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Moniciones para la conmemoración de todos los fieles difuntos
28 de Octubre, 2009, 0:33
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Conmemoración de todos los fieles difuntos
2 de noviembre de 2009
Entrada:
La Iglesia conmemora hoy a los fieles difuntos, a todos los que nos han precedido en este mundo y los cuales (esa es nuestra esperanza) viven felices hoy en la Casa del Padre. Parece oportuno dedicar esta asamblea litúrgica a nuestros mayores y así desde hace muchos años, el Abad san Odilón, de Cluny, en el año 998, prescribió que todos los monasterios de la orden, celebrarán un día después de la Solemnidad de Todos los Santos, una memoria general por todos los difuntos. Ya, en el siglo XIV, el Papa admitió esta celebración para toda la Iglesia. Ese es el origen de la conmemoración de esta fiesta.
Primera lectura: Job 19,21.23-27a
La primera lectura, sacada del Libro de Job, es un anticipo profético de la Resurrección gloriosa de Cristo y de la que, un día, nos beneficiará a todos. Anuncia Job la resurrección desde la destrucción biológica del cuerpo mortal. Escuchemos.
Segunda lectura: Fl 3, 20-21
La segunda lectura de hoy procede de la carta del Apóstol san Pablo a los Filipenses. Nos recuerda que un día tendremos nuestro cuerpo inmortal y glorificado, gracias a la promesa y fuerza que Cristo tiene. Nuestra esperanza está en esa vida futura que esperamos. Pongan mucha atención a este mensaje.
Tercera lectura: Mc 15, 33-39;16, 1-6
El evangelio de Marcos que escuchamos hoy nos narra el episodio terrible de la muerte de Jesús en la Cruz. Y él, como es igual a nosotros en todo, pues murió, como moriremos todos nosotros. Pero a los tres días resucitó. Y esa resurrección es nuestro camino también. La muerte es solo un paso a la vida eterna. Y Jesús se sometió a ella para salvarnos a todos. Su muerte y resurrección nos transformará a todos. Les invito para que se pongan de pie para que cantemos el Aleluya.
Oración Universal
Por todo el pueblo cristiano: para que la unidad y la caridad mutua reinen en la comunidad cristiana universal. Roguemos al Señor…
Por todas las naciones y sus habitantes: para que puedan servir mejor a Dios Padre todopoderoso en la paz, en la justicia y en la prosperidad temporal. Roguemos al Señor…
Por nuestros difuntos: para que el Señor les de el descanso eterno, los reciba en su reino y los corone de gloria. Roguemos al Señor…
Por todos nosotros los que participamos de esta Eucaristía: para que abramos nuestras manos y nuestros corazones y ayudemos fraternamente a los demás. Roguemos al Señor…
Exhortación Final
Hoy te bendice nuestro corazón, Padre, Dios de la vida,
Porque en Cristo Jesús, vencedor del pecado y de la muerte,
Vemos que el fin de nuestro camino es la vida contigo.
En Jesús radica nuestra esperanza de vida sin término,
Porque es resurrección y vida para todo el que cree en Él.
Así la vida de los que creemos en ti, Señor, no termina,
Se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal,
Adquirimos otra mansión eterna para vivir siempre a tu lado.
¡Bendito seas, Señor! Haz que nuestro contacto con Cristo
Por su palabra, por la fe y por los sacramentos, despierte
Tu gesto creador que da vida al hombre para siempre.
Amén
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Moniciones para la fiesta Fiesta de los santos de Dios
27 de Octubre, 2009, 15:10
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Fiesta de los santos de Dios
1 de noviembre de 2009
Entrada:
Hoy, 1ro de noviembre, nos hemos reunidos para celebrar la solemnidad de Todos los Santos. Con mucha alegría recordamos a todos aquellos hermanos y hermanas que nos han precedido en el camino de la fe y que ahora gozan de la plenitud de la vida con el Padre Celestial y con Jesús resucitado. Animados por el ejemplo de vida y la intercesión de todos los santos caminemos con la esperanza de conseguir nosotros también la santidad.
Primera lectura: Apocalipsis 7, 2-4.9-14 (Triunfo de la multitud de los elegidos)
Hoy en el texto evangélico escucharemos las bienaventuranzas, el programa de felicidad que nos propone el Maestro. Presten mucha atención a esta primera lectura, en ella contemplaremos la imagen del libro del Apocalipsis que describe la plenitud de los que han conseguido esa bienaventuranza para siempre.
Segunda lectura: I de Juan 3, 1-3 (Veremos a Dios tal cual es)
Vamos a escuchar la segunda lectura, San Juan en su primera carta resume muy bien en qué consiste la esperanza cristiana: todos los bautizados somos ya, aquí y ahora, hijos de Dios, pero todavía con limitaciones, tenemos la esperanza de llegar a serlo un día en plenitud.
Tercera lectura: Mateo 5, 1-12a (Las bienaventuranzas)
San santos quienes recorren el itinerario universal de santidad que señalan las bienaventuranzas. Las vamos a escuchar ahora. Los santos hicieron realidad en su vida el programa del reino de Dios que las bienaventuranzas contienen para todos. La santidad no es una competencia olímpica para romper marcas anteriores, sino un caminar al paso cotidiano, conducido por el Espíritu que nos transforma en imagen de Cristo, si nosotros colaboramos.
Oración de los fieles
A cada petición contestaremos: “Escúchanos, Padre”
Por la Iglesia de Dios, para que sea la sal de la tierra y la luz del mundo, y dé testimonio de la vida nueva que nos viene por Cristo Jesús. Roguemos al Señor…
Por los hombres y mujeres, para que la propuesta del Evangelio nos ayude a encontrar la felicidad auténtica. Roguemos al Señor…
Oremos hoy especialmente por nuestros difuntos: amigos y familiares, para que gocen para siempre de la plenitud de la vida con Dios. Roguemos al Señor…
Por cada uno de nosotros, los aquí reunidos, para que, con todos los santos y santas de Dios, avancemos por el camino de la fe para conseguir con ellos la felicidad eterna. Roguemos al Señor…
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 636)
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación
bendecirte, Dios santo, uno y trino, con todos tus santos,
porque nos concedes celebrar hoy la gloria de la asamblea festiva
de todos los bienaventurados en la patria definitiva del cielo.
Hacia ella, aunque peregrinos y forastero en país extraño,
nos encaminamos alegres, guiados por la fe y por la esperanza,
y gozosos por la gloria de los mejores hijos de tu Iglesia,
los santos, nuestros hermanos, en quienes encontramos ejemplo
de vida cristiana que imitar y ayuda para nuestra debilidad.
Por eso, unidos a todos los santos y al coro de los ángeles,
te glorificamos repitiendo sin cesar: santo, santo, santo.
Amén.
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Moniciones para el XXXI Domigo del Tiempo Ordinario- Ciclo B
25 de Octubre, 2009, 12:58
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo Ordinario
Trigésimo Primer Domingo – Ciclo B
“Uma religión basada en el amor”
1 de noviembre de 2009
Monición de entrada
Hermanos y hermanas en Cristo, el Evangelio y la primera lectura de hoy resaltan el amor como esencia de la religión. Amor que no es solamente a Dios, sino también al prójimo. Por estar basado en el amor resulta ser el cristianismo una religión positiva por excelencia, la religión optimista del sí al ser humano, al mundo y a la vida. Empecemos esta Liturgia entonando el canto de entrada.
Primera lectura: Dt 6, 2-6 (Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón)
Israel está entrando en la tierra prometida y por eso debe responder con la mayor fidelidad cumpliendo los mandamientos de Dios. Además de amar a Dios y al prójimo con todo su ser, el israelita profesa su fe diariamente en la oración en la cual proclama que Dios es uno. Escuchen este mensaje tomado del Deuteronomio.
Segunda lectura: Hb 7, 23-28 (Jesús tiene un sacerdocio que no pasa)
Nos encontramos en la culminación de la doctrina central de la carta a los hebreos, donde Compara el sacerdocio de Cristo con el de la antigua ley. El sacerdocio de Cristo es capaz de salvar a los que por él se dirigen a Dios. Pongan atención a este mensaje consolador en que nos revela la intercesión permanente de Cristo por nosotros ante el Padre.
Tercera lectura: Mc 12, 28-34 (No hay mandamiento mayor que éstos)
El Evangelio de este domingo relata el encuentro y diálogo de un letrado de la ley judía con Jesús, que se encuentra en Jerusalén. El letrado pregunta a Jesús cuál mandamiento es el primero de todos. Jesús le responde citando un texto del Deuteronomio y añade el segundo mandato: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento más importante. Les invito a que se pongan de pie para que cantemos el Aleluya.
Oración Universal
1. Por todo el pueblo cristiano: para que la unidad y la caridad mutua reinen en la comunidad cristiana universal. Roguemos al Señor.
2. Por todas las naciones y sus habitantes: para que puedan servir mejor a Dios Padre todopoderoso en la paz, en la justicia y en la prosperidad temporal. Roguemos al Señor.
3. Por nuestros difuntos: para que el Señor les dé el descanso eterno, los reciba en su reino y los corone de gloria. Roguemos al Señor.
4. Por todos nosotros los que participamos de esta Eucaristía: para que abramos nuestras manos y nuestros corazones y ayudemos fraternamente a los demás. Roguemos al Señor.
5. Por un aumento en las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 397)
Te bendecimos, Padre, porque Jesús nos resume toda tu ley
en un solo mandamiento, centrado en el amor a ti y al prójimo.
Gracias también porque tu Espíritu nos permite amarte como hijos
y abrirnos al hermano, completando el círculo del amor en Cristo.
Te reconocemos, Señor, como nuestro verdadero y único Dios
a quien debemos amar y servir con todo el ser, alma y corazón.
Y queremos también cumplir el mandato y testamento de Jesús:
ámense unos a otros como yo los he amado; así serán mis discípulos.
Ayúdanos, Señor a abandonar los ídolos de nuestro egoísmo
para centrarnos en el mandamiento principal y primero, porque
amarte a ti y al prójimo es cumplir tu ley enteramente.
Amén.
Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Moniciones para el XXX Domigo del Tiempo Ordinario- Ciclo B
18 de Octubre, 2009, 13:10
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo Ordinario
Trigésimo Domingo – Ciclo B
“Creer para ver”
25 de octubre de 2009
Monición de entrada
Queridos hermanos y hermanas. Nos encontramos reunidos en comunidad una vez más para celebrar nuestra fe. Pero este don no es algo solamente de palabras, sino que es un estilo de vida. Jesús caminaba poco a poco hacia Jerusalén, donde le espera la suerte trágica de los profetas, como Él ha predicho en tres ocasiones mientras va de camino con sus discípulos. Si seguimos a Cristo tenemos que llevar la cruz en pos de Él. Entonemos con alegría el canto de entrada para empezar esta Eucaristía.
Primera lectura: Jr 31, 7-9 (Congregaré a ciegos y cojos)
La primera lectura de este domingo es un canto a la alegría, exultación desbordante ante la vuelta triunfal a la Nueva Sión. Nadie está excluido, ni los lisiados o los impedidos como tampoco los ciegos. Yavé será para el Pueblo un Padre. Escuchen con atención.
Segunda lectura: Hb 5, 1-6 (Tú eres sacerdote eterno según el tiro de Melquisedec)
Esta lectura que a continuación escucharemos es una meditación sobre el sacerdocio de Cristo. Él es el sumo sacerdote ya que no fue Él quien se dio esa dignidad, sino Dios que le llamó. Puesto que Él participó de la condición humana totalmente, conoce bien nuestras debilidades y miserias.
Tercera lectura: Mc 10, 46-52 (Curación del ciego Bartimeo en Jericó)
Camino a Jerusalén Jesús curó al ciego Bartimeo. Este ciego oraba con insistencia, pidió la ayuda de Cristo y, a pesar de las dificultades, por la fe del suplicante se desencadena el favor divino. El ciego recobró la vista y seguía a Jesús. Antes de escuchar esta narración entonemos el Aleluya.
Oración Universal
1. Por el Papa N, los obispos, sacerdotes (especialmente el/los de nuestra parroquia, diáconos, religiosos y religiosas y por todos los líderes de la Iglesia: para que ofrezcan siempre una vivencia renovada de su fe en Dios. Roguemos al Señor.
2. Por todos aquellos que trabajan voluntariamente por el bien de los demás: para que sean bendecidos por su dedicación e interés en sus hermanos y hermanas. Roguemos al Señor.
3. Por los responsables del orden social y político: para que organicen la sociedad de tal manera que nadie quede marginado o despreciado. Roguemos al Señor.
4. Por los ciegos de este mundo: para que por medio de su enfermedad vean mejor el camino hacia el Padre. Roguemos al Señor.
5. Por todos nosotros y por nuestras intenciones: para que acojamos de todo corazón a todas aquellas personas que la sociedad considera extrañas e indeseables. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 394)
Te bendecimos, Padre, por el corazón compasivo de Cristo
que en el oasis de Jericó tuvo lástima del ciego del camino,
imagen viva de la humanidad caída, necesitada de tu luz.
Hacemos nuestros, Señor, los gritos de su fe suplicante:
nos circunda amenazante el desierto inhóspito de la increencia,
al tiempo que nos atenazan nuestros miedos e inseguridades.
Haz, Señor, que tu palabra y tu amor despierten nuestra fe,
curando nuestra innata cegara, para poder verlo todo en la vida
con los ojos nuevos que nos da esa fe: los criterios de jesús.
Así podremos seguirlo bajo el impulso y la fuerza de tu ternura,
como hombres y mujeres nuevos, renacidos por tu Espíritu.
Amén.
Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Homilia para el XXX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
18 de Octubre, 2009, 13:01
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XXX Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect.: Jer 31, 7-9
- Salmo: 126,1-6
- 2da lec.: Heb 5, 1-6
- Evangelio: Mc 10, 46-52
¡Levántate que te llama!
De nuevo nos encontramos con textos que resaltan el valor de los débiles, de los que no cuentan para quienes dominan la historia. En el caso del profeta Jeremías, se trata de los cautivos en Babilonia. La realidad era que el pueblo judío no tenía importancia alguna para el imperio babilónico, aparte de ser una mano de obra barata para sus grandes proyectos. No pasaban de ser parte de la gran masa de gente utilizada. Sus derechos, su dignidad humana, su opinión, su historia no contaban.
Una vez descubrimos que Dios se ocupa de aquellos minusvalorados de nuestro mundo. Del resto de Israel, de los últimos, de los que sobran, como dice la canción. “Aclamen a Israel, lancen vivas al primero de los pueblos”, anunciaba Jeremías. ¿El primero de los pueblos? ¡Pero si eran los últimos!, ¡los ignorados, los ciegos, los cojos, los pobres, los indigentes, los niños…! ¡Pues sí! Esos últimos son los primeros para Dios. Esos últimos, a quienes el mundo niega sus derechos, los utilizan como una mercancía, o los ignoran porque hacen estorbo. Dios extiende su mano para levantarlos de su postración.
Una vez más constatamos que los criterios de Dios no son como los nuestros, los humanos. Así como no “escogió” a un pueblo grande de la antigüedad sino a una masa de esclavos en Egipto, ahora nos muestra que no escogió al gran pueblo babilónico sino a esa masa de gente explotada en Babilonia o abandonada en Israel. Las palabras del profeta quieren animar a los expatriados y a quienes se quedaron en Israel, para que perseveren con una fe firme en el Dios de la vida y continúen luchando por la dignificación de su humanidad maltratada tanto a nivel personal como comunitario.
El salmo 126 (125) que proclamamos hoy, es un hermoso testimonio de la acción de Dios en la vida del pueblo. Fue entonado cuando retornó a su tierra después de 49 años de extradición. Si comprendemos el dolor que vivió durante este largo exilio, podremos imaginar la alegría que sintió cuando retornó.
En el evangelio encontramos un relato de milagro, elaborado por la comunidad de Marcos, que testimonia cómo otro “de los que sobran”, se convierte en protagonista de la historia.
Según el texto, Jesús seguía su camino hacia Jerusalén con sus discípulos y una gran multitud. Porque no todos los que iban con él eran discípulos; algunos lo hacían por curiosidad. Hay que caminar pero no como un borrego en la manada. Seguir a Jesús es tener la mente abierta y el corazón dispuesto, las manos libres y los pies firmes para sintonizar con él y continuar su obra salvadora.
Salía de Jericó, distante unos 30 Km. de Jerusalén. Normalmente a las salidas de las ciudades y de los templos, en las plazas, en las calles, en los caminos, o en cualquier sitio donde había aglomeración de gente, se hacían los mendigos. Eran huérfanos, enfermos, ancianos, limitados físicos y hasta avivatos que se aprovechaban de la generosidad de la gente.
Los mendigos sufrían hambre pero no morían de hambre, pues la caridad era obligatoria: “la labor de socorro a los pobres estaba bien organizada entre los judíos. A los pobres del lugar se les repartían víveres semanalmente, que alcanzaban para dos comidas diarias. A los pobres que eran forasteros se les distribuían diariamente alimentos para dos comidas.” Había algo que hacía más daño a los mendigos: la vergüenza. Así lo testifica el relato del administrador infiel: “mendigar me da vergüenza” (Lc 16,3). El escarnio público, el aislamiento y los desprecios eran los que más atormentaban y bajaban la autoestima a estas personas, que en el fondo no vivían sino que sobrevivían.
Por otra parte, “la ideología dominante responsabilizaba al pueblo desvalido por su propia situación y por la situación del país entero. En cierto modo, ser pobre era, en este contexto, algo a la vez social y moral; lo moral adscrito a la condición material objetiva. Ser pobre equivaldría para muchos a ser culpable: el castigo sólo ha venido al mundo por culpa de la gente del pueblo”.
Al borde del camino, dentro de ese grupo, estaba Bartimeo (Bar-Timeo = el hijo de Timeo), dedicado a la mendicidad. Un ser humano doblemente marginado: por pobre (mendigo) y por ciego. No obstante su limitación este ciego se convierte, podríamos decir, en la antítesis de Santiago y Juan, personajes que analizábamos hace 8 días.
Así como Bartimeo, los discípulos estaban ciegos y no lograban entender las características del proyecto de Jesús. Pero este hombre cambia la historia.
Había escuchado hablar de Jesús, de sus obras y de sus palabras. Le habían dicho que era el Mesías, relacionado con David, según la esperanza del pueblo, y entonces gritó con voz fuerte: “Jesús hijo de David, ten compasión de mí”. Una vez más, vemos cómo Jesús es reconocido por los últimos de la sociedad, como decía el profeta Jeremías (1ra lect) “por el resto de Israel: ciegos, cojos, embarazadas y madres con recién nacidos”. Aunque el título “Hijo de David” no sea el más apropiado para Jesús, ya que hace referencia a un mesianismo político militar que no corresponde a su proyecto de vida, no podemos negar que en los evangelios está presente como manifestación de la esperanza que los pobres pusieron en Él.
Este hombre ciego era para mucha gente un insignificante; sólo inspiraba lástima y le daban unas monedas para que no se muriera de hambre. Debía permanecer callado porque no tenía derecho a expresarse. ¿Qué podía aportar un pobre ciego a la sociedad?
“Muchos lo reprendieron y le decían que se callara”. ¿Por qué lo hacían? Tal vez para que no distrajera al Maestro en su última jornada camino a la toma del poder, como ellos lo esperaban. De pronto para no llamar la atención de los guardias romanos, ya que en Jericó había una guarnición romana y como esta ciudad era paso obligado para llegar a Jerusalén, tenían que ser muy cautelosos con la gente que se dirigía a la capital. Tal vez porque Marcos quería resaltar que no solo Bartimeo estaba ciego, sino también sus discípulos, quienes no tenían ninguna claridad sobre Jesús, pues creían y soñaban que el mejor título era el de “Hijo de David”, con la ideología político militar que este título encierra.
A pesar de los reclamos, a este hombre no le importó el decir de la gente y siguió gritando. El que persevera alcanza, decían nuestros viejos. Y Jesús lo escuchó, pues los gritos de un pobre, insignificante para la sociedad, siempre lo hacían detener. Se interesó por él, lo mandó llamar y le dedicó tiempo.
¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!, le dijeron otros. Así es la vida y así es el seguimiento de Jesús. Mientras unos desaniman, critican y tratan de matar los sueños de los que quieren llegar lejos, otros animan, impulsan y dan la mano. Mientras unos dicen que caminar con Jesús es tontería, otros se convierten en evangelizadores que ayudan a escuchar su llamado.
Ese llamamiento es, sin lugar a dudas, una invitación al discipulado. Así como cuando se detuvo y llamó a unos pescadores de Galilea cuando tiraban de la red (Mt 4,18). Así como cuando por entre la multitud llamó a Leví, el publicano (Mt 9,9) a Zaqueo (Lc 19,1), al joven rico (Mc 10,17-30)…
¡Pero qué raro este maestro! Realmente Jesús rompía los esquemas. ¿Un ciego como discípulo? Las escuelas rabínicas se esforzaban por tener discípulos de “buena familia”, gente selecta que le diera categoría. Así como hoy las instituciones educativas, incluidas las eclesiásticas, procuran que en sus escuelas, colegios, universidades, etc., estudien los jóvenes de las altas esferas de la sociedad, porque esto le da más altura a la institución. Pero a este Jesús, no contento con tener pescadores, publicanos, celotes y gente de la más baja calaña, se le ocurrió en ese momento llamar a un mendigo ciego. ¡Pues sí! El llamado era para todos; nadie debía sentirse excluido. Para él no había personajes privilegiados ni élites favorecidas.
Y el ciego tomó una decisión inteligente: tiró su capa. La capa o el manto en la cultura semita oriental, era la exterioridad visible y significaba la identidad de una persona. La capa le servía de abrigo y era el instrumento donde recibía las monedas que los transeúntes le tiraban para que no se muriera de hambre. La capa representa “sus seguridades”, pero también sus ataduras, aquello que lo detenía, lo amarraba y le impedía vivir a plenitud. El ciego dejó la capa a un lado, dio un salto, se puso en pie y se fue por sus propios medios al encuentro de Jesús
La pregunta de Jesús fue la misma que les hizo a Santiago y Juan, en el relato anterior: “¿Qué quiere que haga por ustedes?”. “¿Qué quieres que haga por ti?”, le preguntó a Bartimeo. Jesús se puso en disposición de servir; para eso había venido a este mundo. Pero mientras que los hijos de Zebedeo, cansados de caminar con Jesús, le pidieron un asiento en el posible trono, el ciego cansado de estar sentado al borde del camino, no le pidió una limosna. ¡Qué tonto habría sido! No le pidió un pedazo de pan, ni un trono. Le pidió lo realmente necesario: “Maestro que pueda ver”.
Aquí no es como dice el adagio popular: “ver para creer”, sino “creer para ver”. “Y enseguida recobró la vista y fue siguiendo a Jesús por el camino”. Bartimeo se convirtió en discípulo de Jesús, que en la mentalidad de Marcos, es el que puede ver.
Necesitaban hacer el proceso de Bartimeo para ser discípulos de verdad. Este es un verdadero modelo de seguimiento, un testimonio de renovación y una gran historia de salvación. Un espejo para vernos y evaluarnos en el camino con Jesús. ¿Somos de los que desaniman?, ¿somos de los que animan a la gente a ser mejores y a caminar con Jesús?, ¿estamos ciegos?, ¿tenemos una religiosidad de mendigos, o estamos dispuestos a pedir la luz para ver bien y convertirnos en verdaderos discípulos?
El llamado es hoy para nosotros. ¡Levantémonos que nos llama! ¡Dejemos las capas tiradas, pongámonos de pie y vayamos a su encuentro! Y, cuando Jesús nos pregunte qué queremos que haga por nosotros, no cometamos la imbecilidad de pedirle una limosna, ni un trono en el falso pedestal de un reino imaginario. Pidámosle su luz para descubrir el sentido de nuestra vida y para comprender su propuesta de salvación. Pidámosle su Espíritu para que nos conduzca siempre firmes en su camino hasta el final.
Oración
Jesús, hermano, amigo y salvador nuestro, al contemplar esta hermosa historia de salvación quedamos maravillados. Tu Palabra nos cuestiona, nos interpela, nos sacude y nos anima. Reconocemos las cegueras que hay en nosotros y nos impiden ver con claridad el camino. Reconocemos que muchas veces nos hemos limitado a ser mendigos ciegos en nuestra oración, que sólo hemos pedido y pedido cosas que creemos que son la solución a nuestros problemas, pero no hemos ido al fondo de esos problemas, al fondo de nuestras inseguridades y al origen de nuestras oscuridades. Reconocemos que algunas veces hemos despreciado a “los que sobran”, porque no aportan, porque no sirven, porque no valen, porque no son gente importante. Reconocemos que algunas veces nos hemos dejado desanimar por quienes tienen el oficio de matar los sueños de los demás para mitigar su frustración. Reconocemos por sobre todo, que tú eres la luz que ilumina nuestro camino y nos conduce a la verdad completa. Gracias por tu llamado, gracias por tu luz, gracias por tu Palabra que nos da vida abundante.
Ayúdanos a valorar a todas las personas y a descubrir en ellas su dignidad y su aporte en la construcción de un mundo mejor. Ayúdanos a desprendernos de las capas que aparentemente nos brindan seguridad, pero que en el fondo nos esclavizan. Que vivamos verdaderamente libres para amar, para servir y para seguir tu camino de salvación. Que tu luz disipe las tinieblas de error y nos permita ver el camino de nuestra auténtica realización y felicidad.
Te entregamos todo lo que somos y tenemos. Tú nos conoces, tú conoces nuestras entradas y salidas, nuestros vacíos e incoherencias, así como nuestros valores y riquezas personales y comunitarias. Tú sabes de nuestros problemas y limitaciones, tú sabes de nuestros anhelos y proyectos, por eso los ponemos en tus manos para que todo se vaya desarrollando según el plan de salvación que el Padre Dios tiene para nosotros. Señor Jesús transforma con la fuerza de tu Espíritu, nuestro llanto en júbilo, nuestro luto en traje de fiesta, nuestra tristeza en gozo y dale plenitud a nuestras alegrías, según tu voluntad. Amén.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
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Homilia para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
17 de Octubre, 2009, 1:00
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XXIX Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect.: Is 53,10-11
- Salmo: 32,4-5.18-20.22
- 2da lec.: Heb 4,14-16
- Evangelio: Mc 10,35-45
Servir y entregarse
Durante la lenta evolución animal, el “homo sapiens” aprendió que sobrevivían los más fuertes. Ésto despertó en él un natural y necesario instinto de conservación, que lo llevó a aplastar a los demás seres vivos para sobrevivir. El miedo a ser eliminado por los demás dominaba las relaciones entre los seres vivos; el otro ser vivo era necesariamente un adversario. Los grupos entre las especies similares se fueron formando como una forma de defensa y/o de ataque para sobrevivir. Se suelen ver algunos grupos de aves, gacelas, venados, fieras, algunos peces, conejos, etc. Algunas especies sobrevivían mejor en solitario. El ser humano también fue formando grupos para defenderse de las fieras, para cazar y luego para cultivar, así como para protegerse de la más fiera más violenta y depredadora conocida sobre la tierra: sus mismos congéneres.
Una vez aparecida la conciencia humana, el miedo, como móvil que impulsaba las relaciones interpersonales, debía desplazarse para darle cabida al amor, que hace ver a los demás seres humanos como hermanos. Pero aún la humanidad no ha alcanzado tal madurez. La evolución no ha terminado. En todos habita un deseo natural de sobresalir sobre los demás, de ser reconocidos como importantes según el medio en el que se vive: en la política, en el deporte, en la religión, en las ciencias, en el arte, en la farándula, en todo. En todos hay por lo menos un pequeño deseo de poder, o un tirano en potencia. Ya lo decía Cervantes en boca del Quijote: “a todos nos gusta mandar, aunque no sea más que sobre un hato de ovejas”. “Es mejor ser cabeza de ratón que cola de león”, dice el antiguo adagio español.
Las culturas lo han llamado de distintas formas: El zar ruso, el káiser alemán, el cacique indígena, el emperador romano, el faraón egipcio, el príncipe medieval. El césar, el jefe, el comandante, el patrón, el mandamás, el duro, el soberano, el absoluto, en fin… hasta la Iglesia lo tiene: el Sumo Pontífice.
En algunas personas, por las circunstancias en las que crecen, ese natural instinto se va haciendo más fuerte hasta convertirse en una decisión desesperada por satisfacer sus impulsos de poder, cueste lo que cueste. Estas personas son capaces de matar a su propio hermano y vender a su propia madre para lograr ese propósito y una vez lo logran, quieren más y más porque su sed es insaciable. Ser el jefe y mandar sobre los otros se convierte en una necesidad imprescindible para aceptarse como seres humanos. Esto, según Drewermann, no tiene otra explicación que un extraordinario complejo de inferioridad, porque “si tiene una verdadera necesidad de desempeñar el papel de jefe es porque tiene que dar razón del absurdo de su existencia”, pues como dijo Sartre: “detentar el poder, gozar de prestigio ante los demás y ser considerado por ellos, no tiene otra razón de ser que colmar la sima de su propia insignificancia”.
Jesús, sin ser psicoanalista ni existencialista como los dos autores citados, sí conoció lo profundo del corazón humano y descubrió la dureza del hombre cuando se emborracha con el poder. Él mismo sufrió el drama de vivir en una colonia del despótico y criminal imperio romano. Fue testigo de la manera como sus paisanos de la clase dirigente judía, vendían la herencia de Dios a los extranjeros por un plato de lentejas (o sea por conservar sus privilegios garantizado por el pedacito de poder). Experimentó en carne propia lo que significaban los impuestos impagables, el desplazamiento, la persecución, la pobreza, la miseria, la desintegración humana que generaba ese orden legalmente establecido.
Por supuesto que estaba inconforme con este orden. Ningún ser humano auténtico puede comulgar con la injusticia y el maltrato a la dignidad de las personas. Pero su propuesta no fue tomarse el poder a la fuerza, como lo esperaban sus discípulos, entre ellos Santiago y Juan, quienes se adelantaron a pedir un buen pedazo en la repartición de la torta. Ya se soñaban como los ministros más importantes del nuevo rey de Israel: uno a la derecha y otro a la izquierda. Los demás se disgustaron, no porque descubrieran la incompatibilidad de la petición con el proyecto de Jesús, sino porque ellos esperaban lo mismo: todos estaban tras el puesto de honor al lado del nuevo monarca.
“No saben lo que piden” dijo Jesús. Una expresión parecida a la que utiliza Marcos en el texto de la transfiguración, cuando Pedro le propuso a Jesús hacer tres tiendas (para no bajar a la llanura sino quedarse en el monte por temor a enfrentar el poder): “En realidad no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor” (Mc 9,6). Parecida también a una de las frases de Jesús en la cruz: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34ª).
En realidad estos dos discípulos, así como los demás, no sabían lo que pedían. Con mucha frecuencia también nosotros en nuestras oraciones, no sabemos lo que pedimos. “No sabían que lo que pedían” era contrario a lo que proclamaba Jesús. No habían entendido su mensaje y su proyecto. Todo lo que habían visto y oído a lo largo su formación con el maestro, les había pasado por encima, como les pasa el agua a las piedras de los ríos: las moja sólo por fuera, pero por dentro permanecen secas. No sabían que la propuesta de Jesús estaba lejos del proyecto de los grandes de este mundo, famosos por sus conquistas, sus colonias, su poder. No sabían que en el fondo éso no es otra cosa que psicopatologías camufladas en lo que la historia ha llamado “grandes personalidades”.
Jesús anunciaba el reino y ellos, con un modelo preconcebido de los reinos monárquicos y totalitarios de la época, no permitían ninguna variación, sino que se soñaban haciendo parte de un nuevo grupo de privilegiados. Según el falso sueño de los discípulos, en el reinado de Dios instaurado por Jesús se mantendría el mismo esquema de dominio, configurado sobre la misma relación socioeconómica: amos-siervos, ricos - empobrecidos, dominadores - dominados. ¡Claro si los privilegiados somos nosotros, que venga ese reino rápido!
Primero había que volver a aclarar algo: Ya Él les había dicho que iban a tener problemas y que debían contar con la posibilidad de una muerte violenta, pero no le pusieron mucho cuidado por estar soñando con ese idílico reino. Así que una vez más debía corregir la visión triunfalista, nacionalista y militarista de sus discípulos y recordarles el inminente peligro que corrían: “¿Son capaces de pasar el trago amargo que yo debo pasar y sumergirse en las aguas que yo me he de sumergir?”, les dijo. Porque todos esperaban el triunfo del caudillo y beber gratis la copa de la victoria por ser sus amigos. Pero cuando se trataba de trabajar duro, es más, cuando se trataba de beber el trago amargo y sumergirse en las aguas del dolor, lo pensaban dos veces. Sin embargo estos jóvenes, al memos en ese momento de efervescencia y calor, estuvieron dispuestos a jugársela toda para lograr la victoria y el puesto de honor.
No se trataba de tener méritos para lograr los primeros puestos. Ese detalle no le competía a Jesús; éso no estaba en el “presupuesto”.
El Reino propuesto por Jesús y los reinos de la época sólo se parecían en el nombre, mas no en las categorías. El que quisiera participar del reino propuesto por Jesús debía prescindir de cualquier deseo de dominación. Él hablaba de cambiar no tanto los personajes que dominaban, sino las estructuras internas que mueven al ser humano a dominar a los demás. Sus discípulos pensaban que cambiando el dominador vendrían ventajas tanto para ellos como para todo el pueblo.
“No sabían lo que pedían”. No sabían que por bueno que fuera quien dominara, por muy Hijo de Dios, por muy sabio y muy santo, nada iba a cambiar si se seguía con los mismos esquemas de dominadores – dominados, amos – esclavos.
La propuesta de Jesús no fue cambiar de personaje dominador, sino cambiar primero el corazón humano y a partir de ahí las estructuras de poder. A cambio de una persona ávida de poder, un líder capaz de servir. A cambio de un monarca absoluto, un líder creativo e impulsador de procesos de libertad.
La novedad del reinado propuesto por Jesús, es el servicio y la entrega a los dominados y esclavizados por los poderes temporales de este mundo. Si como Iglesia seguimos manteniendo las categorías de poder y dominio que maneja este mundo, en el que los reconocidos como jefes tratan despóticamente a sus súbditos y los grandes les hacen ver su autoridad, no tendremos nada que ver con Jesús y nuestras Iglesias no tendrán credibilidad. Sepámoslo de una vez por todas: Si queremos hacer parte del reinado instaurado por Jesús, no nos queda otra alternativa que renunciar a todas las estructuras de poder y ponernos de manera especial al servicio de aquellos marginados y excluidos. Como lo hizo Jesús quien no vino a ser servido sino a servir y a entregar su vida en rescate por muchos.
Oración
Señor Jesús, te damos gracias por tu testimonio de amor, manifestado en tu entrega generosa, totalmente desinteresada a favor de la libertad y la felicidad humana. Te reconocemos como el Redentor, el amigo y el salvador nuestro, el camino a seguir para vivir plenamente como seres humanos. Reconocemos que en nosotros habitan los mismos bajos sentimientos movían a tus discípulos. Libéranos de todos los intereses de poder y de aparecer, de la avaricia y de la codicia, así como de los vacíos existenciales que nos mueven a buscar erigirnos como absolutos. Que esos vacíos existenciales sean llenados únicamente por tu amor misericordioso y que podamos encontrar nuestra plena realización y felicidad, en el servicio desinteresado y generoso a nuestros hermanos.
Bendice a quienes lideran nuestras Iglesias y comunidades cristianas para que la ambición de poder sea suplantada por servicio amoroso a los demás. Ilumina a quienes lideran los destinos de nuestra sociedad para que renuncien a sus bajos anhelos de enriquecerse a costa de la miseria del pueblo y se conviertan en verdaderos promotores de la justicia, la equidad y la paz deseada por todos. Que cada palabra y cada acción nuestra vayan dirigidas a defender y promover y la vida. Que como discípulos tuyos superemos todos los odios, los rencores, los egoísmos y todo aquello que destruye la vida, y que hagamos crecer en nosotros el nuevo ser humano totalmente renovado en tu amor, capaz de dar vida al mundo. Amén.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
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Homilia para el XIX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
15 de Octubre, 2009, 23:23
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XIX Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect.: Éx 16,2-4.12-15
- Sal 77, 3-4.23-25.542
- 2da lect.: Ef 4, 17.20-24
- Evangelio: Jn 6,24-35
RENOVACIÓN DE MENTE Y ESPÍRITU
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda, decían nuestros viejos. Así le pasaba al pueblo de Israel cuando recorría el camino liberador hacia la llamada tierra prometida. Iba camino hacia la libertad, había abandonado el yugo egipcio, pero pasaba grandes aprietos porque no tenía comida. Estaba en el desierto, que duró cuarenta años (40 significa el tiempo para la realización de un proyecto, cada cuarenta años se daba un cambio de periodo). Y era tan fuerte el hambre que todos sentían morirse y hasta llegaron a añorar la esclavitud de Egipto, donde, por lo menos tenían comida.
Para la mentalidad judía, un grupo humano se llama pueblo cuando vive en un territorio propio y en condiciones libres, justas y dignas de un ser humano. De ahí que en Egipto no eran propiamente pueblo porque, aunque no pasaban hambre, estaban sometidos. La experiencia religiosa judía presenta a Dios siempre a favor de la construcción de un pueblo digno, justo y libre. Por eso dinamizó los anhelos de libertad y, por medio de Moisés, impulsó la huida de Egipto y el sueño de la tierra prometida.
Los israelitas deseaban la libertad, pero querían conseguirla rápido. Añoraban la tierra prometida, esa tierra que mana leche miel, pero la querían para ya. Estaban camino hacia la libertad, pero continuaban con mentalidad de esclavos. Ésta y el hambre que los apuraba no les permitían ver más allá y por eso anhelaron volver a Egipto. Aplicaron otro dicho popular, que es más un sofisma de distracción, signo del miedo y defensa de la mediocridad: “es mejor malo conocido que bueno por conocer”.
Un estómago vacío es mal consejero porque no deja ver lo que puede haber detrás de un plato de comida. Un estómago vacío hace que las personas sean inmediatistas y que anhelen soluciones rápidas. Pero las verdaderas soluciones difícilmente llegan de la noche a la mañana, como por arte de magia; la libertad es una conquista que no se logra sin trabajar. Se hace necesario un cambio de mentalidad; y éste es de las cosas más importantes y también de las más difíciles de lograr. Se hacía necesario dejar de pensar como esclavos, pensar como gente libre y trabajar con todas las fuerzas para conseguirla.
El desierto es el lugar de privaciones, del hambre y del dolor; es la ausencia de vida, pero a su vez, es camino hacia la libertad. A todas las personas, a todos los grupos humanos, llámese familia, comunidades, o pueblo, nos llega alguna vez el desierto. Es la situación crítica en la que parece que no se encuentran soluciones. Al pueblo de Israel le era muy provechoso ese desierto porque sabía que estaba en camino hacia la realización de la promesa y porque era una oportunidad para que experimentara la fuerza poderosa de Dios que se manifiesta especialmente en la debilidad de quienes saben confiar en él. En el desierto el pueblo aprende a experimentar su fragilidad humana y la necesidad de Dios. Si el pueblo vive el desierto de cara a Dios, le servirá para que su fe se purifique y crezca, de manera que viva siempre con la certeza de que con la ayuda de Dios su vida siempre se dirige hacia la libertad total.
La fuerza que dinamiza ese camino es la gracia de Dios. Él se manifiesta en la vida cotidiana, en cada acontecimiento y, especialmente, en el anhelo de libertad. Él va haciendo que las cosas se vayan encaminando hacia la realización de la promesa y que el creyente esté en el lugar y en el momento indicados para su propio beneficio. El pueblo y la persona de fe sabrán descubrir los acontecimientos de la naturaleza como acciones maravillosas de Dios a favor de sus hijos.
En ese momento la acción de Dios se manifestó en las aves que pasaban por el desierto mientras se desplazaban por el cambio de estación, y que ellos lograron atrapar y consumir. Se manifestó por medio del llamado maná, que posiblemente fue el fruto de un arbusto propio de la península del Sinaí, llamado tamarisco, el cual produce una secreción dulce que gotea desde las hojas hasta el suelo. Por el frío de la noche se solidifica y hay que recogerla de madrugada antes de que el sol la derrita: “al atardecer comerán carne y por la mañana tendrán pan en abundancia”. Nosotros podemos vivir esa misma experiencia de salvación en nuestro éxodo salvífico; en el desarrollo integral de metas personales, familiares y comunitarias, en nuestra continua búsqueda de una humanidad nueva fundada en la justicia del Reino. Si nos ponemos en actitud de éxodo, si nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor y vemos la realidad con los ojos de la fe, podremos ser testigos de la obra maravillosa de Dios en nuestra Vida.
El Evangelio que hoy leemos hace referencia a este acontecimiento de éxodo. Este fragmento del Cuarto Evangelista es continuación del que leímos hace ocho días, el milagro del pan compartido, más conocido como la multiplicación de los panes. Un gran número de seguidores de Jesús lo buscaban no tanto por su propuesta integral de salvación, no porque estuvieran dispuestos a trabajar por el Reino de Dios y justicia, sino porque con él habían comido hasta saciarse.
Jesús no desconoció la necesidad de comida, vivienda, vestido y todo lo que físicamente requiere un ser humano para vivir dignamente, por el contrario, promovió una vida físicamente digna. Pero no se quedó ahí, pues el ser humano es un todo integral, multifacético y pluridimensional; si nos quedamos solo en la dimensión física, reducimos al ser humano, desconocemos sus otras dimensiones y arriesgamos su realización plena. Las obras de Jesús a favor de cada ser humano debían hacer que éste mirara más allá de sus intereses egoístas y se comprometiera con la construcción del Reino. Así pasó con la suegra de Pedro que, una vez le pasó la fiebre se puso a servir (Mt 8,14-15), con la hija de Jairo que se levantó y caminó (es decir, se convirtió en discípula (Mc 5,42), con el ciego de Jericó que una vez vio la luz “lo seguía por el camino” (Mc 10,46-52), entre otros. Pero otros se quedaron sólo en el beneficio personal y egoísta, se quedaron en una religiosidad inmediatista y mediocre. De los diez leprosos curados, sólo uno volvió a Jesús (Lc 17,11-19) y en el evangelio de hoy Jesús reclama por qué la gente lo buscaba sólo por la comida y no por el alimento que perdura. Se quedaron en la necesidad inmediata y no fueron a las profundas necesidades del ser humano: la necesidad de relacionarse con los demás, de abrirse a relaciones de amor, de fraternidad y solidaridad. A la gratuidad del amor de Dios y a los hermanos.
Las personas, los pueblos, las comunidades necesitamos renovarnos continuamente. Unas veces son pequeñas renovaciones, retoques y otras veces son necesarias grandes renovaciones, reformas de estructuras, de forma y de fondo; y continuamente necesitamos renovación de mente y de espíritu. Bien lo decía Pablo en su Carta a los Efesios: “Despójense, pues, de los hábitos anteriores, propios de la humanidad envejecida, víctima de sus engaños y sus apetitos; y renuévense en su espíritu y sus criterios, revistiéndose del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para vivir en la justicia y la santidad, o sea en la verdad” (Ef 4,22-24).
Un ser humano renovado, con una nueva mentalidad, debe trabajar no tanto para satisfacer el qué dirán, para ascender desesperadamente en la escala social, para hacerse el importante según el criterio del mundo, sino para buscar una vida digna para todos, por la justicia, la verdad, la santidad. Es decir, debe trabajar no por el alimento que se acaba sino por que perdura hasta la vida eterna.
Despojarse de los hábitos propios de la humanidad envejecida, es dejar la vaciedad de criterios, la vida mediocre y superficial, así como el egoísmo, la avaricia, los anhelos de poder y de aparecer. Revestirse de la humanidad nueva es llenarse del amor de Jesucristo y su proyecto de salvación, es elegir a Cristo como estilo de vida.
Por esa misma línea, decir que Jesús es el pan de vida significa que su camino, su proyecto, su espíritu generan vida verdadera para nosotros, vida plena, colmada, Bienaventurada, feliz. Comer el pan de vida es asimilar a Jesucristo, seguir sus pasos, trabajar por el Reino y permitir que su Espíritu nos fortalezca para hacer realidad la voluntad salvífica de Dios para el ser humano. “El pan que da la vida soy yo: quien viene a mí no pasará hambre; quien cree en mí nunca tendrá sed”. (Jn 6,35)
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
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Moniciones Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND)
15 de Octubre, 2009, 1:43
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo Ordinario
Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND)
18 de octubre de 2006
Monición de entrada
La liturgia de este domingo nos invita a abrir nuestro corazón para dar cabida al amor universal de Dios, que se extiende a todos los seres humanos. El lema del DOMUND nos invita a reflexionar sobre el alcance universal que tiene la Palabra de Dios. Ella es “luz para los pueblos”, es decir, hace comprender, cómo las aspiraciones y deseos que hay en el corazón de cada ser humano y de cada ser humano alcanzan pleno cumplimiento en Cristo, la Palabra hecha carne.
Cristo quiere hacer presente en todos los pueblos con su Palabra, para que la acojan con fe como Salvador, ya que él ha dado su vida en rescate por todos. Escuchemos su Palabra y acojamos el sacramento eucarístico con devoción y amor, para que nos dé el don de un corazón misionero.
Primera lectura: Is 53, 10-11 (El Siervo del Señor dará su vida como expiación)
Escucharemos ahora el cuarto cántico del Siervo de Yavé, visto por el profeta Isaías. El Siervo de Dios cargará sobre sus hombros todos nuestros pecados, entregará su vida como expiación. Escuchen hermanos y hermanas.
Segunda lectura: Hb 4, 14-16 (Tenemos un sumo sacerdote capaz de compadecerse)
Esta lectura nos describe la figura de Jesús. Él pudo compadecerse de nuestras miserias y debilidades porque sabe por experiencia propia lo que es obedecer y ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado. Presten oído a este mensaje.
Tercera lectura: Mc 10, 35-45 (Breve: 42-45) (La autoridad como servicio)
Jesús le explica a los Apóstoles que el camino que lleva a la gloria es el camino del servicio hasta dar la vida, si es necesario. Marcos utiliza para ello dos imágenes: el cáliz y el bautismo para indicar, sin lugar a dudas, la superación de dificultades, incluso, la muerte. Pónganse de pie para escuchar este pasaje, pero antes cantemos el Aleluya.
Oración Universal
1. Por la Iglesia, especialmente nuestra Parroquia N: para que anuncie sin cesar que el amor es más fuerte que el odio y dé testimonio de la misericordia que ella experimenta de Dios. Roguemos al Señor.
2. Por todos los pueblos de la tierra: para que se afiancen sentimientos de mutuo acercamiento, aceptación y sincera colaboración. Roguemos al Señor.
3. Por nuestras propias intenciones, las necesidades de nuestra parroquia: para que pongamos nuestra fe y esperanza en Cristo quien sabe lo que necesitamos y lo que nos hace falta. Roguemos al Señor.
4. Por los misioneros llamados a la misión de la Iglesia, para que encuentren en la Palabra de Dios la luz para anunciar el Evangelio. Roguemos al Señor.
5. Por nosotros los aquí presentes: para que el amor crezca sin cesar y cada vez más desterremos de nuestras vidas la enemistad, las rencillas, el rencor, el egoísmo, la envidia, el odio, el individualismo… Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 391)
Te damos gracias, Señor Dios, Padre nuestro, por llamarnos
Al seguimiento de Cristo, que inauguró un mundo nuevo en el que
Los primeros y los más grandes son los que sirven a los demás.
Haz, Señor, que asimilemos la enseñanza y el ejemplo de Jesús,
Y optemos por unas relaciones fraternas de amor y mutuo servicio,
Desechando como fardo inútil nuestra supuesta importancia,
Aceptando con alegre sonrisa a los demás tal como son
Y compartiendo las penas, los gozos y las esperanzas de todos.
Cúranos, Señor, de nuestro egoísmo, soberbia e intolerancia,
Pues, queremos vivir al estilo de Jesús: amar sin pasar factura
Y servir en tu nombre a todos los hermanos sin distinción.
Amén.
Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Homilia para el XIX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
12 de Octubre, 2009, 7:03
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XXIX Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect.: Is 53,10-11
- Salmo: 32,4-5.18-20.22
- 2da lec.: Heb 4,14-16
- Evangelio: Mc 10,35-45
Servir y entregarse
Durante la lenta evolución animal, el “homo sapiens” aprendió que sobrevivían los más fuertes. Ésto despertó en él un natural y necesario instinto de conservación, que lo llevó a aplastar a los demás seres vivos para sobrevivir. El miedo a ser eliminado por los demás dominaba las relaciones entre los seres vivos; el otro ser vivo era necesariamente un adversario. Los grupos entre las especies similares se fueron formando como una forma de defensa y/o de ataque para sobrevivir. Se suelen ver algunos grupos de aves, gacelas, venados, fieras, algunos peces, conejos, etc. Algunas especies sobrevivían mejor en solitario. El ser humano también fue formando grupos para defenderse de las fieras, para cazar y luego para cultivar, así como para protegerse de la más fiera más violenta y depredadora conocida sobre la tierra: sus mismos congéneres.
Una vez aparecida la conciencia humana, el miedo, como móvil que impulsaba las relaciones interpersonales, debía desplazarse para darle cabida al amor, que hace ver a los demás seres humanos como hermanos. Pero aún la humanidad no ha alcanzado tal madurez. La evolución no ha terminado. En todos habita un deseo natural de sobresalir sobre los demás, de ser reconocidos como importantes según el medio en el que se vive: en la política, en el deporte, en la religión, en las ciencias, en el arte, en la farándula, en todo. En todos hay por lo menos un pequeño deseo de poder, o un tirano en potencia. Ya lo decía Cervantes en boca del Quijote: “a todos nos gusta mandar, aunque no sea más que sobre un hato de ovejas”. “Es mejor ser cabeza de ratón que cola de león”, dice el antiguo adagio español.
Las culturas lo han llamado de distintas formas: El zar ruso, el káiser alemán, el cacique indígena, el emperador romano, el faraón egipcio, el príncipe medieval. El césar, el jefe, el comandante, el patrón, el mandamás, el duro, el soberano, el absoluto, en fin… hasta la Iglesia lo tiene: el Sumo Pontífice.
En algunas personas, por las circunstancias en las que crecen, ese natural instinto se va haciendo más fuerte hasta convertirse en una decisión desesperada por satisfacer sus impulsos de poder, cueste lo que cueste. Estas personas son capaces de matar a su propio hermano y vender a su propia madre para lograr ese propósito y una vez lo logran, quieren más y más porque su sed es insaciable. Ser el jefe y mandar sobre los otros se convierte en una necesidad imprescindible para aceptarse como seres humanos. Esto, según Drewermann, no tiene otra explicación que un extraordinario complejo de inferioridad, porque “si tiene una verdadera necesidad de desempeñar el papel de jefe es porque tiene que dar razón del absurdo de su existencia”, pues como dijo Sartre: “detentar el poder, gozar de prestigio ante los demás y ser considerado por ellos, no tiene otra razón de ser que colmar la sima de su propia insignificancia”.
Jesús, sin ser psicoanalista ni existencialista como los dos autores citados, sí conoció lo profundo del corazón humano y descubrió la dureza del hombre cuando se emborracha con el poder. Él mismo sufrió el drama de vivir en una colonia del despótico y criminal imperio romano. Fue testigo de la manera como sus paisanos de la clase dirigente judía, vendían la herencia de Dios a los extranjeros por un plato de lentejas (o sea por conservar sus privilegios garantizado por el pedacito de poder). Experimentó en carne propia lo que significaban los impuestos impagables, el desplazamiento, la persecución, la pobreza, la miseria, la desintegración humana que generaba ese orden legalmente establecido.
Por supuesto que estaba inconforme con este orden. Ningún ser humano auténtico puede comulgar con la injusticia y el maltrato a la dignidad de las personas. Pero su propuesta no fue tomarse el poder a la fuerza, como lo esperaban sus discípulos, entre ellos Santiago y Juan, quienes se adelantaron a pedir un buen pedazo en la repartición de la torta. Ya se soñaban como los ministros más importantes del nuevo rey de Israel: uno a la derecha y otro a la izquierda. Los demás se disgustaron, no porque descubrieran la incompatibilidad de la petición con el proyecto de Jesús, sino porque ellos esperaban lo mismo: todos estaban tras el puesto de honor al lado del nuevo monarca.
“No saben lo que piden” dijo Jesús. Una expresión parecida a la que utiliza Marcos en el texto de la transfiguración, cuando Pedro le propuso a Jesús hacer tres tiendas (para no bajar a la llanura sino quedarse en el monte por temor a enfrentar el poder): “En realidad no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor” (Mc 9,6). Parecida también a una de las frases de Jesús en la cruz: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34ª).
En realidad estos dos discípulos, así como los demás, no sabían lo que pedían. Con mucha frecuencia también nosotros en nuestras oraciones, no sabemos lo que pedimos. “No sabían que lo que pedían” era contrario a lo que proclamaba Jesús. No habían entendido su mensaje y su proyecto. Todo lo que habían visto y oído a lo largo su formación con el maestro, les había pasado por encima, como les pasa el agua a las piedras de los ríos: las moja sólo por fuera, pero por dentro permanecen secas. No sabían que la propuesta de Jesús estaba lejos del proyecto de los grandes de este mundo, famosos por sus conquistas, sus colonias, su poder. No sabían que en el fondo éso no es otra cosa que psicopatologías camufladas en lo que la historia ha llamado “grandes personalidades”.
Jesús anunciaba el reino y ellos, con un modelo preconcebido de los reinos monárquicos y totalitarios de la época, no permitían ninguna variación, sino que se soñaban haciendo parte de un nuevo grupo de privilegiados. Según el falso sueño de los discípulos, en el reinado de Dios instaurado por Jesús se mantendría el mismo esquema de dominio, configurado sobre la misma relación socioeconómica: amos-siervos, ricos - empobrecidos, dominadores - dominados. ¡Claro si los privilegiados somos nosotros, que venga ese reino rápido!
Primero había que volver a aclarar algo: Ya Él les había dicho que iban a tener problemas y que debían contar con la posibilidad de una muerte violenta, pero no le pusieron mucho cuidado por estar soñando con ese idílico reino. Así que una vez más debía corregir la visión triunfalista, nacionalista y militarista de sus discípulos y recordarles el inminente peligro que corrían: “¿Son capaces de pasar el trago amargo que yo debo pasar y sumergirse en las aguas que yo me he de sumergir?”, les dijo. Porque todos esperaban el triunfo del caudillo y beber gratis la copa de la victoria por ser sus amigos. Pero cuando se trataba de trabajar duro, es más, cuando se trataba de beber el trago amargo y sumergirse en las aguas del dolor, lo pensaban dos veces. Sin embargo estos jóvenes, al memos en ese momento de efervescencia y calor, estuvieron dispuestos a jugársela toda para lograr la victoria y el puesto de honor.
No se trataba de tener méritos para lograr los primeros puestos. Ese detalle no le competía a Jesús; éso no estaba en el “presupuesto”.
El Reino propuesto por Jesús y los reinos de la época sólo se parecían en el nombre, mas no en las categorías. El que quisiera participar del reino propuesto por Jesús debía prescindir de cualquier deseo de dominación. Él hablaba de cambiar no tanto los personajes que dominaban, sino las estructuras internas que mueven al ser humano a dominar a los demás. Sus discípulos pensaban que cambiando el dominador vendrían ventajas tanto para ellos como para todo el pueblo.
“No sabían lo que pedían”. No sabían que por bueno que fuera quien dominara, por muy Hijo de Dios, por muy sabio y muy santo, nada iba a cambiar si se seguía con los mismos esquemas de dominadores – dominados, amos – esclavos.
La propuesta de Jesús no fue cambiar de personaje dominador, sino cambiar primero el corazón humano y a partir de ahí las estructuras de poder. A cambio de una persona ávida de poder, un líder capaz de servir. A cambio de un monarca absoluto, un líder creativo e impulsador de procesos de libertad.
La novedad del reinado propuesto por Jesús, es el servicio y la entrega a los dominados y esclavizados por los poderes temporales de este mundo. Si como Iglesia seguimos manteniendo las categorías de poder y dominio que maneja este mundo, en el que los reconocidos como jefes tratan despóticamente a sus súbditos y los grandes les hacen ver su autoridad, no tendremos nada que ver con Jesús y nuestras Iglesias no tendrán credibilidad. Sepámoslo de una vez por todas: Si queremos hacer parte del reinado instaurado por Jesús, no nos queda otra alternativa que renunciar a todas las estructuras de poder y ponernos de manera especial al servicio de aquellos marginados y excluidos. Como lo hizo Jesús quien no vino a ser servido sino a servir y a entregar su vida en rescate por muchos.
Oración
Señor Jesús, te damos gracias por tu testimonio de amor, manifestado en tu entrega generosa, totalmente desinteresada a favor de la libertad y la felicidad humana. Te reconocemos como el Redentor, el amigo y el salvador nuestro, el camino a seguir para vivir plenamente como seres humanos. Reconocemos que en nosotros habitan los mismos bajos sentimientos movían a tus discípulos. Libéranos de todos los intereses de poder y de aparecer, de la avaricia y de la codicia, así como de los vacíos existenciales que nos mueven a buscar erigirnos como absolutos. Que esos vacíos existenciales sean llenados únicamente por tu amor misericordioso y que podamos encontrar nuestra plena realización y felicidad, en el servicio desinteresado y generoso a nuestros hermanos.
Bendice a quienes lideran nuestras Iglesias y comunidades cristianas para que la ambición de poder sea suplantada por servicio amoroso a los demás. Ilumina a quienes lideran los destinos de nuestra sociedad para que renuncien a sus bajos anhelos de enriquecerse a costa de la miseria del pueblo y se conviertan en verdaderos promotores de la justicia, la equidad y la paz deseada por todos. Que cada palabra y cada acción nuestra vayan dirigidas a defender y promover y la vida. Que como discípulos tuyos superemos todos los odios, los rencores, los egoísmos y todo aquello que destruye la vida, y que hagamos crecer en nosotros el nuevo ser humano totalmente renovado en tu amor, capaz de dar vida al mundo. Amén.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
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Moniciones para el XXIX Domigo del Tiempo Ordinario- Ciclo B
12 de Octubre, 2009, 2:36
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Significado: La muy amada. De origen latino. Variante: Carina.
Caracteristicas: Es sociable, creativa y femenina. Está siempre atenta a lo que le pasa a los demás. Sabe escuchar y da sus opiniones con franqueza.
Amor: Le gusta encontrar en su pareja estabilidad y compañerismo.
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