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Moniciones: XXXI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
31 de Octubre, 2012, 22:20
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Moniciones para la MISA
Autor. Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
Tiempo Ordinario- Ciclo B
XXXI Domingo
“Uma religión basada en el amor”
4 de noviembre de 2012
Monición de entrada
Hermanos y hermanas en Cristo, el Evangelio y la primera lectura de hoy resaltan el amor como esencia de la religión. Amor que no es solamente a Dios, sino también al prójimo. Por estar basado en el amor resulta ser el cristianismo una religión positiva por excelencia, la religión optimista del sí al ser humano, al mundo y a la vida. Empecemos esta Liturgia entonando el canto de entrada.
Primera lectura: Dt 6, 2-6 (Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón)
Israel está entrando en la tierra prometida y por eso debe responder con la mayor fidelidad cumpliendo los mandamientos de Dios. Además de amar a Dios y al prójimo con todo su ser, el israelita profesa su fe diariamente en la oración en la cual proclama que Dios es uno. Escuchen este mensaje tomado del Deuteronomio.
Segunda lectura: Hb 7, 23-28 (Jesús tiene un sacerdocio que no pasa)
Nos encontramos en la culminación de la doctrina central de la carta a los hebreos, donde Compara el sacerdocio de Cristo con el de la antigua ley. El sacerdocio de Cristo es capaz de salvar a los que por él se dirigen a Dios. Pongan atención a este mensaje consolador en que nos revela la intercesión permanente de Cristo por nosotros ante el Padre.
Tercera lectura: Mc 12, 28-34 (No hay mandamiento mayor que éstos)
El Evangelio de este domingo relata el encuentro y diálogo de un letrado de la ley judía con Jesús, que se encuentra en Jerusalén. El letrado pregunta a Jesús cuál mandamiento es el primero de todos. Jesús le responde citando un texto del Deuteronomio y añade el segundo mandato: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento más importante. Les invito a que se pongan de pie para que cantemos el Aleluya.
Oración Universal
1. Por todo el pueblo cristiano: para que la unidad y la caridad mutua reinen en la comunidad cristiana universal. Roguemos al Señor.
2. Por todas las naciones y sus habitantes: para que puedan servir mejor a Dios Padre todopoderoso en la paz, en la justicia y en la prosperidad temporal. Roguemos al Señor.
3. Por nuestros difuntos: para que el Señor les dé el descanso eterno, los reciba en su reino y los corone de gloria. Roguemos al Señor.
4. Por todos nosotros los que participamos de esta Eucaristía: para que abramos nuestras manos y nuestros corazones y ayudemos fraternamente a los demás. Roguemos al Señor.
5. Por un aumento en las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 397)
Te bendecimos, Padre, porque Jesús nos resume toda tu ley
en un solo mandamiento, centrado en el amor a ti y al prójimo.
Gracias también porque tu Espíritu nos permite amarte como hijos
y abrirnos al hermano, completando el círculo del amor en Cristo.
Te reconocemos, Señor, como nuestro verdadero y único Dios
a quien debemos amar y servir con todo el ser, alma y corazón.
Y queremos también cumplir el mandato y testamento de Jesús:
ámense unos a otros como yo los he amado; así serán mis discípulos.
Ayúdanos, Señor a abandonar los ídolos de nuestro egoísmo
para centrarnos en el mandamiento principal y primero, porque
amarte a ti y al prójimo es cumplir tu ley enteramente.
Amén.
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En camino: XXXI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
31 de Octubre, 2012, 22:04
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CAMINO DE FE
4 de noviembre de 2012, Domingo 31 del tiempo ordinario, ciclo “B”
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
- Primera lectura: Dt 6,2-6: Escucha, Israel.
- Salmo Responsorial: 117: Dios mío, mi escudo y peña en que mi amparo.
- Segunda lectura: Heb 7,23-28: Jesús se ofreció a sí mismo.
- Evangelio: Mc 12,28b-34: Amor a Dios, a uno mismo y al prójimo.
SEGUNDA LEY
Egipto, el Mar Rojo, el Éxodo, el Sinaí, el desierto, Moab, siempre serán puntos de referencia para el pueblo. Cuando se escribió el libro del Deuteronomio, históricamente, ya todo eso había pasado. Pero esas experiencias habían dejado de ser datos históricos para convertirse en realidades existenciales para la vida del pueblo y, en general, para toda la humanidad.
Deuteronomio es segunda ley (deuteros - segunda y nomos - ley). Se le llamó así porque, según la tradición, fue dada en las llanuras de Moab, posterior a la Ley del monte Horeb (Sinaí), considerada la primera Ley. Allí encontramos homilías atribuidas a Moisés desde que el pueblo abandonó el Sinaí, hasta que llegaron a la tierra de Moab. Más que una segunda ley, es una interpretación y reformulación de las leyes anteriores, con una urgente exhortación a cumplirlas.
El pasaje que hoy leemos hace referencia simbólica a la época de la conquista y posesión de la tierra; pero en realidad corresponde a la época postexílica (después del exilio de Babilonia), cuando Israel había probado el sufrimiento, la persecución, la esclavitud y otros males, por no seguir el camino correcto. Para utilizar palabras de aquella época: por no escuchar ni poner en práctica los mandatos y preceptos del Señor.
Éste fragmento hace parte del famoso Shemá (Escucha Israel), que los judíos recitan tres veces al día y cuando van a morir. Según la enseñanza de los profetas, todas las desgracias sucedieron por no escuchar la voz de Dios e ir tras otros dioses. Por seguir los proyectos engañadores de pueblos vecinos, presentados como la gran novedad y con la promesa de prosperidad para todos, que terminó hundiéndolos en la más amarga frustración: injusticia, dolor, muerte…
También gente del mismo pueblo quería parecerse a los demás pueblos, pues le parecía atractiva su forma de vida, su música, sus dioses, su organización política y social. Le hacían ver la fastuosidad de los palacios, de los ejércitos, de la monarquía y sus ministros, y la gran categoría que ese sistema le daba a una nación. Dentro de ellos mismos se dieron manifestaciones de ambición, de codicia y deseos de poder.
Entonces, aún con la resistencia de muchos radicales que defendían el tribalismo, sistema que buscaba garantizar una vida digna para todos, implantaron la monarquía; un sistema del cual habían huido cuando estaban en Egipto. Primero fueron Saúl, David y Salomón. Por los deseos de poder los hijos de Salomón se repartieron el reino heredado de su padre, de tal manera que el pueblo quedó dividido en dos: el Reino del Norte, y el Reino del Sur. Los profetas consideraron todo eso como idolatría, desobediencia a los preceptos de Dios y una afrenta a la memoria de sus padres, quienes habían logrado un sistema justo con tanto sudor y lágrimas.
El pueblo se había olvidado de su historia, de sus conquistas y de la mano de Dios que siempre lo acompañaba. Había sufrido, no por castigo de Dios sino como consecuencia de sus propios errores. Era preciso escuchar de nuevo, recordar y guardar en la memoria todos los mandatos y preceptos para tener vida.
Dios había escuchado sus gritos cuando era esclavo en Egipto y lo había liberado con el liderazgo de Moisés. Al pueblo le correspondía escuchar a Dios y poner en práctica sus preceptos para no perder esa libertad. Dios guardaba al pueblo en su memoria y lo acompañaba siempre, el pueblo debía guardar memoria de sus leyes sagradas.
Escuchar no es sólo la facultad de percibir sonidos. Es poner todo el interés, la atención y el aprecio para recibir el mensaje y guardarlo en la memoria. La memoria no es sólo la facultad psíquica por medio de la cual se retienen y recuerdan algunos datos; es tener siempre presente, durante toda la vida, de día y de noche, en la alegría y en la tristeza, en la cumbre de la gloria o en lo profundo del abismo, el mensaje vital. “A la memoria de Dios que no olvida a nadie, corresponde la memoria del creyente que se sabe amado.” (Gustavo Gutiérrez).
Ante la continua amenaza a la identidad cultural y religiosa, a la libertad que les había costado tanto conseguir, la reacción de los rabinos fue una enérgica radicalización de la fe en Yahvé: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, sólo el Señor. Por eso amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Los mandamientos que hoy te doy se grabarán en tu memoria.”
LEY FUNDAMENTAL
Podemos pensar que el escriba del evangelio era un fariseo, porque el texto viene después de la discusión de Jesús con los saduceos, sobre el tema de la resurrección de los muertos, en el cual Jesús los dejó sin argumentos. Ahora le tocaba el turno a los fariseos quienes seguramente también querrían probarlo. Además, porque las discusiones sobre cuál de los mandamientos era el más importante, eran muy típicas de los coloquios farisaicos.
A los ya conocidos mandamientos de la ley de Dios, los fariseos habían añadido más de 600 preceptos y prohibiciones, según ellos, para poder cumplir mejor los mandamientos. Con el tiempo estos preceptos y prohibiciones se convirtieron en normas incuestionables y equiparables al decálogo.
Dentro de los mismos fariseos había tendencias más radicales que otras. En tiempo de Jesús los fariseos estaban divididos en dos grupos: los de Hillel y los de Shamay, estos últimos más radicales que los primeros. Posiblemente, este escriba era un fariseo de la línea de Hillel ya que no tuvo inconveniente en aceptar, por lo menos de palabra, la interpretación de Jesús acerca de los mandamientos.
Jesús fue un judío y, como tal, profesó la fe de su pueblo. En su tiempo no había una sóla manera de ser judío. Había saduceos, fariseos, esenios, celotes, bautistas y gente que no estaba inscrita en ningún grupo particular. Cada grupo y cada rabino interpretaba la ley según su parecer y muchas veces entre ellos se daban verdaderos enfrentamientos.
Él conoció de cerca estos grupos, pero no se quedó en ninguno, aunque militó, al menos temporalmente, en el grupo de Juan el Bautista. Aprendió lo mejor de toda la experiencia de fe y tomó distancia de algunas tradiciones, costumbres, mandatos, prohibiciones, tabúes, etc., que se habían adherido. En medio de todo descubrió lo fundamental: el amor a Dios, a sí mismo y al prójimo.
La propuesta de Jesús está basada en la vasta experiencia bíblica y en su propia experiencia de fe, que le permitió actualizar, continuar y darle plenitud al proyecto salvífico de Dios Padre y Madre. Para su respuesta al escriba, tomó el Shemá que leímos en la primera lectura y le añadió un segundo mandamiento sin el cual no se puede dar el primero, y viceversa.
Contrario a lo que proclamaban algunos místicos medievales: la fuga del mundo para encontrarse con Dios, el desprecio por las cosas terrenales e incluso por las personas, para hacerse santos en las celdas conventuales, Jesús no permite fisura entre amar a Dios y amar al prójimo como a sí mismo. Porque, como dice la Primera Carta de Juan: “Si uno dice: ‘Yo amo a Dios’ y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.” (1Jn 4,20). “Debemos entender que ‘el otro’ no existe; ‘el otro’ somos nosotros mismos.” (Orhan Pamuk – premio Nóbel de literatura 2006)
“No estás lejos del Reino de Dios”, le dijo Jesús al escriba. Hemos leído, escuchado, meditado y orado con este mensaje. Ya lo sabemos, lo tenemos en la memoria. Pero es más fácil hablar del amor, la solidaridad y el perdón, que ponerlos en práctica. No estamos lejos del Reino de Dios, pero aún no estamos en él. Falta una segunda parte: hacerlo vida. Sin eso todo esto no será más que una burla a Dios, a nosotros mismos y a los demás seres humanos. Si lo vivimos encontraremos vida. “Respeta al Señor tu Dios, guardando, mientras vivas, todos sus mandatos y preceptos como yo te los doy; y que hagan lo mismo tus hijos y tus nietos, para que tengan larga vida”. Y cuidado que es distinto tener vida a sobrevivir. Cuando en el Evangelio se habla de vida se hace referencia a una vida justa, plena, digna, feliz. Para esto se utilizan términos como vida eterna, vida verdadera, vida abundante. “He venido para que tengan vida y vida abundante” (Jn 10,10b).
Oración
Padre Dios, te damos gracias porque de diversos modos te has manifestado a los seres humanos, siempre para darles auténtica vida. Gracias por toda la historia de salvación vivida por el pueblo de Israel, por los personajes que supieron descubrir y seguir tu voluntad salvifica, por quienes se atrevieron a denunciar las injusticias, a descubrir los peligros y a anunciar que tú seguías vivo en medio del pueblo. Gracias por nuestra historia como Iglesia, como pueblo, como familia y como personas; en medio de nuestras alegrías y también de nuestros momentos duros tú te manifiestas para darnos la mano, para conducirnos a la plenitud de la vida.
Te pedimos que tu Palabra siempre esté presente en nuestra memoria, en nuestro corazón y, sobre todo, en nuestros actos. Que sepamos descubrir, respetar y amar tu presencia en nosotros mismos y en nuestro prójimo. Que todos nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras actitudes estén inundados por tu amor misericordioso. Que sigamos fielmente el camino de Jesús y que tu Espíritu nos conduzca a la verdad completa, para tener vida en abundancia. Amén.
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Fiesta de los santos y de los fieles difuntos
31 de Octubre, 2012, 14:52
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Moniciones: XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
26 de Octubre, 2012, 14:13
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Moniciones para la MISA
Autor. Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
Tiempo Ordinario- Ciclo B
XXX Domingo
“Creer para ver”
28 de octubre de 2012
Monición de entrada
Queridos hermanos y hermanas. Nos encontramos reunidos en comunidad una vez más para celebrar nuestra fe. Pero este don no es algo solamente de palabras, sino que es un estilo de vida. Jesús caminaba poco a poco hacia Jerusalén, donde le espera la suerte trágica de los profetas, como Él ha predicho en tres ocasiones mientras va de camino con sus discípulos. Si seguimos a Cristo tenemos que llevar la cruz en pos de Él. Entonemos con alegría el canto de entrada para empezar esta Eucaristía.
Primera lectura: Jr 31, 7-9 (Congregaré a ciegos y cojos)
La primera lectura de este domingo es un canto a la alegría, exultación desbordante ante la vuelta triunfal a la Nueva Sión. Nadie está excluido, ni los lisiados o los impedidos como tampoco los ciegos. Yavé será para el Pueblo un Padre. Escuchen con atención.
Segunda lectura: Hb 5, 1-6 (Tú eres sacerdote eterno según el tiro de Melquisedec)
Esta lectura que a continuación escucharemos es una meditación sobre el sacerdocio de Cristo. Él es el sumo sacerdote ya que no fue Él quien se dio esa dignidad, sino Dios que le llamó. Puesto que Él participó de la condición humana totalmente, conoce bien nuestras debilidades y miserias.
Tercera lectura: Mc 10, 46-52 (Curación del ciego Bartimeo en Jericó)
Camino a Jerusalén Jesús curó al ciego Bartimeo. Este ciego oraba con insistencia, pidió la ayuda de Cristo y, a pesar de las dificultades, por la fe del suplicante se desencadena el favor divino. El ciego recobró la vista y seguía a Jesús. Antes de escuchar esta narración entonemos el Aleluya.
Oración Universal
1. Por el Papa N, los obispos, sacerdotes (especialmente el/los de nuestra parroquia, diáconos, religiosos y religiosas y por todos los líderes de la Iglesia: para que ofrezcan siempre una vivencia renovada de su fe en Dios. Roguemos al Señor.
2. Por todos aquellos que trabajan voluntariamente por el bien de los demás: para que sean bendecidos por su dedicación e interés en sus hermanos y hermanas. Roguemos al Señor.
3. Por los responsables del orden social y político: para que organicen la sociedad de tal manera que nadie quede marginado o despreciado. Roguemos al Señor.
4. Por los ciegos de este mundo: para que por medio de su enfermedad vean mejor el camino hacia el Padre. Roguemos al Señor.
5. Por todos nosotros y por nuestras intenciones: para que acojamos de todo corazón a todas aquellas personas que la sociedad considera extrañas e indeseables. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 394)
Te bendecimos, Padre, por el corazón compasivo de Cristo
que en el oasis de Jericó tuvo lástima del ciego del camino,
imagen viva de la humanidad caída, necesitada de tu luz.
Hacemos nuestros, Señor, los gritos de su fe suplicante:
nos circunda amenazante el desierto inhóspito de la increencia,
al tiempo que nos atenazan nuestros miedos e inseguridades.
Haz, Señor, que tu palabra y tu amor despierten nuestra fe,
curando nuestra innata cegara, para poder verlo todo en la vida
con los ojos nuevos que nos da esa fe: los criterios de jesús.
Así podremos seguirlo bajo el impulso y la fuerza de tu ternura,
como hombres y mujeres nuevos, renacidos por tu Espíritu.
Amén.
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En camino: XXX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
26 de Octubre, 2012, 14:07
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CAMINO DE FE
28 de octubre de 2012, 30º Domingo del tiempo ordinario, ciclo “B”
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
- Primera lectura: Jer 31, 7-9: Los llevaré a corrientes de agua por un camino llano.
- Salmo Responsorial: 126,1-6: La boca se nos llena de risas, la lengua de cantares.
- Segunda lectura: Heb 5, 1-6: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
- Evangelio: Mc 10, 46-52: ¿Qué quieres que haga por ti?
¡LEVÁNTATE QUE TE LLAMA!
De nuevo nos encontramos con textos que resaltan el valor de los débiles, de los que no cuentan para quienes dominan la historia. En el caso del profeta Jeremías, se trata de los cautivos en Babilonia. La realidad era que el pueblo judío no tenía importancia alguna para el imperio babilónico, aparte de ser una mano de obra barata para sus grandes proyectos. No pasaban de ser parte de la gran masa de gente utilizada. Sus derechos, su dignidad humana, su opinión, su historia no contaban.
Una vez descubrimos que Dios se ocupa de aquellos minusvalorados de nuestro mundo. Del resto de Israel, de los últimos, de los que sobran, como dice la canción. “Aclamen a Israel, lancen vivas al primero de los pueblos”, anunciaba Jeremías. ¿El primero de los pueblos? ¡Pero si eran los últimos!, ¡los ignorados, los ciegos, los cojos, los pobres, los indigentes, los niños…! ¡Pues sí! Esos últimos son los primeros para Dios. Esos últimos, a quienes el mundo niega sus derechos, los utilizan como una mercancía, o los ignoran porque hacen estorbo. Dios extiende su mano para levantarlos de su postración.
Una vez más constatamos que los criterios de Dios no son como los nuestros, los humanos. Así como no “escogió” a un pueblo grande de la antigüedad sino a una masa de esclavos en Egipto, ahora nos muestra que no escogió al gran pueblo babilónico sino a esa masa de gente explotada en Babilonia o abandonada en Israel. Las palabras del profeta quieren animar a los expatriados y a quienes se quedaron en Israel, para que perseveren con una fe firme en el Dios de la vida y continúen luchando por la dignificación de su humanidad maltratada tanto a nivel personal como comunitario.
El salmo 126 (125) que proclamamos hoy es un hermoso testimonio de la acción de Dios en la vida del pueblo. Fue entonado cuando retornó a su tierra después de 49 años de extradición. Si comprendemos el dolor que vivió durante este largo exilio, podremos imaginar la alegría que sintió cuando retornó.
En el evangelio encontramos un relato de milagro, elaborado por la comunidad de Marcos, que testimonia cómo otro “de los que sobran”, se convierte en protagonista de la historia.
Según el texto, Jesús seguía su camino hacia Jerusalén con sus discípulos y una gran multitud. Porque no todos los que iban con él eran discípulos; algunos lo hacían por curiosidad. Hay que caminar pero no como un borrego en la manada. Seguir a Jesús es tener la mente abierta y el corazón dispuesto, las manos libres y los pies firmes para sintonizar con él y continuar su obra salvadora.
Salía de Jericó, distante unos 30 Km. de Jerusalén. Normalmente a las salidas de las ciudades y de los templos, en las plazas, en las calles, en los caminos, o en cualquier sitio donde había aglomeración de gente, se hacían los mendigos. Eran huérfanos, enfermos, ancianos, limitados físicos y hasta avivatos que se aprovechaban de la generosidad de la gente.
Los mendigos sufrían hambre pero no morían de hambre, pues la caridad era obligatoria: “la labor de socorro a los pobres estaba bien organizada entre los judíos. A los pobres del lugar se les repartían víveres semanalmente, que alcanzaban para dos comidas diarias. A los pobres que eran forasteros se les distribuían diariamente alimentos para dos comidas.” Había algo que hacía más daño a los mendigos: la vergüenza. Así lo testifica el relato del administrador infiel: “mendigar me da vergüenza” (Lc 16,3). El escarnio público, el aislamiento y los desprecios eran los que más atormentaban y bajaban la autoestima a estas personas, que en el fondo no vivían sino que sobrevivían.
Por otra parte, “la ideología dominante responsabilizaba al pueblo desvalido por su propia situación y por la situación del país entero. En cierto modo, ser pobre era, en este contexto, algo a la vez social y moral; lo moral adscrito a la condición material objetiva. Ser pobre equivaldría para muchos a ser culpable: el castigo sólo ha venido al mundo por culpa de la gente del pueblo”.
Al borde del camino, dentro de ese grupo, estaba Bartimeo (Bar-Timeo = el hijo de Timeo), dedicado a la mendicidad. Un ser humano doblemente marginado: por pobre (mendigo) y por ciego. No obstante su limitación este ciego se convierte, podríamos decir, en la antítesis de Santiago y Juan, personajes que analizábamos hace 8 días.
Así como Bartimeo, los discípulos estaban ciegos y no lograban entender las características del proyecto de Jesús. Pero este hombre cambia la historia.
Había escuchado hablar de Jesús, de sus obras y de sus palabras. Le habían dicho que era el Mesías, relacionado con David, según la esperanza del pueblo, y entonces gritó con voz fuerte: “Jesús hijo de David, ten compasión de mí”. Una vez más, vemos cómo Jesús es reconocido por los últimos de la sociedad, como decía el profeta Jeremías (primera lectura), “por el resto de Israel: ciegos, cojos, embarazadas y madres con recién nacidos”. Aunque el título “Hijo de David” no sea el más apropiado para Jesús, ya que hace referencia a un mesianismo político militar que no corresponde a su proyecto de vida, no podemos negar que en los evangelios está presente como manifestación de la esperanza que los pobres pusieron en Él.
Este hombre ciego era para mucha gente un insignificante; sólo inspiraba lástima y por eso le daban unas monedas para que no se muriera de hambre. Debía permanecer callado porque no tenía derecho a expresarse. ¿Qué podía aportar un pobre ciego a la sociedad?
“Muchos lo reprendieron y le decían que se callara”. ¿Por qué lo hacían? Tal vez para que no distrajera al Maestro en su última jornada camino a la toma del poder, como ellos lo esperaban. De pronto para no llamar la atención de los guardias romanos, ya que en Jericó había una guarnición romana y como esta ciudad era paso obligado para llegar a Jerusalén, tenían que ser muy cautelosos con la gente que se dirigía a la capital. Tal vez porque Marcos quería resaltar que no sólo Bartimeo estaba ciego, sino también sus discípulos, quienes no tenían ninguna claridad sobre Jesús, pues creían y soñaban que el mejor título era el de “Hijo de David”, con la ideología político militar que este título encierra.
A pesar de los reclamos, a este hombre no le importó el decir de la gente y siguió gritando. El que persevera alcanza, decían nuestros viejos. Y Jesús lo escuchó, pues los gritos de un pobre, insignificante para la sociedad, siempre lo hacían detener. Se interesó por él, lo mandó llamar y le dedicó tiempo.
¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!, le dijeron otros. Así es la vida y así es el seguimiento de Jesús. Mientras unos desaniman, critican y tratan de matar los sueños de los que quieren llegar lejos, otros animan, impulsan y dan la mano. Mientras unos dicen que caminar con Jesús es tontería, otros se convierten en evangelizadores que ayudan a escuchar su llamado.
Ese llamamiento es, sin lugar a dudas, una invitación al discipulado. Así como se detuvo y llamó a unos pescadores de Galilea cuando tiraban de la red (Mt 4,18). Así como cuando por entre la multitud llamó a Leví, el publicano (Mt 9,9) a Zaqueo (Lc 19,1), al joven rico (Mc 10,17-30)…
¡Pero qué raro este maestro! Realmente Jesús rompía los esquemas. ¿Un ciego como discípulo? Las escuelas rabínicas se esforzaban por tener discípulos de “buena familia”, gente selecta que le diera categoría. Así como hoy las instituciones educativas, incluidas las eclesiásticas, procuran que en sus escuelas, colegios, universidades, etc., estudien los jóvenes de las altas esferas de la sociedad, porque esto le da más altura a la institución. Pero a este Jesús, no contento con tener pescadores, publicanos, celotes y gente de la más baja calaña, se le ocurrió en ese momento llamar a un mendigo ciego. ¡Pues sí! El llamado era para todos; nadie debía sentirse excluido. Para él no había personajes privilegiados ni élites favorecidas.
Y el ciego tomó una decisión inteligente: tiró su capa. La capa o el manto en la cultura semita oriental, era la exterioridad visible y significaba la identidad de una persona. La capa le servía de abrigo y era el instrumento donde recibía las monedas que los transeúntes le tiraban para que no se muriera de hambre. La capa representa “sus seguridades”, pero también sus ataduras, aquello que lo detenía, lo amarraba y le impedía vivir a plenitud. El ciego dejó la capa a un lado, dio un salto, se puso en pie y se fue por sus propios medios al encuentro de Jesús.
La pregunta de Jesús fue la misma que les hizo a Santiago y Juan, en el relato anterior: “¿Qué quiere que haga por ustedes?”. “¿Qué quieres que haga por ti?”, le preguntó a Bartimeo. Jesús se puso en disposición de servir; para eso había venido a este mundo. Pero mientras que los hijos de Zebedeo, cansados de caminar con Jesús, le pidieron un asiento en el posible trono, el ciego, cansado de estar sentado al borde del camino, no le pidió una limosna. ¡Qué tonto habría sido! No le pidió un pedazo de pan, ni un trono. Le pidió lo realmente necesario: “Maestro, que pueda ver”.
Aquí no es como dice el adagio popular: “ver para creer”, sino “creer para ver”. “Y enseguida recobró la vista y fue siguiendo a Jesús por el camino”. Bartimeo se convirtió en discípulo de Jesús, que en la mentalidad de Marcos, es el que puede ver.
Necesitamos hacer el proceso de Bartimeo para ser discípulos de verdad. Éste es un verdadero modelo de seguimiento, un testimonio de renovación y una gran historia de salvación. Un espejo para vernos y evaluarnos en el camino con Jesús. ¿Somos de los que desaniman? ¿Somos de los que animan a la gente a ser mejores y a caminar con Jesús? ¿Estamos ciegos? ¿Tenemos una religiosidad de mendigos, o estamos dispuestos a pedir la luz para ver bien y convertirnos en verdaderos discípulos?
El llamado es hoy para nosotros. ¡Levantémonos que nos llama! ¡Dejemos las capas tiradas, pongámonos de pies y vayamos a su encuentro! Y, cuando Jesús nos pregunte qué queremos que haga por nosotros, no cometamos la imbecilidad de pedirle una limosna, ni un trono en el falso pedestal de un reino imaginario. Pidámosle su luz para descubrir el sentido de nuestra vida y para comprender su propuesta de salvación. Pidámosle su Espíritu, para que nos conduzca siempre firmes en su camino hasta el final.
Oración
Jesús, hermano, amigo y salvador nuestro, al contemplar esta hermosa historia de salvación quedamos maravillados. Tu Palabra nos cuestiona, nos interpela, nos sacude y nos anima. Reconocemos las cegueras que hay en nosotros y nos impiden ver con claridad el camino. Reconocemos que muchas veces nos hemos limitado a ser mendigos ciegos en nuestra oración, que sólo hemos pedido y pedido cosas que creemos que son la solución a nuestros problemas, pero no hemos ido al fondo de esos problemas, al fondo de nuestras inseguridades y al origen de nuestras oscuridades. Reconocemos que algunas veces hemos despreciado a “los que sobran”, porque no aportan, porque no sirven, porque no valen, porque no son gente importante. Reconocemos que algunas veces nos hemos dejado desanimar por quienes tienen el oficio de matar los sueños de los demás para mitigar su frustración. Reconocemos por sobre todo, que tú eres la luz que ilumina nuestro camino y nos conduce a la verdad completa. Gracias por tu llamado, gracias por tu luz, gracias por tu Palabra que nos da vida abundante.
Ayúdanos a valorar a todas las personas y a descubrir en ellas su dignidad y su aporte en la construcción de un mundo mejor. Ayúdanos a desprendernos de las capas que, aparentemente, nos brindan seguridad, pero que en el fondo nos esclavizan. Que vivamos verdaderamente libres para amar, para servir y para seguir tu camino de salvación. Que tu luz disipe las tinieblas de error y nos permita ver el camino de nuestra auténtica realización y felicidad.
Te entregamos todo lo que somos y tenemos. Tú nos conoces, tú conoces nuestras entradas y salidas, nuestros vacíos e incoherencias, así como nuestros valores y riquezas personales y comunitarias. Tú sabes de nuestros problemas y limitaciones, tú sabes de nuestros anhelos y proyectos, por eso los ponemos en tus manos para que todo se vaya desarrollando según el plan de salvación que el Padre Dios tiene para nosotros. Señor Jesús, transforma con la fuerza de tu Espíritu, nuestro llanto en júbilo, nuestro luto en traje de fiesta, nuestra tristeza en gozo y dale plenitud a nuestras alegrías, según tu voluntad. Amén.
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Moniciones: XXIX Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B
19 de Octubre, 2012, 10:48
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Moniciones para la MISA
Autor. Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
Tiempo Ordinario- Ciclo B
XXIX Domingo
"Para ser grande en la comunidad de Jesús"
21 de octubre de 2012
Monición de entrada
El mensaje que la Palabra de Dios tiene para nosotros no es fácil de vivir. Sin embargo, tenemos como ejemplo a Cristo, que cargó con nuestros pecados. Todos estamos llamados a beber del cáliz de este sufrimiento, entregándonos al servicio de los demás. En la Eucaristía, en que renovamos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, Dios nos da la fuerza que necesitamos para seguir a Jesús, para servir a los demás. De pie para recibir a los ministros de esta Eucaristía, mientras entonamos con júbilo el canto de entrada.
Primera lectura: Is 53, 10-11 (El Siervo del Señor dará su vida como expiación)
Escucharemos ahora el cuarto cántico del Siervo de Yavé, visto por el profeta Isaías. El Siervo de Dios cargará sobre sus hombros todos nuestros pecados, entregará su vida como expiación. Escuchen hermanos y hermanas.
Segunda lectura: Hb 4, 14-16 (Tenemos un sumo sacerdote capaz de compadecerse)
Esta lectura nos describe la figura de Jesús. Él pudo compadecerse de nuestras miserias y debilidades porque sabe por experiencia propia lo que es obedecer y ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado. Presten oído a este mensaje.
Tercera lectura: Mc 10, 35-45 (Breve: 42-45) (La autoridad como servicio)
Jesús le explica a los Apóstoles que el camino que lleva a la gloria es el camino del servicio hasta dar la vida, si es necesario. Marcos utiliza para ello dos imágenes: el cáliz y el bautismo para indicar, sin lugar a dudas, la superación de dificultades, incluso, la muerte. Pónganse de pie para escuchar este pasaje, pero antes cantemos el Aleluya.
Oración Universal
1. Por la Iglesia, especialmente nuestra Parroquia N: para que anuncie sin cesar que el amor es más fuerte que el odio y dé testimonio de la misericordia que ella experimenta de Dios. Roguemos al Señor.
2. Por todos los pueblos de la tierra: para que se afiancen sentimientos de mutuo acercamiento, aceptación y sincera colaboración. Roguemos al Señor.
3. Por nuestras propias intenciones, las necesidades de nuestra parroquia: para que pongamos nuestra fe y esperanza en Cristo quien sabe lo que necesitamos y lo que nos hace falta. Roguemos al Señor.
4. Por nosotros los aquí presentes: para que el amor crezca sin cesar y cada vez más desterremos de nuestras vidas la enemistad, las rencillas, el rencor, el egoísmo, la envidia, el odio, el individualismo… Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 391)
Te damos gracias, Señor Dios, Padre nuestro, por llamarnos
Al seguimiento de Cristo, que inauguró un mundo nuevo en el que
Los primeros y los más grandes son los que sirven a los demás.
Haz, Señor, que asimilemos la enseñanza y el ejemplo de Jesús,
Y optemos por unas relaciones fraternas de amor y mutuo servicio,
Desechando como fardo inútil nuestra supuesta importancia,
Aceptando con alegre sonrisa a los demás tal como son
Y compartiendo las penas, los gozos y las esperanzas de todos.
Cúranos, Señor, de nuestro egoísmo, soberbia e intolerancia,
Pues, queremos vivir al estilo de Jesús: amar sin pasar factura
Y servir en tu nombre a todos los hermanos sin distinción.
Amén.
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En camino: XXIX Domingo del Tiempo Ordinario - Cciclo B
19 de Octubre, 2012, 10:43
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CAMINO DE FE
21 de octubre de 2012, 29º Domingo del tiempo ordinario, ciclo "B".
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
- Primera lectura: Is 53,10-11: El siervo sufriente.
- Salmo Responsorial: 32,4-5.18-20.22: Nosotros esperamos en el Señor.
- Segunda lectura: Heb 4,14-16: Acerquémonos con confianza al trono de Dios.
- Evangelio: Mc 10,35-45: El que quiera ser grande, debe ser el servidor.
SERVIR Y ENTREGARSE
Durante la lenta evolución animal, el homo sapiens aprendió que sobrevivían los más fuertes. Esto despertó en él un natural y necesario instinto de conservación, que lo llevó a aplastar a los demás seres vivos para sobrevivir. El miedo a ser eliminado por los demás dominaba las relaciones entre los seres vivos; el otro ser vivo era, necesariamente, un adversario. Los grupos entre las especies similares se fueron formando como una forma de defensa y/o de ataque para sobrevivir. Se suelen ver algunos grupos de aves, gacelas, venados, fieras, algunos peces, conejos, etc. Algunas especies sobrevivían mejor en solitario. El ser humano también fue formando grupos para defenderse de las fieras, para cazar y luego para cultivar, así como para protegerse de la fiera más violenta y depredadora conocida sobre la tierra: sus mismos congéneres.
Una vez aparecida la conciencia humana, el miedo, como móvil que impulsaba las relaciones interpersonales, debía desplazarse para darle cabida al amor, que hace ver a los demás seres humanos como hermanos. Pero aún la humanidad no ha alcanzado tal madurez. La evolución no ha terminado. En todos habita un deseo natural de sobresalir sobre los demás, de ser reconocidos como importantes según el medio en el que se vive: en la política, en el deporte, en la religión, en las ciencias, en el arte, en la farándula, en todo. En todos hay por lo menos un pequeño deseo de poder, o un tirano en potencia. Ya lo decía Cervantes en boca del Quijote: "a todos nos gusta mandar, aunque no sea más que sobre un hato de ovejas". "Es mejor ser cabeza de ratón que cola de león", dice el antiguo adagio español.
Las culturas lo han llamado de distintas formas: El zar ruso, el káiser alemán, el cacique indígena, el emperador romano, el faraón egipcio, el príncipe medieval. El césar, el jefe, el comandante, el patrón, el mandamás, el duro, el soberano, el absoluto, en fin… hasta la Iglesia lo tiene: el Sumo Pontífice, que, según el cuestionado dogma de la infalibilidad papal, cuando habla ex cátedra ningún creyente puede dudar de la veracidad de sus afirmaciones.
En algunas personas, por las circunstancias en las que crecen, ese natural instinto se va haciendo más fuerte hasta convertirse en una decisión desesperada por satisfacer sus impulsos de poder, cueste lo que cueste. Estas personas son capaces de matar a su propio hermano y vender a su propia madre para lograr ese propósito y una vez lo logran, quieren más y más porque su sed es insaciable. Ser el jefe y mandar sobre los otros se convierte en una necesidad imprescindible para aceptarse como seres humanos. Esto, según Drewermann, no tiene otra explicación que un extraordinario complejo de inferioridad, porque "si tiene una verdadera necesidad de desempeñar el papel de jefe es porque tiene que dar razón del absurdo de su existencia", pues como dijo Sartre: "detentar el poder, gozar de prestigio ante los demás y ser considerado por ellos, no tiene otra razón de ser que colmar la sima de su propia insignificancia".
Jesús, sin ser psicoanalista ni existencialista como los dos autores citados, sí conoció lo profundo del corazón humano y descubrió la dureza del hombre cuando se emborracha con el poder. Él mismo sufrió el drama de vivir en una colonia del despótico y criminal imperio romano. Fue testigo de la manera como sus paisanos de la clase dirigente judía, vendían la herencia de Dios a los extranjeros por un plato de lentejas (o sea, por conservar sus privilegios garantizado por el pedacito de poder). Experimentó en carne propia lo que significaban los impuestos impagables, el desplazamiento, la persecución, la pobreza, la miseria, la desintegración humana que generaba ese orden legalmente establecido.
Por supuesto que estaba inconforme con ese orden. Ningún ser humano auténtico puede comulgar con la injusticia y el maltrato a la dignidad de las personas. Pero su propuesta no fue tomarse el poder a la fuerza, como lo esperaban sus discípulos, entre ellos Santiago y Juan, quienes se adelantaron a pedir un buen pedazo en la repartición de la torta. Ya se soñaban como los ministros más importantes del nuevo rey de Israel: uno a la derecha y otro a la izquierda. Los demás se disgustaron, no porque descubrieran la incompatibilidad de la petición con el proyecto de Jesús, sino porque ellos esperaban lo mismo: todos estaban tras el puesto de honor al lado del nuevo monarca.
"No saben lo que piden" dijo Jesús. Una expresión parecida a la que utiliza Marcos en el texto de la transfiguración, cuando Pedro le propuso a Jesús hacer tres tiendas (para no bajar a la llanura sino quedarse en el monte por temor a enfrentar el poder): "En realidad no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor" (Mc 9,6). Parecida también a una de las frases de Jesús en la cruz: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lucas 23,34ª).
En realidad estos dos discípulos, así como los demás, no sabían lo que pedían. Con mucha frecuencia también nosotros en nuestras oraciones, no sabemos lo que pedimos. "No sabían que lo que pedían" era contrario a lo que proclamaba Jesús. No habían entendido su mensaje y su proyecto. Todo lo que habían visto y oído a lo largo su formación con el Maestro, les había pasado por encima, como les pasa el agua a las piedras de los ríos: las moja sólo por fuera, pero por dentro permanecen secas. No sabían que la propuesta de Jesús estaba lejos del proyecto de los grandes de este mundo, famosos por sus conquistas, sus colonias, su poder. No sabían que en el fondo éso no es otra cosa que psicopatologías camufladas en lo que la historia ha llamado "grandes personalidades".
Jesús anunciaba el reino y ellos, con un modelo preconcebido de los reinos monárquicos y totalitarios de la época, no permitían ninguna variación, sino que se soñaban haciendo parte de un nuevo grupo de privilegiados. Según el falso sueño de los discípulos, en el reinado de Dios instaurado por Jesús se mantendría el mismo esquema de dominio, configurado sobre la misma relación socioeconómica: amos-siervos, ricos - empobrecidos, dominadores - dominados. ¡Claro, si los privilegiados somos nosotros, que venga ese reino rápido!
Primero había que volver a aclarar algo: Ya Él les había dicho que iban a tener problemas y que debían contar con la posibilidad de una muerte violenta, pero no le pusieron mucho cuidado por estar soñando con ese idílico reino. Así que una vez más debía corregir la visión triunfalista, nacionalista y militarista de sus discípulos y recordarles el inminente peligro que corrían: "¿Son capaces de pasar el trago amargo que yo debo pasar y sumergirse en las aguas que yo me he de sumergir?", les dijo. Porque todos esperaban el triunfo del caudillo y beber gratis la copa de la victoria por ser sus amigos. Pero cuando se trataba de trabajar duro, es más, cuando se trataba de beber el trago amargo y sumergirse en las aguas del dolor, lo pensaban dos veces. Sin embargo, estos jóvenes, al memos en ese momento de efervescencia y calor, estuvieron dispuestos a jugársela toda para lograr la victoria y el puesto de honor.
Pero no se trataba de tener méritos para lograr los primeros puestos. Ese detalle no le competía a Jesús; eso no estaba en el "presupuesto".
El Reino propuesto por Jesús y los reinos de la época sólo se parecían en el nombre, mas no en las categorías. El que quisiera participar del reino propuesto por Jesús debía prescindir de cualquier deseo de dominación. Él hablaba de cambiar no tanto los personajes que dominaban, sino las estructuras internas que mueven al ser humano a dominar a los demás. Sus discípulos pensaban que cambiando el dominador vendrían ventajas tanto para ellos como para todo el pueblo.
"No sabían lo que pedían". No sabían que por bueno que fuera quien dominara, por muy Hijo de Dios, por muy sabio y muy santo, nada iba a cambiar si se seguía con los mismos esquemas de dominadores – dominados, amos – esclavos.
La propuesta de Jesús no fue cambiar de personaje dominador, sino cambiar primero, el corazón humano y a partir de ahí las estructuras de poder. A cambio de una persona ávida de poder, un líder capaz de servir. A cambio de un monarca absoluto, un líder creativo e impulsador de procesos de libertad.
La novedad del reinado propuesto por Jesús, es el servicio y la entrega a los dominados y esclavizados por los poderes temporales de este mundo. Si como Iglesia seguimos manteniendo las categorías de poder y dominio que maneja este mundo, en el que los reconocidos como jefes tratan despóticamente a sus súbditos y los grandes les hacen ver su autoridad, no tendremos nada que ver con Jesús y nuestras Iglesias no tendrán credibilidad. Sepámoslo de una vez por todas: Si queremos hacer parte del reinado instaurado por Jesús, no nos queda otra alternativa que renunciar a todas las estructuras de poder y ponernos de manera especial al servicio de aquellos marginados y excluidos. Como lo hizo Jesús quien no vino a ser servido sino a servir y a entregar su vida en rescate por muchos.
Oración
Señor Jesús, te damos gracias por tu testimonio de amor, manifestado en tu entrega generosa, totalmente desinteresada a favor de la libertad y la felicidad humana. Te reconocemos como el Redentor, el amigo y el salvador nuestro, el camino a seguir para vivir plenamente como seres humanos. Reconocemos que en nosotros habitan los mismos bajos sentimientos que movían a tus discípulos. Libéranos de todos los intereses de poder y de aparecer, de la avaricia y de la codicia, así como de los vacíos existenciales que nos mueven a buscar erigirnos como absolutos. Que esos vacíos existenciales sean llenados únicamente por tu amor misericordioso y que podamos encontrar nuestra plena realización y felicidad, en el servicio desinteresado y generoso a nuestros hermanos.
Bendice a quienes lideran nuestras Iglesias y comunidades cristianas, para que la ambición de poder sea suplantada por servicio amoroso a los demás. Ilumina a quienes lideran los destinos de nuestra sociedad para que renuncien a sus bajos anhelos de enriquecerse a costa de la miseria del pueblo y se conviertan en verdaderos promotores de la justicia, la equidad y la paz deseada por todos. Que cada palabra y cada acción nuestra vayan dirigidas a defender y promover y la vida. Que como discípulos tuyos superemos todos los odios, los rencores, los egoísmos y todo aquello que destruye la vida, y que hagamos crecer en nosotros el nuevo ser humano totalmente renovado en tu amor, capaz de dar vida al mundo. Amén.
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Moniciones: XXVII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
6 de Octubre, 2012, 0:51
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Moniciones para la MISA
Autor. Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
Tiempo Ordinario- Ciclo B
XXVII Domingo
“Um amor de por vida”
7 de octubre de 2012
Monición de entrada
Hermanos y hermanas, muy buenas noches (días, tardes). El ser humano está hecho para vivir en la unidad y para la hermandad de fe en Jesús. Como somos humanos y cristianos, crecemos y vivimos no aisladamente sino en comunidad. La base de toda comunidad humana es la familia y por eso la Iglesia exhorta a los matrimonios a la fidelidad. Muchas veces esto es difícil, pero Jesús, por su pasión y muerte, nos da la fuerza necesaria. Como hermanos y hermanas en Cristo, empecemos esta Liturgia cantando con alegría.
Primera lectura: Gn 2, 18-24 (Serán los dos una sola carne)
En este segundo capítulo del libro del Génesis, meditaremos en el poder creativo de Dios y su plan para constituir comunidad. “no está bien que el hombre esté solo”. Hombre y mujer tienen el mismo origen y un fin común. Escuchemos.
Segunda lectura: Hb 2, 9-11 (Santificador y santificados proceden del mismo)
Según la carta a los Hebreos, Cristo es superior a los ángeles, pero no está separado de los seres humanos. Quien santificó a todos tiene el mismo origen que los santificados; por eso somos hermanos. Ahora Cristo está glorificado por su pasión y muerte y nos abrió el camino hacia el Padre.
Tercera lectura: Mc 10, 2-16 (No separe el hombre lo que Dios ha unido)
El texto evangélico de hoy nos explica que Dios ha creado al ser humano hombre y mujer y en su unión matrimonial uno y otro se enriquecen y se complementan mutuamente. La unión es sagrada y nada ni nadie debe separarla. Pongamos atención a este mensaje, pero antes entonemos el Aleluya.
Oración Universal
1. Por todos los cristianos: para que fieles al Maestro, aparezcan ante el mundo como sal de la tierra y luz que alumbra en las tinieblas. Roguemos al Señor.
2. Por nuestros matrimonios: para que sean fieles testigos del amor de Cristo ante los demás. Roguemos al Señor.
3. Por los cristianos: para que sepamos responder a las necesidades de los enfermos, de los marginados, de los desempleados y abandonados. Roguemos al Señor.
4. Por nosotros mismos: para que nuestras vidas se vayan transformando en testimonio transparente del amor de Dios. Roguemos al Señor.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1993, p. 385)
Gracias, Padre, porque Jesús devolvió a su fuente original
el amor entre hombre y mujer, el matrimonio y la familia,
liberándolos del pesado lastre del egoísmo que los desintegra
y dignificando al mismo tiempo la figura de la mujer.
Tú estableciste la complementariedad de los dos sexos,
y no quieres que separe el hombre lo que tú uniste para siempre,
tú que eres la fuente del amor verdadero y al él nos llamas,
enseña a los jóvenes y adultos a crecer en el amor cristiano,
que refleja en el matrimonio el de Cristo a su Iglesia.
A aquellos y a los que llamas a la virginidad por el reino
de Dios ayúdales a vivir con gozo la fidelidad de cada día.
Amén.
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En camino: XXVII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
6 de Octubre, 2012, 0:40
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CAMINO DE FE
7 de octubre de 2012, 27 Domingo del tiempo ordinario, ciclo “B”.
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
- Primera lectura: Gen 2,18-24: !Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne!
- Salmo Responsorial: 127,1-6: Bendición del hogar.
- Segunda lectura: Heb 2,9-11: Un mismo origen en Jesús.
- Evangelio: Mc 10,2-16: Lo que Dios unió no debe separarlo el hombre.
AMOR CREADOR
No podemos encontrar en el Génesis teorías sobre el origen de la vida, las especies y la aparición del ser humano sobre la tierra. No es un libro científico, ni una narración periodística de los acontecimientos. Es una narración mitológica, propia de su tiempo y de su espacio, que nos deja ver la bajeza y la grandeza, los peligros y las posibilidades, el barro y el espíritu que habitan en todo ser humano. No pretende decir la última palabra sobre cómo aparecieron los seres humanos, sino proponer cómo vivir plenamente como tales, a nivel personal, familiar y comunitario.
Ya desde tiempos antiguos existía la costumbre de echarle la culpa a Dios sobre los males que vejan al ser humano. ¿Por qué se sufre, por qué hay personas dominantes y hay dominadas, por qué los desastres naturales, por qué el engaño, la guerra, la destrucción…?
Dentro del marco histórico de la Edad Antigua, se decía: “Dios, o los dioses, lo quisieron así”. “Es voluntad de Dios”. “Es una prueba de Dios”. “Es un castigo de los dioses por la desobediencia a sus leyes…” A lo que no se tenía respuesta, se decía que provenía de los dioses.
El Génesis “libra” a Dios de toda responsabilidad acerca del mal que hay en el mundo y lo presenta como principio creador de todo lo bueno: “Y vio Dios que todo lo que había hecho era bueno” (Gen 1,25b).
El texto que hoy leemos quiere responder a preguntas tales como: ¿por qué hay matrimonios infelices? ¿Por qué muchas veces se unen diciendo que se aman y luego se separan diciendo que no se soportan? ¿Por qué un día se desean, se extrañan, se buscan, se acarician, hacen de los cuerpos lugar de encuentro, y beben su vino hasta embriagarse, y otro día se detestan, se maltratan, se destruyen? ¿Por qué hay hombres que someten a sus mujeres? ¿Por qué hay mujeres que utilizan a sus maridos?
El Génesis dice que los desequilibrios sociales, así como la desigualdad entre el varón y la mujer, son responsabilidad de ambos debido al rompimiento con el amor original querido por Dios. Los dos rompen el equilibrio cuando se dejan dominar por su natural deseo de poder. Cuando se dejan conducir más por el barro que hay en ellos que por el espíritu con que Dios los ha insuflado.
La persona humana no nace terminada, es un ser en proyección. A partir de lo natural dado, tiene la responsabilidad de construirse teniendo en cuenta el molde que Dios ha puesto: su imagen y semejanza. Puede erigirse con el modelo divino y ser misericordioso como él es misericordioso, santo, como él es santo, o rebajarse al nivel de las bestias. Puede dejar que el Espíritu de Dios habite en él y lo capacite para amar, servir, comunicar vida y ser feliz, o dejarse arrastrar por la codicia, el egoísmo o el odio, y actuar de la manera más vulgar y rastrera.
Ya en el Evangelio vemos cómo a los fariseos no les interesaba el mensaje de Jesús. No querían escuchar su enseñanza para tratar mejor a sus mujeres y para construir un matrimonio feliz. Su intención era probarlo, acorralarlo, hacerlo caer o ridiculizarlo. “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”, le preguntaron. La pregunta fue formulada desde una óptica machista y legalista. Si vamos a la ley, descubriremos que sí lo permitía: “Si un hombre toma una mujer, y después de haber cohabitado con ella, viniere a ser mal vista de él por algún vicio notable, hará una escritura de repudio, y la pondrá en mano de la mujer, y la despedirá de su casa” (Dt 24,1).
El divorcio era una costumbre muy difundida en el mundo judío y grecorromano. Una mujer que ya no le gustara a su marido porque dejara quemar el pan o las lentejas, porque había perdido su belleza debido a múltiples alumbramientos, o porque hiciera algo que molestara a “su señor”, él podía darle tranquilamente el acta de divorcio y “te vi”, “adiós”, “muchas gracias…” Había mujeres que después de haber servido al marido durante muchos años, casi como esclavas, de un momento a otro recibían un acta de divorcio y “que te vaya bien”. Pero ¿qué pasaba si la mujer quería divorciarse de su marido porque era maltratada? ¡Pues de malas, a aguantar se dijo! ¡Así de sencillas eran las cosas en la práctica!
¿Cuál fue la actitud de Jesús? Él mostró una relación muy amplia y libre no sólo con las tradiciones e instituciones de su pueblo, sino también con la Ley de Moisés, que era lo más sagrado e incuestionable. A la Ley nadie se atrevía a cuestionarla, pero cada maestro la interpretaba según su acomodo o su tendencia político-religiosa.
Sobre este tema todos los maestros estaban de acuerdo en que había divorcio únicamente cuando el hombre así lo determinara. No había acuerdo en cuanto al por qué, cuándo y cómo; el hombre tomaba esa determinación.
Obviamente, Jesús no podía callar ante esa injusticia. Se trataba de una ley manejada injustamente que satisfacía los anhelos egoístas de los varones y justificaba la dominación sobre las mujeres. Pero para remediar la situación no propuso el desquite ni la posibilidad de separarse cuando cualquiera de los dos así lo quisiera.
Empezó por descubrir las limitaciones de la ley mosaica que debía ser provisional y no absoluta. Lo hizo de una manera muy delicada con los sentimientos religiosos. Dijo que Moisés había dado esa Ley debido a la dureza de corazón del pueblo. Una manera muy respetuosa de decir: “Yo no estoy de acuerdo”. No se limitó a afirmar si se podía o no se podía aprobar el divorcio desde la ley. No promulgó leyes nuevas. Más importante que decir si aprobaba o no aprobaba, si era lícito o no era lícito, propuso fundar la unión matrimonial en el amor creador de Dios.
En el Génesis tenemos dos relatos de la creación. Uno elaborado por la escuela Yavista (Gen 1-2,4ª) identificado con la letra “J” y el otro elaborado por la escuela Sacerdotal (Gen 2,4bs), identificado con la letra “P”. La escuela “P” (1 lect) presenta la mujer como una ayuda y compañía para el varón, mientras que la escuela “J”, pone su énfasis en la igualdad de géneros. Según la escuela “J”, como los dos fueron creados a imagen de Dios, debían tener una relación igualitaria.
Jesús tomó los dos relatos y los fusionó para fundamentar su propuesta: “Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer (Gen 1,27 - escuela “J”). Por eso, el esposo deja a su padre y a su madre y se une a su esposa, y los dos llegan a ser una solo carne” (Gen 2,24 - escuela “P”). La conclusión de Jesús fue: “Por consiguiente, lo que Dios unió no debe separarlo el hombre.” (Mc 10,9).
Podríamos preguntarnos, ¿cuál es el móvil por el cual las parejas se unen? Las parejas casadas o las que piensan participar del sacramento del matrimonio podrían preguntarse qué es realmente lo que las unió y las mantiene unidas. Porque si verdaderamente es Dios y su amor misericordioso el que une y da vida a dicha unión, entonces, como dice Pablo “nada ni nadie podrá separarlos del ese amor, manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor”. (Rom 8). Si como parejas nos mantenemos unidas a ese amor primero (Ap 2,4) que solidifica nuestra existencia, entonces en medio de las crisis, nuestra vida, nuestra entrega, nuestra alegría, y aún nuestros momentos dolorosos estarán llenos de sentido. Y si nuestra barca pasa por graves tormentas que amenazan hundirla, lo que debemos hacer no es desesperarnos y renunciar a seguir remando para que acabe de naufragar, sino, por el contrario, abrir nuestros corazones para que Jesús entre, calme el viento y al mar y, con nuestro compromiso sincero, sigamos felices hacia buenos puertos (Mc 6,45-52).
Pero si los une mas bien el egoísmo, el deseo de ascender en una escala social garantizada por la unión con el cónyuge, el miedo a quedarse solos, el afán de seguridades, una baja autoestima y la consecuente búsqueda de amo (amo, no amor), entonces será una unión pegada con babas y fácilmente sucumbirá. Una unión basada en miedos, egoísmos, etc., no generará otra cosa sino una amarga frustración y una eterna infelicidad en el nombre de algo tan grande y tan sagrado como lo es el matrimonio. Sería entonces la degradación del sacramento, en realidad no habría sacramento y por lo tanto, si quisiéramos ser fieles a Dios y a una búsqueda sincera de la realización humana, necesariamente tendríamos que buscar la separación.
Cada situación concreta se debe analizar concienzudamente y tomar decisiones, teniendo en cuenta el Espíritu de Jesús, que superó el legalismo rabínico y dejó sin piso la visión de la mujer como un patrimonio del varón o como un objeto que se podía utilizar y luego desechar. Los relatos de las escuelas “J” y “P” son complementarios, pues debe existir ayuda, pero no una ayuda sumisa y servil desde la mujer para el varón, sino una ayuda mutua en igualdad de condiciones.
Esto no lo entendieron los discípulos que, cuando llegaron a la casa volvieron a preguntarle sobre lo mismo, y al acercársele los niños para que los bendijera, los reprendieron y trataron de impedirlo. Según la mentalidad de la época, un maestro no debía “perder su tiempo” con niños y con mujeres; éso le hacía perder credibilidad y autoridad. Pero a Jesús no le interesó la fama de maestro respetable, sino mostrar el amor de Dios, el único capaz de transformar el corazón humano y llevarlo a la plenitud de su vida. Por eso acogió con amor a todas las personas, de manera especial a quienes les negaban el derecho a vivir en dignidad. A quienes “no valían” para los ojos del mundo judío. Por eso puso como ejemplo a la viuda pobre (Lc 21,1ss), a la mujer sirofenicia (Mc 8,24ss), al centurión romano (Lc 7,1-10), a la mujer hemorroisa (Lc 8,43ss)... Por eso acogió y bendijo a los niños, y propuso la igualdad entre el varón y la mujer.
Con todo ésto no se busca hacer más pesada la cruz de una pareja cuyo matrimonio es inviable, diciéndole que si se separan están contra la voluntad de Dios. Y en el caso de que se separen, no podrán volver a unirse con otra persona porque estarán en pecado. No se trata de calificar con epítetos tales como: concubinos, amancebados, bígamos, adúlteros y pecadores a quienes habiéndose separado se hayan unido por segunda vez con otra persona.
Se trata de que cuando una pareja decida casarse, lo haga desde su libertad y madurez humana, y con la fuerza plenificante del amor creador de Dios. Que cuando esa pareja pase por momentos difíciles, como los pasamos todos los seres humanos, no tome el camino más fácil de separarse, sino que acudan a Aquel que los ha unido, pues sólo con su ayuda podrán llevar a plenitud esa utopía. Si después de agotar todos los recursos para mejorar, la relación es inviable, no podemos decir que es voluntad de Dios que dos personas vivan juntas y se amarguen la vida. Ni tenemos el derecho a condenar en nombre de Dios a que alguien viva sólo por haberse equivocado una vez.
El matrimonio no es un fin, es un medio que busca generar un espacio para que las personas realicen plenamente sus vidas, no para que las frustren. No podemos convertir los medios en fines absolutos. Lo único absoluto es Dios y su amor creador que dinamiza nuestra historia y nos ayuda a descubrir cada día nuevos caminos para hacer que nuestra humanidad viva y sea feliz.
Estos textos nos ayudan a fundamentar el matrimonio indisoluble como ideal ético, tal como lo tenemos en la actual legislación eclesial. Pero más que eso es una invitación a volver al amor creador de Dios que nos capacita para dar sentido pleno a nuestro amor humano. Desde ahí podemos desplegar toda nuestra vida, incluyendo nuestras relaciones familiares.
Oración
Señor Jesús, gracias te damos por tu acción liberadora para todos los seres humanos. Gracias porque para ti, en medio de nuestras naturales diferencias de género, varones y mujeres somos iguales en dignidad, derechos y deberes. Gracias por tu testimonio de amor generoso hacia todas las personas sin distinción alguna.
A los varones ayúdalos a verse libres de los roles inhumanos que les ha impuesto la sociedad machista: “ten siempre el control”, “los hombres no lloran”, “no expreses los sentimientos”, “mantente siempre fuerte como un roble”… ayúdales a liberarse de antiguas ideologías que los identificaban como seres insensibles, que nunca lloran, con una atrofia sentimental y con miedo a exteriorizar todo el potencial afectivo con que cuentan. Ayúdales a liberarse de las defensas racionales sin perder su masculinidad; a ser capaces, “de llorar, abrazar y acariciar, contemplar, reír, mimar y sonreír… ayúdalos a sentir con mayúsculas, en colores, en alta tensión, sin miedos, sin censuras y de cara a la humanidad que les pertenece y a darle a sus vidas una nueva sintonía”.
A las mujeres ayúdalas a verse libres de la marginalidad en la que se encuentran todavía en muchos sectores y del descarado dominio a la que aún son sometidas en algunas “familias”. Ayúdales a superar estereotipos sexistas y las falsas concepciones de liberación que las llevan a perder su identidad y su dignidad femenina. Ayúdales a liberarse de tantas estructuras segregacionistas y del comercio que las utilizan como mercancía que se compra y vende, o como la compradora compulsiva que quiere llenar un vacío existencial. Libres de la trampa en la cual han caído cuando hacen las cosas al estilo de los hombres, como el poder por el poder o el placer por el placer, sin valorar más la vida humana como tal. Libres para liderar, para amar y servir donde quiera que estén, en las filas o en el mando, en el escritorio en el campo, en la silla o en el tablero. Libres para ser plenamente humanas. Libres para que sean manifestación de la ternura de Dios que es Padre y Madre, dador de vida.
A todos y a todas danos la fuerza necesaria para construir verdaderas familias profundamente unidas por el amor misericordioso del Padre Dios; matrimonios fundados en la roca firme que eres tú, indisolubles, no por la Ley sino por tu gracia y por la fuerza de tu Espíritu Santo que nos conduce a la plenitud de la vida en el amor. Que, como Iglesia, realicemos las acciones pastorales en las que hagamos creíbles el amor y la misericordia de Dios hacia los más débiles. Que como sociedad trabajemos para crear políticas justas en las cuales se reconozca la dignidad de la mujer.
Ayúdanos a superar todas las barreras que nos impiden crecer como seres humanos y danos la gracia de ser, como tú, verdaderas imágenes del Padre. Amén.
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Comunícate conmigo: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
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RISO Walter. Intimidades Masculinas. Norma 1998. 131.
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