Camino de FE: comentando la Palabra
Por Neptalí Díaz Villán CSsR.
Tiempo de ADVIENTO-Ciclo A
IV Domingo
Una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo
El espíritu profético y profundamente comprometido de Isaías le permitió conocer la dura situación del pueblo. Como empleado del palacio conoció los pormenores del rey Acaz y su cohorte, y se decepcionó especialmente con sus derroches (que contrastaban con la cruda realidad de la gente), así como con sus alianzas con los vecinos para defenderse de las amenazas del Reino del norte.
Recordemos que para ésta época Israel estaba dividido en el Reino del Norte y el Reino del Sur. Corría aproximadamente el año 736 a.C., cuando los pueblos de Aram y el de Israel (Reino del Norte, con su capital Samaría), invadieron a Judea, o Reino del Sur cuya capital era Jerusalén. Rasín, rey de Aram y Pecaj, el hijo de Romelía (llamado también Efraím – 7,9), rey de Israel, pretendían obligar a Acaz, rey de Judea, a enfrentar la amenaza Asiria, la nación más poderosa que sometía en ese momento a todos los pueblos del Medio Oriente. Acaz no quiso unirse a Rasín y Pecaj, sino que por el contrario, llamó a los Asirios para enfrentar esa situación. En todo esto Acaz no tuvo en cuenta a Dios que se había comprometido con el pueblo y sus líderes, con la condición de que buscaran la justicia y el derecho. El rey debía confiar en la alianza y en la protección de Yahvé, pero no lo hizo. Por eso Isaías le reclamó a Acaz su falta de compromiso con el pueblo y su falta de confianza en Dios.
En medio del miedo por la amenaza del Reino del Norte con sus aliados y también con los Asirios en quienes habían buscado protección, y que seguramente tarde o temprano pasarían la cuenta de cobro, el profeta anunció un pequeño oráculo: “Miren: una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo; y el nombre que le pondrá será Emmanuel”.
No podemos afirmar ingenuamente que Isaías estuviera pensando en María y en la encarnación del Verbo, cuando escribió este oráculo. Es posible que este oráculo se lo haya dedicado a su joven esposa en embarazo. Otros exegetas dicen que posiblemente se lo haya dedicado a alguna de las jóvenes esposas del rey Acaz. Bien sea que se lo haya dedicado a su esposa o a alguna de las esposas del Rey, el oráculo busca alimentar la esperanza del pueblo y animarlo a poner toda su confianza en Dios, que sigue siempre fiel a sus promesas. En medio de la inseguridad y del miedo por la guerra y sus estragos dolorosos, la solución a esos problemas se va gestando, como lo hace un niño en el vientre de su joven madre.
Con el tiempo se fue gestando en el pueblo la esperanza de un Mesías, descendiente de David, que asumiera sus destinos, hiciera justicia y lo liberara de todos sus enemigos. En general, las mujeres primerizas embarazadas guardaban la esperanza de que en su vientre se estuviera gestando el Mesías, y por eso se cuidaban con especial atención. María seguramente no fue la excepción.
El fragmento del Evangelio que leemos hoy, según la comunidad de Mateo, es una confesión de fe en Jesús el Cristo. El texto confiesa su experiencia con Jesús y anuncia que en Él se cumplen todas las esperanzas del pueblo a lo largo de los años. Que Él es el Emmanuel, el ungido del Señor, el Hijo del hombre (según lo anuncia el profeta Daniel). El evangelista se esfuerza por demostrarlo a lo largo de su escrito.
El Evangelio no presenta una verdad histórica sino una experiencia de fe, es decir, una verdad teológica. Históricamente Jesús fue engendrado, nació y creció en el más completo anonimato, como solía pasar con los pobres de Israel y como suele pasar con los pobres de nuestro tiempo. No hubo testigos oculares del hecho. Lo más real fue el acontecer histórico y mesiánico de Jesús. Los primeros discípulos y discípulas tuvieron la experiencia con el Jesús que vivió, caminó, comió, sufrió y lloró con ellos. Primero, vivieron la fascinante y desafiante experiencia de caminar con el hombre de Nazaret. Luego, sufrieron su aplastante derrota de la cruz y, finalmente, participaron de su gloria inmarcesible con la resurrección, experiencia con la cual confirmaron que ese hombre era el Mesías. Que en él se cumplían todas las promesas de los profetas y las esperanzas de la humanidad.
No podemos afirmar que históricamente Isaías haya anunciado el oráculo pensando en María y en Jesús. Pero sí podemos afirmar que el Evangelio de Mateo confiesa que ese hombre que hizo historia con sus amigos, ese mismo que mataron, que Dios resucitó y que sigue haciendo historia en Espíritu y verdad en sus comunidades, es el Emmanuel, el Dios con nosotros.
El tema de la concepción virginal es nuevo en la literatura bíblica. Todas las concepciones prodigiosas en el Primer Testamento son de mujeres estériles. ¿Por qué el de Jesús lo presentaron de esa manera? Los evangelistas siempre muestran que Jesús está por encima de todos los personajes del Primer Testamento. Es posible que la idea haya sido tomada de alguna de las tradiciones religiosas de Egipto o Grecia, en las cuales los dioses engendran doncellas[1]. Es posible que se haya puesto como una forma de manifestar la grandeza de de Jesús el Cristo. Muchos judíos pensaban que el origen del Mesías habría de ser muy extraordinario y ya antes de Jesús la traducción de la Biblia a lengua griega había reemplazado el término `doncella´, utilizado por Isaías, por el de ´virgen`, utilizado después por Mateo. Por eso Mateo y Lucas, los únicos evangelistas que presentan algo de la infancia de Jesús, aprovecharon todo ese material y presentaron a Jesús concebido virginalmente como una manifestación fehaciente de su mesianismo. Lo que haría posible dicha concepción fue la acción del Espíritu Santo, para decir que desde el principio Jesús vivió movido por el Espíritu y obró íntimamente unido a Dios, su Padre.
Aunque no es central, otra figura que resalta el Evangelio de hoy es la de José. Según el texto, María estaba desposada con él, pero aún no vivían juntos. La tradición judía daba un período que llamaban desposorio o compromiso matrimonial, período que podía durar de seis meses a un año. Tiempo prudente para que el esposo construyera su casa y acondicionara su campo o lugar de trabajo donde recibiría a su esposa. Durante ese tiempo la novia-esposa vivía en su casa paterna a órdenes de su padre hasta que pasara a órdenes de su esposo, quien sería su nuevo ´amo`. Esta promesa de matrimonio exigía completa fidelidad y cualquier acto de infidelidad debía ser castigado tal como lo determina la Ley de Moisés; en este caso la lapidación. En el caso de que la prometida saliera en embarazo de su prometido, la cosa se veía como algo muy normal.
El Evangelio dice que María resultó embarazada por obra del Espíritu Santo. Eso, sin duda, haría saltar las dudas en la mente de José, además de su tristeza y desolación. José era un hombre justo, dice Mateo. Si justicia fuera para el Evangelio solamente cumplir la Ley a cabalidad, José habría debido denunciarla para que María recibiera el castigo merecido. Porque a una pobre mujer de Nazaret no le iban a creer que su hijo era del Espíritu Santo. Pero no lo hizo, en cambio, decidió repudiarla en secreto para evitarle a María el castigo prescrito por la Ley. José se limitó a cumplir la Ley y a descargar su dolor y su rabia con la muerte de una mujer débil. José le dejó espacio a Dios para que con el tiempo le fuera indicando su ser y quehacer en ese momento de su historia. Dios se le manifestó y él supo escuchar su voz. Comprendió que Dios le daba una misión, la aceptó y la realizó con gozo. Puso a disposición de Dios su libertad y voluntad humana, supo descubrir el plan de Dios para su vida y para la humanidad, y dispuso toda su vida para que se hiciera realidad. El silencio y la aceptación de José son un testimonio de entrega total al proyecto salvador de Dios, sobre todo para nosotros hoy que con mucha frecuencia pretendemos darle lecciones a Dios e indicarle cómo debe actuar. María, con su silencio y su aceptación gozosa de los planes de Dios, nos sigue acompañando y animando en el camino de Jesús.
Ad portas de la Navidad, somos invitados a abrir la mente y el corazón a los planes de Dios como lo hicieron José y María. A entrar en diálogo con Dios que se manifiesta en nuestra vida, nos cuestiona, nos interpela y nos propone un plan de salvación. Somos invitados a experimentar al Emmanuel, al Verbo que se hizo carne y puso su tienda entre nosotros para acompañarnos en nuestro éxodo salvífico hacia la consumación plena del Reino de Dios.
[1] “Cuando Mahoma el fundador del Islán tenía tres años de edad, el mismo ángel Gabriel lo recostó en la tierra, abrió su pecho sin causarle dolor, sacó su corazón, lo limpió del pecado original, lo llenó de fe, conocimiento y luz, volvió a colocarlo en su seno y la piel quedó lista e intocada… Saturno mutiló con una guadaña de diamantes a su padre, de cuya herida brotó la sangre que fecundó la blanca espuma del mar de la que nació Venus, diosa del amor. Coatlicue, la deidad de las enaguas de serpientes, encontró un día un ovillo de plumas que guardó en su ceñidor y quedó entonces en cinta de Huitzilopochtli sin el concurso de varón. Buda fue también concebido por una madre virgen, tras haber esta soñado que el futuro Gautama entraba en su seno bajo la forma de un elefante blanco y, cuando nació, las aguas del mar perdieron su sabor salobre. Acristo encerró a su Dánae en un torre, para alejarla del amor, pero Júpiter, el dios más poderoso del Olimpo, se transformó en lluvia de oro para fecundarla y engendrar a Perseo...” (DEL PASO Fernando, Religión y educación, en: Agenda Latinoamericana 2003)
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