Scalando : Misioneros Redentoristas

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Noviembre del 2012

 

Moniciones: I Domingo de Adviento Ciclo C

Enlace permanente 29 de Noviembre, 2012, 20:46

Moniciones para la Misa
Tiempo de ADVIENTO

I Domingo

Autor: P. Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com

Hazpara ver las lecturas del día

Citas Bíblicas

- Primera lectura: Jr 33,14-16: El Señor, nuestra defensa.

- Salmo Responsorial: 24,4-5.8-10.14: Señor, enséñame tus caminos,

- Segunda lectura: 1Tes 3,12-4,2: El Señor los haga rebosar de amor.

- Evangelio: Lc 21,25-28.34-36: Levántense, se acerca su liberación.

Se acerca nuestra liberación

2 de diciembre del 2012

Monición de entrada

Buenas noches, (días, tardes) hermanos en Cristo. Comenzamos un nuevo año litúrgico, y es san Lucas quien con su evangelio nos va a servir de guía en nuestro intento de llegar a Jesús. Nuestro mundo actual está hecho de violentos contrastes. Los maravillosos progresos de la tecnología no van al paso con lo que parece ser un estancamiento o retroceso de la cultura y la moral. Este mundo podría ser mejor, pero sólo Dios le dará la perfección total al fin de los tiempos, porque ni la vida personal ni la manera de ver el mundo tiene sentido si no damos cabida a Dios entre nosotros. Cristo vino una vez como salvador y creemos que vendrá otra vez como juez. Hasta entonces nos toca responder a las exigencias y retos de la historia. El Señor nos manda a vigilar en la oración para recibirle cuando venga. Vigilancia es reflexión y oración, es fuerza. Pidamos unos por los otros en esta Eucaristía, para poder prepararnos para acoger al Señor en la intimidad del amor. De pie por favor para recibir la procesión con esperanza y alegría con el cántico de entrada.

Primera lectura: Jr, 33:14-16 (Suscitaré a David un vástago legítimo)

Los reyes históricos decepcionaron las esperanzas que en ellos había puesto el pueblo. Pasaron sin establecer el reino de justicia y de paz anhelado por todos. El Mesías esperado descendiente de David, vendrá y revelará a Dios, que verdaderamente es nuestra justicia. Escuchemos.

Segunda lectura: 1 Tes.3, 12-4.2 (El Señor los fortalezca para cuando vuelva Jesús)

La esperanza cristiana se abraza con el amor en su dimensión universal, llegando más allá de toda frontera, de toda discriminación y de todo condicionamiento. Presten atención.

Tercera lectura: Lc. 21. 25-28.34-36 (Se acerca su liberación)

La esperanza cristiana sobresale por encima de todas las tragedias humanas. Los cristianos debemos aprender a interpretar los momentos más difíciles de nuestra historia como pasos que nos llevan a la liberación. Tras ésta interpretación optimista, debemos buscar afanosamente la manera concreta de hacerla realidad. De Pie por favor.

Oración Universal

Por la Iglesia; para que, en medio de la injusticia de este mundo, sepa anunciar al que viene: el “Señor-nuestra-justicia”, Roguemos al Señor.

Por los gobernantes; para que, procurando el bien común, defiendan los derechos de todos y principalmente de los más débiles, Roguemos al Señor.

Por los que están angustiados, en trance de desesperación; para que encuentren junto a ellos una mano amiga, que los levante, y sientan cercana la liberación, Roguemos al Señor.

  Por  todos los difuntos, especialmente los de nuestra parroquia; para que pronto lleguen a la presencia de Dios vivo, Roguemos al Señor.

   Por los jovenes de nuestras comunidades y parroquia; para que sepan responder con generosidad a la llamada de Dios a seguirle en la vida religiosa y sacerdotal, Roguemos al Señor.

Por nosotros y por todos los que comparten nuestra esperanza; para que, amándonos unos a otros, procedamos siempre agradando a Dios y, cuando venga el Señor Jesús, podamos presentarnos santos e irreprensibles ante él, Roguemos al Señor.  

 

 

Exhortación final

(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 414)

 

Gracias, Señor, porque al comienzo del adviento

nos das un cariño y amigable toque en el hombro

a fin de despertarnos de nuestra habitual somnolencia:

¡Estén alerta porque es inmediata su liberación!

¡Gracias! Tú eres la única esperanza que no nos defrauda.

Haznos capaces de mantener cada día la tensión del amor

que vela trabajando, sin permitir que se nos embote la mente

con el vicio, el egoísmo, la soberbia y la ambición.

Queremos vivir preparados, esperándote siempre alegres,

como si cada día fuera el definitivo para tu esperada venida.

Así aprobaremos el examen final del curso en marcha.

 

Amén.

 

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En Camino: I Domingo de Adviento Ciclo C

Enlace permanente 28 de Noviembre, 2012, 21:47

EN CAMINO

2 de diciembre de 2012, 1er Domingo de Adviento, ciclo “C”.

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

Se acerca nuestra liberación – Primer Domingo

 

-       Primera lectura: Jr 33,14-16: El Señor, nuestra defensa.

-       Salmo Responsorial: 24,4-5.8-10.14: Señor, enséñame tus caminos,

-       Segunda lectura: 1Tes 3,12-4,2: El Señor los haga rebosar de amor.

-       Evangelio: Lc 21,25-28.34-36: Levántense, se acerca su liberación.

 

Empezamos un nuevo año litúrgico con el tiempo de adviento. Adviento es advenimiento. Es un tiempo de atención y espera de algo bueno que está por llegar. Durante estas cuatro semanas la liturgia nos ayudará a prepararnos para vivir intensamente la celebración de la Natividad del Señor.

La primera lectura pertenece al ministerio profético de Jeremías, durante un periodo muy difícil como lo fue la conquista de Jerusalén por parte de las tropas de Nabucodonosor II, rey de Babilonia en el 586 a.C. Su vida profética la había empezado hacia el año 627 a.C. Durante los primeros años de su ministerio gozó de la protección de sus amigos de la cohorte real, a quienes apoyó y legitimó. Pero nunca su vida y su ministerio fueron tan auténticos, como cuando fue capaz de rebelarse ante los poderosos debido a que sus políticas no producían bienestar para el pueblo. Fue entonces cuando le vinieron las desgracias, y el hálito reverencial del que gozaba se esfumó como espuma que lleva el mar. Lo arrestaron, le prohibieron hablar en público y lo lanzaron a una cisterna que hizo las veces de calabozo. Durante el tiempo de la guerra lo consideraron traidor y enemigo del pueblo.

Después de la destrucción de Jerusalén vino la famosa cautividad o el exilio babilónico hasta el año 538, cuando Ciro, rey de Persia, permitió que el pueblo regresara. Fue una época de desolación para quienes deportaron a Babilonia, para quienes huyeron a Egipto, así como para quienes quedaron en Palestina. El pueblo libre e independiente había desaparecido y estaba partido en tres: Babilonia, Egipto y Palestina. Ante esa realidad, Jeremías levantó su voz para ayudar al pueblo a tomar conciencia de su situación, y para decirle que, en medio de todas las desgracias, Dios caminaba con ellos dándoles consuelo, fortaleza y esperanza.

Para Jeremías, Dios iba a mostrar el amor por su pueblo haciéndolo volver a su tierra e impulsando la reconstrucción de los campos y de las ciudades. Mandando un rey justo, no como los que produjeron la crisis que los llevó a la cautividad, sino como el rey David, a quien todos recordaban con un reinado próspero. Para legitimarse como tal, el rey debería implantar la justicia y el derecho en el país.

En el evangelio nos encontramos, otra vez, con un texto escrito en literatura apocalíptica, muy similar al que estudiamos hace dos domingos, en la versión de Marcos. Este fragmento del evangelio de Lucas no anuncia catástrofes o destrucción del mundo. Es una toma de conciencia, a la luz de la fe en Jesús resucitado, de la grave situación por la que pasaban en ese momento histórico. El contexto es el mismo que vimos con el pequeño Apocalipsis de Marcos, aunque el texto de Lucas es posterior ya que se escribió después, durante los años 70 y 80 d.C. Hablamos de la guerra judía, acontecida durante los años 66 al 70 d.C., cuando las tropas comandadas por Tito Flavio Vespasiano, legado del emperador romano, destruyeron  el país como represalia al levantamiento zelote.[1]

Fueron tiempos difíciles ya que los romanos destruyeron todo. La situación la representa el evangelio cuando habla de la angustia y la desesperación que producen el estruendo y el oleaje del mar. El mar, para ellos, era el lugar donde habitaba el Leviatán, mítico monstruo marino capaz de destruirlo todo. Desde el mar llegaron las invasiones griegas, fenicias, romanas, etc., que los habían dominado. Por eso, el mar era signo de opresión, peligro y muerte. El sol, la luna y las estrellas simbolizan a los poderosos que se erigían como hijos de los astros para infundir miedo y obligar la sumisión.

Eso generó una crisis tremenda en el pueblo: destrucción, hambre, miedo, ansiedad, desolación y muerte.  Realmente la gente quedó sin aliento por el terror que amenazaba la tierra, y por los poderosos, quienes, al ser atacados, sintieron tambalear su poder y reaccionaron con más violencia y destrucción.

Ante una situación crítica, ayer como hoy, mucha gente se desespera, cae en el sinsentido de su existencia y es fácil presa de los vicios y de los agobios de la vida.  Surgen también líderes mediáticos que prometen cielo y tierra, pero en el fondo son explotadores y oportunistas, demagogos vendedores de ilusiones e ídolos, que embotan la mente y  agudizan más la crisis.

El evangelio no oculta la situación crítica, pues no es un opio que adormece, sino un grito a la conciencia para que descubra a fondo la dura realidad; pero no cae en el pesimismo de ver en la tragedia un viaje sin retorno. Evangelio significa Buena Noticia, y una buena noticia no puede ser trágica. Aquí la buena noticia indica que en medio de la tragedia por la que pasaban, Dios se hacía presente para salvar a su pueblo. La figura del Hijo del hombre es aplicada a Jesús, vencedor de la muerte. La acción de Jesús resucitado al interior de las personas y de las comunidades era el motor que impulsaba los cambios necesarios, la razón para vivir en esperanza y la certeza de una liberación duradera. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con poder y gloria inmensa. Cuando comiencen a suceder estas cosas, levántense con la frente erguida, porque se acerca su liberación.”

Necesitamos estar vigilantes para descubrir las crisis que atacan nuestras familias, nuestras iglesias y nuestra sociedad en general. Vigilantes y cuidadosos con los engañadores que aprovechan para pescar en río revuelto. Vigilantes y en actitud de esperanza activa, porque Dios se hace presente para salvarnos. Necesitamos, como nos decía  la Carta a los Tesalonicenses (segunda lectura): amor unos con otros y firmeza de espíritu para ser santos e irreprensibles. “Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra”, repetíamos en el salmo.

 

Oración

 

Padre Dios, te damos gracias porque cada día vienes a nosotros con Buenas Noticias. Gracias por este tiempo de preparación para la celebración del misterio de la encarnación del Verbo en nuestra historia humana.

Tú eres Dios, Madre y Padre, fuerza y origen, fundamento y misterioso de todo lo que existe. Tú nos llamas a la existencia y siembras cada día en nosotros nuevos impulsos de vida, de alegría, de fe y de esperanza. Tú nos comunicas, por medio de tu Hijo Jesús, todo el torrente de amor misericordioso que le da plenitud a nuestra vida. Al comenzar este nuevo Adviento te entregamos nuestras alegrías y esperanzas, nuestras expectativas e ilusiones, así como nuestras limitaciones y temores, nuestras debilidades e inconformismos. Libera la inagotable energía de tu amor creador, para que renazcamos a una esperanza nueva y dejemos crecer en nosotros la humanidad nueva inaugurada por tu Hijo Jesucristo.

Te entregamos nuestras comunidades cristianas, para que con tu ayuda eficaz, vivamos intensamente el Adviento como preparación a la Navidad y como tiempo dedicado alimentar nuestra esperanza. Te entregamos a los que sufren calamidades, enfermedades, tribulaciones, miseria y dolor; a quienes viven sin esperanza y a quienes ven cerca ya el momento de su partida de este mundo. Ayúdanos a todos a experimentar tu fuerza y tu gracia salvadoras que hacen renacer en nosotros cada día una esperanza nueva.

Te entregamos a las personas que viven de espaldas a la realidad y las que soportan una vida vacía de sentido. Ayúdanos a abandonar todo tipo de alienación y a vivir conscientes de la realidad, de las limitaciones y de la finitud de nuestra vida, así como de la grandeza de tu amor y la alegría de la salvación que vienen de Ti.

Te pedimos, Padre y Madre de bondad, que nuestro compromiso cristiano sea cada día más decidido. Que combatamos con fe, con sabiduría y eficiencia los males que vejan a nuestro mundo. La pobreza que afecta a dos tercios del mundo, las enfermedades y las injusticias que padecen millones de personas. Que podamos hacer renacer entre nosotros una humanidad más libre y feliz, digna de Ti y de tu bondad paternal y maternal. Todo esto te lo pedimos por medio de Jesús, Hijo tuyo y hermano nuestro que vive y hace vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

 

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[1] La guerra fuerte duró hasta el 70 d.C. Pero los zelotes conservaban su refugio en unas cuevas, llamadas la fortaleza de Mashada. Desde allí hacían pequeños asedios hasta que en el 73 d.C. fue desmantelada la fortaleza. Los romanos taparon todas las salidas de la fortaleza y los hicieron pasar hambre hasta que entraron con el fin de tomarlos presos o persuadirlos para que se rindieran, pero los zelotes prefirieron el suicidio antes que rendirse. Hoy los zelotes son considerados héroes nacionales, por los judíos, y cada año se conmemora su deceso con honores.

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Moniciones: XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Enlace permanente 21 de Noviembre, 2012, 20:42

Moniciones para la MISA

Autor. Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.   Fuente:   www.scalando.com

Tiempo Ordinario- Ciclo B

 

XXXIV Domingo Solemnidad de Cristo Rey

“Mi reino no es de este mundo”

25 de noviembre del 2012

 

Monición de entrada

 

La celebración de Jesucristo, Rey del Universo, cierra el año litúrgico con el acento escatológico y apocalíptico propio de los últimos domingos.  Cristo es el Alfa y la Omega, es decir: el principio, el centro y el fin de la historia humana que Dios convierte en historia de salvación.  Cristo se manifestó ante Pilato; es Él quien nos revela al Padre.  Vivamos en esta Eucaristía el gran gozo de tener a Cristo como testigo de la Verdad que nos guía hacia el Padre. Hermanos y hermanas cantemos con ánimo.

 

Primera lectura: Dt 7, 13-14 (Su poder es eterno, no cesará)

 

La primera lectura nos describe una visión de Daniel.  Entre las nubes aparece un hombre a quien se le da poder, honor y reino.  Nuestro autor identifica a este Mesías con el líder del pueblo de los santos.  Luego el Nuevo Testamento identifica a este Hijo de Hombre con Jesús.  Escuchen hermanos y hermanas.

Segunda lectura: Ap 1, 5-8 (Cristo ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes)

 

En la segunda lectura tomada del libro del Apocalipsis vemos a Cristo como el Testigo fiel de Dios, el resucitado y el Rey Todopoderoso.  Sigue una alabanza de la obra redentora de Cristo y una proclamación de su venida en gloria.  Les invito a que nos dejemos penetrar por la grandeza y majestad de Jesucristo.

 

Tercera lectura: Jn 18, 33.37 (Tú lo dices: soy rey)

 

La lectura evangélica de hoy, según San Juan, Cristo afirma claramente su realeza.  A la vez dice que ha venido a revelar o dar testimonio de la Verdad.  Su reino no es como los reinos de la tierra, sino que es un reino nacido de la humillación, del sufrimiento y de la muerte, del servicio a la Verdad.  Vamos a escuchar este diálogo sobre nuestro Rey, pero antes entonemos el Aleluya.

 

Oración Universal

 

1.    Por la Iglesia: para que unida en Cristo, Rey de paz, exprese a la luz del Evangelio la justicia nueva que él ha promulgado desde la cruz.  Roguemos al Señor.

 

2.    Por los pastores del pueblo de Dios, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas: para que imiten a Jesús, que no vino para ser servido, sino para servir. Roguemos al Señor.

 

3.    Por la sociedad en que nos ha tocado vivir: para que reconozca en todo ser humano la presencia del Hijo de Dios, que un día vendrá a juzgar al mundo. Roguemos al Señor.

 

4.    Por nuestra parroquia: para que vivamos convencidos que servir es reinar.  Roguemos al Señor.

 

5.    Por todos nosotros: para que Jesús reine en nuestros corazones y en nuestras vidas, santificando nuestras acciones y palabras. Roguemos al Señor.

 

 

Exhortación final

(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 406)

 

Hoy te alabamos, Padre, porque en la resurrección

de tu Hijo, Cristo Jesús, lo constituiste Rey y Señor del universal

de todo lo creado con un poder y un reino eternos que no cesarán.

gracias también, porque, a su vez, Cristo ha hecho de nosotros,

los bautizados en él, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

 

Haz, Señor, que venga tu reino al mundo de los hombres,

y danos la fuerza de tu Espíritu para mantener irrevocable

nuestra entrega personal a la construcción de tu reinado

en nuestro  mundo: tu reinote verdad y de vida,

tu reino de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.

Así mereceremos alcanzar de ti el reino eterno con Cristo.

 

Amén.

 

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En camino para el XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B

Enlace permanente 21 de Noviembre, 2012, 20:21

CAMINO DE FE

25 de noviembre de 2012, Domingo 34 del tiempo ordinario, ciclo “B”

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

-       Primera lectura: Dn 7,13-14: Vi venir en las nubes del cielo la figura de un hombre.

-       Salmo Responsorial: 92,1-2.5: La santidad es el adorno de tu casa, Señor.

-       Segunda lectura: Ap 1,5-8: Yo soy el alfa y la omega.

-       Evangelio: Jn 18,33b-37: Todo el que está por la verdad, escucha mi voz.

 

EL HIJO DEL HOMBRE

Nos volvemos a encontrar hoy, como hace ocho días, con un fragmento del libro de Daniel. Un texto que pertenece a la literatura apocalíptica y que es preciso leer desde esta perspectiva. Recordemos que se trata de un texto opuesto a las pretensiones de divinidad y dominio absolutos, típicos de los dominadores helénicos, que para la época de la elaboración del texto, sometían Palestina. La escuela apocalíptica que escribió el libro de Daniel tenía como objetivo animar a sus fieles a una resistencia contra la ideología dominante, que pretendía suplantar el poder  y señorío del Dios en el cual ellos siempre habían creído.

Este fragmento nos presenta como protagonista central al Hijo del Hombre, que recibe el poder y el señorío para siempre. El Hijo del Hombre representa todo lo bueno que hay en la humanidad. Esa humanidad buena que procede de Dios (las nubes significan la morada de Dios) y hace su voluntad, vencerá la maldad que parece dominar.

Aunque los poderosos pretendan eternizarse en el poder y acabar con todo aquel que cuestione su actitud arrogante y su falso sentido de humanidad, la historia nos demuestra que todos los reyes con sus reinados son efímeros. Que sólo es eterno el poder de Dios y su mano salvadora a favor del necesitado.

¿CRISTO REY?

Algunos predicadores dicen que Jesús se proclamó rey, aunque Él no hablaba del reino de este mundo sino de un reino espiritual, más allá de éste. La cosa parece muy clara: “No es el mundo el que me ha hecho rey. Si el título de rey me viniera de este mundo, tendría gente a mi servicio que peleara para que yo no cayera en manos de las autoridades judías. Pero mi título de rey no viene de aquí abajo.”

Aquí, como en otros textos de la Biblia, nos encontramos con un problema de traducción. Sucede que Jesús no habló del título de rey, sino del reino o reinado. Parece una tontería, pero no lo es. El texto griego dice[1]:

“E basileia e emé ouk estin ek ton kósmon tóuton” (v.36ª), lo cual significa literalmente: “El reino mío no es del mundo este”. Rey en griego es: “Basileús”, mientras que reino o reinado es: “Basileia”, tal como está en el texto. De tal manera que Jesús no habló de sí mismo como rey, ni de la supuesta procedencia de su título real, sino del reinado por el cual él siempre había luchado: el Reinado de Dios.

La traducción literal completa del párrafo es ésta: “El reino mío no es del mundo este; si del mundo este fuese el reino mío, los servidores míos lucharían para que no fuese entregado a los judíos; pero ahora el reino mío no es de aquí.”

Pilato era quien insistía en preguntar si Jesús era rey[2]: “Oukoun basileus ei su” lo que significa: “¿Luego rey eres tú?”. Aquí sí se utiliza el término basileus, o sea rey. Pilato estaba interesado en saber si Jesús de verdad se había declarado rey tal como lo acusaban sus enemigos judíos. Jesús le respondió: “Tú dices que rey soy.” Aquí tampoco podemos decir que Jesús haya aceptado el título de rey. “Tu dices que rey soy” no es una respuesta afirmativa. Podría traducirse también: “Eres tú quien lo dices”. Algunas Biblias traducen: “Sí, como tú lo dices: soy Rey”. Es una traducción totalmente errada. Él nunca habló de sí mismo como rey. Es más, cuando después del signo de la multiplicación de los panes quisieron hacerlo rey, se escapó al monte (Jn 6,15).

Las palabras que siguen: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye de mi la voz”,  tampoco significan que Jesús haya venido a este mundo para ser rey. Revelan la verdadera misión de Jesús: dar testimonio de la verdad. Podemos decirlo directamente: Jesús no vino para ser rey de nada, sino para dar testimonio de la verdad.

Entonces ¿Por qué la causa de condenación fue precisamente por haberse declarado rey, tal como se escribió en la tablilla: INRI: “Jesús el Nazareno, Rey de los judíos”? (Jn 19,19). Quienes acusaron a Jesús de haberse declarado rey fueron los interesados en deshacerse de él: sumos sacerdotes, escribas, doctores de la ley, saduceos, entre otros. Como en aquella época los dirigentes judíos no tenían la “ius gladi” o facultad para condenar a muerte, entonces acudieron a quien sí la tenía: Pilato. Una razón poderosa, que seguramente, conllevaría a la condenación inmediata, era decir que se había declarado rey, porque Pilato lo relacionaría con un desconocimiento del emperador romano y por tanto con una sublevación al imperio.

“Que Jesús sí es rey pero no de este mundo, sino de la otra vida, la vida del cielo, en la cual reina con todos sus ángeles”, dicen otros despistados. Otra afirmación igualmente errada. “El reino mío no es del mundo este”, no significa que Jesús sea rey de otra parte, de un mundo extrasensorial y supraterrenal más allá de la historia humana. Significa que el reinado por el cual luchó Jesús no era como el reinado del mundo romano, o “el orbe romano”, como le llamaban. Un reinado esclavizador, generador de terror, miseria, dolor y muerte. El reinado propuesto por Jesús era el reinado de Dios el cual implicaba un proyecto de justicia y verdad. Para esto vino al mundo: para dar testimonio de la verdad.

Es bueno saber que “mundo”, para los escritos de la tradición de Juan, tiene dos significados que se entienden según el contexto. Por una parte, está el mundo como universo, incluido el ser humano: “El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo” (Jn 6,51b), “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que se salve por medio de él” (Jn 3,17).

Otro significado de mundo es todo aquello que esté contra la voluntad de Dios: la maldad en contra de la bondad, la mentira como contraria a la verdad, el poder que oprime contrario al amor que sirve, las tinieblas como contraposición a la luz, etc.: “Ustedes encontrarán la persecución del mundo. Pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33) “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Pues toda corriente del mundo – la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia de los ricos – nada viene del Padre, sino del mundo” (1Jn 2,15-16).

Algunas veces los dos conceptos de mundo se mezclan en un párrafo, pero se pueden diferenciar: “Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn 17,14-15).

Esto es bueno aclararlo porque, si el reinado que anunció Jesús es de otro mundo diferente a éste de los mortales, el cristiano no debe meterse en cuestiones temporales. Por eso a muchos no les interesa la situación de los pueblos, la riqueza o la pobreza, la miseria y la injusticia de nuestro mundo. Por eso mismo muchos monjes medievales “dejaron el mundo” y se encerraron en las celdas conventuales para hacerse santos. Pero Jesús no fue un hombre autista desconectado de la realidad, no fue anacoreta, ni un monje conventual. Esa es una visión peligrosa que enceguece al creyente y convierte la religión en un opio adormecedor de las conciencias. Un Jesús que proclama el reinado de un mundo espiritual y extramundo, desencarnado y alejado de todo compromiso de orden temporal con la realidad concreta que vive el ser humano, es un Jesús falseado.

En este evangelio lo vemos compartiendo la tragedia humana, vivida por muchos hombres de las colonias romanas que se atrevían a levantar la cabeza. Éste es el típico juicio de un inocente procesado como si fuera un peligroso criminal. No precisamente por huir del “mundo, el demonio y la carne”, sino como consecuencia de su compromiso con la historia, por su manera como enfrentó y se opuso a todo lo que disminuía la dignidad humana.

Pilato representaba a Tiberio, emperador romano, quien tenía el poder en su mano. Los romanos controlaban todo, absorbían como una aspiradora los bienes del pueblo de Dios y lo dejaban en la miseria. Sin ser los únicos, eran la cara más visible del mundo en cuanto que se oponían a los planes de Dios. Según la religiosidad romana, el emperador era el hijo del altísimo y el absoluto de todo el orbe. Esa era la “verdad”: todo lo que dijera el emperador era palabra de Dios. La voluntad del emperador era la voluntad de Dios y debían hacerla cumplir a la fuerza.

La maquinaria judía, que servía a los romanos y traicionaba a su propio pueblo para defender sus privilegios, le había vendido una idea a la masa de gente: “Jesús es un peligro y debe morir”. Aquí vemos una vez que la voluntad popular no siempre representa la autonomía de un pueblo. Que no siempre la voz del pueblo es la voz de Dios y con mucha frecuencia la voz del pueblo no es más que una soberana gritería, fruto del engaño de las maquinarias corruptas que se alimentan de la desgracia de los inocentes.

Esa era la “verdad” oficial: la persona más importante era el emperador, seguidos por sus ministros y demás ciudadanos romanos. Los demás individuos no contaban. “El bien del pueblo romano era la suprema ley”. Los demás pueblos podían ser colonizados, explotados con cargas tributarias y pisoteados con todo tipo de vejámenes, si ponían resistencia.

Esa era la “verdad” oficial: Jesús era un nativo de una colonia del imperio, un hombre grosero que se había atrevido a cuestionar esa verdad, un peligro que debía ser eliminado. Un pobre reo con quien podían jugar los soldados, pues una vez condenado a muerte quedaban derogados todos sus derechos como ser humano. 

Pero esa era una “verdad” impuesta. Una falsa “verdad”, como tantas versiones oficiales de gobiernos totalitarios y de ideologías dominantes.

La verdad – verdad, estaba en la persona de Jesús. En su calidad humana, en su testimonio de vida y en su entrega generosa al reinado de Dios y su justicia. Él no vino para usurparle el reinado a nadie y tomar su puesto como otro monarca. Vino para ser testimonio de la verdad y para mostrarnos un camino que lleva a la plenitud a todos los seres humanos.

Aunque su vida estaba en manos del poder judío y del poder romano, aunque era un perdedor que no valía, la verdad – verdad, es que nada era tan valioso como su testimonio de amor y su entrega por una humanidad realmente libre y feliz. Su vida, su palabra y su proyecto eran generadores de amor, fraternidad, justicia y verdad.

Los poderosos lo vencieron, pero en el fondo fue él quien venció. El poder judío buscó que Pilato lo condenara a muerte. Pilato lo condenó no sólo para responder a la presión judía sino porque también tenía razones poderosas para quitárselo de encima. Jesús podía renunciar a su proyecto para evitar que lo mataran, pero no lo hizo. Pagó el precio de la cruz como expresión de su fidelidad a Dios y a los demás seres humanos, como manifestación de su solidaridad con todos los crucificados de la historia que, como él, eran víctimas de quienes prefieren excluir y matar en vez de cambiarse a sí mismos y cambiar las relaciones para que sean más humanas. Si realmente quería afirmar la fidelidad de Dios con el ser humano, la validez de su proyecto y la supremacía del reinado de Dios sobre los reinados temporales que se erigían para aplastar a los débiles, tenía que morir. Si se retractaba y renunciaba a su causa, salvaba su pellejo y lo dejaban libre, pero todo se habría perdido. Sólo asumiendo las consecuencias de su compromiso, sólo asumiendo la cruz, impediría que la injusticia y la frustración tuvieran la última palabra; sólo así se reafirmaría como el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre y el Hermano de todos. Y así fue como venció al mundo (Jn 16,33), porque sólo así, la última palabra la tuvieron el amor incondicional y el perdón.

Hoy celebramos la fiesta de Cristo rey. Pero más que proclamar a Jesús como el rey del universo, Dios y hombre, Señor y Mesías, a quien deben consagrarse las archicofradías, las parroquias, o los estados, podemos anunciarlo como Buena Noticia, como un camino, un modelo para ser plenamente humanos y un proyecto para construir una vida justa y digna. Buena Noticia que se vive y se anuncia, y utopía que se construye en medio de las duras realidades y de los poderes que se oponen a su realización.

“Para mí, lo más importante que se dijo de Jesús en el Nuevo Testamento no es tanto que él es Dios, Hijo de Dios, Mesías, sino que pasó por el mundo haciendo el bien (Hch 10,38), curando a unos y consolando a otros. Cómo me gustaría que se dijera éso de todos y también de mí”.[3]

 

Oración

Jesús, ante esta escena macabra de injusticia, dolor y opresión, podemos ver la bajeza del arrogante romano y la grandeza de tu humildad. Nos quedamos sin palabras ante tu supremo testimonio de amor, verdad y auténtica vida humana…

Te damos gracias por tu Palabra, por tu testimonio, por toda tu vida entregada como un don precioso para toda la humanidad. Realmente eres la manifestación más patente del amor misericordioso del Padre Dios hacia todos nosotros.

Jesús, tú eres el camino de la auténtica realización humana: ayúdanos a seguirte con fidelidad. En ti está la verdad: ayúdanos a vivir nuestra vida con autenticidad y con plena libertad. Tú eres la vida que nos colma de alegría: danos a beber de tu manantial para tener la auténtica vida que tú nos das.

Te entregamos a tantos inocentes ajusticiados por los tribunales de la infamia que reinan en nuestro mundo. Ayúdanos a comprometernos en la defensa de los tantos inocentes ajusticiados. Líbranos de ser indiferentes ante la injusticia y de dejarnos inundar del miedo de los que prefieren asesinar antes de cambiar su “buena” vida que deja miseria a su paso.

Ayúdanos a tomar partido por ti, por tu causa, por tu proyecto: el Reinado de Dios. Hoy optamos por ese maravilloso Reinado que excluye todos los reinados de quienes pretenden imponerse como absolutos para llenar su vacío existencial, que nunca será llenado. Hoy nos comprometemos a vivir de cara a Dios y de cara a los hermanos; a caminar contigo y a buscar juntos una nueva humanidad, totalmente transformada a imagen tuya. Danos la fuerza de tu Espíritu para hacer realidad esta utopía. Entramos en comunión profunda contigo y con tu Espíritu para vivir esta nueva realidad en nuestra vida. Amén.

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[1] LACUEVA Francisco. Nuevo Testamento interlineal Griego-Español. Ed. Clie Barcelona 1990.

[2] Utilizaré aquí también la traducción literal del texto Nuevo Testamento interlineal.

[3] BOFF Leonardo. Una espiritualidad liberadora. Estella 1992, 15.

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Moniciones: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Enlace permanente 6 de Noviembre, 2012, 23:12

Moniciones para la MISA

Autor. Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.   Fuente:   www.scalando.com

Tiempo Ordinario- Ciclo B

 

XXXII Domingo

“La calidad sobre La cantidad”

11 de noviembre de 2012

 

Monición de entrada

 

Hermanos y hermanas en Cristo, muy buenos noches (días, tardes).

La conducta de la viuda de Sarepta con el profeta Elías, a pesar de su extrema necesidad y la de la pobre viuda del templo de Jerusalén, que da todo lo que tiene para vivir, dibujan a escala menor la entrega total que de sí mismo hizo Jesús, el sacerdote y la víctima de la nueva Alianza que se ofreció para quitar los pecados de todos.  Estas actitudes nos ayudan a pensar en “dar”, “dar de sí”, “darse”.  Vamos a empezar nuestra celebración poniéndonos de pie para cantar.

 

Primera lectura: I Re 17, 10-16 (La viuda de Sarepta preparó a Elías un panecillo)

 

La primera lectura nos habla de una viuda en Sarepta que obedeció la palabra del profeta Elías y en su humildad y generosidad lo dio todo.  Ella recibió su recompensa a través del milagro de Elías y el poder de Dios fue manifestado. Escuchemos.

Segunda lectura: Hb 9, 24-28 (Cristo se ofreció para quitar el pecado del mundo)

 

El mensaje de la segunda lectura contempla a Cristo activamente intercediendo en favor de nosotros.  Él es el sumo Sacerdote definitivo.  Entró una vez para siempre en el santuario del cielo para ser nuestro mediador ante Dios.  Jesús está ahí por y para nosotros en actitud y ministerio de reconciliación.  Pongan atención a este mensaje

 

Tercera lectura: Mc 12, 38-44 (La viuda de los dos reales)

 

En este Evangelio Cristo nos enseña que lo que Dios aprecia es la sencillez, la humildad y la generosidad.  Él alaba la calidad humana, la buena intención y el significado de una ofrenda de una humilde y necesitada viuda.  Ella ha compartido de lo que necesitaba para vivir.  Nos ponemos de pie y cantamos el Aleluya, antes de escuchar este hermoso mensaje.

 

Oración Universal

 

1.    Por el Papa N, por nuestro obispo N., y por todos los obispos: para que Dios les conceda sabiduría y fortaleza para dirigir al pueblo santo de Dios. Roguemos al Señor.

 

2.    Por nuestros gobernantes: para que Dios nuestro Señor dirija su voluntad en el servicio de la justicia, de la libertad y de la paz.  Roguemos al Señor.

 

3.    Por el eterno descanso de nuestros familiares, bienhechores y amigos difuntos: para que Dios los purifique de sus faltas, los llene del gozo de los santos y les dé parte en el reino glorioso de su Hijo. Roguemos al Señor.

 

4.    Por un aumento en las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, Roguemos al Señor.

 

5.    Por nosotros aquí reunidos: para que imitemos la generosidad de la viuda del Evangelio y sepamos compartir no lo que nos sobra sino de lo que tenemos para vivir.  Roguemos al Señor.

 

Exhortación final

(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 400)

 

Te alabamos, Padre, porque en la viuda pobre y generosa

Cristo nos mostró un ejemplo vivo de religión verdadera,

modelo de la adoración y entrega que él practicó  y tú prefieres.

Nuestras calculadoras no coinciden con tus matemáticas, Señor,

porque donde nosotros sumamos cantidad, tú multiplicas calidad.

 

Enséñanos hoy a conjugar los verbos dar y compartir,

para entregar a los demás amor y acogida, respeto y sonrisa,

amistad y tiempo, comprensión y felicidad, alegría, vida y pan.

 

Danos, Señor, una fe que nos lleve al desprendimiento y

La autodonación, y concédenos la generosidad de los pobres,

Para que nos entreguemos a ti y a los hermanos.

 

 

Amén.

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En camino: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B

Enlace permanente 6 de Noviembre, 2012, 23:06

CAMINO DE FE

11 de noviembre de 2012, Domingo 32 del tiempo ordinario, ciclo “B”

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

-       Primera lectura: 1Re 17,10-16: No faltaron en la casa la harina ni el aceite. 

-       Salmo Responsorial: 145,7-10: El Señor sustenta al huérfano y a la viuda.

-       Segunda lectura: Heb 9,24-28: Cristo trae la salvación.

-       Evangelio: Mc 12,38–44: Esta viuda pobre ha dado más que esos otros.

 

EL APORTE DE LAS VIUDAS

La cosa empezó en el Reino del Norte, hacia el año 885 a.C., cuando Omrí dio muerte al rey Zimrí y se quedó con el trono. Después de vencer a todos sus opositores internos, Omrí estableció relaciones comerciales con Fenicia hasta pactar el matrimonio de su hijo Ajab con Jezabel, hija de Ittobaal, rey de Tiro y Sidón, antiguas ciudades estado fenicias. Luego emprendió una dura campaña contra los habitantes de Moab, región sobre la llanura del Mar Muerto, a la que dominó y los convirtió en colonia. (David y Salomón ya habían dominado al pueblo de Moab, entre los siglos XI-X a.C.) Aunque tuvo logros personales significativos, Omrí fue sumiso con los poderosos del norte, y cruel con su propia gente. Murió hacia el año 874 a.C y dejó el país en la miseria, y a Ajab, como heredero de su trono.

Ajab gobernó por un largo periodo de 22 años (874-853 a.C.). Como su padre, este rey obtuvo éxitos individuales que en nada beneficiaron al pueblo. Conservó su dominio sobre Moab, y le cobró tributo; combatió y dominó a Ben-Hadad I, rey de Damasco y casó a su hija Atalía con Joram, hijo de Josafat, rey de Judá (del Reino del Sur). Desarrolló un amplio programa de construcciones, tales como la fortificación de importantes plazas fronterizas, entre ellas, la de Jericó. Terminó muerto en un combate librado con Ben-Hadad. Su esposa Jezabel sobrevivió a su marido durante 14 años hasta cuando fue asesinada por Jehú, quien ocupó los tronos de Israel y de Judá (2 Re 9), ente los años 841 y 814 a.C. Atalía, también fue asesinada en el año 835. a.C.

Los protagonistas de esta historia terminaron como terminan muchos, cuyo proyecto de vida adquiere sentido sólo cuando dominan a otros a costa de lo que sea. Pasaron por el mundo sembrando enemistad, muerte y deseos de venganza; sufrieron el terrible cáncer de la codicia, que carcome y devora la conciencia reduciéndola a su mínima expresión, y murieron infelices a filo de espada, bebiendo el amargo cáliz de su propia insignificancia.

La primera lectura se desarrolla mientras estaba en el trono el rey Ajab. Sucedió, como suele suceder con los largos periodos de gobierno en manos de una sola persona, que el gobernante de turno por mantenerse en el mando, renuncia a su propia libertad e hipoteca el país para recibir el respaldo de los mandos medios, dándoles buenas prerrogativas.

El ambiente era muy difícil en todos los campos: social, político, económico, religioso, etc. La reina Jezabel, quien manejaba a su esposo con un dedo, impuso el culto al dios Baal (1Re 16,29-31) y se encarnizó a muerte contra todos los profetas de Yahvé, quienes denunciaron la idolatría, representada en el culto a otros dioses y en todo tipo de maltrato al pueblo de Dios. Los escritores del libro de los Reyes lo expresaron diciendo que una gran sequía se vino sobre Israel.

La escena del relato que hoy leemos se desarrolla en Sarepta, una ciudad fenicia, de donde era originaria la odiada princesa Jezabel. La viuda de Sarepta se convierte en la antítesis de su paisana. Jezabel tenía dinero, influencia y poder, la viuda vivía sola con su niño y no tenía más que un puñado de harina y un poco de aceite en la alcuza. Jezabel persiguió y desterró, la viuda acogió; Jezabel destruyó, la viuda protegió; Jezabel acumuló para sí misma sin necesidad, la viuda fue capaz de compartir lo único que tenía para vivir. Jezabel terminó siendo víctima de su propia avaricia, la viuda recibió la bendición de Dios y tuvo alimentos por mucho tiempo. En el fondo Jezabel fue antagonista, la viuda fue protagonista. La lógica de Dios es distinta a la nuestra: “Mis pensamientos no son sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor” (Is 55,8).

Con esto se dice que no todas las mujeres fenicias son odiosas como Jezabel, por tanto hay que evitar la xenofobia. Que Dios se manifiesta también fuera de las fronteras de Palestina, pues aunque esta viuda no profesaba de palabra la fe en el Dios de Israel, por su generosidad, se hizo partícipe de la obra de Dios que le llegó por medio de un perseguido: el profeta Elías. Que la salvación viene, no precisamente desde los “grandes” y su insaciable sed de poder, sino de los desheredados de este mundo cuando son capaces de compartir lo poco que tienen para vivir. Que cuando se rompe con los círculos del fundamentalismo y del individualismo indolente, y se trabaja en comunidad, somos capaces de superar el gran muro de la discordia y de la miseria que ataca a todos.

La pobreza, el hambre y la guerra matan gente y son iguales de trágicas en todos los pueblos, en todas las culturas, en todas las religiones y a todos hacen sufrir por igual. Ante esta realidad no vale la pena perder el tiempo en discusiones inútiles, como “demostrar” cuál es el verdadero Dios, cuál es la verdadera religión o  cuál la verdadera iglesia, sino aunar nuestras fuerzas para combatir los males que a todos nos atacan.

 

UNA MIRADA CRÍTICA Y OTRA VIUDA

Jesús ya estaba en Jerusalén, lo mismo que otros 300 o 400 mil peregrinos que llegaban a la ciudad con el objetivo de participar en la Pascua. Allí se daban cita personas de distintas regiones de Palestina y de la diáspora (judíos fuera de Palestina). De una manera muy piadosa hacían sus oraciones, ofrecían sus sacrificios y ofrendaban dinero según sus capacidades.

Jesús fue un judío piadoso que cumplía con sus deberes religiosos, pero no de cualquier manera. No tuvo una fe ingenua, presa del mezquino interés de los vividores de la religión. Fue un hombre de una fe profunda, pero de un ojo muy crítico, para descubrir el engaño. Como decimos popularmente: “no tragaba entero.”  Había superado totalmente la fe de carbonero.

La primera observación la dirigió a los escribas, a los letrados, o sea, a los intelectuales de la época. Lo hizo con un fino humor crítico muy propio de su estilo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con el traje de ceremonia, y que les hagan reverencias en la calle; buscan el sitio de preferencia en las sinagogas y el lugar de honor en los banquetes…”

¡Pero qué atrevido este provinciano! ¡Qué igualado!, podría decir alguno. Los escriban eran los especialistas, los ilustrados, los doctos, los que sabían cómo funcionaba lo humano y lo divino. Es como si a cualquier hijo de pueblo se le ocurriera hoy criticar al alcalde, al presidente, al rector, al decano, o a otros personajes influyentes, por su manera de vestir, por sus finos y artificiales ademanes o por la exquisitez de su paladar. O como si a algún laico se le ocurriera hablar del falso orgullo de aquellos a quienes les encanta pasearse por las calles con un pectoral grande, lucir un hermoso anillo de oro con incrustaciones de esmeraldas y un solideo romano en las ceremonias, que los llamen monseñor y que les den el primer puesto en los eventos importantes.

Este atrevido provinciano de Nazareth descubrió la falsedad de los escribas y su baja autoestima que los hacía depender de las reverencias y puestos honoríficos para sentirse valiosos. Los caricaturistas y humoristas críticos que hoy vemos, leemos o escuchamos, tienen un gran ejemplo de inspiración para su trabajo.

Las viudas en esa sociedad patriarcal no podían manejar sus bienes, ni defenderse en los tribunales; así que confiaban en algún escriba para que los administrara y defendiera. Estas “joyitas”, para ganarse la confianza de las viudas, simulaban ser muy piadosos y cumplidores de la ley, pero utilizaban sus conocimientos y la supuesta piedad, para abusar de ellas, engañarlas y quitarles lo poco que tenían.

Jesús desenmascaró la mentira y el engaño que escondían detrás de sus trajes pomposos y de su piedad socarrona. Invitó a toda la gente a tener cuidado y a no dejarse engañar. Lo había dicho muchas veces: “sencillos como palomas, sagaces como serpientes” (Mt 10,16); “comprendan que si el dueño de casa supiera a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo ustedes: estén preparados…” (Lc 10,39). Debía decirlo directamente: ¡Esa gente que devora los bienes de las viudas, y sólo por aparentar hace largas oraciones, recibirá un castigo más severo!”

Hoy podríamos decir lo mismo de tantos ladrones de cuello blanco. De muchos profesionales que aprovechan su profesión y la ignorancia de la gente para engañar. Aquí no se escapa ninguno: “en todas partes se cuecen habas”, decían nuestras abuelas. Hay sacerdotes, abogados, economistas, médicos, artistas, científicos, etc. Los hay también muy honestos, responsables, serviciales y entregados a su profesión, pero hay que tener cuidado. Necesitamos un ojo muy crítico, como el de Jesús, no para juzgar, ni para echar en un mismo costal a todos los profesionales porque algunos fallan; sí para tener cuidado y descubrir quienes están al acecho y con quienes se puede trabajar. Necesitamos utilizar nuestra profesión no para engañar sino para servir, y dar lo mejor de nuestra riqueza interior.

Luego, su ojo crítico lo llevó a ubicarse en un lugar estratégico del templo para apreciar el panorama. Dirigió su mirada hacia las alcancías donde los fieles depositaban sus ofrendas. Por las grandes cantidades de dinero que movía, el templo se había convertido en una especie de Banco central. Durante el tiempo de la Pascua las entradas eran más abundantes por la gran cantidad de gente que acudía a la fiesta, especialmente por los judíos de la diáspora, quienes disfrutaban de mejores condiciones de vida en el extranjero y daban los mejores donativos.

Los sacerdotes, levitas y toda la jauría de hienas hambrientas, que se lucraban de la piedad de la gente, así como los curiosos que se agolpan alrededor, ponían especial interés en los ricos y en sus grandes ofrendas. Los pobres pasaban inadvertidos. Jesús, por el contrario, resaltó la donación de una viuda pobre y sin importancia para el común de la gente. Nuevamente estamos hablando de una lógica distinta a la lógica del mundo, a los criterios mercantilistas (oferta y demanda) y economicistas (inversión – ganancia, costo – beneficio). La lógica de Jesús es la lógica de Dios: “Mis pensamientos no sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor” (Is 55,8)

Como estas dos viudas, la del templo y la de Sarepta, existen también hoy mujeres “insignificantes”, que en el fondo son más valiosas que muchas caras plásticas y divas con pies de barro.

Estas mujeres no son entrevistadas por los medios amarillistas ávidos de chivas sensacionalistas; no son perseguidas por las cámaras y revistas sensibleras, porque no son jóvenes bellas, ni pertenecen a la alta sociedad o a alguna casta especial. No son influyentes, ni poseen cuentas bancarias, y sus medidas no son 60-90-60. No se casan y se divorcian a los pocos días y por tanto no se hacen “dignas” de salir en las páginas del pseudoperiodismo que prefiere la sociedad light.

No tienen fundaciones con su nombre ni hacen grandes donaciones económicas a las iglesias porque, sencillamente, no tienen. No son letradas, ni poseen conocimiento científico o teológico. Pertenecen a la gran masa de excluidos y bailan sin querer el baile de los que sobran. Pero con su trabajo como madres, abuelas, educadoras, líderes comunitarias, catequistas y ministras laicas; con su silencio en la oración, su testimonio de vida, su entrega y su trabajo anónimo con el cual ponen muchas veces en riesgo sus propias vidas, dan más que muchos notables. No son unas simples colaboradoras que dan de lo que les sobra, sino que ofrecen toda su vida y son pilares fundamentales de la Iglesia y de la sociedad, motores de las transformaciones sociales e institucionales.

Ellas son un gran paradigma de discipulado. Ellas nos enseñan a vivir el verdadero compromiso y el verdadero culto, pues son imagen de Cristo que se ofreció a sí mismo por nosotros (segunda lectura). Hoy necesitamos discernir nuestra manera de valorar a las personas, pues muchas veces nosotros también valoramos más a quienes tienen dinero que a quienes no lo tienen. A quienes dan buenas ofrendas económicas, que a quienes lo único que dan es su propia humanidad, pues no poseen más. Necesitamos valorar la entrega del resto empobrecido que da su propia vida, y entregarnos con toda nuestra humanidad a la causa de Jesús.

 

Oración

Padre Dios, te damos gracias porque tu mano siempre está tendida para salvar al ser humano. Gracias porque podemos sentir tu presencia salvadora por medio de los maravillosos testimonios que nos ofrece La Palabra y en medio de cada acontecimiento de nuestra vida. Padre de bondad, líbranos de conducir nuestra vida empujados por la avaricia, el afán de poder y de aparecer. Ayúdanos a vivir una vida sabia, sencilla y llena de ti y de tu amor misericordioso.

Señor Jesús, danos un corazón grande para amar y una mirada crítica para darnos cuenta del engaño que se esconde detrás de las apariencias. Ayúdanos a ver la bajeza tapada con un ropaje de grandeza y la grandeza oculta detrás de muchas cosas simples. Ayúdanos a estar atentos para no caer en la tentación de utilizar miserablemente este hermoso camino de fe para aprovecharnos de la gente. Purifica nuestros corazones de toda codicia, de todo egoísmo y de todo aquello que amenaza nuestra propia realización y felicidad. Ayúdanos a valorar el aporte de todas las personas a la construcción del Reino y danos un corazón generoso para servir y amar a manos llenas. Que aprendamos a dar con amor lo mejor de nosotros mismos y que compartamos con alegría toda la riqueza que abunda en nuestro propio corazón. Ayúdanos a vivir comprometidos contigo, con el Reino, con el anuncio del Evangelio, con la defensa de los pobres y con todo tipo de vida amenazada. Que tu Espíritu siempre guíe nuestros pasos por el buen camino y nos conduzca a la plenitud del Reino. Amén.

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