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Diciembre del 2012

 

Moniciones: Sagrada Familia. Ciclo C: 30/12/12

Enlace permanente 26 de Diciembre, 2012, 22:15

Moniciones para a Misa

Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.

 

Tiempo de Navidad-Ciclo C

 

Domingo Infraoctava Navidad

“Relaciones entre padres e hijos”

30 de diciembre de 2012

Monición de entrada

 

Muy bunas noches (días, tardes)  Ya comenzó el año 2010, un nuevo año civil, porque el año litúrgico lo empezamos el primer domingo de adviento.  Pidamos a Dios que al iniciar este nuevo año nos permita recibir y y conocer su infinita sabiduría, sabiduría que proviene de él mismo.  Que el Señor ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama.  Recibamos a los ministros de esta liturgia entonando con alegría el canto de entrada.

 

Primera lectura: Si 24, 1-4. 12-16 (La sabiduría habita en el pueblo elegido)

 

Dios sigue hablando a los humanos, desde el momento en que la palabra de Dios, Cristo Jesús, se hizo uno de nosotros, toda pregunta sobre Dios ha de partir del hombre-dios, Jesús de Nazaret, pues en él ha roto Dios el silencio eterno revelándose plenamente.  Escuchen esta primera lectura.

 

Segunda lectura: Ef 1, 3-6. 15-18 (Hijos adoptivos de Dios por Jesucristo)

 

El Dios que se nos revela en Jesús de Nazaret es un Padre amoroso, cercano, humano, dialogante, liberador enamorado locamente del ser humano hasta el punto que entrega a su Hijo por nosotros y nos hace hijos adoptivos. Presten atención a este mensaje.

 

Tercera lectura: Jn 1, 1-18 (La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros)

 

A veces vamos buscando a Dios fuera del mundo y del ser humano, esto es inútil, porque Dios se encarnó en ellos: la Palabra de Dios vino al mundo y en el mundo estaba.  Vino al mundo para dar dignidad eterna a nuestra frágil condición humana.  Cantemos el Aleluya, para luego escuchar la Buena Noticia de hoy.

 

Oración Universal:

 A cada petición, respondan, por favor: Que tu Santa Madre, Señor interceda por nosotros

 

Por el papa, por nuestro obispo, por todos los pastores de la Iglesia: para que sean incansables mensajeros de la verdad y testigos de la paz, al servicio del pueblo de Dios.  Oremos al Señor.

 

Por todos los que tienen particulares responsabilidades políticas, educativas y sociales: para que sepan proyectar y construir la verdadera paz, que nunca se desanima, que cura las heridas y que protege y promueve la vida.  Oremos al Señor.

 

Por las familias: para que realicen dentro de sí el modelo de humanidad reconciliada en el amor e irradien en su entorno el evangelio de la paz.  Oremos al Señor.

 

Por las víctimas de la violencia, por los perseguidos, los marginados, los oprimidos: para que se les reconozcan sus derechos de hombres libres y se respete en ellos la imagen del Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros.  Oremos al Señor.

 

Por todos nosotros: para que sepamos experimentar la paz en la casa, en la escuela, en el trabajo y en todos los campos de la convivencia humana.  Oremos al Señor.

 

 

Exhortación final

(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 437)

 

Te bendecimos, Padre, porque en este tiempo de navidad

“resplandece ante el mundo el sublime intercambio que nos salva;

pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición,

no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana,

sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos”.

De esta manera, mediante la humanización de Dios surge

la nueva creación: nuestra divinización y filiación adoptiva.

 

Ilumina, Señor, los ojos de nuestro corazón, para que

comprendamos cuál es al esperanza a la que nos llamas

y cuál es la riqueza de gloria que das en herencia a tus hijos.

Así nuestra vida será alabanza de la gloria de tu gracia.

 

Amén.

 

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En camino: Fiesta de la Sagrada Familia Ciclo C: 30/12/12

Enlace permanente 26 de Diciembre, 2012, 22:04

EN CAMINO

Tiempo de Navidad, ciclo “C” 

Sagrada Familia: 30 de diciembre de 2012

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

 

LECTURAS:

 

-       1ra lect.: Ecl 3,3-7.14-17

-       Sal 127,1-5

-       2da lect.: Col 3,12-21

-       Evangelio: Lc 2,41-52

 

De Ben Sirac y Pablo

Ben Sirac, el autor del libro del Eclesiástico, dio a los hijos una serie de consejos para hacerse agradables a los ojos de Dios. Como es típico en la literatura sapiencial, aquí se hace un comentario del decálogo y una exhortación a vivirlo, particularmente el cuarto mandamiento: “honrar a padre y madre”.

Según Ben Sirac, el respeto y la veneración hacia los padres, es agradable a los ojos de Dios, que no dejará sin recompensa a quien trate así a sus padres. Algún día los hijos crecerán y, si honraron a sus padres, serán también honrados por sus propios hijos. Con el tiempo las fuerzas se acaban, el cuerpo y las neuronas se cansan. ¡Los radicales libres no perdonan! El ser humano pierde la lucidez y la destreza. Los padres cuando llegan a la vejez empiezan a caminar lento y se olvidan hasta de tomar la pastilla para la memoria. No concuerdan bien sus ideas y se sienten abandonados, inútiles e ignorados. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo desampares mientras dure tu vida. Aunque pierda su lucidez, sé comprensivo con él, no le faltes al respeto mientras viva.”

No obstante estas buenas recomendaciones para los hijos, las exhortaciones de Ben Sirac nos dejan un vacío porque no dice nada acerca de los padres y sus deberes para formar buenos hijos. Pablo hace alguna referencia importante.

Primero hace una exhortación a vivir de acuerdo a las costumbres de la cultura patriarcal y esclavista en la cual vivió. Si queremos comprender a Pablo y aprender algo válido para nuestra vivencia cristiana de hoy, debemos tener en cuenta su contexto socio-histórico. En la cultura en la cual Pablo vivió, las mujeres debían someterse a sus maridos, los hijos debían obedecer a sus padres y los esclavos a sus amos. Y él no mueve un dedo para cambiar eso. Sería muy prematuro pedirle a Pablo un manifiesto feminista, una declaración universal de los derechos de los niños o la exigencia de dar libertad a los esclavos.

Los cambios históricos no se dan de la noche a la mañana. Como un niño, los cambios históricos necesitan engendrarse, gestarse con mucho cuidado en el vientre materno y, una vez nacidos, formarlos para que crezcan, se reproduzcan y vivan hasta que otro cambio sea necesario.

Lo que hace Pablo es aportarle a su cultura la experiencia de la comunidad cristiana. Hay algunos elementos que corresponden a la cultura de Pablo, y aplicarlos no sólo sería un desfase histórico sino que iría en contra del mismo evangelio. Hoy, como sociedad hemos avanzado en la equidad de género y no podríamos decirle a una mujer que se someta a su marido. No podríamos decirle a un niño que obedezca en todo a sus padres, sin antes verificar qué clase de padres tiene. Hemos conocido a padres que mandan a sus hijos a robar, a pedir limosna o, en el peor de los casos, que los venden como objetos sexuales. El tiempo de la esclavitud, al menos en teoría, ya pasó. Hoy no podríamos decirle a un trabajador que obedezca en todo a su patrón y que vea en él la autoridad divina, sabiendo que hay patrones déspotas e injustos. Estos elementos en esta carta de Pablo, pertenecen a su cultura agraria, patriarcal, esclavista y androcéntrica (centrada en el varón), y no podríamos aplicarlos a nuestra vida cristiana de hoy.

Aunque Pablo no toca el modelo de sociedad, podemos rescatar su búsqueda para evitar la injusticia y el maltrato, y su deseo de construir la unidad en el amor. A los deberes que ponía la sociedad a los súbditos (en este caso las esposas, los hijos y los amos), Pablo agrega unos deberes para quienes tenían la autoridad en ese momento. Los maridos debían amar a sus esposas y no amargarles la vida. Los padres no debían maltratar  a sus hijos porque los volvían apocados (los traumatizarían, dirían hoy). Los patrones debían dar lo justo y razonable a sus servidores, y recordar que también tenían un único Señor en el cielo.

Como vemos, hay muchos elementos de Pablo que siguen siendo válidos para nuestra vivencia cristiana. Por ejemplo, la invitación a sentirnos amados y elegidos por Dios, y a dejarnos santificar por Él. A que en nuestras relaciones interpersonales lo más importante sea la compasión, la benevolencia, la mansedumbre y la paciencia. A tolerarnos (aunque el texto habla de soportarse unos a otros, nosotros podríamos entender mejor la palabra tolerancia) y a perdonarnos mutuamente, así como el Señor nos ha perdonado.

El vestido es lo más visible en nosotros. Un vestido nos hace ver elegantes o andrajosos, agradables o desagradables. El vestido muestra nuestra personalidad y nuestro estado de ánimo. Si estamos de fiesta o de luto, si estamos en el trabajo, en la playa, en el campo o en la casa. Además del vestido real, simbólicamente a veces nos revestimos de mal humor, de malas palabras que generan enemistad y nos distancian como personas. Pablo nos invita a revestirnos del amor que crea la unidad perfecta. A que al entrar en contacto con el mundo exterior tengamos una buena imagen, un vestido amable, unos buenos modales y a que busquemos siempre formar un solo cuerpo, aunque tengamos diferencias.

 

Las crisis

Recordamos, admiramos y aprendemos de la familia de Nazareth, no porque fue perfecta y sin problemas. De entrada tenemos que descartar toda levitación angelical de esta familia. Tampoco vamos a buscar en ella todas las respuestas a los interrogantes y solución a los problemas de hoy. El testimonio de esta familia suscita hoy en nosotros una reflexión, porque vivió con los pies sobre la tierra; porque asumió la vida contando con sus propias fuerzas y limitaciones humanas, y porque se dejó ayudar de la gracia de Dios.

No eran perfectos, desconocían muchas cosas, no comprendían todos los acontecimientos, como suele ocurrir en nuestras familias. Su hijo de 12 años pasaba de la niñez a la juventud, etapa en la cual los hijos empiezan a molestarse cuando los tratan como niños, y quieren despegarse de sus padres para ser libres como el viento. Los hijos se dan cuenta de que sus padres no son dioses o superhéroes y empiezan a descubrir su humanidad limitada, sus errores y equivocaciones. Se molestan cuando los corrigen mucho y hasta dicen que sus padres son intensos, cansones y aburridos. Perciben claramente que pertenecen a otra época y tal vez se sientan incomprendidos, al igual que sus padres.

El adolescente Jesús vivió esa etapa. Él tampoco tenía todo el conocimiento del mundo, ni era sabio desde niño. El interés del evangelista al presentarlo a los 12 años dialogando en el templo no era mostrar su gran sabiduría sino enfatizar en su dedicación a las cosas de su Padre (tois tou patrós), desde temprana edad. Lucas no presenta a Jesús enseñando a los maestros sino escuchándolos y haciéndoles preguntas, es decir, aprendiendo. Desde niño era una persona que se interrogaba, se cuestionaba y vivía en actitud de búsqueda.

Lucas presenta a María (no sólo en este texto sino en los demás textos marianos), como la discípula por excelencia que busca a Jesús hasta encontrarlo. En este texto busca a Jesús en compañía de José, su esposo. Ellos son, en primer lugar, modelos de seguimiento a Jesús. Ojalá nosotros buscáramos a Jesús; su rastro, su camino y su persona, con la intensidad de estos esposos inquietos por la suerte de su hijo.

Vale la pena que reflexionemos también sobre la forma como enfrentamos las crisis en la familia, especialmente cuando vemos que nuestros hijos se nos pueden salir de las manos. María y José supusieron que el adolescente Jesús estaba en el grupo de los peregrinos y que sin duda allí, estaría bien. Tuvieron una suposición errada. Se equivocaron, no porque fueran malos sino porque sencillamente, no podían saber ni controlar todo. Muchas veces como padres nos equivocamos, no porque seamos malos sino sencillamente, porque somos humanos y es de humanos errar.

Afortunadamente el muchacho Jesús no andaba en malos pasos. Otros jóvenes no corren la misma suerte. Por el descuido de los padres o ante la imposibilidad de controlarlo todo, caen en el alcoholismo, en la drogadicción, en la prostitución o en algún otro camino tentador y destructor.

Ante las crisis, las familias toman varias posturas. A algunos padres no les interesa mucho que sus hijos se pierdan, porque viven ocupados en sus proyectos personales y no tienen tiempo. Otros se tornan agresivos, amenazan y muestran su autoridad por la fuerza. Otros, como María y José, se dan a la tarea de recuperar juntos a sus hijos; ponen todo su empeño, buscan ayuda, se esfuerzan y no descansan hasta encontrarlos.

Nos dice Lucas que al cabo de tres días encontraron al niño. Creer en Dios no nos garantiza la ausencia de problemas; pero si, con una fe robusta y una esperanza firme, nos esforzamos para buscar la solución, seguro la encontraremos. A Dios lo encontramos especialmente cuando caminamos siguiendo sus pasos. Él siempre actúa para salvarnos; si confiamos y trabajamos con método, vamos a ver la obra de Dios (al tercer día significa el tiempo en que dios actúa).

Una vez lo hallaron, hubo más un desencuentro que un encuentro. María le reclamó: “¿Por qué nos hiciste esto? Mira que tu padre y yo te estábamos buscando angustiados”. El mismo que causó gozo a Isabel y a su criatura cuando María los visitó, el mismo que causó gran alegría a sus padres y a los pastores con su nacimiento, se convirtió en ese momento en causa de angustia, porque pensaban que se les había perdido. La respuesta de Jesús no fue muy conciliadora. Empezaba a tomar distancia de su familia y descubría su propio camino. A sus padres les costó entender esto, pero mostraron respeto por el proceso que llevaba su hijo.

Los evangelios resaltan varias veces el silencio de María. El silencio puede ser motivado por el miedo a hablar porque hay una amenaza previa. Puede ser una forma de protesta, como lo hizo Jesús con su silencio ante el Sumo Sacerdote, Herodes y Pilato, cuando lo juzgaron. Aquí María no guarda silencio por miedo o como protesta, sino como un signo de contemplación profunda y atenta a la obra de Dios que se va manifestando en su familia.

El que guarda silencio de esta manera reconoce su limitación humana y su pequeñez ante el misterio. El que guarda silencio como María, sabe que no lo sabe todo y se dispone a escuchar la voz de Dios que habla en los signos de los tiempos. El que guarda silencio como María, sabe que por no callar puede convertirse en esclavo de lo que dijo y prefiere ser dueño de su silencio. Sólo el que sabe callar cuando es debido y guardar las cosas en el corazón, sabrá hablar para edificar y anunciar las maravillas del Señor, como lo hizo María.

Los padres que aprenden a guardar silencio y a contemplar el crecimiento de sus hijos, podrán comprenderlos mejor y ayudarles a crecer en sabiduría y madurez, y a gozar de la aceptación de Dios y de los hombres, como lo hicieron José y María. Los hijos que aprenden a guardar silencio, a escuchar a sus padres, y a Dios que se manifiesta en las personas que los ayudan a formar con amor, podrán crecer en sabiduría y madurez, y gozar de la aceptación de Dios y de los hombres, como lo hizo Jesús.

Oración

Padre y Madre Dios, fuerza creadora y recreadora de la historia. Gracias por el hermoso testimonio de vida de la Sagrada Familia de Nazaret. Su participación asidua en las fiestas religiosas, su vida sencilla y su búsqueda de solución a los problemas, son un vivo testimonio para nuestras familias y comunidades.

Te pedimos, por intercesión de la Sagrada Familia

Como Padres de Familia, ayúdanos a estar atentos a los peligros que amenazan la salud integral de nuestros hijos, para protegerlos y acompañarlos en su buen desarrollo evolutivo; en su propia búsqueda de autonomía, libertad y felicidad. Que nada ni nadie rompa nuestra armonía y nuestra entrega mutua. Mantennos siempre unidos en el amor, en medio de todas las circunstancias. Que nuestros hijos encuentren en nosotros, seguridad, amor y respeto. Que nos merezcamos su confianza para poder escucharlos y orientarlos sabiamente en la toma de sus propias decisiones. Que le trasmitamos todo el torrente de amor, de la vida y de alegría que recibimos de ti.

Como hijos ayúdanos a escuchar a nuestros padres, a respetarlos y a cuidarlos cuando sus fuerzas les fallen. Que como Jesús, vayamos creciendo en gracia, en sabiduría y madurez delante de ti y de la humanidad. Danos la sabiduría que procede de ti para descubrir qué es lo bueno, lo que te agrada, lo perfecto, lo que nos conviene para nuestro pleno desarrollo como seres humanos. Danos la capacidad de tomar buenas decisiones, de enfrentar nuestra vida con seguridad y firmeza, y con un compromiso serio con tu Reinado. Que nos convirtamos en hombres y mujeres de bien, sembradores de esperanza y multiplicadores de la vida abundante que tú nos das.

Danos el silencio de María para contemplar los acontecimientos de nuestra historia, aprender de ellos y saberlos manejar con sabiduría. Danos el silencio de María para contemplar con gozo cómo tú conduces nuestra historia hacia le plenitud, en medio de tantas múltiples realidades. Permítenos a todos ser testimonio viviente de la salvación gratuita que tú nos da a manos llenas. Amén.

 

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Moniciones: IV Domingo de Adviento. Ciclo C

Enlace permanente 22 de Diciembre, 2012, 7:51

Moniciones para a Misa

Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.

 

Tiempo de Adviento

 

IV Domingo – Ciclo C

“María, la mujer creyente”

23 de diciembre del 2012

 

Monición de entrada

 

La celebración litúrgica de hoy es una enseñanza sobre los hechos que iniciaron nuestra salvación. Miqueas anuncia el nacimiento del Mesías salvador. La visitación de la Santísima Virgen María a su prima Isabel nuestra a Cristo ya presente en el mundo, quien vino al mundo para hacer la voluntad del padre. De pie, por favor, para recibir la procesión con esperanza y alegría con el cántico de entrada.

Primera lectura: Miqueas. 5, 2-5a (De ti, Belén de Efrata, saldrá el jefe de Israel)

El canto jubiloso del profeta Miqueas anuncia la restauración de Jerusalén. El profeta ve a Jerusalén libre de su condenación. Escuchemos.

Segunda lectura: Hebreos (Aquí estoy para hacer tu voluntad)

Los antiguos sacrificios quitaban los pecados. Su valor era purificador, no definitivo. El sacrificio de Cristo santifica aniquilando el pecado total. Esta salvación se confirma con su entrada en el santuario celeste, por la resurrección.  Presten mucha atención a este mensaje.

Tercera lectura: Lc. 1, 39-45 (Visita de María a Isabel)

Algunas de las intervenciones de Dios en la historia de la salvación se califican como visitas de Dios a su pueblo o a algún personaje determinado. Hoy vemos el encuentro de dos grandes mujeres, Isabel y María. Es la escena de la visitación. La presencia de María nos dice que la promesa del Mesías está cumplida. Ella, por su fe, es alabada por Isabel. De pie, por favor, entonemos el Aleluya, para escuchar la Buena Nueva.

Oración Universal

Por los miembros de la Iglesia, para que siempre manifestemos la alegría de los hijos de Dios, roguemos al Señor.

Por los que gobiernan las naciones, para que cada uno sepa descubrir y ponga en práctica la parte que le corresponde en la construcción de un mundo mejor, roguemos al Señor.

Por nuestro país y sus habitantes, para que este Adviento sea tiempo de gracia, de paz y de arrepentimiento, roguemos al Señor.

Por los enfermos y ancianos, especialmente los de nuestras familias y los de la parroquia, para que su enfermedad sea oportunidad para crecer en la fe, esperanza y amor de Dios, roguemos al Señor.

Por  todos los jóvenes de nuestra comunidad y parroquia, para que descubran cuál es la voluntad de Dios en sus vidas, roguemos al Señor.

Por nosotros aquí reunidos en esta celebración eucarística, para que vivamos nuestro cristianismo con alegría, no sólo en nuestro corazón sino también en nuestros hogares y comunidad, roguemos al Señor.

 

 

Exhortación final

(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 423)

 

Hoy, Señor, te bendecimos con María, la Madre de Jesús,

Porque colmas el gozo de los pobres y humildes con tu venida.

Pero reconocemos que nuestra fe es pequeña e inmadura:

No sabemos creer con firmeza, estabilidad y equilibrio,

Pues no aguantamos la adversidad ni te alabamos en la bonanza.

Para un fiel seguimiento de Cristo, concédenos, Señor,

Asimilar el ejemplo de María de Nazaret, la mujer creyente,

La primera cristiana, la que creyó en ti en todo tiempo,

Para que, caminando firmes en la peregrinación de la fe,

Seamos capaces de repetir con Cristo y con María:

Padre, hágase siempre tu voluntad en nuestra vida.

 

Amén.

 

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4to Domingo de Adviento, ciclo “C”

Enlace permanente 22 de Diciembre, 2012, 7:48

EN CAMINO

23 de diciembre de 2012, 4to Domingo de Adviento, ciclo “C”.

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

María, modelo

 

-       Primera lectura: Mq 5,1-4ª: Con él vendrá la paz.

-       Salmo Responsorial: 79,2-3.15-16.18-19: ven a visitar tu viña.

-       Segunda lectura: Heb 10,5-10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

-       Evangelio: Lc 1,39-45: Bendita eres entre las mujeres…

 

En nuestro mundo contemporáneo, muchas mujeres han salido del encerramiento y el anonimato en el que las tenía la sociedad androcéntrica (centrada en el varón), que poco a poco vamos superando. Hoy vemos mujeres participando activamente en la política, en la economía, en la educación, etc. Hoy hay mayor conciencia de la responsabilidad que tenemos todos los seres humanos, varones y mujeres, en la construcción de una humanidad nueva y mejor.

Hace unos años, cuando pasaba por la ciudad de Mocoa[1], fui testigo de una marcha de mujeres que protestaban contra las políticas de guerra impuestas por el gobierno central. Se habían reunido varios movimientos de mujeres para analizar la situación de sus regiones y para buscar salidas a la crisis. Sus gritos suenan hoy en mis oídos: “no queremos parir más hijos para la guerra… rechazamos las fumigaciones que deterioran la salud, la vida y acaban con el medio ambiente. Ni un peso más para la guerra, queremos escuelas... Rechazamos todo tipo de violencia, venga de donde venga… ”

He visto muchas de estas mujeres. Sobre todo en la periferia de los campos y en los asentamientos urbanos. Protestan, gritan y hacen oír su voz. Sueñan, se esfuerzan, trabajan unidas, y son capaces de convertir la trágica historia en una historia de salvación. Dan verdaderos signos de entrega generosa e inyectan la fuerza liberadora y transformadora del amor femenino. A pesar del patriarcalismo de la Biblia, en sus páginas también hallamos el testimonio de mujeres, como Rut, Agar, Judit, Esther, Ana, y por supuesto: el de María de Nazaret, cuyo testimonio encontramos en el evangelio de hoy.

Lucas nos presenta a dos mujeres cuyos vientres gestaron vidas que, así como ellas, fueron ofrecidas para la salvación de la humanidad. Desde el lejano y desconocido Nazareth una mujer se negó a quedarse en su casa convertida en esclava, para realizar los oficios que los varones no hacían y para satisfacerlos en todas sus apetencias.

María, la esposa del justo José, se declaró la sierva del Señor, más no la sierva de su esposo, como era usual en la época en la cual se consideraba a la mujer como una posesión más del marido. Se encaminó hacia las montañas, que simbolizan el lugar del encuentro con Dios. Allí se encontró con el Dios vivo, representado en la humanidad necesitada de Isabel, quien, ya en la vejez y en su vientre estéril, gestaba la vida del Bautista, pues para Dios no hay nada imposible.

María, portadora del Verbo encarnado y del Espíritu Santo, entró en la casa de Zacarías. Su presencia, sus palabras, su sencilla humanidad, hicieron que Isabel se llenara del Espíritu y que su criatura saltara de gozo. Lo que busca la fe cristiana no es precisamente, hacer que los seres humanos convirtamos nuestra vida terrenal en un infierno, para después gozar de un cielo supraterrenal. Nos acercamos al Dios no tanto mortificando nuestro cuerpo y convirtiéndolo en una cosa despreciable para parecernos más a Jesús crucificado, sino generando entre nosotros relaciones de amistad, justicia y fraternidad. Nos acercamos al Dios de Jesús cuando servimos a los demás y trabajamos unidos; cuando sonreímos, disfrutamos la vida y saltamos de gozo.

Ben-decir es, decir bien. Toda la vida de María habló bien de Dios porque transparentó su amor y su misericordia. El gozo de Isabel por la presencia de María, la impulsó a decir una frase valiosísima: “¡Bendita eres entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” Jesús y María hablaron bien de Dios porque durante toda su vida se comprometieron con Él y cumplieron a cabalidad su obra salvadora.

Con esto podemos entender mejor la segunda lectura, cuando nos dice que a Dios no le agradan los holocaustos ni los sacrificios expiatorios, sino que acepta como ofrenda única y definitiva la del cuerpo de Jesucristo. El cuerpo de Cristo como ofrenda única y definitiva no equivale a su sangre derramada y a su ignominiosa muerte en la cruz, supuestamente para calmar la ira de un dios justiciero. Es la entrega de Jesús como persona; su cuerpo y su sangre, es decir: todo su ser al plan de Dios para el ser humano. La voluntad salvífica de Dios no fue la muerte de su hijo, sino hacerlo partícipe de nuestra naturaleza humana con un amor grande capaz de transformarlo todo. A Dios se le agrada no tanto con el ofrecimiento de sacrificios externos que para nada nos compromete como personas, sino entrando en comunión con el Padre, con nosotros mismos, con  el mundo y con los demás seres humanos, como lo hizo Jesús.

El evangelio cierra con una bienaventuranza: ¡Bienaventurada eres tú, que creíste que se cumpliría lo que el Señor te anunció!”. Las bienaventuranzas constituyen el mensaje central del nuevo testamento y sintetizan el plan de Dios para el ser humano: una humanidad plena y feliz. Después de esto no viene nada más. Todos los dogmas de los padres de la iglesia sobre María se quedan pequeños ante las palabras de la “estéril” anciana que resaltó lo verdaderamente importante de aquella mujer sencilla de Nazareth.

María es la mujer Bienaventurada porque le creyó a Dios, y porque Dios creyó en ella para encomendarle una obra del tal magnitud que ella realizó a plenitud. La fe de María no fue una fe ciega de levitaciones y beatitudes celestiales que rayan con la tontería. La oración y la fe de María no tienen nada que ver con aquellos cuadros que representan a María como una mujer embobada, envuelta en un nirvana celeste y alejada de todo lo terreno.

La fe de María es la fuerza interior, el impulso vital para ponerse en camino hacia el prójimo necesitado, aún arriesgando la seguridad personal. Es el impulso vital para realizar la obra de Dios, para cambiar la historia de una forma sencilla, muchas veces silenciosa, pero siempre con decisión, entrega y amor puro, puestos al servicio de los necesitados. Por eso ella es la mujer feliz por excelencia; un modelo de mujer y de discípula para las mujeres y para toda la humanidad.

¡Ya se acerca el niño! “¡Despierta, despierta, levántate, Sión! Vístete de fiesta Jerusalén, ciudad santa… ¡Sacúdete el polvo! ¡Levántate, Jerusalén, tú que estabas cautiva, y desata las ligaduras de tu cuello, Hija de Sión!” (Is 52,1ª.2) ¡Ya se acerca el niño!, el fruto del vientre de una mujer aldeana que fue capaz de ponerse en camino para seguir la voz de Dios y para ir al encuentro del prójimo. ¡Ya se acerca el niño!, tejido del vientre puro de una mujer pobre y buena, que le creyó a Dios y se entregó con alma, vida y corazón a su obra salvadora. ¡Ya se acerca el niño!. Lo encontraremos en la medida en que, como María, nos pongamos en camino hacia los más débiles. Lo encontraremos especialmente en el rostro de aquellos que hoy, como le pasó al niño Jesús, no tienen espacio en el mesón. Lo encontramos en aquellos que sobran, que estorban, que ensucian las calles con sus ropas raídas, que no caben en nuestros colegios, en nuestras universidades y en nuestras reuniones sociales o religiosas. ¡Ya se acerca el niño!

 

Oración

Padre y Madre Dios, te bendecimos y te damos gracias por este tiempo de Adviento y Natividad, por todo el ambiente de alegría y de gozo, de reflexión y de encuentro, en el que experimentamos tu presencia salvadora en medio de nosotros. Gracias por el hermoso testimonio de María, la mujer bienaventurada. Gracias por su grandeza humana manifestada en su humilde servicio, en su recia decisión de ponerse en camino para acompañar generosamente a su pariente necesitada; en su palabra, en su silencio, en toda su vida.

Te pedimos, Padre y Madre Dios, amor creador y recreador de todas las cosas, que multipliquemos en nuestras familias y comunidades las bellas actitudes de María. Que seamos capaces de salir de nuestro ego para ir al encuentro del prójimo y servirle con amor generoso. Que creamos un ambiente de amistad y un espíritu de armonía. Que Navidad sea símbolo, no tanto de estrenos, gastos y endeudamiento innecesarios, sino de verdadera alegría, de gozo espiritual y de crecimiento como seres humanos.

Que vivamos esta fiesta con un corazón de niño. Que la memoria de Jesús niño haga brotar en nosotros todos los buenos sentimientos de los niños, toda la alegría y la confianza puesta en Ti. Que seamos capaces de vencer el odio, el resentimiento, el miedo y todo lo que amenaza nuestra vida. Que seamos, como María, portadores del Espíritu Santo, generadores de vida, de alegría y de esperanza. Que seamos, como María, hombres y mujeres de una fe auténtica, en palabras y obras. Que seamos, como nuestra Bienaventurada Madre María, hombres y mujeres bienaventurados, portadores generosos de tu gracia, sembradores de vida y comunicadores de felicidad. Nosotros los seguidores de tu Hijo, te presentamos todo esto y lo que está en el fondo de nuestros corazones, por Él que vive y ama por los siglos de los siglos. Amén.

 

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[1] Mocoa es una pequeña ciudad capital del Putumayo, uno de los departamentos más azotados por la violencia en Colombia. La concentración de la que fui testigo, se llevó a cabo en la plaza central de Mocoa el 26 de noviembre de 2003; en ella participaron más de 3.000 mujeres de organizaciones comunitarias. 

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Moniciones: III Domingo de Adviento. Ciclo C

Enlace permanente 12 de Diciembre, 2012, 23:06

Moniciones para a Misa

Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.

 

Tiempo de Adviento

 

III Domingo – Ciclo C

“Uma conversión que debe notarse”

16 de diciembre del 2012

Monición de entrada

 

Buenas noches, días (tardes) hermanos en Cristo. El mundo va en busca de la alegría, pero no todos la alcanzan de igual manera. A muchas personas les resulta muy difícil creer que el cristianismo es fuente de alegría. La liturgia de hoy nos exhorta a estar alegres. Porque el Señor está cerca. Ya viene. Expresemos nuestra alegría cristiana celebrando con júbilo ésta eucaristía. De pie, por favor, para recibir a los ministros cantando con esperanza y alegría.

Primera lectura: Sof. 3, 14-18ª (el Señor se alegrará en ti)

El canto jubiloso del profeta Sofonías, anuncia la restauración de Jerusalén. El profeta ve a Jerusalén libre de su condenación. Escuchemos.

Segunda lectura: Fil.4, 4-7 (Estén siempre alegres en el Señor; Él está cerca)

La exhortación de San Pablo a los filipenses, nos permite continuar celebrando una liturgia alegre. El cristiano vive la alegría de un mundo nuevo. La certeza de la venida del Señor debe quitarnos toda inquietud. Presten atención.

Tercera lectura: Lc. 3.10 -18 (¿Qué hemos de hacer?)

San Lucas, nos trasmite las normas de conducta que San Juan Bautista presentaba para recibir la inmensa alegría del perdón y las promesas mesiánicas. Para encontrarse con Jesús no hace falta huir del trabajo, ni de la vida diaria. La alegría cristiana consiste en compartir con el prójimo lo que hemos recibido de Dios. De Pie por favor, para escuchar la Buena Nueva, pero antes entonemos el Aleluya.

Oración Universal

Por nuestra Santa Madre Iglesia, para que siempre manifestemos la alegría de los hijos de Dios, Roguemos al Señor.

Por los que gobiernan las naciones, para que cada uno sepa descubrir y ponga en práctica la parte que le corresponde en la construcción de un mundo mejor, Roguemos al Señor.

Por nuestro pueblo y sus habitantes, para que este Adviento sea tiempo de gracia, de paz y de tranquilidad, Roguemos al Señor.

Por los enfermos y ancianos, especialmente los de nuestras familias y los de la parroquia, para que su enfermedad sea oportunidad para crecer en la fe, esperanza y amor de Dios, Roguemos al Señor.

Por  un aumento en las vocaciones en la vida sacerdotal y religiosa, Roguemos al Señor.

Por nosotros aquí reunidos en esta celebración eucarística, para que vivamos nuestro cristianismo con alegría, no sólo en nuestro corazón, sino también en nuestros hogares y comunidad, Roguemos al Señor. 

 

 

Exhortación final

(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 420)

 

Hoy, Señor te bendecimos a boca llena al canto gozoso

De nuestros corazones convertidos a tu amor y tu justicia.

Éramos tierra yerma y erial calcinado por el egoísmo,

Pero tú eres capaz de hacer florecer el desierto.

Una aurora de paz despierta la raya de nuestro horizonte,

Y la alegría es nuestro lote den la heredad del Señor.

 

Enséñanos a vivir en tu presencia y alabarte siempre

Con el corazón alegre por tu amorosa gratuidad de Padre,

Porque todo es presencia y gracia, ternura y cariño tuyo.

Conviértenos, Señor, a la alegría, el amor y la justicia;

Y regenerados por ti, mantennos en la fidelidad.

 

Amén.

 

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En camino: III Domingo de ADVIENTO Ciclo C

Enlace permanente 12 de Diciembre, 2012, 22:51

EN CAMINO

16 de diciembre de 2012, 3er Domingo de Adviento, ciclo “C”.

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

El ministerio de Sofonías - La pregunta moral

 

-       Primera lectura: Sof 3,14-18ª: Contigo él goza y es feliz.

-       Salmo Responsorial: Is 12,2-6: El Señor es mi fuerza y salvación.

-       Segunda lectura: Flp 4,4-7: Hay que estar alegres en el Señor.

-       Evangelio: Lc 3,10-18: Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego.

 

Sofonías: Al parecer Sofonías fue contemporáneo de Jeremías y de Nahúm. Es posible que el nombre de Sofonías (que significa Yahvé ha ocultado) se deba a la época en la cual le tocó vivir, llena de situaciones difíciles, como las atrocidades perpetradas por Manasés, quien hizo derramar mucha sangre. (2 Re 21.16).

Después de la muerte del rey Ezequías (715-687 a.C.), el estado religioso del reino de Judá se deterioró. La religión se convirtió en algo meramente ritual y externo; se dedicaban a repetir tradiciones y a realizar ritos vacíos. Manasés, hijo de Ezequías, reedificó los altares del dios Baal y con esto resurgió el culto a otros dioses, calificado por los profetas como un culto idolátrico. Para los profetas esto equivalía al rechazo a la alianza.

Las profecías de Sofonías denuncian la idolatría que veía en Jerusalén. Su mensaje tiene un tono melancólico y amenazante. Declaró que el juicio de Dios, o la hora de Yahvé como él la llama, sería inminente. Pero en medio de las amenazas por “el día de Yahvé”, el profeta también anunció un tiempo de gracia y de salvación. Dijo que Dios hacía pasar a su pueblo por los fuegos de la aflicción, con el fin de prepararlos para que fueran una bendición para toda la humanidad. En el fragmento que hoy leemos invita a cantar con júbilo, pues la misericordia de Dios hace posible el perdón y su mano generosa los salva de las calamidades. Por tal motivo no debe existir el miedo, que es signo de la falta de fe.

La presencia indulgente de Dios debe ser un aliciente para vencer el desaliento y para continuar con los proyectos como pueblo:Aquel día se dirá a Jerusalén: Sión, no tengas miedo, no te dejes vencer del desaliento. El Señor tu Dios está en medio de ti; él es invencible, él te salvará. Contigo él goza y es feliz, y de nuevo te hará sentir cómo te ama; y contigo compartirá la alegría de los días de fiesta.”

También Pablo, en su carta a los filipenses, invitó a sus hermanos a cambiar la actitud ante los acontecimientos humanos. A no dejarse agobiar por las penas y a elevar peticiones y acciones de gracias al Señor. A tratar a todo el mundo con amabilidad y a vivir siempre alegres porque el Señor está cerca. Cuando asumimos nuestra vida con la certeza de que el Señor está cerca y nos da la mano caminamos más seguros, y viviremos más tranquilos y en paz.

 

La pregunta moral: Con la lacerante predicación del Bautista, el pueblo reflexionaba sobre su propia situación personal y comunitaria. Descubría que algo andaba mal y que, de una u otra manera, todos tenían responsabilidad y por lo tanto todos debían hacer algo para transformar esa realidad. De ahí la pregunta: “¿qué debemos hacer nosotros?”  Eso es lo que se llama la pregunta moral: “¿Qué es lo bueno y qué debo hacer? La pregunta moral busca que el individuo se comprometa con su propia historia personal y comunitaria. Que aprenda a captar dónde están la bondad y la maldad de las cosas y que opte por el bien.

Podemos aprovechar este texto de Lucas para hacernos también nosotros la pregunta moral. Después de un análisis real y concienzudo que nos ayude a identificar nuestra realidad interna y externa, nuestro mundo interior y exterior, podemos preguntarnos: ¿Qué debemos hacer? Vivimos en un ambiente familiar, social, eclesial, estudiantil o laboral. Estamos rodeados de familiares, amigos, vecinos y compañeros, así como de ideologías que nos venden unos pseudo valores de moda, caminos y propuestas tentadoras.

Nos encontramos a cada momento con la necesidad de decidir entre un camino u otro, entre la acción o la omisión. Es necesario formar una conciencia coherente con la realidad, recta y capaz de descubrir la bondad o la maldad de las cosas, para optar por el bien y dejar el mal. De tal manera que, ante tantas propuestas de nuestro mundo, podamos “escoger la mejor de las posibilidades y realizarla”, como dijo Aristóteles.

Para nosotros el punto de referencia es Dios, Padre y Madre de misericordia. Nuestra moral está orientada fundamentalmente por el amor de Dios dador de vida y de dignidad para sus hijos. Como hijos de Dios, conducidos por su gracia, inspirados por su Espíritu, tenemos que ser personas con calidad ética. Porque “el ser”, “el pensar” y “el creer” nos deben conducir “al hacer”. Es decir, que la fe debe traducirse en obras concretas de justicia y fraternidad.

La invitación es para todos: “No hay pobre que no pueda dar, ni rico que no pueda recibir”. Y como dijo San Francisco: “dando es como recibimos; perdonando es como somos perdonados; y muriendo es como nacemos a la vida entera.”

El Bautista invitó a todos a compartir, inclusive a los más pobres: “el que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene, el que tenga alimentos que haga otro tanto”. La verdadera vivencia del Adviento y la Navidad no está tanto en estrenar, como en compartir y hacer brotar de nosotros sentimientos de misericordia. Ese es el verdadero culto a Dios.

Ante la pregunta moral el Bautista no respondió con discursos o reflexiones piadosas. Fue al grano. A los recaudadores le dijo: “No exijan más de lo que está mandado.” A los soldados le dijo: “No exijan dinero por la fuerza ni hagan denuncias falsas; conténtense con su sueldo.” Y les dijo eso porque, entre otras cosas, caían en esas actitudes con las cuales hacían mucho daño a la gente.

Adviento y Navidad tienen que representar para nosotros un espacio de reflexión para evaluar nuestra vida. Este tiempo es una oportunidad para pensar y descubrir qué elementos necesitamos cambiar; todas aquellas actitudes injustas con el prójimo o con nosotros mismos. ¿Qué nos diría hoy el Bautista?, ¿Qué debemos hacer como padres de familia, como hijos, como trabajadores, como empresarios, como miembros de una iglesia o de la sociedad?

Ante la situación de nuestro mundo, la gran mayoría quiere cambios y pide por la paz mundial. Pero ¿estamos dispuestos a cambiar nosotros y a trabajar para lograrlo? Mi familia, mi comunidad, mi ciudad, mi país, cambiarán con el aporte de todos. Nada ganamos con echarle la culpa a los demás por las duras situaciones: “¡Que la iglesia está en crisis por culpa de los curas!”, “¡Que la sociedad está mal por culpa de los políticos! ¿Se me olvida que yo también soy iglesia? ¿Se me olvida que yo también soy ciudadano y que, por acción o por omisión, elijo los líderes, y que tengo responsabilidad social?

Para finalizar digamos que en este domingo hay una especial invitación a la alegría. La primera y la segunda lectura invitan a cantar, a bailar, a saltar de gozo y a estar siempre alegres por la acción de Dios. En la literatura bíblica la alegría es consecuencia de la acción de Dios en el pueblo y el cumplimiento de sus promesas. Aunque en nuestra vida pasemos momentos duros no podemos perder la ilusión y la alegría de vivir. La fe en Dios tiene que expresarse también en nuestra capacidad para superar los conflictos, y para estar siempre alegres. Decía Teresa de Ávila: “un santo triste es un triste santo”.

 

Oración

Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, te damos gracias por todas las bendiciones que cada día recibimos de Ti. Gracias por este tiempo de Adviento para reflexionar y para tomar decisiones que nos ayuden a ser mejores seres humanos.

Ayúdanos a vencer el miedo y a enfrentar nuestra vida con alegría y esperanza porque Tú estás cerca de nosotros. Tú siempre nos escuchas y nos das la mano para vencer todos los obstáculos en nuestra búsqueda de felicidad y plenitud. Ayúdanos a vencer sin dejar vencidos a nuestro paso, a ganar sin dejar perdedores a la deriva, a cantar victoria sin que otros tengan que llorar por su fracaso. Danos la sabiduría para generar soluciones integrales e integradoras a tantos retos que este mundo nos presenta; soluciones eficientes, eficaces, y de carácter comunitario y equitativo.

Ayúdanos a descubrir nuestro ser y quehacer en la historia. A vivir de manera coherente con nuestro ser de hijos tuyos y seguidores de tu Hijo Jesús. Que la gracia de tu Espíritu inunde nuestros corazones de alegría y que manifestemos tu presencia viva y eficaz a nuestro alrededor. Danos un corazón fuerte y decidido para luchar; limpio y grande para amar; amable y generoso para dar. Ayúdanos a actuar de manera correcta moral y éticamente. A vivir la justicia, la equidad, la fraternidad y la solidaridad.

En tus manos vencemos el miedo, nos sentimos hijos, libres y seguros, porque en tus manos somos conducidos irreversiblemente a la plenitud de la felicidad y a la alegría completa. Todo esto te lo pedimos unidos a Jesús Hijo tuyo y hermano nuestro, que vive y hace vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

 

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Moniciones: II Domingo de Adviento. Ciclo C

Enlace permanente 6 de Diciembre, 2012, 17:58

Moniciones para a Misa

Por Domingo Vásquez Morales, C.Ss.R.

 

Tiempo de Adviento

 

II Domingo – Ciclo C

“Conversión a los valores del reino de Dios”

9 de diciembre del 2012

Monición de entrada

 

Buenas noches, días (tardes) hermanos en Cristo. La Iglesia, en la liturgia de este segundo domingo de Adviento, nos invita a continuar nuestra preparación para la venida del Señor. En la vida diaria encontramos obstáculos que nos impiden caminar hacia el Padre. San Juan Bautista nos invita a la conversión para recibir así la salvación que nos trae nuestro Señor Jesucristo. De pie, por favor, para recibir la procesión con esperanza y alegría mientras entonamos el cántico de entrada.

Primera lectura: Baruc 5, 1-9 (Dios mostrará su esplendor sobre ti)

Israel ha sido deportado a Babilonia y allí el pueblo se consume en la aflicción del destierro. El profeta Baruc dirige su mensaje a los desterrados para darles fuerza y ánimo con las promesas mesiánicas. Escuchemos.

Segunda lectura: Fil 1, 4-6. 8-11 (Manténgase irreprochables para el día de Cristo)

Como los cautivos en la primera lectura, nosotros también somos peregrinos caminando hacia Dios. San Pablo, a través de la carta a los filipenses, nos exhorta a crecer en amor fraterno a fin de que estemos más preparados para la venida de Cristo. Escuchemos.

Tercera lectura: Lc. 3, 1-6 (Todos verán la salvación de Dios)

En el segundo y tercer domingo de adviento, oiremos al predicador del desierto, Juan Bautista. Él proclama el arrepentimiento y cambio de vida como preparación para la venida de Cristo. De Pie por favor.

Oración Universal

  1. Por el Papa N, los obispos, sacerdotes y diáconos; para que a ejemplo de Juan Bautista, prediquen el perdón de los pecados y la reconciliación de los hombres con Dios, Roguemos al Señor.
  2. Por toda la iglesia; para que sea signo luminoso del advenimiento de Cristo al mundo, Roguemos al Señor.
  3. Por todos los cristianos; para que hagamos un esfuerzo grande en la preparación espiritual durante este adviento, Roguemos al Señor.

4.                 Por  los enfermos, los marginados, los ancianos y los necesitados; para que en su lento caminar encuentren en nosotros la ayuda necesaria para llegar hasta Dios, Roguemos al Señor.

5.                 Por nosotros; para que nos ayudemos mutuamente a preparar el camino para la venida del Mesías, Roguemos al Señor.

 

 

Exhortación final

(Tomado de B. Caballero: La Palabra Cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 417)

 

Peregrinos en el desierto de la vida, te bendecimos,

Dios de la liberación, con todas las fuerzas que nos quedan,

porque tu aurora despunta en la raya de nuestro horizonte.

Líbranos, Señor, de estancarnos en el engañoso oasis del pasado,

y haz que caminemos hacia el futuro con pleno realismo,

discerniendo el azaroso presente y los valores de tu reino,

porque tan estéril resulta un ciego conservadurismo a ultranza

Como hacer, por sistema tabla rasa de todo el pasado.

Manténnos firmes, Señor, en la tentación y el equilibrio

de una esperanza inquieta y de un amor joven y activo,

para convertir nuestro corazón a los valores de tu reino.

 

Amén.

 

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En camino: III Domingo de ADVIENTO Ciclo C

Enlace permanente 6 de Diciembre, 2012, 17:53

EN CAMINO

9 de diciembre de 2009, 2do Domingo de Adviento, ciclo “C”

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

La salvación de Dios

 

-       Primera lectura: Bar 5,1-9: Dios mostrará a toda la tierra tu esplendor.

-       Salmo Responsorial: 125, 1-6: Él ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

-       Segunda lectura: Flp 1,4-6.8-11: El que empezó la obra, la llevará a feliz término.

-       Evangelio: Lc 3,1-6: ¡Preparen el camino del Señor!

 

Baruc es un antiguo libro deuterocanónico[1] escrito probablemente por judíos que vivían en Alejandría entre los siglos II y I a.C. Para su elaboración  se valieron de algunos manuscritos hebreos originales. El libro hace referencia simbólica a los judíos exiliados en Babilonia y a Baruc, amigo y secretario del profeta Jeremías, a quien se atribuye su autoría.

El fragmento que leemos hoy es un bello poema que canta con júbilo la hora en la que Dios va a salvar a su pueblo y a transformar totalmente su historia, de tal manera que todos puedan ser testigos de su obra. Jerusalén es presentada como una Madre que viste de luto por sus hijos deportados. Realidad que cambia cuando Dios mete su mano y hace que sus hijos vuelvan libres y llenos de gloria.

En la tradición bíblica se ponían nombres no porque les pareciera sonoro o por hacer honor a algún personaje farandulero, como suelen hacerlo hoy algunos padres despistados; lo hacían teniendo en cuenta una ocasión, un acontecimiento o una circunstancia. Para manifestar la esperanza en transformación de una realidad, o para darle identidad y misión a una persona o grupo social. Por eso Noemí, que significa bien amada de Dios, se cambió el nombre cuando había perdido la esperanza y veía que todo era amargura: entonces se llamó Mara que significa amargada (Rut 1,20-21). Isaac recibió su nombre como consecuencia de la risa de sus padres (Gn. 17.17; 18.12; 21.3–7). Samuel, como consecuencia de las oraciones de su madre (1 S. 1.20)… Hay muchísimos ejemplos.

Baruc (que significa bendito) dice que Dios le va a cambiar de nombre a esa madre enlutada y la llamará: “Paz en la justicia y gloria en la piedad.” Cambiar el nombre es cambiar la historia, es hacer posible una transformación integral de toda una situación vivida por una persona o por un pueblo. Por eso, el profeta invita a despojarse del luto y a vestirse de gala porque la gloria está cerca.

Vale la pena también pensar en muchos nombres que se le ponen a lugares, barrios, calles y que denotan una realidad, pero también un destino trágico. Nombres como: “Me quejo”, “El dolor”, “El muerto”, “El llanto”, etc., sobrenombres a personas como: “Mala suerte”, “El cojo” “El tuerto”, “El mocho”, etc. Las palabras no se las lleva el viento, van haciendo su obra devastadora o constructora en la vida de las personas, en el desarrollo de la historia. Esos ambientes dañinos hay que evitarlos y si ya estamos dentro de ellos hay que salir, como hizo Jesús con el sordo tartamudo que lo apartó de la gente para obrar en él y cambiar su historia (Mc 7,31-37).

El evangelio de hoy empieza como suelen empezar los libros proféticos: con una ubicación socio – histórica. Se trata de una época dominada por el sanguinario imperio romano, con el emperador Tiberio a la cabeza y Poncio Pilato como gobernador de Judea. Contaban con la complicidad (pragmatismo dirían hoy para distraer la atención) de los tres hijos de Herodes: los reyezuelos Antipas, Filipo y Lisanias, arrodillados ante Roma y con el cuchillo en el cuello de los pobres. ¡Y claro! No podía faltar lo religioso vendido al poder, como elemento ideológico justificador. Allí estaban Anás y Caifás como sumos sacerdotes; alta dignidad que vendía Roma al mejor postor y a quien más colaborara para sus intereses imperiales. Como ha sucedido muchas veces, la religión estaba en manos de inescrupulosos que traficaban con lo sagrado y jugaban con la dignidad de todo un pueblo. ¿Dónde estaba Dios?

Juan, por ser hijo del sacerdote Zacarías, por ley debía ser sacerdote y trabajar en el templo de Jerusalén. Se suponía que los sacerdotes eran quienes vivían más cerca de Dios, ya que trabajaban en el templo. Pero Zacarías, en cambio, no creyó cuando el ángel del Señor le anunció que iba  a tener un hijo a pesar de su ancianidad y de la esterilidad de su esposa Isabel. Por no creer quedó mudo. Así como Zacarías estaban los sacerdotes del templo de Jerusalén: mudos. No podían hablar con libertad; su alta dignidad y su pertenencia a una clase privilegiada los obligaba a mantenerse al margen de toda la problemática real del pueblo, para evitar que los romanos se metieran con ellos y destruyeran su negocio: el templo.

Juan renunció al privilegio de ser sacerdote del templo de Jerusalén; lo cual había significado la posibilidad de llevar una vida tranquila y con una economía medianamente estable. ¡Pero eso sí!, tenía que mantener “el pico” cerrado.

Se trata, sin lugar a dudas, de una opción radical motivado por el Espíritu. Nuestro amigo Juan no aceptó vivir con “el pico” cerrado y se fue para el desierto. Y fue precisamente allí, en el desierto, donde Dios se le manifestó. No fue en el templo de Jerusalén. En el templo no creían en él, estaban muy ocupados en sus negocios para escucharlo. Aplicaban el muy famoso adagio que dice: “entre Dios y el dinero, el segundo va primero”.

En medio de esa humillación y del abandono que padecía el pueblo, Dios se hizo presente y tomó parte en su historia para transformarla y convertirla en historia de salvación. Dice el texto: “Dirigió Dios su palabra a Juan hijo de Zacarías, en el desierto.” 

Baruc y Juan eran profetas del desierto. Es decir, profetas que hablaban desde la crisis que generaba un orden “perfecto”. Una estructura de poder que empobrecía a mucha gente, y la condena a sobrevivir en la miseria para satisfacer la insaciable sed de lucro, poder, placer y lujos de los ciudadanos romanos y sus más cercanos colaboradores en las diferentes colonias.

El pueblo vivía humillado, de luto, “adolorido de tanto sufrir”, como dice la canción. En medio de esa crisis, una voz gritó en el desierto: la voz de Dios que nunca abandona a sus hijos. Esa voz hace una promesa: la salvación; y una propuesta: la conversión.

Según lo anuncia Juan Bautista, la salvación es universal y gratuita. Pero es necesario generar una dinámica de reflexión y conversión, para permitir que llegue. La invitación de Baruc y la del Bautista, quien se vale de Isaías (Is 40,3ss), son similares: ¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas! Toda hondonada debe rellenarse, todo cerro y colina rebajarse. Que lo torcido se enderece, que se allanen los senderos escabrosos. Y verán todos los mortales la salvación que trae Dios.”

En este adviento vale la pena preguntarnos qué opciones debemos tener como Iglesia. Qué cerros debemos rebajar, qué caminos enderezar y qué hondonadas rellenar. Tal vez tengamos orgullo, prepotencia, inconsciencia, complejos, en fin… tantas limitaciones humanas para transformar. Tanto desequilibrio que genera muerte, tanta injusticia personal y estructural, tantas y tan escandalosas desigualdades en nuestra sociedad. ¿Cuál podría ser nuestra misión profética?

Estamos urgidos de conversión hacia valores distintos a los propuestos por el imperio. Estamos urgidos de relaciones sociales e interpersonales dignas y justas. Ayer dominaron Tiberio y Pilato, Antipas, Filipo y Lisanias, Anás y Caifás. Hoy el puesto lo tienen otros.

Ayer el Bautista recorrió toda la región que está a lado y lado del Jordán despertando la conciencia de la gente. Hoy necesitamos profetas, y el turno es para nosotros. Como Iglesia tenemos que convertirnos en la voz que clama en el desierto. Si la Iglesia se limita a celebrar misas y a excomulgar a quienes piensan distinto; si no sale de los templos y se va al desierto donde el pueblo sufre y clama justicia, se parecerá cada vez más a Anás y a Caifás, o al mudo Zacarías.

Ante tanta corrupción, muerte e injusticias que padece nuestro mundo, mucha gente pregunta: ¿dónde está Dios? Pero la pregunta podría ser: ¿dónde están sus representantes? ¿Dónde están los discípulos de Jesús? ¿Qué estamos haciendo nosotros? Para no ir tan lejos, ¿cómo vivimos con los miembros de nuestra familia? ¿Qué hijos estoy ofreciendo a la sociedad? ¿Cómo son mis relaciones con los vecinos, con los miembros de mi comunidad, con los compañeros de trabajo, con mi prójimo? ¿Estoy atento a servir con generosidad y a arriesgarme por defender la vida?

 

Oración

¡Oh Padre y Madre Dios! Te damos gracias por toda tu acción salvadora a favor nuestro. Tu Palabra, la historia del pueblo de Israel, el hermoso testimonio de Jesús y su encarnación en nuestra humanidad, así como nuestra propia historia personal y comunitaria nos demuestran que tu voluntad es la salvación para todos. Tú conduces nuestra vida hacia la realización plena de nuestra existencia. En medio de nuestros conflictos personales, familiares, comunitarios y del drama social que vive nuestro pueblo, Tú conduces nuestra vida hacia la plenitud del Reino.

Padre y Madre Dios, Amor infinito creador y recreador de la historia, Energía insondable que lo penetra todo y lo transforma todo, te presentamos nuestra vida personal, comunitaria y social. Tú conoces nuestros problemas. Tú sabes de los que, así como antaño, se convierten en los tiranos de hoy. De los Tiberios y los Pilatos, los Antipas, Filipos y Lisanias, de los Anás y los Caifás que pretenden dominar la historia y escribirla a su antojo.

No queremos ser simples espectadores y víctimas del tejemaneje de “los grandes personajes”. No queremos ser ciegos, sordos y mudos ante la situación de nuestro prójimo. No queremos ser cómplices de la miseria y el dolor. No queremos ser simples criticadores de todo lo que existe ni mediocres desperdiciadores de tus dones. Queremos ser profetas como lo fueron Baruc y Juan el Bautista. Ayúdanos a ejercer cada día nuestro profetismo en la denuncia develadora y el anuncio esperanzador, en la oposición a todo tipo de injusticia y en las propuestas y en la realización de proyectos alternativos que generen vida, justicia y felicidad para las personas.

Te entregamos nuestros anhelos de felicidad, de justicia integrativa y de alegría solidaria. Te entregamos nuestros proyectos personales, familiares, comunitarios, eclesiales y sociales. Tú conoces el fondo de nuestros corazones y penetras lo más profundo de nuestras conciencias. Purifica nuestros pensamientos, impulsos, sentimientos y todo lo que brota de nuestro interior. Fortalécenos y danos la capacidad necesaria para trabajar en tu Reino. Nos unimos a tu voluntad salvífica con la certeza de que siguiendo el camino de Jesús e impulsados por la acción de tu Espíritu, Tú, que has empezado en nosotros esta obra buena, nos conducirás a feliz término. Amén.

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Comunícate conmigo: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. 

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[1] Los libros deuterocanónicos fueron escritos por judíos fuera de Palestina, normalmente en lengua griega. No son aceptados por la tradición judía ni por las iglesias cristianas protestantes, quienes los consideran apócrifos. Las iglesias cristianas de tradición ortodoxa y católica los tenemos dentro del canon oficial.

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