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Moniciones para el I Domigo del Adviento- Ciclo C
22 de Noviembre, 2009, 23:28
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo de Adviento
I Domingo – Ciclo C
“Uma esperanza que no defrauda”
29 de noviembre del 2009
Monición de entrada
Buenas noches, (días, tardes) hermanos en Cristo. Comenzamos un nuevo año litúrgico, y es san Lucas quien con su evangelio nos va a servir de guía en nuestro intento de llegar a Jesús. Nuestro mundo actual está hecho de violentos contrastes. Los maravillosos progresos de la tecnología no van al paso con lo que parece ser un estancamiento o retroceso de la cultura y la moral. Este mundo podría ser mejor, pero sólo Dios le dará la perfección total al fin de los tiempos, porque ni la vida personal ni la manera de ver el mundo tiene sentido si no damos cabida a Dios entre nosotros. Cristo vino una vez como salvador y creemos que vendrá otra vez como juez. Hasta entonces nos toca responder a las exigencias y retos de la historia. El Señor nos manda a vigilar en la oración para recibirle cuando venga. Vigilancia es reflexión y oración, es fuerza. Pidamos unos por los otros en esta Eucaristía, para poder prepararnos para acoger al Señor en la intimidad del amor. De pie por favor para recibir la procesión con esperanza y alegría con el cántico de entrada.
Primera lectura: Jr, 33:14-16 (Suscitaré a David un vástago legítimo)
Los reyes históricos decepcionaron las esperanzas que en ellos había puesto el pueblo. Pasaron sin establecer el reino de justicia y de paz anhelado por todos. El Mesías esperado descendiente de David, vendrá y revelará a Dios, que verdaderamente es nuestra justicia. Escuchemos.
Segunda lectura: 1 Tes.3, 12-4.2 (El Señor los fortalezca para cuando vuelva Jesús)
La esperanza cristiana se abraza con el amor en su dimensión universal, llegando más allá de toda frontera, de toda discriminación y de todo condicionamiento. Presten atención.
Tercera lectura: Lc. 21. 25-28.34-36 (Se acerca su liberación)
La esperanza cristiana sobresale por encima de todas las tragedias humanas. Los cristianos debemos aprender a interpretar los momentos más difíciles de nuestra historia como pasos que nos llevan a la liberación. Tras ésta interpretación optimista, debemos buscar afanosamente la manera concreta de hacerla realidad. De Pie por favor.
Oración Universal
Por la Iglesia; para que, en medio de la injusticia de este mundo, sepa anunciar al que viene: el “Señor-nuestra-justicia”, Roguemos al Señor.
Por los gobernantes; para que, procurando el bien común, defiendan los derechos de todos y principalmente de los más débiles, Roguemos al Señor.
Por los que están angustiados, en trance de desesperación; para que encuentren junto a ellos una mano amiga, que los levante, y sientan cercana la liberación, Roguemos al Señor.
Por todos los difuntos, especialmente los de nuestra parroquia; para que pronto lleguen a la presencia de Dios vivo, Roguemos al Señor.
Por los jovenes de nuestras comunidades y parroquia; para que sepan responder con generosidad a la llamada de Dios a seguirle en la vida religiosa y sacerdotal, Roguemos al Señor.
Por nosotros y por todos los que comparten nuestra esperanza; para que, amándonos unos a otros, procedamos siempre agradando a Dios y, cuando venga el Señor Jesús, podamos presentarnos santos e irreprensibles ante él, Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 414)
Gracias, Señor, porque al comienzo del adviento
nos das un cariño y amigable toque en el hombro
a fin de despertarnos de nuestra habitual somnolencia:
¡Estén alerta porque es inmediata su liberación!
¡Gracias! Tú eres la única esperanza que no nos defrauda.
Haznos capaces de mantener cada día la tensión del amor
que vela trabajando, sin permitir que se nos embote la mente
con el vicio, el egoísmo, la soberbia y la ambición.
Queremos vivir preparados, esperándote siempre alegres,
como si cada día fuera el definitivo para tu esperada venida.
Así aprobaremos el examen final del curso en marcha.
Amén.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Comunícate conmigo: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Homilia para el XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
19 de Noviembre, 2009, 8:34
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Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XXXIV Domingo
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect: Dn 7,13-14
- Sal: 92,1-2.5
- 2da lect.: Ap 1,5-8
- Evangelio: Jn 18,33b-37
El hijo del hombre
Nos volvemos a encontrar hoy, como hace ocho días, con un fragmento del libro de Daniel. Un texto que pertenece a la literatura apocalíptica y que es preciso leer desde esta perspectiva. Recordemos que se trata de un texto opuesto a las pretensiones de divinidad y dominio absolutos, típicos de los dominadores helénicos, que para la época de la elaboración del texto, sometían Palestina. La escuela apocalíptica que escribió el libro de Daniel tenía como objetivo animar a sus fieles a una resistencia contra la ideología dominante, que pretendía suplantar el poder y señorío del Dios en el cual ellos siempre habían creído.
Este fragmento nos presenta como protagonista central al Hijo del Hombre, que recibe el poder y el señorío para siempre. El Hijo del Hombre representa todo lo bueno que hay en la humanidad. Esa humanidad buena que procede de Dios (las nubes significan la morada de Dios) y hace su voluntad, vencerá la maldad que parece dominar.
Aunque los poderosos pretendan eternizarse en el poder y acabar con todo aquel que cuestione su actitud arrogante y su falso sentido de humanidad, la historia nos demuestra que todos los reyes con sus reinados son efímeros. Que sólo es eterno el poder de Dios y su mano salvadora a favor del necesitado.
¿Cristo Rey?
Algunos predicadores dicen que Jesús se proclamó rey, aunque Él no hablaba del reino de este mundo sino de un reino espiritual, más allá de este. La cosa parece muy clara: “No es el mundo el que me ha hecho rey. Si el título de rey me viniera de este mundo, tendría gente a mi servicio que peleara para que yo no cayera en manos de las autoridades judías. Pero mi título de rey no viene de aquí abajo.”
Aquí, como en otros textos de la Biblia, nos encontramos con un problema de traducción. Sucede que Jesús no habló del título de rey, sino del reino o reinado. Parece una tontería, pero no lo es. El texto griego dice: “E basileia e emé ouk estin ek ton kósmon tóuton”, lo cual significa literalmente: “El reino mío no es del mundo este”. Rey en griego es: “Basileús”, mientras que reino o reinado es: “Basileia”, tal como está en el texto. De tal manera que Jesús no habló de sí mismo como rey, ni de la supuesta procedencia de su título real, sino del reinado por el cual él siempre había luchado: el Reinado de Dios.
La traducción literal completa del párrafo es esta: “El reino mío no es del mundo este; si del mundo este fuese el reino mío, los servidores míos lucharían para que no fuese entregado a los judíos; pero ahora el reino mío no es de aquí.”
Pilato era quien insistía en preguntar si Jesús era rey: “oukoun basileus ei su” lo que significa: “¿Luego rey eres tú?”. Aquí sí se utiliza el término basileus, o sea rey. Pilato estaba interesado en saber si Jesús de verdad se había declarado rey tal como lo acusaban sus enemigos judíos. Jesús le respondió: “Tú dices que rey soy.” Aquí tampoco podemos decir que Jesús haya aceptado el título de rey. “Tu dices que rey soy” no es una respuesta afirmativa. Podría traducirse también: “Eres tú quien lo dices”. Algunas Biblias traducen: “Sí, como tu lo dices: soy Rey”. Es una traducción totalmente errada. Él nunca habló de sí mismo como rey. Es más, cuando después del signo de la multiplicación de los panes quisieron hacerlo rey, se escapó al monte (Jn 6,15).
Las palabras que siguen: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye de mi la voz”, tampoco significan que Jesús haya venido a este mundo para ser rey. Revelan la verdadera misión de Jesús: dar testimonio de la verdad. Podemos decirlo directamente: Jesús no vino para ser rey de nada, sino para dar testimonio de la verdad.
¿Entonces por qué la causa de condenación fue precisamente por haberse declarado rey, tal como se escribió en la tablilla: INRI: “Jesús el Nazareno, Rey de los judíos”? (Jn 19,19). Quienes acusaron a Jesús de haberse declarado rey fueron los interesados en deshacerse de él: sumos sacerdotes, escribas, doctores de la ley, saduceos, entre otros. Como en aquella época los dirigentes judíos no tenían la “ius gladi” o facultad para condenar a muerte, entonces acudieron a quien sí la tenía: Pilato. Una razón poderosa, que seguramente conllevaría a la condenación inmediata, era decir que se había declarado rey, porque Pilato lo relacionaría con un desconocimiento del emperador romano y por tanto con una sublevación al imperio.
“Que Jesús sí es rey pero no de este mundo, sino de la otra vida, la vida del cielo, en la cual reina con todos sus ángeles”, dicen otros despistados. Otra afirmación igualmente errada. “El reino mío no es del mundo este”, no significa que Jesús sea rey de otra parte, de un mundo extrasensorial y supraterrenal más allá de la historia humana. Significa que el reinado por el cual luchó Jesús no era como el reinado del mundo romano, o “el orbe romano”, como le llamaban. Un reinado esclavizador, generador de terror, miseria, dolor y muerte. El reinado propuesto por Jesús era el reinado de Dios el cual implicaba un proyecto de justicia y verdad. Para esto vino al mundo: para dar testimonio de la verdad.
Es bueno saber que “mundo”, para los escritos de la tradición de Juan, tiene dos significados que se entienden según el contexto. Por una parte está el mundo como universo, incluido el ser humano: “El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo” (Jn 6,51b), “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que se salve por medio de él” (Jn 3,17).
Otro significado de mundo es todo aquello que esté contra la voluntad de Dios: la maldad en contra de la bondad, la mentira como contraria a la verdad, el poder que oprime contrario al amor que sirve, las tinieblas como contraposición a la luz, etc.: “Ustedes encontrarán la persecución del mundo. Pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33) “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Pues toda corriente del mundo – la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia de los ricos – nada viene del Padre, sino del mundo” (1Jn 2,15-16).
Algunas veces los dos conceptos de mundo se mezclan en un párrafo, pero se pueden diferenciar: “Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn 17,14-15).
Esto es bueno aclararlo porque, si el reinado que anunció Jesús es de otro mundo diferente a este de los mortales, el cristiano no debe meterse en cuestiones temporales. Por eso a muchos no les interesa la situación de los pueblos, la riqueza o la pobreza, la miseria y la injusticia de nuestro mundo. Por eso mismo muchos monjes medievales “dejaron el mundo” y se encerraron en las celdas conventuales para hacerse santos. Pero Jesús no fue un hombre autista desconectado de la realidad, no fue anacoreta, ni un monje conventual. Esa es una visión peligrosa que enceguece al creyente y convierte la religión en un opio adormecedor de las conciencias. Un Jesús que proclama el reinado de un mundo espiritual y extramundo, desencarnado y alejado de todo compromiso de orden temporal con la realidad concreta que vive el ser humano, es un Jesús falseado.
En este evangelio lo vemos compartiendo la tragedia humana, vivida por muchos hombres de las colonias romanas que se atrevían a levantar la cabeza. Éste es el típico juicio de un inocente procesado como si fuera un peligroso criminal. No precisamente por huir del “mundo, el demonio y la carne”, sino como consecuencia de su compromiso con la historia, por su manera como enfrentó y se opuso a todo lo que disminuía la dignidad humana.
Pilato representaba a Tiberio, emperador romano, quien tenía el poder en su mano. Los romanos controlaban todo, absorbían como una aspiradora los bienes del pueblo de Dios y lo dejaban en la miseria. Sin ser los únicos, eran la cara más visible del mundo en cuanto que se oponían a los planes de Dios. Según la religiosidad romana, el emperador era el hijo del altísimo y el absoluto de todo el orbe. Esa era la “verdad”: todo lo que dijera el emperador era palabra de Dios. La voluntad del emperador era la voluntad de Dios y debían hacerla cumplir a la fuerza.
La maquinaria judía, que servía a los romanos y traicionaba a su propio pueblo para defender sus privilegios, le había vendido una idea a la masa de gente: “Jesús es un peligro y debe morir”. Aquí vemos una vez que la voluntad popular no siempre representa la autonomía de un pueblo. Que no siempre la voz del pueblo es la voz de Dios y con mucha frecuencia la voz del pueblo no es más que una soberana gritería, fruto del engaño de las maquinarias corruptas que se alimentan de la desgracia de los inocentes.
Esa era la “verdad” oficial: la persona más importante era el emperador, seguidos por sus ministros y demás ciudadanos romanos. Los demás individuos no contaban. “El bien del pueblo romano era la suprema ley”. Los demás pueblos podían ser colonizados, explotados con cargas tributarias y pisoteados con todo tipo de vejámenes, si ponían resistencia.
Esa era la “verdad” oficial: Jesús era un nativo de una colonia del imperio, un hombre grosero que se había atrevido a cuestionar esa verdad, un peligro que debía ser eliminado. Un pobre reo con quien podían jugar los soldados, pues una vez condenado a muerte quedaban derogados todos sus derechos como ser humano.
Pero esa era una “verdad” impuesta. Una falsa “verdad”, como tantas versiones oficiales de gobiernos totalitarios y de ideologías dominantes.
La verdad – verdad, estaba en la persona de Jesús. En su calidad humana, en su testimonio de vida y en su entrega generosa al reinado de Dios. Él no vino para usurparle el reinado a nadie y tomar su puesto como otro monarca. Vino para ser testimonio de la verdad y para mostrarnos un camino que lleva a la plenitud a todos los seres humanos.
Aunque su vida estaba en manos del poder judío y del poder romano, aunque era un perdedor que no valía, la verdad – verdad, es que nada era tan valioso como su testimonio de amor y su entrega por una humanidad realmente libre y feliz. Su vida, su palabra y su proyecto eran generadores de amor, fraternidad, justicia y verdad.
Los poderosos lo vencieron, pero en el fondo fue él quien venció. El poder judío buscó que Pilato lo condenara a muerte. Pilato lo condenó no sólo para responder a la presión judía sino porque también tenía razones poderosas para quitárselo de encima. Jesús podía renunciar a su proyecto para evitar que lo mataran, pero no lo hizo. Pagó el precio de la cruz como expresión de su fidelidad a Dios y a los demás seres humanos, como manifestación de su solidaridad con todos los crucificados de la historia que, como él, eran víctimas de quienes prefieren excluir y matar en vez de cambiarse a sí mismos y cambiar las relaciones para sean más humanas. Si realmente quería afirmar la fidelidad de Dios con el ser humano, la validez de su proyecto y la supremacía del reinado de Dios sobre los reinados temporales que se erigían para aplastar a los débiles, tenía que morir. Si se retractaba y renunciaba a su causa, salvaba su pellejo y lo dejaban libre, pero todo se habría perdido. Sólo asumiendo las consecuencias de su compromiso, sólo asumiendo la cruz, impediría que la injusticia y la frustración tuvieran la última palabra; sólo así se reafirmaría como el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre y el Hermano de todos. Y así fue como venció al mundo (Jn 16,33), porque sólo así, la última palabra la tuvieron el amor incondicional y el perdón.
Hoy celebramos la fiesta de Cristo rey. Pero más que proclamar a Jesús como el rey del universo, Dios y hombre, señor y Mesías, a quien deben consagrarse las archicofradías, las parroquias, o los estados, podemos anunciarlo como Buena Noticia, como un camino, un modelo para ser plenamente humanos y un proyecto para construir una vida justa y digna. Buena Noticia que se vive y se anuncia, y utopía que se construye en medio de las duras realidades y de los poderes que se oponen a su realización.
“Para mí, lo más importante que se dijo de Jesús en el Nuevo Testamento no es tanto que él es Dios, Hijo de Dios, Mesías, sino que pasó por el mundo haciendo el bien (Hch 10,38), curando a unos y consolando a otros. Cómo me gustaría que se dijera éso de todos y también de mí”.
Oración
Jesús, ante esta escena macabra de injusticia, dolor y opresión, podemos ver la bajeza del arrogante romano y la grandeza de tu humildad. Nos quedamos sin palabras ante tu supremo testimonio de amor, verdad y auténtica vida humana…
Te damos gracias por tu palabra, por tu testimonio, por toda tu vida entregada como un don precioso para toda la humanidad. Realmente eres la manifestación más patente del amor misericordioso de Dios hacia todos nosotros.
Jesús, tú eres el camino de la auténtica realización humana: ayúdanos a seguirte con fidelidad. En ti está la verdad: ayúdanos a vivir nuestra vida con autenticidad y con plena libertad. Tú eres la vida que nos colma de alegría: danos a beber de tu manantial para tener la auténtica vida que tú nos das.
Te entregamos a tantos inocentes ajusticiados por los tribunales de la infamia que reinan en nuestro mundo. Ayúdanos a comprometernos en la defensa de los tantos inocentes ajusticiados. Líbranos de ser indiferentes ante la injusticia y de dejarnos inundar del miedo de los que prefieren asesinar antes de cambiar su “buena” vida que deja miseria a su paso.
Ayúdanos a tomar partido por ti, por tu causa, por tu proyecto: el Reinado de Dios. Hoy optamos por ese maravilloso Reinado que excluye todos los reinados de quienes pretenden imponerse como absolutos para llenar su vacío existencial, que nunca será llenado. Hoy nos comprometemos a vivir de cara a Dios y de cara a los hermanos; a caminar contigo y a buscar juntos una nueva humanidad, totalmente transformada a imagen tuya. Danos la fuerza de tu Espíritu para hacer realidad esta utopía. Entramos en comunión profunda contigo y con tu Espíritu para vivir esta nueva realidad en nuestra vida. Amén.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
Boff Leonardo, Una espiritualidad liberadora, Estella 1992, 15.
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Moniciones para el XXVI Domigo del Tiempo Ordinario- Ciclo B
15 de Noviembre, 2009, 11:45
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo Ordinario
Trigésimo Cuarto Domingo – Ciclo B
“Mi reino no es de este mundo”
22 de noviembre del 2009
Solemnidad de Cristo Rey
Monición de entrada
La celebración de Jesucristo, Rey del Universo, cierra el año litúrgico con el acento escatológico y apocalíptico propio de los últimos domingos. Cristo es el Alfa y la Omega, es decir: el principio, el centro y el fin de la historia humana que Dios convierte en historia de salvación. Cristo se manifestó ante Pilato; es Él quien nos revela al Padre. Vivamos en esta Eucaristía el gran gozo de tener a Cristo como testigo de la Verdad que nos guía hacia el Padre. Hermanos y hermanas cantemos con ánimo.
Primera lectura: Dt 7, 13-14 (Su poder es eterno, no cesará)
La primera lectura nos describe una visión de Daniel. Entre las nubes aparece un hombre a quien se le da poder, honor y reino. Nuestro autor identifica a este Mesías con el líder del pueblo de los santos. Luego el Nuevo Testamento identifica a este Hijo de Hombre con Jesús. Escuchen hermanos y hermanas.
Segunda lectura: Ap 1, 5-8 (Cristo ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes)
En la segunda lectura tomada del libro del Apocalipsis vemos a Cristo como el Testigo fiel de Dios, el resucitado y el Rey Todopoderoso. Sigue una alabanza de la obra redentora de Cristo y una proclamación de su venida en gloria. Les invito a que nos dejemos penetrar por la grandeza y majestad de Jesucristo.
Tercera lectura: Jn 18, 33.37 (Tú lo dices: soy rey)
La lectura evangélica de hoy, según San Juan, Cristo afirma claramente su realeza. A la vez dice que ha venido a revelar o dar testimonio de la Verdad. Su reino no es como los reinos de la tierra, sino que es un reino nacido de la humillación, del sufrimiento y de la muerte, del servicio a la Verdad. Vamos a escuchar este diálogo sobre nuestro Rey, pero antes entonemos el Aleluya.
Oración Universal
1. Por la Iglesia: para que unida en Cristo, Rey de paz, exprese a la luz del Evangelio la justicia nueva que él ha promulgado desde la cruz. Roguemos al Señor.
2. Por los pastores del pueblo de Dios, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas: para que imiten a Jesús, que no vino para ser servido, sino para servir. Roguemos al Señor.
3. Por la sociedad en que nos ha tocado vivir: para que reconozca en todo ser humano la presencia del Hijo de Dios, que un día vendrá a juzgar al mundo. Roguemos al Señor.
4. Por nuestra parroquia: para que vivamos convencidos que servir es reinar. Roguemos al Señor.
5. Por todos nosotros: para que Jesús reine en nuestros corazones y en nuestras vidas, santificando nuestras acciones y palabras. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 406)
Hoy te alabamos, Padre, porque en la resurrección
de tu Hijo, Cristo Jesús, lo constituiste Rey y Señor del universal
de todo lo creado con un poder y un reino eternos que no cesarán.
gracias también, porque, a su vez, Cristo ha hecho de nosotros,
los bautizados en él, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.
Haz, Señor, que venga tu reino al mundo de los hombres,
y danos la fuerza de tu Espíritu para mantener irrevocable
nuestra entrega personal a la construcción de tu reinado
en nuestro mundo: tu reinote verdad y de vida,
tu reino de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.
Así mereceremos alcanzar de ti el reino eterno con Cristo.
Amén.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Comunícate conmigo: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Homilia para el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
11 de Noviembre, 2009, 21:19
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EN CAMINO
Tiempo Ordinario, ciclo “B”
XXXIII Domingo
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
LECTURAS:
- 1ra lect: Dn 12, 1-13
- Salmo responsorial: 15, 5.8-11
- 2da lect.: Heb 10,11 -14, 18
- Evangelio: Mc 13,24-32
Literatura apocalíptica
Los textos de hoy (Dn 12 y Mc 13) fácilmente podrían utilizarlos aquellos grupos pseudo religiosos, aves de mal agüero, que suelen gritar en sus templos y en las plazas, o anunciar en sus psicodélicas publicaciones, que reparten a granel, el fin del mundo y el exterminio de todo ser viviente que no esté con ellos. Siembran el terror con sus amenazas de una inminente destrucción de la tierra porque, según ellos, el pecado del hombre está haciendo que se acabe la paciencia Dios y de un momento a otro él va a tomar venganza. Infunden pánico a los caracteres débiles y presionan psicológicamente para que se unan a su grupo, pues dicen ser la única religión verdadera. Por lo tanto, la única salida para salvarse.
Estos grupos, para defender lo propio y ponerlo en la cumbre de la perfección, acuden al antiguo y falaz “argumento” de desprestigiar las obras de los demás. Para asegurar que su religión es verdadera, dicen que las demás son falsas. Para decir que su religión es la mejor, que las demás son las peores. Para decir que su religión es la única que lleva a Dios, pregonan que las demás llevan a la perdición porque encarnan a la bestia del Apocalipsis (Ap. 17,1ss).
Muchos despistados caen ingenuamente en sus trampas y se vuelven aún más fanáticos que ellos. La ignorancia de mucha gente la hace presa fácil del engaño, pues como dijo el tío Einstein: “la ciencia sin religión cojea, la religión sin ciencia es ciega”; y un ciego no puede guiar a otro ciego (Mt 15,14).
Ayudados de las ciencias humanas (exégesis, hermenéutica, escriturística, historia, arquelogía, etc.), hoy sabemos que estos textos no son anuncios del fin del mundo ni amenazas de exterminio. Daniel encarna la reacción de una escuela religiosa apocalíptica, frente al totalitarismo del rey sirio Antíoco IV Epífanes 168-165 a.C. El capítulo 13 de Marcos pertenece al llamado discurso escatológico, dado después de la destrucción de Jerusalén por parte de las legiones romanas, como represalia al levantamiento de los guerrilleros celotes quienes pretendían, con el apoyo del pueblo, liberar a Israel de la bota romana (66 – 70 d.C.) Pero los celotes fracasaron en su intento, y los romanos no sólo aplacaron la insurrección sino que acabaron con todo. No dejaron títere con cabeza: ciudades, sembrados, instituciones, sinagogas, el templo, ¡todo!
Estos dos textos están escritos con el género literario apocalíptico. Apocalipsis quiere decir revelar, quitar el velo y hacer presente algo que ya lo estaba, pero en forma oculta. La literatura apocalíptica, con un leguaje simbólico, hace una lectura del presente; no es una precognición del futuro. En esa lectura del presente condena el orden imperial esclavista que genera exclusión y por lo tanto caos para los excluidos. Es un juicio a la historia: “Busca reconstruir la conciencia, para hacer posible la reconstrucción de un mundo diferente”.
Algunos biblistas de la de exégesis liberal, calificaron toda la apocalíptica como un movimiento extramundo, cósmico, fuera de la historia y al margen de la sociedad política. Pero, aunque se vieron muchos rasgos de este tipo, la literatura apocalíptica es fundamentalmente una protesta contra la historia escrita y manipulada por los poderosos. Manifiesta el drama que vive el ser humano y su deseo de cambio: “dichoso aquel que sepa esperar y alcance mil trescientos treinta y cinco días” (Dn 12,12). Es una experiencia existencial, realista, que ve a Dios como fuente de la vida.
En un lenguaje mítico, narra el deseo del pueblo para que termine la forma organizativa de este mundo (fin del mundo) y el principio de otro. Manifiesta el anhelo utópico de que el dolor, las privaciones, la opresión, la miseria, la guerra y todo lo que desintegra al ser humano, se acaben y lleguen la paz y la felicidad. La apocalíptica es consciente de lo difícil que es llegar a éso; por ello afirma que el deseado cambio será largo e irremediablemente sólo puede esperarse de Dios.
El fragmento de Daniel que hoy leemos, anuncia la intervención de Dios en favor de sus fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. En medio de la crisis desatada por la invasión helénica, el libro de Daniel hace un llamado a la esperanza, a no renunciar ante la fehaciente violación de sus derechos por parte del imperio de la muerte. Invita a rechazar el señorío de los opresores, quienes a filo de espada se mostraban como dueños absolutos del tiempo y de la historia. Ellos brillaban como estrellas mientras opacaban al pueblo y lo hacían dormir bajo la tierra. No emitían una luz generosa capaz de alumbrar, sino una llamarada voraz que consumía lo que le correspondía al pueblo generando miseria y dolor.
Daniel le dice al pueblo que ese poder no va a durar para siempre. Que Dios va a intervenir para salvarlo y que quienes van a brillar no serán los poderosos sino los sabios: “Los sabios brillarán como brilla el firmamento, y los que hayan guiado a los demás por el camino recto brillarán como estrellas para siempre.
Jesús (o el evangelio de Marcos que pone en boca de Jesús estas palabras), no hablaba de una tribulación futura sino de la gran tribulación por la que pasaba la comunidad cristiana en ese momento. La referencia a la conmoción cósmica descrita como estrellas que caen y un gran ejército de astros que se tambalean, el sol y la luna que se oscurecen, etc., son una forma muy antigua de describir la caída de algún rey o de una nación opresora. En aquella época, el sol y la luna eran representaciones de divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás astros y las potencias del cielo, representaban a los jefes que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10).
Jesús anuncia no tanto la caída de un imperio y la subida de otro, sino los efectos liberadores de su evangelio. Lo que debía venir no era el reinado de Jesús, como nuevo monarca absoluto, sino el reinado de Dios, que integraría a todos en un mismo amor. Para rescatar al ser humano dominado por las fuerzas del mal, se debían acabar los sistemas injustos que se erigían como astros en el firmamento humano. Los sistemas que generaban destrucción y muerte, aunque muchas veces se disfrazaban de soluciones vitales, debían acabarse.
¿Se anuncia del fin del mundo? ¡Claro que se anuncia el fin del mundo! Pero no del mundo en cuanto cosmos, sino del mundo en cuanto estructura de poder, simbolizado por los astros del cielo y los ejércitos celestes. “Su finalidad es dar esperanza a un grupo que tiene problemas, mediante la interpretación de su situación terrenal actual, a la luz de una existencia sobrenatural y de futuro, para influir en el conocimiento y conducta de su auditorio mediante la autoridad divina”.
A la luz de la literatura apocalíptica podríamos hacer hoy una lectura del presente y descubrir cómo muchos de nuestros hermanos viven la gran tribulación. Cómo abunda la idolatría en nuestro mundo postmoderno y cómo unos seres humanos se erigen como absolutos del mundo y de la historia, y, encumbrados como los astros del cielo, absorben la savia de los pobres para mantenerse bien alto. “Nuestro mundo quiere hacer pasar el lucro, la productividad, el poder, el progreso técnico, el logro y la eficacia antes que la libertad, la calidad de vida y la dignidad humana. Los valores del imperio se presentan como absolutos pues ellos sustentan la unidad y la potencia, el único dios que se tolera es el que declare la supremacía de los ganadores”.
Naturalmente, el cambio causa un poco de temor y a veces el miedo es tanto, que se prefiere lo malo conocido que lo bueno por conocer. Pero ese cambio, más que miedo debe causar alegría; tanto como la alegría de los ciegos cuando ven la luz, o la de los encarcelados y oprimidos cuando son liberados.
En medio de la gran tribulación por la que pasan muchos hermanos nuestros, y por la que podemos pasar también nosotros por alguna circunstancia, tenemos la tarea de hacer presente al Hijo del Hombre, vencedor de la muerte. Cristo resucitado en medio de nosotros tiene la capacidad de devolver la armonía a las personas y a los pueblos.
En vez de perder tiempo y energía a tantas necedades catastróficas, fruto de lecturas descontextualizadas de la literatura apocalíptica, de mentes trastornadas y deseosas de protagonismo, pongamos mano a la obra. Se hace necesario en estos momentos una actitud de fe, de resistencia y de esperanza activa, para hacer posible un mundo diferente con la ayuda de Dios. Porque Jesús ha vencido al mundo (Jn 16,33b), otro mundo es posible. Todos debemos comprometernos con la desaparición de toda estructura desintegradora al interior o al exterior del ser humano, y con la reconstrucción de un mundo nuevo en el cual reinen la paz y la armonía. Ésa es hoy, la tarea de la comunidad que sigue a Jesús.
Oración
Padre Dios, te damos gracias: sabemos que siempre podemos contar contigo. Tú nunca abandonas a tu pueblo y siempre te manifiestas a favor nuestro, especialmente en medio de las adversidades más grandes. Te damos gracias por la forma como tu has intervenido en nuestra historia, siempre para salvarnos, siempre para conducirnos a una vida plenamente feliz.
Hoy te entregamos nuestras pequeñas o grandes tribulaciones. Te entregamos a las personas que pasan por la gran tribulación. Tu conoces las personas que viven grandes dramas: afectivos, emocionales, sociales, laborales… problemas de desempleo, hambre, persecución, desplazamiento, desnutrición, abusos, explotación, miseria, falta de sentido de la vida… Todos aquellos que ven su vida como en un callejón sin salida, los ponemos en tus manos grandes y generosas.
Te entregamos Padre Dios su anhelo y nuestro anhelo de que todas esas cosas, toda esa gran tribulación sea superada y venga una nueva vida. Reafirmamos nuestra convicción de que todo puede ser mejor. Creemos firmemente que tú eres la fortaleza en nuestra debilidad, la luz en medio de la oscuridad y que contigo se gesta, en medio de nuestro mundo convulsionado, un nuevo orden, con una verdadera armonía, paz y justicia para todos. La miseria, el dolor y la muerte, no nos van a vencer porque tú estas con nosotros y contigo reinan la vida, la alegría, el amor y la felicidad.
Señor Jesús creemos firmemente en tu presencia viva en medio de nosotros. Creemos firmemente que tú venciste el odio, el dolor y la muerte. Por eso te sentimos cerna nuestro en medio de todas las situaciones difíciles. Ayúdanos a enfrentar con sabiduría nuestras propias tribulaciones para salir victoriosos de todas ellas, con la fuerza de tu Espíritu, así como tú saliste victorioso de la muerte. En ti descansamos tranquilos, enfrentamos la vida y buscamos los cambios necesarios con serenidad. En ti nos alegramos y confiamos plenamente nuestra vida, porque en ti está ya nuestra victoria. Amén.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
BOEVE Lieven, En: Revista selecciones de Teología. No 167, Barcelona 2003, 229
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Moniciones para el XXXIII Domigo del Tiempo Ordinario- Ciclo B
8 de Noviembre, 2009, 11:51
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Tiempo Ordinario
Trigésimo Tercer Domingo – Ciclo B
“Um mensaje de esperanza”
15 de noviembre de 2009
Monición de entrada
Hoy estamos celebrando el penúltimo domingo del año litúrgico. Siempre hemos oído los relatos apocalípticos sobre la última venida del Señor. Toda la creación será transformada por el amor de Dios, y el tiempo, como lo experimentamos y conocemos ahora, terminará. Mientras tanto caminamos ineludiblemente, día tras día, hacia esa consumación. Tenemos que estar alerta, vigilantes y viviendo nuestra fe. Debemos poner nuestra esperanza en Cristo Jesús, cuyo sacrificio nos santifica. En esta Eucaristía pidamos a Dios la gracia de la perseverancia en nuestra fidelidad a Él y a la Iglesia. De pie para recibir a los ministros de la Misa, mientras cantamos.
Primera lectura: Dt 12, 1-3 (Entonces se salvará tu pueblo)
El texto que vamos a escuchar ahora es uno de los más importantes del Antiguo Testamento sobre la resurrección de los muertos. Los justos, en particular aquellos cuyos nombres han quedado escritos para siempre en el cielo, resucitarán. Escuchemos a Daniel y su descripción de lo que ocurrirá en aquellos últimos días.
Segunda lectura: Hb 10, 11-14.18 (Cristo ofreció un solo sacrificio para siempre)
La carta a los hebreos nos dice que Jesús borró con su sacrificio en la cruz, de una vez para siempre, los pecados de toda la humanidad. Él está a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros, guiándonos al cielo. Pongan atención
Tercera lectura: Mc 13, 24-32 (Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos)
Marcos en el texto evangélico de hoy nos anuncia la venida final del Hijo del hombre. Nadie sabe cuándo será esta segunda venida del Señor. Entonces debemos estar vigilantes y mantenernos alerta en todo momento. Aunque el cielo y la tierra pasarán ni Jesús ni sus palabras pasarán. Antes de escuchar este mensaje, pongámonos de pie para que cantemos el Aleluya.
Oración Universal
A cada invocación, respondan, por favor: Señor: protege nuestras vidas.
1. Por la Santa Madre Iglesia: para que el Señor la proteja y la perfeccione hasta el día en que vuelva como juez a la tierra. Roguemos al Señor.
2. Por nuestros niños: para que lleguen a la madurez de la fe, los convertidos perseveren, los catecúmenos se hagan dignos del bautismo y los no creyentes busquen y encuentren la verdad. Roguemos al Señor.
3. Por nuestro pueblo: para que sea regido con justicia y se respeten los derechos de todos sus ciudadanos. Roguemos al Señor.
4. Por los difuntos, en especial por los que se ofrece esta Eucaristía: para que pronto puedan contemplar el rostro del Señor. Roguemos al Señor.
5. Por todos nosotros reunidos alrededor de la mesa: para que nos preparemos para el juicio final, permaneciendo fieles y dirigiendo a Dios nuestras acciones y nuestros deseos. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 403)
Gloria a ti, Señor Jesús, porque durante tu corta ausencia
Confías en nosotros y nos encomienda la tarea vigilante
De un amor que no echa la siesta cuando hay tanto que hacer.
Enséñanos a unir productivamente la esperanza y el esfuerzo,
Para acelerar el día venturoso de la llegada de tu reino.
Ayúdanos, Señor, también a descubrir tus constantes venidas
En el curso de la historia de cada día y cada hora del mundo,
En el hermano que necesita de nuestra ayuda y cariño,
En los hombres y mujeres que sufren, esperan y te buscan,
Para que caminando junto en la esperanza de la nueva tierra,
Alcancemos el nuevo cielo en que habita tu justicia.
Amén.
Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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Homilia para el XXXII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
4 de Noviembre, 2009, 19:53
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EN CAMINO
8 de noviembre de 2009, Domingo 32 del tiempo ordinario, ciclo “B”
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
o 1ra lect.: 1Re 17,10-16
o Sa 145,7-10
o 2da lect.: Heb 9,24-28
o Evangelio: Mc 12,38–44
El aporte de las viudas
La cosa empezó en el reino del norte, hacia el año 885 a.C., cuando Omrí dio muerte al rey Zimrí y se quedó con el trono. Después de vencer a todos sus opositores internos, Omrí estableció relaciones comerciales con Fenicia hasta pactar el matrimonio de su hijo Ajab con Jezabel, hija de Ittobaal, rey de Tiro y Sidón, antiguas ciudades estado fenicias. Luego emprendió una dura campaña contra los habitantes de Moab, región sobre la llanura del mar Muerto, a la que dominó y los convirtió en colonia. (David y Salomón ya habían dominado al pueblo de Moab, entre los siglos XI-X a.C.) Aunque tuvo logros personales significativos, Omrí fue sumiso con los poderosos del norte y cruel con su propia gente. Murió hacia el año 874 a.C y dejó el país en la miseria y a Ajab, como heredero de su trono.
Ajab gobernó por un largo periodo de 22 años (874-853 a.C.). Como su padre, este rey obtuvo éxitos individuales, que en nada beneficiaron al pueblo. Conservó su dominio sobre Moab, y le cobró tributo; combatió y dominó a Ben-Hadad I, rey de Damasco y casó a su hija Atalía con Joram, hijo de Josafat, rey de Judá (del reino del sur). Desarrolló un amplio programa de construcciones, tales como la fortificación de importantes plazas fronterizas, entre ellas la de Jericó. Terminó muerto en un combate librado con Ben-Hadad. Su esposa Jezabel sobrevivió a su marido durante 14 años hasta cuando fue asesinada por Jehú, quien ocupó los tronos de Israel y de Judá (2 Re 9), ente los años 841 y 814 a.C. Atalía, también fue asesinada en el año 835. a.C.
Los protagonistas de esta historia terminaron como terminan muchos, cuyo proyecto de vida adquiere sentido sólo cuando dominan a otros a costa de lo que sea. Pasaron por el mundo sembrando enemistad, muerte y deseos de venganza; sufrieron el terrible cáncer de la codicia, que carcome y devora la conciencia reduciéndola a su mínima expresión, y murieron infelices a filo de espada, bebiendo el amargo cáliz de su propia insignificancia.
La primera lectura se desarrolla mientras estaba en el trono el rey Ajab. Sucedió como suele suceder con los largos periodos de gobierno en manos de una sola persona, que el gobernante de turno por mantenerse en el mando, renuncia a su propia libertad e hipoteca el país para recibir el respaldo de los mandos medios, dándoles buenas prerrogativas.
El ambiente era muy difícil en todos los campos: social, político, económico, religioso, etc. La reina Jezabel, quien manejaba a su esposo con un dedo, impuso el culto al dios Baal (1Re 16,29-31) y se encarnizó a muerte contra todos los profetas de Yahvé, quienes denunciaron la idolatría, representada en el culto a otros dioses y en todo tipo de maltrato al pueblo de Dios. Los escritores del libro de los Reyes lo expresaron diciendo que una gran sequía se vino sobre Israel.
La escena del relato que hoy leemos se desarrolla en Sarepta, una ciudad fenicia, de donde era originaria la odiada princesa Jezabel. La viuda de Sarepta se convierte en la antítesis de su paisana. Jezabel tenía dinero, influencia y poder, la viuda vivía sola con su niño y no tenía más que un puñado de harina y un poco de aceite en la alcuza. Jezabel persiguió y desterró, la viuda acogió; Jezabel destruyó, la viuda protegió; Jezabel acumuló para sí misma sin necesidad, la viuda fue capaz de compartir lo único que tenía para vivir. Jezabel terminó siendo víctima de su propia avaricia, la viuda recibió la bendición de Dios y tuvo alimentos por mucho tiempo. En el fondo Jezabel fue antagonista, la viuda fue protagonista. La lógica de Dios es distinta a la nuestra: “Mis pensamientos no sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor” (Is 55,8).
Con esto se dice que no todas las mujeres fenicias son odiosas como Jezabel, por tanto hay que evitar la xenofobia. Que Dios se manifiesta también fuera de las fronteras de Palestina, pues aunque esta viuda no profesaba de palabra la fe en el Dios de Israel, por su generosidad, se hizo partícipe de la obra de Dios que le llegó por medio de un perseguido: el profeta Elías. Que la salvación viene, no precisamente desde los “grandes” y su insaciable sed de poder, sino de los desheredados de este mundo cuando son capaces compartir lo poco que tienen para vivir. Que cuando se rompe con los círculos del fundamentalismo y del individualismo indolente, y se trabaja en comunidad, somos capaces de superar el gran muro de la discordia y de la miseria que ataca a todos.
La pobreza, el hambre, el dolor y la muerte, son las mismas en todos los pueblos, en todas las culturas, en todas las religiones y a todos hacen sufrir por igual. Ante esta realidad no vale la pena perder el tiempo en discusiones inútiles, como “demostrar” cuál es el verdadero Dios, cuál es la verdadera religión o cuál la verdadera iglesia, sino aunar nuestras fuerzas para combatir los males que a todos nos atacan.
Una mirada crítica y otra viuda
Jesús ya estaba en Jerusalén, lo mismo que otros 300 o 400 mil peregrinos que llegaban a la ciudad con el objetivo de participar en la pascua. Allí se daban cita personas de distintas regiones de Palestina y de la diáspora (judíos fuera de Palestina). De una manera muy piadosa hacían sus oraciones, ofrecían sus sacrificios y ofrendaban dinero según sus capacidades.
Jesús fue un judío piadoso que cumplía con sus deberes religiosos, pero no de cualquier manera. No tuvo una fe ingenua, presa del mezquino interés de los vividores de la religión. Fue un hombre de una fe profunda, pero de un ojo muy crítico, para descubrir el engaño. Como decimos popularmente: “no tragaba entero.”
La primera observación la dirigió a los escribas, a los letrados, o sea a los intelectuales de la época. Lo hizo con un fino humor crítico muy propio de su estilo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con el traje de ceremonia, y que les hagan reverencias en la calle; buscan el sitio de preferencia en las sinagogas y el lugar de honor en los banquetes…”
¡Pero qué atrevido este provinciano! ¡Qué igualado!, podría decir alguno. Los escriban eran los especialistas, los ilustrados, los doctos, los que sabían cómo funcionaba lo humano y lo divino. Es como si a cualquier hijo de pueblo se le ocurriera hoy criticar al alcalde, al presidente, al rector, al decano, o a otros personajes influyentes, por su manera de vestir, por sus finos y artificiales ademanes o por la exquisitez de su paladar. O como si a algún laico se le ocurriera hablar del falso orgullo de aquellos a quienes les encanta pasearse por las calles con un pectoral grande, lucir un hermoso anillo de oro con incrustaciones de esmeraldas y un solideo romano en las ceremonias, que los llamen monseñor y que les den el primer puesto en los eventos importantes.
Este atrevido provinciano de Nazareth, descubrió la falsedad de los escribas y su baja autoestima que los hacía depender de las reverencias y puestos honoríficos para sentirse valiosos. Los caricaturistas y humoristas críticos que hoy vemos, leemos o escuchamos, tienen un gran ejemplo de inspiración para su trabajo.
Las viudas en esa sociedad patriarcal no podían manejar sus bienes, ni defenderse en los tribunales; así que confiaban en algún escriba para que los administrara y defendiera. Estas “joyitas”, para ganarse la confianza de las viudas, simulaban ser muy piadosos y cumplidores de la ley, pero utilizaban sus conocimientos y la supuesta piedad, para abusar de ellas, engañarlas y quitarles lo poco que tenían.
Jesús desenmascaró la mentira y el engaño que escondían detrás de sus trajes pomposos y de su piedad socarrona. Invitó a toda la gente a tener cuidado y a no dejarse engañar. Lo había dicho muchas veces: “sencillos como palomas, sagaces como serpientes” (Mt 10,16); “comprendan que si el dueño de casa supiera a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo ustedes: estén preparados…” (Lc 10,39). Debía decirlo directamente: “¡Esa gente que devora los bienes de las viudas, y sólo por aparentar hace largas oraciones, recibirá un castigo más severo!”
Hoy podríamos decir lo mismo de tantos ladrones de cuello blanco. De muchos profesionales que aprovechan su profesión y la ignorancia de la gente para, engañar. Aquí no se escapa ninguno: “en todas partes se cuecen habas”, decían nuestras abuelas. Hay sacerdotes, abogados, economistas, médicos, artistas, científicos, etc. Los hay también muy honestos, responsables, serviciales y entregados a su profesión, pero hay que tener cuidado. Necesitamos un ojo muy crítico, como el de Jesús, no para juzgar, ni para echar en un mismo costal a todos los profesionales porque algunos fallan; sí para tener cuidado y descubrir quienes están al acecho y con quienes se puede trabajar. Necesitamos utilizar nuestra profesión no para engañar sino para servir, y dar lo mejor de nuestra riqueza interior.
Luego su ojo crítico lo llevó a ubicarse en un lugar estratégico del templo para apreciar el panorama. Dirigió su mirada hacia las alcancías donde los fieles depositaban sus ofrendas. Por las grandes cantidades de dinero que movía, el templo se había convertido en una especie de Banco Central. Durante el tiempo de la Pascua las entradas eran más abundantes por la gran cantidad de gente que acudía a la fiesta, especialmente por los judíos de la diáspora, quienes disfrutaban de mejores condiciones de vida en el extranjero y daban los mejores donativos.
Los sacerdotes, levitas y toda la jauría de hienas hambrientas, que se lucraban de la piedad de la gente, así como los curiosos que se agolpan alrededor, ponían especial interés en los ricos y en sus grandes ofrendas. Los pobres pasaban inadvertidos. Jesús, por el contrario, resaltó la donación de una viuda pobre y sin importancia para el común de la gente. Nuevamente estamos hablando de una lógica distinta a la lógica del mundo, a los criterios mercantilistas (oferta y demanda) y economicistas (inversión – ganancia, costo – beneficio). La lógica de Jesús es la lógica de Dios: “Mis pensamientos no sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor” (Is 55,8)
Como estas dos viudas, la del templo y la de Sarepta, existen también hoy mujeres “insignificantes”, que en el fondo son más valiosas que muchas caras plásticas y divas con pies de barro.
Estas mujeres no son entrevistadas por los medios amarillistas ávidos de chivas sensacionalistas; no son perseguidas por las cámaras y revistas sensibleras, porque no son jóvenes bellas, ni pertenecen a la alta sociedad o a alguna casta especial. No son influyentes, ni poseen cuentas bancarias, y sus medidas no son 60-90-60. No se casan y se divorcian a los pocos días y por tanto no se hacen “dignas” de salir en las páginas del pseudoperiodismo que prefiere la sociedad light.
No tienen fundaciones con su nombre ni hacen grandes donaciones económicas a las iglesias porque sencillamente no tienen. No son letradas, ni poseen conocimiento científico o teológico. Pertenecen a la gran masa de excluidos y bailan sin querer el baile de los que sobran. Pero con su trabajo como madres, abuelas, educadoras, líderes comunitarias, catequistas y ministras laicas; con su silencio en la oración, su testimonio de vida, su entrega y su trabajo anónimo con el cual ponen muchas veces en riesgo sus propias vidas, dan más que muchos notables. No son unas simples colaboradoras que dan de lo que les sobra, sino que ofrecen toda su vida y son pilares fundamentales de la Iglesia y de la sociedad, motores de las transformaciones sociales e institucionales.
Ellas son un gran paradigma de discipulado. Ellas nos enseñan a vivir el verdadero compromiso y el verdadero culto, pues son imagen de Cristo que se ofreció a sí mismo por nosotros (2da lect). Hoy necesitamos discernir nuestra manera de valorar a las personas, pues muchas veces también valoramos más a quines tienen dinero que a quienes no lo tienen. A quienes dan buenas ofrendas económicas, que a quines lo único que dan es su propia humanidad, pues no poseen más. Necesitamos valorar la entrega del resto empobrecido que da su propia vida, y entregarnos con toda nuestra humanidad a la causa de Jesús.
Todo el material de esta publicación está libre de restricciones de derechos de autor y puede copiarse, reproducirse o duplicarse sin permiso alguno. Sólo tiene que hacer una oración por las vocaciones redentoristas del Caribe.
Preguntas y comentarios: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
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Moniciones para el XXXII Domigo del Tiempo Ordinario- Ciclo B
2 de Noviembre, 2009, 22:20
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Moniciones para a Misa
Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
Tiempo Ordinario
Trigésimo Segundo Domingo – Ciclo B
“La calidad sobre La cantidad”
8 de noviembre de 2009
Monición de entrada
Hermanos y hermanas en Cristo, muy buenos noches (días, tardes).
La conducta de la viuda de Sarepta con el profeta Elías, a pesar de su extrema necesidad y la de la pobre viuda del templo de Jerusalén, que da todo lo que tiene para vivir, dibujan a escala menor la entrega total que de sí mismo hizo Jesús, el sacerdote y la víctima de la nueva Alianza que se ofreció para quitar los pecados de todos. Estas actitudes nos ayudan a pensar en “dar”, “dar de sí”, “darse”. Vamos a empezar nuestra celebración poniéndonos de pie para cantar.
Primera lectura: I Re 17, 10-16 (La viuda de Sarepta preparó a Elías un panecillo)
La primera lectura nos habla de una viuda en Sarepta que obedeció la palabra del profeta Elías y en su humildad y generosidad lo dio todo. Ella recibió su recompensa a través del milagro de Elías y el poder de Dios fue manifestado. Escuchemos.
Segunda lectura: Hb 9, 24-28 (Cristo se ofreció para quitar el pecado del mundo)
El mensaje de la segunda lectura contempla a Cristo activamente intercediendo en favor de nosotros. Él es el sumo Sacerdote definitivo. Entró una vez para siempre en el santuario del cielo para ser nuestro mediador ante Dios. Jesús está ahí por y para nosotros en actitud y ministerio de reconciliación. Pongan atención a este mensaje
Tercera lectura: Mc 12, 38-44 (La viuda de los dos reales)
En este Evangelio Cristo nos enseña que lo que Dios aprecia es la sencillez, la humildad y la generosidad. Él alaba la calidad humana, la buena intención y el significado de una ofrenda de una humilde y necesitada viuda. Ella ha compartido de lo que necesitaba para vivir. Nos ponemos de pie y cantamos el Aleluya, antes de escuchar este hermoso mensaje.
Oración Universal
1. Por el Papa N, por nuestro obispo N., y por todos los obispos: para que Dios les conceda sabiduría y fortaleza para dirigir al pueblo santo de Dios. Roguemos al Señor.
2. Por nuestros gobernantes: para que Dios nuestro Señor dirija su voluntad en el servicio de la justicia, de la libertad y de la paz. Roguemos al Señor.
3. Por el eterno descanso de nuestros familiares, bienhechores y amigos difuntos: para que Dios los purifique de sus faltas, los llene del gozo de los santos y les dé parte en el reino glorioso de su Hijo. Roguemos al Señor.
4. Por un aumento en las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, Roguemos al Señor.
5. Por nosotros aquí reunidos: para que imitemos la generosidad de la viuda del Evangelio y sepamos compartir no lo que nos sobra sino de lo que tenemos para vivir. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 400)
Te alabamos, Padre, porque en la viuda pobre y generosa
Cristo nos mostró un ejemplo vivo de religión verdadera,
modelo de la adoración y entrega que él practicó y tú prefieres.
Nuestras calculadoras no coinciden con tus matemáticas, Señor,
porque donde nosotros sumamos cantidad, tú multiplicas calidad.
Enséñanos hoy a conjugar los verbos dar y compartir,
para entregar a los demás amor y acogida, respeto y sonrisa,
amistad y tiempo, comprensión y felicidad, alegría, vida y pan.
Danos, Señor, una fe que nos lleve al desprendimiento y
La autodonación, y concédenos la generosidad de los pobres,
Para que nos entreguemos a ti y a los hermanos.
Amén.
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Preguntas, comentarios y agradecimiento a: Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.
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