pesar de que él es rechazado. Oigamos.
Segunda lectura: II Cor 12, 7-10 (Así residirá en mí la fuerza de Cristo)
En esta segunda lectura de San Pablo a los Corintios, el apóstol escribe sobre la fuerza de Dios que se realiza en su debilidad. No sabemos a qué se refiere pero él la reconoce y la acepta y convierte esta debilidad en experiencia para la madurez humana y su vida espiritual. Pongan atención.
Tercera lectura: Mc 6, 1-6 (No desprecian a un profeta más que en su tierra)
La visita de Jesús a Nazaret, con sus discípulos formula unos interrogantes sobre la persona de Cristo. El enseñó en la sinagoga pero la gente lo rechazó. La falta de fe entre ellos y sus prejuicios sobre la presencia de Cristo les impidieron aceptarlo el Mesías. Pongamos atención a este mensaje, pero antes nos ponemos de pie para cantar el Aleluya.
Oración Universal
- Por todos los que han recibido en la Iglesia el encargo de anunciar la palabra de Dios; para que, fieles al mensaje, sepan presentarlo a todos con lenguaje inteligible, roguemos al Señor.
- Por los que no dan crédito al Evangelio que resuena en sus oídos; para que sean capaces de reconocer la palabra salvadora de Dios en la envoltura de la palabra humana, roguemos al Señor.
- Por los que rechazan toda autoridad, todo magisterio, y pretenden conducirse por sí mismos; para que reconozcan su extravío y depongan su autosuficiencia, roguemos al Señor.
- Por nuestros jóvenes de nuestras comunidades y parroquia; para que sepan responder con generosidad a la llamada del Señor a seguirle en la vida religiosa y sacerdotal, roguemos al Señor.
- Por nosotros aquí reunidos; para que escuchemos la palabra de Dios, meditándola en nuestro corazón, y así influya en nuestra vida, roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 346)
Hoy nuestra plegaria, Señor, es súplica de perdón
porque Cristo vino a los de su casa, y no lo hemos recibido,
porque hemos confinado tu palabra a nuestros cálculos y rutina,
porque la dejamos apagarse en las cenizas del miedo silencioso,
porque te encerramos, Dios vivo, en nombres vacíos de alma,
porque no nos dejamos sorprender por la novedad de tu Espíritu
de tu misericordia, de tus profetas, del clamor de los pobres,
del cristo que sufre en el gemido de los sin voz ni derechos.
Perdónanos, Señor, porque sabemos muy bien lo que hacemos,
Y cámbianos este corazón de piedra por otro de carne, capaz
De sentir con los demás y de amarte a ti y a los hermanos.
Amén.
Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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