Scalando : Misioneros Redentoristas

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En Camino

 

En camino: IV Domingo de Adviento Ciclo A

Enlace permanente 19 de Diciembre, 2013, 21:55

Camino de FE: comentando la Palabra

Por Neptalí Díaz Villán CSsR. 

 

Tiempo de ADVIENTO-Ciclo A

IV Domingo

Una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo

El espíritu profético y profundamente comprometido de Isaías le permitió conocer la dura situación del pueblo. Como empleado del palacio conoció los pormenores del rey Acaz y su cohorte, y se decepcionó especialmente con sus derroches (que contrastaban con la cruda realidad de la gente), así como con sus alianzas con los vecinos para defenderse de las amenazas del Reino del norte.

Recordemos que para ésta época Israel estaba dividido en el Reino del Norte y el Reino del Sur. Corría aproximadamente el año 736 a.C., cuando los pueblos de Aram y el de Israel (Reino del Norte, con su capital Samaría), invadieron a Judea, o Reino del Sur cuya capital era Jerusalén. Rasín, rey de Aram y Pecaj, el hijo de Romelía (llamado también Efraím – 7,9), rey de Israel, pretendían obligar a Acaz, rey de Judea, a enfrentar la amenaza Asiria, la nación más poderosa que sometía en ese momento a todos los pueblos del Medio Oriente. Acaz no quiso unirse a Rasín y Pecaj, sino que por el contrario, llamó a los Asirios para enfrentar esa situación. En todo esto Acaz no tuvo en cuenta a Dios que se había comprometido con el pueblo y sus líderes, con la condición de que buscaran la justicia y el derecho. El rey debía confiar en la alianza y en la protección de Yahvé, pero no lo hizo. Por eso Isaías le reclamó a Acaz su falta de compromiso con el pueblo y su falta de confianza en Dios.

En medio del miedo por la amenaza del Reino del Norte con sus aliados y también con los Asirios en quienes habían buscado protección, y que seguramente tarde o temprano pasarían la cuenta de cobro, el profeta anunció un pequeño oráculo: “Miren: una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo; y el nombre que le pondrá será Emmanuel”.

No podemos afirmar ingenuamente que Isaías estuviera pensando en María y en la encarnación del Verbo, cuando escribió este oráculo. Es posible que este oráculo se lo haya dedicado a su joven esposa en embarazo. Otros exegetas dicen que posiblemente se lo haya dedicado a alguna de las jóvenes esposas del rey Acaz. Bien sea que se lo haya dedicado a su esposa o a alguna de las esposas del Rey, el oráculo busca alimentar la esperanza del pueblo y animarlo a poner toda su confianza en Dios, que sigue siempre fiel a sus promesas. En medio de la inseguridad y del miedo por la guerra y sus estragos dolorosos, la solución a esos problemas se va gestando, como lo hace un niño en el vientre de su joven madre.

Con el tiempo se fue gestando en el pueblo la esperanza de un Mesías, descendiente de David, que asumiera sus destinos, hiciera justicia y lo liberara de todos sus enemigos. En general, las mujeres primerizas embarazadas guardaban la esperanza de que en su vientre se estuviera gestando el Mesías, y por eso se cuidaban con especial atención. María seguramente no fue la excepción.

El fragmento del Evangelio que leemos hoy, según la comunidad de Mateo, es una confesión de fe en Jesús el Cristo. El texto confiesa su experiencia con Jesús y anuncia que en Él se cumplen todas las esperanzas del pueblo a lo largo de los años. Que Él es el Emmanuel, el ungido del Señor, el Hijo del hombre (según lo anuncia el profeta Daniel). El evangelista se esfuerza por demostrarlo a lo largo de su escrito.

El Evangelio no presenta una verdad histórica sino una experiencia de fe, es decir, una verdad teológica. Históricamente Jesús fue engendrado, nació y creció en el más completo anonimato, como solía pasar con los pobres de Israel y como suele pasar con los pobres de nuestro tiempo. No hubo testigos oculares del hecho. Lo más real fue el acontecer histórico y mesiánico de Jesús. Los primeros discípulos y discípulas tuvieron la experiencia con el Jesús que vivió, caminó, comió, sufrió y lloró con ellos. Primero, vivieron la fascinante y desafiante experiencia de caminar con el hombre de Nazaret. Luego, sufrieron su aplastante derrota de la cruz y, finalmente, participaron de su gloria inmarcesible con la resurrección, experiencia con la cual confirmaron que ese hombre era el Mesías. Que en él se cumplían todas las promesas de los profetas y las esperanzas de la humanidad.

No podemos afirmar que históricamente Isaías haya anunciado el oráculo pensando en María y en Jesús. Pero sí podemos afirmar que el Evangelio de Mateo confiesa que ese hombre que hizo historia con sus amigos, ese mismo que mataron, que Dios resucitó y que sigue haciendo historia en Espíritu y verdad en sus comunidades, es el Emmanuel, el Dios con nosotros.

El tema de la concepción virginal es nuevo en la literatura bíblica. Todas las concepciones prodigiosas en el Primer Testamento son de mujeres estériles. ¿Por qué el de Jesús lo presentaron de esa manera? Los evangelistas siempre muestran que Jesús está por encima de todos los personajes del Primer Testamento. Es posible que la idea haya sido tomada de alguna de las tradiciones religiosas de Egipto o Grecia, en las cuales los dioses engendran doncellas[1]. Es posible que se haya puesto como una forma de manifestar la grandeza de de Jesús el Cristo. Muchos judíos pensaban que el origen del Mesías habría de ser muy extraordinario y ya antes de Jesús la traducción de la Biblia a lengua griega había reemplazado el término `doncella´, utilizado por Isaías, por el de ´virgen`, utilizado después por Mateo. Por eso Mateo y Lucas, los únicos evangelistas que presentan algo de la infancia de Jesús, aprovecharon todo ese material y presentaron a Jesús concebido virginalmente como una manifestación fehaciente de su mesianismo. Lo que haría posible dicha concepción fue la acción del Espíritu Santo, para decir que desde el principio Jesús vivió movido por el Espíritu y obró íntimamente unido a Dios, su Padre.

Aunque no es central, otra figura que resalta el Evangelio de hoy es la de José. Según el texto, María estaba desposada con él, pero aún no vivían juntos. La tradición judía daba un período que llamaban desposorio o compromiso matrimonial, período que podía durar de seis meses a un año. Tiempo prudente para que el esposo construyera su casa y acondicionara su campo o lugar de trabajo donde recibiría a su esposa. Durante ese tiempo la novia-esposa vivía en su casa paterna a órdenes de su padre hasta que pasara a órdenes de su esposo, quien sería su nuevo ´amo`. Esta promesa de matrimonio exigía completa fidelidad y cualquier acto de infidelidad debía ser castigado tal como lo determina la Ley de Moisés; en este caso la lapidación. En el caso de que la prometida saliera en embarazo de su prometido, la cosa se veía como algo muy normal.

El Evangelio dice que María resultó embarazada por obra del Espíritu Santo. Eso, sin duda, haría saltar las dudas en la mente de José, además de su tristeza y desolación. José era un hombre justo, dice Mateo. Si justicia fuera para el Evangelio solamente cumplir la Ley a cabalidad, José habría debido denunciarla para que María recibiera el castigo merecido. Porque a una pobre mujer de Nazaret no le iban a creer que su hijo era del Espíritu Santo. Pero no lo hizo, en cambio, decidió repudiarla en secreto para evitarle a María el castigo prescrito por la Ley. José se limitó a cumplir la Ley y a descargar su dolor y su rabia con la muerte de una mujer débil. José le dejó espacio a Dios para que con el tiempo le fuera indicando su ser y quehacer en ese momento de su historia. Dios se le manifestó y él supo escuchar su voz. Comprendió que Dios le daba una misión, la aceptó y la realizó con gozo. Puso a disposición de Dios su libertad y voluntad humana, supo descubrir el plan de Dios para su vida y para la humanidad, y dispuso toda su vida para que se hiciera realidad. El silencio y la aceptación de José son un testimonio de entrega total al proyecto salvador de Dios, sobre todo para nosotros hoy que con mucha frecuencia pretendemos darle lecciones a Dios e indicarle cómo debe actuar. María, con su silencio y su aceptación gozosa de los planes de Dios, nos sigue acompañando y animando en el camino de Jesús.

Ad portas de la Navidad, somos invitados a abrir la mente y el corazón a los planes de Dios como lo hicieron José y María. A entrar en diálogo con Dios que se manifiesta en nuestra vida, nos cuestiona, nos interpela y nos propone un plan de salvación. Somos invitados a experimentar al Emmanuel, al Verbo que se hizo carne y puso su tienda entre nosotros para acompañarnos en nuestro éxodo salvífico hacia la consumación plena del Reino de Dios.


[1] “Cuando Mahoma el fundador del Islán tenía tres años de edad, el mismo ángel Gabriel lo recostó en la tierra, abrió su pecho sin causarle dolor, sacó su corazón, lo limpió del pecado original, lo llenó de fe, conocimiento y luz, volvió a colocarlo en su seno y la piel quedó lista e intocada… Saturno mutiló con una guadaña de diamantes a su padre, de cuya herida brotó la sangre que fecundó la blanca espuma del mar de la que nació Venus, diosa del amor. Coatlicue, la deidad de las enaguas de serpientes, encontró un día un ovillo de plumas que guardó en su ceñidor y quedó entonces en cinta de Huitzilopochtli sin el concurso de varón. Buda fue también concebido por una madre virgen, tras haber esta soñado que el futuro Gautama entraba en su seno bajo la forma de un elefante blanco y, cuando nació, las aguas del mar perdieron su sabor salobre. Acristo encerró a su Dánae en un torre, para alejarla del amor, pero Júpiter, el dios más poderoso del Olimpo, se transformó en lluvia de oro para fecundarla y engendrar a Perseo...” (DEL PASO Fernando, Religión y educación, en: Agenda Latinoamericana 2003)

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En Camino: iii Domingo de Adviento Ciclo A

Enlace permanente 12 de Diciembre, 2013, 22:08

Camino de FE: comentando la Palabra

Por Neptalí Díaz Villán CSsR. 

 
Tiempo de ADVIENTO-Ciclo A

III Domingo

Renace la esperanza de la paz

Los profetas en Israel, entre otras cosas, ayudaban a que el pueblo tomara conciencia del momento histórico por el que pasaban. Cuando se trataba de situaciones críticas, debían hacer ver las fallas que había en los actos humanos para que esa situación se diera, no para acomplejarlos y obligarlos a aceptar las desgracias como un castigo de Dios, sino para buscar la solución. Una vez denunciado, a los responsables de la crisis los profetas les anunciaban la fidelidad de Dios con su pueblo y alimentaban la esperanza para que todos se comprometieran y trabajaran decididamente para superarla. En otras palabras: hacían ver la situación de desierto, las razones por las cuales pasaban por el desierto, y anunciaban cómo Dios convertiría ese desierto en un campo alegre lleno de flores y de júbilo (Is 35,1).

La literatura, el folklore, la música y demás elementos culturales manifiestan y alimentan el espíritu de un pueblo. En nuestros pueblos tenemos muchas manifestaciones culturales que nos identifican, nos enorgullecen y nos hacen crecer como seres humanos. Aunque hay también algunas expresiones culturales, algunas canciones populares en la cuales se expresa una frustración fatal y un sinsentido total de la existencia. Canciones que sólo invitan a emborracharse y a perder el sentido, a tomar para olvidar, a odiar, a vengarse, a engañar e incluso a matar: canciones como esta: “A este mundo vive uno es a sufrir… y si el mar se convirtiera en aguardiente, me lanzaría para morirme borracho…” Hay más: “La liberación solo es para las ricas, porque las pobres estamos en la olleta. Maldito el día en que me casé con este sinvergüenza que me tiene jodida”: Y este otro “Ella se fue, me abandonó y destrozó mi corazón. Esta noche quiero beber hasta morir, es que me duele el corazón por la traición de esa mujer. Por eso quiero tomar hasta… no sé qué hacer…” Qué tal esta: “Cuando me muera levanten un cruz de marihuana, con diez botellas de vino y cien barajas clavadas, al fin que fue mi destino andar en las sendas malas…sobre mi tumba levanten una cruz de marihuana, no quiero llanto ni rezo, tampoco tierra sagrada. Que me entierren en sierra con leones de mi manada…” ¡Y qué tal esta perla!: “En una cantina lo encontré, en una cantina lo perdí. Hoy voy de cantina en cantina, buscando al ingrato que me abandonó. Si no me querés te corto la cara con una cuchilla de esas de afeitar. El día de la boda te doy puñaladas, te arranco el ombligo y mato a tu mamá”… Ni hablar del reggaeton y su lenguaje vulgar y denigrante: “Si tu me calientas, si tu me provocas, vas a tener que aguantar, mami… te voy a dar duro”. Por no mencionar otras peores… Este tipo de literatura afecta negativamente el inconciente de las personas y de las sociedades. Hay niños que crecen escuchando y tarareando este tipo de música… ¡Ojalá seamos muy cuidadosos con nuestros hijos!

Nosotros como personas o como comunidad, pasamos por momentos de desierto. A veces vivimos crisis de tipo económico, emocional, efectivo, familiar, social, político, etc. Pero con nuestro esfuerzo y animados por la gracia de Dios, podemos sobreponernos a todo. Tenemos la capacidad de superar el subdesarrollo económico, científico, cultural, político y religioso, así como la dependencia y la infantilidad que nos lleva a entregarle nuestra libertad a un caudillo, cualquiera que sea y en nombre de quien sea.

El fragmento de Isaías que leemos hoy quiere animar al pueblo para que en medio del caos generado por el destierro en Babilonia, ponga su confianza en la acción salvadora de Dios y trabaje para transformar su realidad. Porque ese Dios que creo todas las cosas a partir de la nada, que puso orden donde todo era caos y que dio la libertad a su pueblo arrancándolo del poder de Faraón y conduciéndolo por un inmenso desierto, rescatará a su pueblo, esta vez de la mano de los Babilonios, y lo devolverá a su tierra. “Rescatados por el Señor, volverán del destierro y entrarán a Sión con gritos de júbilo. Se abre paso la perpetua alegría, el gozo desbordado los inunda, y quedan atrás el pesar y la tristeza.” (Is 35,10).

***- ***

Para este mismo anhelo utópico de la paz y la alegría perpetua, Santiago (en la segunda lectura) nos invita a vivir en esperanza con la paciencia del agricultor. El agricultor hace su trabajo: limpia el terreno, siembra en buena temporada, riega y cuida, pero debe esperar a que la semilla germine por sí misma y a que el sol abrace la planta y le de la energía precisa. Una vez hecho su trabajo, no le queda otra cosa sino esperar con paciencia a que con el tiempo pueda recoger los frutos. A nosotros nos corresponde hacer el trabajo con mucho cuidado y dedicación. Debemos ocuparnos de aquello que podemos hacer. Lo que no podemos hacer es preciso dejárselo al tiempo y sobre todo a Dios, en cuyas manos está nuestra historia.

***- ***

Generalmente los pobres reciben malas noticias: que el niño se enfermó y no tienen para el médico. Que cortaron algún servicio como la luz, el agua, el teléfono o el gas, porque este mes no alcanzó para pagar todo. Que el colegio público donde estudiaba la muchacha lo cerraron por falta de presupuesto y que al más grandecito, el que vende dulces en el semáforo de la 46, junto a la catedral, lo atracaron y le robaron el plante. En ciertas temporadas los pobres son protagonistas de la noticia porque se desbordó el río y se metió al barrio subnormal, porque el terremoto destruyó su casa y las ayudas internacionales se perdieron por el camino o porque el huracán les dañó los cultivos que con tanto esfuerzo habían sembrado. Ellos no entienden qué es eso del calentamiento global, la capa de ozono, la biosfera y la estratosfera, pero son quienes más sufren los estragos causados especialmente por quienes comen solos y ensucian a todos, como afirmaba un curtido anciano en su sabiduría popular.

El caso colombiano es uno de los más conocidos en Latinoamérica por ser uno de los más graves. En Colombia se vive hoy una de las crisis humanitarias más grandes de toda su historia, superada tan sólo por la invasión y colonización española y su respectiva tragedia para los pueblos aborígenes. A muchos pequeños propietarios que tenían sus tierras los mataron, a otros los intimidaron y les dieron una fatídica noticia de parte de un grupo paramilitar: “En 2 horas deben abandonar la zona; de lo contrario no respondemos…”  ¿Por qué? Hay muchos motivos: unas veces se da porque un terrateniente necesita agrandar su finca, porque en la zona encontraron petróleo, oro, gas o carbón y la multinacional exige la zona libre de “problemas”, porque se va a construir una troncal y no quieren pagar indemnizaciones… Para los grupos armados (guerrilleros o paramilitares) la cuestión es muy simple: “Eran colaboradores del otro bando y por lo tanto se convirtieron en objetivo militar.”[1].

Ante la pregunta de los discípulos de Juan sobre el posible mesianismo de Jesús, Él no respondió con teorías. Los invitó a que vieran las obras: “los ciegos recobran la vista, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios de su enfermedad, y los sordos oyen; resucitan los muertos, y a los pobres se les anuncia la buena noticia.” Jesús siempre manifiesta su obra salvadora por medio de signos liberadores. El Reino de Dios inaugurado por Jesús, se hace realidad cuando con su presencia vivimos una experiencia profunda de liberación física, psicológica, emocional, social y espiritual.

¿Hemos experimentado la liberación de Jesucristo en nuestra propia carne? ¿Somos nosotros buena noticia para los demás, especialmente para los pobres o nos escandalizamos de quienes, como Jesús, hacen la opción fundamental de trabajar con y por los pobres? “Bienaventurado aquel que no escandaliza de mí” (Mt 11,6).


[1] En los últimos años en Colombia han sido desplazados más de 4 millones de personas. El Tribunal internacional de opinión sobre el desplazamiento forzado en Colombia (nov 21-23 de 2007), condenó por acción directa y por conductas omisivas al Estado y al gobierno colombiano y a sus agentes. A las compañías multinacionales con asiento en Colombia como operadores de la imposición de un modelo económico que garantiza el saqueo de recursos naturales de propiedad de la nación, por utilizar a militares y paramilitares, mercenarios, miembros de la policía y de los servicios de inteligencia del Estado, como agentes del desplazamiento forzado. Así mismo condenó a los gobiernos de países como Estado Unidos, Canadá, Inglaterra, Suiza, España, Israel,  Sudáfrica  y la Unión Europea por proporcionar ayuda militar a los gobiernos de Colombia, por permitir que compañías multinacionales de estos países financien directamente las operaciones militares y paramilitares, que desplazan a millones de colombianos y colombianas para “garantizar”  la operación de estas en el territorio nacional. Ver más información en: www.bandatoscaribe.org

 

 

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Homilía II Domingo de Adviento Ciclo A

Enlace permanente 5 de Diciembre, 2013, 18:12

Camino de FE: comentando la Palabra

Por Neptalí Díaz Villán CSsR. 

 
Tiempo de ADVIENTO-Ciclo A

II Domingo

Esperaban un rey

La monarquía no fue propiamente el proyecto original de Israel como pueblo. Israel nació a partir de unos grupos que sufrían la esclavitud o la exclusión generada por el sistema monárquico, escaparon a las montañas y construyeron pueblo con un sistema distinto: el sistema tribal (las 12 tribus). La monarquía apareció luego para satisfacer el ansia de poder de ganaderos, quienes aprovecharon la crisis social que se vivía por la corrupción de los jueces e impusieron a Saúl como rey. “Río revuelto ganancia de pescadores”, decían nuestros viejos. El retorno al viejo sistema monárquico del cual el pueblo había escapado con tanto esfuerzo fue visto como una desviación al proyecto de Dios y por lo tanto como una idolatría (Jue 4,4-6; Jue 9,7-15; 1Sam 8). Por tal motivo tuvo mucha oposición sobre todo de parte de los profetas, los cuales nacieron precisamente a la par con la monarquía y como oposición a esta.

David derrocó a Saúl quien se suicidó al verse perdido y sin apoyo. A pesar de las protestas de quienes querían ser fieles a Dios y a su proyecto tribal, David logró consolidar y centralizar el poder. Formó un buen ejército con el cual pudo controlar internamente a su pueblo y enfrentarse a otros pueblos vecinos. En la parte religiosa centralizó el culto en Jerusalén para donde se llevó el Arca de la Alianza. Eliminó el sacerdocio aaronita (o sea a los descendientes de Aarón) e impuso a Sadoc, hombre de su entera confianza, como Sumo Sacerdote a quien hizo acompañar de Abiatar (2Sam 8,17; 20,25). (Por eso desde el Rey David viene la tradición del sacerdocio sadoquita). Años más tarde su hijo Salomón, ya en el trono, mandó matar a Abiatar y dejó sólo a Sadoc, pues Abiatar había apoyado a su hermano Adonías, quien también aspiraba suceder a su padre (1Re 2,13-26).

A pesar de toda la oposición de los profetas, dentro de la mentalidad del pueblo la figura del Rey David quedó muy bien librada. David era recordado como el gran Rey que le había dado estabilidad a la nación y organizado un ejército capaz de defenderse y someter a sus vecinos. Influyó mucho también el hecho de que escribas y cronistas estuvieran a su servicio para que le dieran todo el realce posible y limpiaran su imagen, como ha ocurrido y sigue ocurriendo con tantos líderes.

Por eso ante la situación crítica por la que pasaba el pueblo de Israel en el tiempo de Isaías: falta de autoridad, invasiones, empobrecimiento, explotación, deportación, etc., el profeta denunció a los líderes e hizo ver la necesidad urgente de que viniera un nuevo Rey al estilo de David. Un Rey que liderara a su pueblo y le devolviera la esperanza, que trabajara honestamente para derrotar el empobrecimiento y la iniquidad, un rey que favoreciera al huérfano y a la viuda e hiciera florecer la justicia y la paz. Este anhelo lo comparte también el Salmo 72.

A partir de Isaías el pueblo empezó a esperar la llegada de un hombre extraordinario que actuara iluminado por Él y defendiera aquello que los reyes habían abandonado por estar interesados únicamente en su propio beneficio: la libertad, la dignificación, la justicia y el derecho para su pueblo. Un hombre que unificara las tribus dispersas y fuera capaz de reconciliar y armonizar todas las fuerzas para que el país se convirtiera en un paraíso. Durante muchos años el pueblo mantuvo la esperanza en la llegada de ese ser extraordinario salido del tronco de Jesé, sobre el cual se posaría el espíritu del Señor: “Espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de prudencia y valentía, espíritu de conocimiento y temor del Señor.

Un sacerdote desertor

Por derecho y deber Juan el Bautista debió ser sacerdote, pues su padre Zacarías era sacerdote. Los evangelios no especifican cuál es el motivo por el cual Juan no fue sacerdote. No sabemos si fue que lo expulsaron del templo por algún comportamiento anómalo contra la estructura de ésta institución judía, si de pronto él renunció a su derecho o se opuso rotundamente a cumplir con su deber de continuar con la tradición sacerdotal recibida de su padre.

Lo cierto es que los evangelios presentan a Juan, encaminado por la línea profética desde muy temprana edad, en contraste con la cómoda vida de los sacerdotes en el tiempo de Jesús, aunque no todos tenían los mismos privilegios. Como suele ocurrir entre los seres humanos, también entre ellos se veían las categorías. Había sacerdotes del montón, sacerdotes principales, cercanos al Sumo Sacerdote, los ex-Sumos Sacerdotes que seguían siendo sacerdotes y tenían mucha influencia, y el Sumo Sacerdote, que a su vez era el presidente del Sanedrín (o senado), máxima autoridad judía. Aunque en ese  en ese momento en todo Israel no se podía mover un catre sin el consentimiento de Roma; era ella la que nombraba al Sumo Sacerdote según sus intereses.

En general los sacerdotes no movían un dedo por estar cerca del pueblo, por escucharlo y comprenderlo, y menos por caminar con ellos y buscar solución a sus necesidades. El sacerdocio se había convertido en un negocio muy lucrativo al servicio de unos pocos privilegiados. Los sacerdotes eran unos funcionarios que se pastoreaban así mismos, se preocupaban por la pureza ritual y por mantener intacta la estructura, la cual les permitía tener ciertos o muchos privilegios, según su categoría. De esta manera el templo se había convertido en una cueva de bandidos, según lo denunció el mismo Jesús (Lc 19,45-46).

No haber ejercido su rol de sacerdote y en cambio haberse adentrado en el desierto, donde vivió de una forma excéntrica por su vestimenta y su dieta alimenticia, fue de por sí un signo de contradicción, típico de los profetas del Antiguo Testamento. Su predicación fue como su vida: recia y severa. No conoció la diplomacia y su denuncia fue frentera: a los fariseos, quienes encarnan el ideal del judío cumplidor a ultranza de la ley, así como a los saduceos, hombres autosuficientes y amantes de la opulencia, no tuvo reparos en llamarlos raza de víboras. ¿Qué nos diría hoy a nosotros? A todos les recordó que no bastaba ser hijos de Abraham y los invitó a manifestar con obras la conversión. Así como a los judíos les dijo que no era suficiente ser hijos de Abraham, nosotros recordemos que no es suficiente estar bautizados, sino que hay manifestar nuestro fe con obras.

Juan ejerció todo su ministerio desde el desierto. Ese lugar temible, entre otras cosas, por las serpientes, los escor­piones, el calor, las tormentas de arena y la ausencia de agua y de alimentos. Para los judíos el desierto era sinónimo de caos y confusión. Signo de crisis por la cual puede pasar una persona o un pueblo, situación propicia para abrirse a la acción de Dios y descubrir su manifestación en su historia para salvarla (Dt 1,19ss). El desierto les recordaba de una manera especial los 40 años de camino hacia la tierra prometida. De ahí que fuera símbolo de liberación y de las pruebas por las que pasa el ser humano, en las que siempre aparece la mano de Dios para confortarlo y conducirlo por buen camino. La debilidad que el ser humano experimenta en el desierto lo hace más propenso a caer; por eso es símbolo de la tentación, como la que experimentó el pueblo cuando quiso volver a Egipto, es decir a la esclavitud (Ex 13,17ss; 14,11ss).

En este segundo Domingo de Adviento leemos a Juan, el profeta del desierto, que nos sigue llamando a la conversión. El Adviento quiere ser un tiempo de desierto para tomar conciencia de nuestro camino con Jesús y en general de nuestra concisión caminante como seres humanos. Un tiempo de conversión que exige romper con el mal (Jer 9,1ss) y marchar por los caminos del Señor (Dt 8,2-7). Quiere ser un espacio de gracia (Sal 95,8) y de salvación para ablandar el corazón. Una travesía en la cual nos privemos de todo apoyo, de toda seguridad y confiemos únicamente en el Señor, que nos lleva al desierto y nos habla al corazón. (Os 2,16).

Es un tiempo para evaluarnos sinceramente y recoger los frutos que hemos dado durante este año y en general durante toda nuestra vida. Los buenos frutos se los presentaremos a Dios y la paja que todos tenemos debe ser quemada en el fuego inextinguible del amor de Dios.

El Adviento es un tiempo para optar decididamente por Dios y su camino de salvación, como lo hizo Jesús en las tentaciones del desierto. Un espacio para tomar distancia del mundo y ver las cosas con sentido crítico. Un momento para alejarnos de la envolvente cotidianidad que nos ensordece con su ruido y guardar el silencio, que no es el de los cementerios sino el que necesita el espíritu para oxigenarse y encontrar la armonía de la vida. Un momento para el desprendimiento interior y el apaciguamiento de las tentaciones. Así como desierto es camino hacia la tierra prometida, el adviento es camino hacia la celebración gozosa y con un sentido profundo de la Navidad.  No es fin, es caminata que quiere conducir a un final feliz. Sigamos viviendo profundamente este adviento, tiempo de gracia y salvación.

 

 

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Homilía I Domingo de Adviento Ciclo A

Enlace permanente 25 de Noviembre, 2013, 22:16

Camino de FE: comentando la Palabra

Por Neptalí Díaz Villán CSsR. 

 
Tiempo de ADVIENTO-Ciclo A

I Domingo

Estén alerta

Carlos Marx acusó al cristianismo de ser el opio del pueblo. Es cierto, que en algunos momentos, la religión en manos de comerciantes utilizó la sensibilidad religiosa de los pueblos y se aprovechó del camino de Jesús para engañar, adormecer y explotar al hombre. Pero eso no significa que el camino de Jesús sea por sí mismo un engaño. Originalmente la fe cristiana no fue precisamente opio que adormecía sino todo lo contrario: una energía transformante que levantaba y dignificaba a quienes el sistema social excluía y condenaba. A Jesús lo mataron los poderosos no porque adormeciera a la gente sino porque le devolvía la esperanza de vivir dignamente y la animaba a construir el Reino de Dios. Además, antes de que los traficantes de lo religioso utilizaran el cristianismo para adormecer, engañar y explotar, otros lo habían hecho con otras religiones o con ideologías que prometían salvación.

Hoy ya no existen estados ni imperios cristianos. Han pasado miles de revoluciones que prometían tantas cosas bonitas, así como  el imperio de la diosa razón que prometía darle solución a todas las necesidades del ser humano. Pero después de todo, hoy mundo no es más libre ni más feliz. Al caer un gallo sube otro. Hoy otros han asumido el poder e impera el marketing manipulado por unos colosos sedientos de dinero. En los centros comerciales, templos postmodernos, se le rinde culto al dios consumo y al dios confort, y se sacrifican miles y miles de personas a quienes se trata como desecho humano, sin reconocerles derechos ni dignidad. Mientras tanto gran parte del mundo sigue el juego de los espejos, donde no parece haber límites para la ilusión engañosa.[1] “Qué extraña escena describes y qué extraños prisioneros, son iguales a nosotros” (Platón, libro séptimo de La República).

El evangelio nos presenta a Jesús en Jerusalén. En el presente texto Jesús llamó la atención de sus discípulos y les puso el caso de las personas que viven de manera inconsciente. La figura del diluvio universal es la representación de los cambios que se hacen necesarios, pues hay un mundo que requiere urgentemente una explosión, una transformación radical, aunque dolorosa. Las sociedades, las instituciones, las comunidades y también las personas, algunas veces llegamos a un punto de explotación, de corrupción, de mentira, de engaño o de maltrato a nuestra dignidad humana, que tocamos fondo y reventamos.

Mucha gente no es consciente de todo esto y viven sin un sentido crítico. Como dice el evangelio: comen, beben, compran, venden, se casan… (Lc 17,26-28); en otras palabras: para donde va Vicente, va la gente. Hoy también muchos viven embelesados en los nuevos opios: las modas, la TV, la radio, las revistas, los periódicos, el fútbol u otros deportes, etc., cuando son manipulados y utilizados sólo como entretenimiento cómplice de la desinformación.[2]

“Permanezcan pues en vela”, les dijo Jesús. “Ya es hora de despertar del sueño… dejemos las obras de las tinieblas y tomemos las armas de quien actúa a la luz del sol”, les escribió Pablo a la comunidad de Roma. (13,11-14 – 2da lect.). Ante las crisis algunas personas prefieren meter la cabeza en un hoyo, como hace el avestruz. “Cógela suave, que en el fondo la cosa no está tan dura”, suelen decir estos incautos. Nosotros sabemos que huir de los problemas no hará otra cosa sino dejar que avancen y se compliquen más.

La verdadera vida cristiana no es opio ni búsqueda socarrona de una paz espiritual. El camino de Jesús implica la toma de conciencia de nuestra realidad personal, comunitaria, nacional e internacional. De lo profundo del ser humano, así como de los acontecimientos e ideologías que mueven al mundo. ¿Sabemos cómo va el mundo, qué ideologías conducen la historia, qué hay detrás de las tendencias de la moda y de los fenómenos políticos, sociales, musicales o religiosos?

Esta toma de conciencia de la realidad de ninguna manera es para lamentarnos, ni para sentarnos a llorar por la leche derramada. Necesitamos tener los pies en la tierra, no para llenarnos de miedo ni criticarlo todo negativamente.

En medio de cualquier circunstancia, aún de las más adversas, la mirada cristiana siempre debe estar cargada de esperanza. En medio de la dura situación que se vivía en el tiempo de Isaías, el profeta lanzó a su pueblo la utopía de un mundo en paz: “Convertirán sus espadas en arados, y sus lanzas en herramientas de trabajo. No alzará la espada un pueblo contra otro, nadie se adiestrará para la guerra. ¡Ven, pueblo de Jacob, caminemos a la luz del Señor!” (Is 2,4-5 – 2da lect.).

La utopía es alimento espiritual que impulsa nuestra vida para enfrentar el devenir histórico y transformarlo. El profeta habla de convertir las armas en herramientas de trabajo, porque se requiere trabajo impulsado por una esperanza activa y gozosa. Por eso termina su oráculo invitando a su pueblo a seguir los caminos de Dios: “¡Ven, pueblo de Jacob, caminemos a la luz del Señor!”

El tiempo litúrgico que empezamos hoy es precisamente un camino de esperanza. Un camino de reflexión y oración hacia la gran celebración de la encarnación del Verbo en nuestra naturaleza humana, el cual puso su tienda entre nosotros para humanizarnos más y hacernos cada día más plenos y felices.


[1] Esta realidad la describe muy bien Saramago en sus libros Ensayo sobre la ceguera, Todos los hombres y La caverna.

[2] Los noticieros de TV están plagados de las llamadas “noticias del espectáculo”. Muchos acontecimientos de interés nacional o internacional, que los empresarios de los medios no quieren dar a conocer, son tergiversados o son cambiados con un partido de fútbol, por una carrera de autos, por un reinado o por cualquier cosa que esté de moda. Por ejemplo en Colombia, cuando la guerrilla del M19 se tomó el Palacio de Justicia y luego el ejército hizo la retoma (cosa que resultó aún más desastrosa), la entonces ministra de comunicación, Noemí Sanín de Rubio, actual embajadora en España, prohibió a un medio radial transmitir lo que sucedía y ordenó pasar un partido de fútbol.

 

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En camino: I Domingo de Cuaresma Ciclo C

Enlace permanente 13 de Febrero, 2013, 11:29

EN CAMINO

Tiempo de Cuaresma, ciclo “C”

 

I Domingo

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

 

-          1ra lect.: Jr 1, 4-5.17-19

-          Sal 70

-          2da lect.: 1Cor 12,31 - 13,13

-          Evangelio: Lc 4,21-30

Memoria histórica

El texto del Deuteronomio que hoy leemos es uno de los credos más antiguos del pueblo de Israel. Lo más posible es que corresponda a la época exílica o post-exílica. Es decir, durante o después del tiempo cuando el pueblo de Israel estuvo extraditado en Babilonia (586 – 537 a.C.). Lo llamamos credo porque es una confesión de fe acerca de la acción salvífica de Dios en la historia humana.

 

Una persona o un pueblo que desconoce su historia es como un árbol sin raíces o un edificio sin bases. Está abocado a repetir los mismos errores del pasado, a despreciar la lucha de su ascendencia y a sucumbir, víctima de su propia mediocridad. Una de las características del hombre post-moderno, es precisamente su poco interés por la historia y por todo aquello que implique esfuerzo y sacrificio. El hombre post-moderno prefiere las cosas prácticas, fáciles y rápidas.

 

El ser humano olvida con mucha facilidad, sobre todo cuando ha pasado de la miseria a la abundancia. Muchos pueblos que hace unos años vivían en la miseria y hoy hacen parte del primer mundo, como España e Italia, se olvidaron de su historia y hoy miran con desdén a los pueblos latinoamericanos. Precisamente a quienes acogieron a muchos de sus connacionales que huían de la guerra o del hambre, y buscaban mejor destino en estos lados.

 

Algunas personas pobres que lograron por algún medio cierto status y capacidad económica, son quienes más desprecian y explotan a sus hermanos. Algunos padres de familia que pasaron una niñez difícil, y tuvieron que trabajar fuerte para progresar, hacen hasta lo imposible para ofrecerles a sus hijos todo lo necesario y hasta más, con el fin de evitarles las fatigas y sufrimientos que a ellos les tocó vivir. Muchos de estos niños y jóvenes crecen como en una caja de cristal, totalmente protegidos y dependientes. Se convierten en personas duras de corazón, miedosas e incapaces de hacer compromisos serios por su vida y por los demás. Se avergüenzan del pasado de sus padres y hasta preferirían tener otro apellido de más tradición.

 

Este credo deuteronomista quiere mantener viva la memoria histórica en el pueblo. Para que el pueblo valore y agradezca la entrega de sus antepasados y la acción de Dios en él. Para que no desprecie a los más pobres, pues él mismo fue pobre y esclavo. Para que acoja a los forasteros, pues él fue forastero en otros países. Para que comparta solidariamente con los hambrientos, pues él también pasó hambre. Para que no se convierta en explotador, pues él también fue explotado. Para que en tiempo de crisis luche por estar mejor, pues la voluntad salvífica de Dios es la plena libertad y la felicidad para sus hijos.

 

Vale la pena que como personas, como familia y como pueblo, mantengamos viva nuestra memoria histórica. Que profesemos nuestra fe con toda convicción y elaboremos nuestros credos[1] personales, familiares y comunitarios con nuestra propia historia de salvación.

 

El Salmo de la protección “mágica”.

Nuestra vida religiosa se limita muchas veces a la realización de algunas prácticas mágico religiosas, de las cuales esperamos respuestas prácticas para cumplir nuestros deseos. Hay santos para todos los gustos: Santa Lucía para curar los ojos, San Antonio para encontrar la pareja ideal y San Pancracio para conseguir trabajo. De San Judas Tadeo y de Santa Marta dicen que son para las causas imposibles…

 

Hay también muchas representaciones de Jesús a las cuales les atribuyen acciones milagrosas: El Señor de los Milagros, El Divino Niño, El Santo Ecce Homo, El Señor Caído, El humilladero, etc. De María, todas las que usted quiera y para todos los gustos. Además, de vez en cuando resulta algún “alma pía”  despistada diciendo que la virgen se le apareció en una fuente, en una roca, en una pared vieja, en el pan que guardaba hacía 20 días, en una arepa, en un buñuelo, en fin… ¡no hay quien controle semejante locura! Hay asimismo oraciones para toda ocasión: la oración a la mano poderosa para lograr cosas maravillosas, a la sangre de Cristo que tiene gran poder, la del ánima sola para alejar a las personas indeseadas, el rosario a la misericordia, la coronilla de la virgen… en fin… Aquí hay de todo, como en botica.

 

Entre esas oraciones mágicas se encuentra el famoso salmo 91 que hoy proclamamos. Cuando era niño me la enseñó un anciano primo, en cuarto o quinto grado, que trabajaba en mi casa. En la espalda no le cabía una cicatriz más y tenía en sus brazos varias marcaciones con su nombre: Gratiniano Ramírez Villán. Me contó que lo habían marcado como marcan una res, cuando estuvo en la cárcel, considerado como un hombre peligroso pues le había tocado dar muerte a unos cuantos. Cuando me la enseñó me dijo que esa oración lo había protegido de tantos enemigos que había ganado por estar en malos pasos. Que la aprendiera y la rezara todos los días, sobre todo cuando caminara de noche para que no me picaran las culebras ni me comiera el tigre, y para dominar a todos los enemigos. Que era especial para alejar la mala suerte y atraer el amor; para dominar los malos espíritus, y en general para todo tipo de protección.

No es mi intención hacer burla de la piedad popular, ni pretendo decir que todas esas prácticas son totalmente falsas. Muchas personas se acercan a Dios y a su proyecto de vida por medio de estos recursos pedagógicos. Muchas personas después de una peregrinación a algún santuario transforman radicalmente su vida y caminan con Jesús. Muchos devotos de María y de los santos viven de manera auténtica su fe.

El problema es cuando mi fe no va más allá de estas prácticas piadosas y cuando convierto los recursos pedagógicos en fetiches, y las oraciones en conjuros con atribuciones mágicas. El problema es cuando soy incapaz de seguir un proyecto de fe que comprometa mis intereses, mi trabajo y toda mi vida. El problema es cuando llevo una vida superficial, egoísta y mezquina, y utilizo la fe no como un medio para crecer como ser humano sino para sustentar mi mediocridad existencial.

 

¿Acaso es suficiente tener la casa llena de imágenes? ¿Rezarle a Jesús, a María y a los santos para que me ayuden, indican que soy una persona con una fe auténtica? “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7,21) ¿Porque tengo una inmensa Biblia sobre un gran atril en medio de la sala, abierto en el Salmo 91, soy un buen cristiano? En el evangelio que hoy leemos, el mismísimo diablo cita el salmo 91 para tentar a Jesús. “Finalmente lo llevó a Jerusalén, lo colocó en el lugar más alto del templo y le dijo: Si de veras eres el Hijo de Dios, tírate de aquí. Porque la escritura dice: `A sus ángeles dará órdenes para que te guarden´  y también `Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra`. (Sal 91,11-12)” (Lc Lc 4,9-11). Veamos cómo un texto de la Biblia puede ser utilizado de manera diabólica, para justificar actitudes malignas y perturbadoras para la vida.

 

Jesús, que vivía una fe auténtica y que de tonto no tenía nada, citó otro texto bíblico apropiado para el momento: “Está mandado: `No exigirás pruebas al Señor tu Dios` (Dt 6,16).” (Lc Lc 4,12).

 

El Salmo 91 sí es de protección y lo podemos orar con confianza para que el Señor nos proteja. Pero enmarcado dentro de un camino de fe que implique toda la vida. Veamos esta pequeña frase condicional: “Se puso junto a mí: lo libraré” (Sal 91,14ª). Ponerse junto a la otra persona es estar dispuesto a acompañarlo, a caminar con ella, a compartir la vida, a defender su causa. Esa fue la promesa que Jesús le hizo a sus discípulos en la despedida: “Yo estaré con ustedes hasta la consumación de la historia” (Mt 28,20). “Cuando venga el Paráclito que les enviaré desde el Padre, por ser él el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí… Les conviene que yo me vaya, porque mientras no me vaya, el Paráclito no vendrá a ustedes. Yo me voy, y es para enviárselo” (Jn 15,26.16,7). El Paráclito (parácleetos en griego), es el que está al lado de, junto a, para defenderlo, para consolarlo, para apoyarlo, para caminar con él. Es el protector, el abogado, el compañero, el amigo que nunca falla. ¿Estamos realmente al lado y del lado de Dios y de su causa? o, ¿buscamos una protección mágica alejada de todo compromiso con la causa de Dios?

 

“… lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé” (Sal 91,14b) Conocer, en la Biblia, es tener un contacto profundo, íntimo y duradero con la persona o el objeto conocido. Por eso la Virgen María, cuando el ángel del Señor le dijo que iba  a tener un hijo, ella le respondió que no había conocido varón (Lc 1,26-34). El nombre es la identidad y la misión de una persona. Por ejemplo, Juan significa Dios es misericordia; Emmanuel, Dios con nosotros, y Jesús, el Salvador. Conocer el nombre de Dios es vivir constantemente en su presencia, dejarse conducir por Él y experimentar su salvación. Comprender que Él es Yahvé (en hebreo JHVH), es decir, el Dios que salva, el Dios que libera; el que ha sido, es y será: el “YO SOY” (Ex 3,14). ¿Conocemos realmente el nombre de Dios?

 

“Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré.” (Sal 91,15b.16b) Dios no nos promete librarnos de toda tribulación y de todo sufrimiento. Nuestra vida continúa y con ella los obstáculos, alegrías y dolores. Él nos promete estar a nuestro lado en la tribulación y no dejarnos tirados en medio de la más dura batalla. Glorificar es dar la salvación y reconocer la bondad que hay en las obras de una persona. Jesús es por excelencia el glorificado por Dios porque fue fiel desde el principio y porque con su vida dio gloria al Padre: “Padre, ha llegado la hora; ¡glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti” (Jn 17,1). ¿Damos gloria a Dios con nuestra vida y permitimos que Dios nos glorifique?

 

 

El Espíritu lo llevó al desierto

Más que un acontecimiento histórico, el evangelio de hoy nos presenta a Jesús sometido a la prueba, como todos los seres humanos. Esta experiencia no fue circunstancial sino existencial. Es decir, durante su vida Jesús experimentó las tentaciones.

 

El Espíritu fue quien lo condujo al desierto. Lucas resalta muchas veces a Jesús conducido por el Espíritu (Lc 1,35;3,22;4,1.18). Cabe aclarar que entendemos por Espíritu no como todo lo opuesto a lo humano, sino como la fuerza que dinamiza y da plenitud a la vida. El amor de Dios que acompaña al ser humano y es garantía de fidelidad y realización.

 

Allí en el desierto se encontró con Dios y con él mismo. Tuvo la oportunidad para experimentar las limitaciones humanas, el cansancio y el hambre. Allí en su llana realidad, experimentó la tentación. Las mismas tentaciones que tuvo el pueblo de Israel en el desierto, camino a la tierra prometida, en las cuales cayó débilmente (Ex 17,7; Dt 9,22). Con una gran diferencia: Jesús se mantuvo siempre fiel. Se comportó como el verdadero hijo de Dios y confirmó las palabras del bautismo: “Este es mi hijo muy amado en quien me complazco” (Lc 3,22b).

 

Aquí tenemos tres necesidades humanas convertidas en tentación: alimentación, mando y valoración. Tenemos una natural necesidad de alimentación. Jesús no se opone a la comida como satisfacción de una necesidad y como placer compartido en comunidad. Muchas veces compartió la mesa con todo tipo de personas; la misma eucaristía es una comida.

 

El problema es cuando la comida, así como la satisfacción de otras necesidades reales o creadas, las convertimos absolutas. Entonces buscamos a toda costa el placer por el placer, la primacía del confort y la comodidad. Nos volvemos esclavos de las últimas tendencias en todo, de las apariencias y del glamour de moda. Todo esto ahoga la vida familiar, el contacto personal y nos arrastra a llevar una vida plástica y carente de sentido. Jesús comprendió muy bien que la comida era importante, pero que no sólo de pan vivía el hombre.

 

Como una necesidad de autoafirmación queremos mandar sobre algo. El niño sobre sus juguetes, el joven sobre su computador, la ama de casa sobre su cocina, el pastor sobre su hato de ovejas, la señora soltera sobre su perrito, o el señor soltero sobre su gato. El problema es cuando para sentirnos vivos, necesitamos mandar y controlar hasta la más mínima movida de un catre. Cuando convertimos el mando en tiranía insaciable, muchas veces camuflado de amor de padres o de esposos; de amor por la causa de un país, de una institución o de una Iglesia: Mesianismo político o religioso.

 

Para el evangelio es claro que en ese momento histórico el poder político estaba totalmente corrompido y en manos diabólicas. Los gobernantes eran adoradores del diablo. Ese era el precio que pagaban por llegar al poder. Luego le dijo: `Yo te voy a dar el poder sobre todos estos reinos y toda su gloria, porque a mí me pertenecen y se los doy a quien quiero. Si te arrodillas y me adoras, todo eso será tuyo`.” Jesús tuvo la tentación del poder, pero supo comprender que para ser un verdadero Hijo debía convertirse en servidor, como así lo hizo. “El Hijo del hombre no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos.” (Mt 20,28).

 

Todos necesitamos ser amados, valorados y tal vez admirados. Por algo García Márquez dijo: “escribo para que mis amigos me quieran”. El problema es cuando necesitamos que todos hablen bien de nosotros y que todo el mundo nos alabe para ser felices. Cuando aparentamos una sonrisa siempre fresca y ofrecemos una mano siempre abierta a todo el mundo, sin reconocer que a veces tenemos arrugada el alma y sin tener en cuenta que podemos estar haciendo pactos con el diablo. El problema se agrava cuando convertimos en enemigo a todo aquel que nos hace una crítica, lo calumniamos y lo perseguimos.

 

Jesús nunca actuó para que lo vieran y lo aplaudieran. Siempre se dejó conducir por el Espíritu y su móvil para actuar fue la misericordia. Compartió la mesa, dio pan a los hambrientos, enseñó con su palabra y su testimonio, curó los enfermos y corrigió el error, aunque sabía que con eso ganaría enemigos. Todo lo hizo siempre, siempre para servir, para liberar, para mostrar el camino de la salvación; nunca por prepotencia, nunca para mostrarse, nunca para dominar con su poder. Definitivamente, fue fiel hasta el final.

 

Ya estamos en la Cuaresma. Tiempo hermoso de cuarenta días para vivirlos con Jesús, iluminados por la fuerza del Espíritu. Para irnos al desierto de nuestra existencia y adentrarnos en nuestra historia personal, familiar y comunitaria. Para escudriñar nuestra naturaleza humana y revisar nuestras propias caídas e infidelidades. Para hacer nuestro propio éxodo salvífico y reconstruir nuestra vida, en apertura continua a los hermanos y al Padre Dios.

 

Tiempo hermoso para analizar cuantas caídas hemos tenido, cuantos caminos equivocados hemos tomado, cuántas injusticias hemos cometido y cuanto amor hemos dejado de dar. Para convertirnos, cambiar de camino y volver a la casa del Padre, como el hijo pródigo, que leeremos dentro de ocho días. Para reconciliarnos con el hermano, con el vecino, con la naturaleza y con nosotros  mismos.

 

Tiempo hermoso para alejarnos de las ruidosas y tentadoras propagandas que nos invitan a un consumo desenfrenado, de espaldas a Dios y a los hermanos. Para superar los bajos impulsos de poder y aparecer que nos trastornan y nos hunden en una vida vacía. Para escuchar a la voz Dios manifestada en las personas que nos aman y caminan con nosotros, y su grito presente en los empobrecidos. Grito que nos cuestiona y nos invita a ponernos al lado de los que sufren, así como Él siempre está al lado de nosotros para conducirnos a una tierra que mana leche y miel. ¡Vivamos la cuaresma y ella nos ayudará a vivir mejor!

 

Para la oración Universal

 

Hoy vamos a responder “Te la expresamos, Señor”.

  1. Nuestra alegría por recordar, en la lectura del evangelio de hoy, que Jesús fue plenamente humano y experimentó nuestras mismas tentaciones… te la expresamos, Señor.

  2. Nuestra admiración hacia Jesús, que permanece como modelo de Persona Nueva, incorruptible, firme ante el mal, fuerte ante la tentación… te la expresamos, Señor.

  3. Que queremos preocuparnos no sólo por el pan, sino por toda Palabra que sale de tu boca… te lo expresamos, Señor.

  4. Que queremos tener un corazón incorruptible que, ni por todo el oro del mundo, sea capaz de vender su conciencia… te lo expresamos, Señor.

  5. Que no queremos “tentar a Dios, ni ponerte a nuestro servicio… te lo expresamos, Señor.

Que queremos vivir esta Cuaresma, como “tiempo litúrgico fuerte” que es, unidos a la comunidad cristiana dispersa por todo el mundo, en espíritu de reflexión, oración y compromiso, preparando la celebración anual de la Pascua… te lo expresamos, Señor.

 

Oración comunitaria

            Dios, Madre-Padre nuestro, que en Jesús nos has dado un modelo de persona completa y lograda, en lucha contra el mal y plenamente humana, tentada pero victoriosa. Queremos seguir ese modelo de firmeza y fidelidad, de humanidad y fortaleza, de fidelidad a ti y a los hermanos. Te lo pedimos a Ti que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

 

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En camino: V Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C

Enlace permanente 5 de Febrero, 2013, 0:31

EN CAMINO

Tiempo Ordinario, ciclo “C”

 

V Domingo

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

 

-       1ra lect.: Is 6,1-8

-       Sal 137

-       2da lect.: 1 Cor 15,1-11

-       Evangelio: Lc 5,1-11

 

Dios Vs. los reyes

La profecía en Israel nació paralela a la corrupción de los jueces, la acumulación de tierra por parte de los ganaderos y el surgimiento de la monarquía (con el rey Saúl representante de los ganaderos). Los profetas defendían la soberanía única de Dios usurpada por los monarcas, quienes se tomaban la atribución de decir qué era bueno y qué era malo (Gen 3,5), quién debía vivir y quién debía morir. Se adueñaban del pueblo, su tierra, sus hijos y sus hijas (Jue 9,7s / 1Sam 8).

El texto de Isaías que leemos hoy, lo ubicamos en el año 740 a.C., fecha en la que murió el rey Ozías. Isaías, por haber sido un hombre cercano a la cohorte, conoció muy bien todo su movimiento y corrupción interna. El lujo excesivo y el gasto desenfrenado de los “hombres nobles”, mientras el pueblo pasaba necesidades.

El texto de hoy es una protesta contra el absolutismo de los monarcas. Todos los monarcas mueren tarde o temprano y con ellos su ambición, sus pertenencias y todo el poder que acumularon. El poder de Dios es eterno y siempre a favor de la vida. Al caer el rey Ozías, Isaías resalta de nuevo la gloria de Dios: “Vi al Señor en lo alto, sentado en un trono real. Con el ruedo de su mando cubría el piso del templo. Y lo escoltaban unos serafines que alternaban entre sí esta aclamación: “Santo, santo, santo es el Señor Omnipotente; llena está toda la tierra de su gloria.”

El profeta quiere presentar a Dios como el único Señor, el único digno de obediencia y el tres veces santo. El cántico del santo que entonamos en cada eucaristía, es utilizado también por el libro del Apocalipsis para afirmar la victoria de Dios sobre los “señores” de este mundo, que se erigen como absolutos, pero que tienen su fin para gloria de Dios y salvación de la humanidad: “Santo, santo, santo, es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, es y ha de venir”. (Ap.4,8b). “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios, Todopoderoso. Justicia y verdad guían tus pasos, oh rey de las naciones. ¿Quién no dará honor y gloria a tu Nombre, oh Señor? Tú solo eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque tus fallos se han dado a conocer”. (Ap 15,3b-4).

Qué bueno que cada vez que cantemos el Santo, en nuestras eucaristías reconozcamos a Dios como el único Señor, y detestemos a todos los señores que quieran adueñarse de lo que le corresponde a Dios y al pueblo. Que afirmemos el “derecho” de Dios y los derechos humanos, que luchemos contra todo tipo de esclavitud y a favor de la libertad para todos.

 

Vocación y misión

El concilio Vaticano II afirmó el carácter misionero de toda la Iglesia:La Iglesia entera es misionera, la obra de evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios.” (Decreto Ad gentes, 35: AAS 58). Pablo VI lo confirmó en su exhortación apostólica “Evangelii Nuntiandi”:Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia… una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. (E.N. No 14)

El texto evangélico de hoy es un llamado al discipulado y un envío a la misión dentro de la iglesia. Tanto Lucas en su evangelio, como Pablo en su carta a los Corintios, reconocen la autoridad de Pedro. Lucas presenta a Jesús montado en la barca de Simón Pedro y utilizándolo como medio para llegar a la multitud. Pablo lo llama Cefas que quiere decir cabeza. Según Pablo, Pedro es la cabeza de la Iglesia porque fue el primero en vivir el acontecimiento pascual, o sea la experiencia de la resurrección de Jesús.

La iglesia primitiva palestinense, simbolizada en la barca de Pedro, tenía miedo a salir de su tierra. Lucas quiere animar a su comunidad a arriesgarse y salir para anunciar el evangelio; a remar mar adentro, como dice el texto. Una barca está más segura en el puerto; pero las barcas no se hicieron para los puertos sino para cruzar los mares y llegar a otras orillas, cargadas de buenas nuevas, aun arriesgando su propia seguridad.

Pedro conducía la barca, pero la invitación fue para todos: Echen (en plural) las redes para pescar. Toda la Iglesia debía arriesgarse a la actividad misionera para que muchos seres humanos conocieran el Evangelio y descubrieran en ellos la salvación de Dios.

Pedro, y con él los líderes de la Iglesia palestinense, dudaban mucho y temían salir a otros sitios. Posiblemente ya lo habían intentado sin tener éxito. En estos casos el pesimismo invade los ánimos de los evangelizadores: “jefe (epistata - epistata), hemos bregado toda la noche y no hemos pescado, pero por tu palabra echaré las redes”. Si creemos en la Palabra de Jesús y nos arriesgamos, como lo hizo Pedro, no obstante las dificultades, seremos testigos de cosas maravillosas.

Es bueno resaltar que junto a la barca de Pedro había otra barca. No era la única. Como Iglesia necesitamos unirnos, pero también podríamos hacerlo con las otras barcas que igualmente siguen a Jesús y se comprometen con el trabajo evangelizador. Es necesaria la unidad, pero el unanimismo es muy peligroso. Con las otras barcas, es decir, con las otras Iglesias que buscan y siguen a Jesús con sincero corazón, además del mínimo respeto por la diferencia, podríamos buscar la unidad para convertirnos todos en verdaderos pescadores de hombres, comprometidos con la causa humana. Muchas veces las Iglesias cristianas se han preocupado más por defender instituciones, culturas, gobiernos y demás intereses personales, que no tienen nada que ver con el proyecto de Jesús. Es tarea de todos los cristianos trabajar por las causas más humanas y universales que beneficien a todos, como lo hizo Jesús.

Los nuevos caminos, los mundos desconocidos, los compromisos arriesgados, muchas veces nos hacen dar miedo. Vale la pena que hoy escuchemos la misma invitación de Jesús a Pedro y sigamos sus pasos: “‘No tengas miedo. De ahora en adelante pescarás hombres.’ Ellos sacaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús.”

 

Oración

Santo, santo, santo, es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, es y ha de venir… Te reconocemos Padre Dios, como nuestro único Señor. Todos aquellos que se quieran imponer como absolutos de nuestra vida lo apartamos en tu nombre, porque sólo tú nos das la verdadera libertad.

Santo, santo, santo es el Señor Omnipotente; llena está toda la tierra de su gloria…te alabamos, te bendecimos, te damos gracias. Sólo para ti el honor, la gloria, la alabanza, la gratitud y la obediencia… sólo para ti nuestra completa sumisión y disponibilidad, todo lo que somos y tenemos en comunión contigo para continuar tu obra salvadora.

Señor Jesús reconocemos que a nosotros también nos da miedo despegarnos de la orilla, de nuestras seguridades, de nuestros intereses particulares. Reconoceos que también nos da miedo arriesgar y perder… pero hoy te manifestamos nuestra total decisión para escuchar tu voz y seguirte. Queremos arriesgarnos y lanzarnos al agua, remar mar adentro y convertirnos en servidores, en constructores de una nueva humanidad, en pescadores de hombres.

Cuenta con nosotros Jesús, cuenta con nosotros. Sabemos que hay muchas necesidades en nuestro mundo. Cuenta con nosotros y danos la fuerza de tu Espíritu para vencer todos los obstáculos. Para ser personas nuevas, renovadas en tu amor, totalmente libres para ti y para el Reino. Que nuestras familias y comunidades, se vean colmadas de tu bendición, de la vida abundante que procede de ti. Que seamos canales de bendición para todos y que experimentemos la grandeza de aquel que tiene la plenitud de la santidad y la comunica con amor a toda la humanidad. Amén.

 

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En camino: Fiesta de la Sagrada Familia Ciclo C: 30/12/12

Enlace permanente 26 de Diciembre, 2012, 22:04

EN CAMINO

Tiempo de Navidad, ciclo “C” 

Sagrada Familia: 30 de diciembre de 2012

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

 

LECTURAS:

 

-       1ra lect.: Ecl 3,3-7.14-17

-       Sal 127,1-5

-       2da lect.: Col 3,12-21

-       Evangelio: Lc 2,41-52

 

De Ben Sirac y Pablo

Ben Sirac, el autor del libro del Eclesiástico, dio a los hijos una serie de consejos para hacerse agradables a los ojos de Dios. Como es típico en la literatura sapiencial, aquí se hace un comentario del decálogo y una exhortación a vivirlo, particularmente el cuarto mandamiento: “honrar a padre y madre”.

Según Ben Sirac, el respeto y la veneración hacia los padres, es agradable a los ojos de Dios, que no dejará sin recompensa a quien trate así a sus padres. Algún día los hijos crecerán y, si honraron a sus padres, serán también honrados por sus propios hijos. Con el tiempo las fuerzas se acaban, el cuerpo y las neuronas se cansan. ¡Los radicales libres no perdonan! El ser humano pierde la lucidez y la destreza. Los padres cuando llegan a la vejez empiezan a caminar lento y se olvidan hasta de tomar la pastilla para la memoria. No concuerdan bien sus ideas y se sienten abandonados, inútiles e ignorados. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo desampares mientras dure tu vida. Aunque pierda su lucidez, sé comprensivo con él, no le faltes al respeto mientras viva.”

No obstante estas buenas recomendaciones para los hijos, las exhortaciones de Ben Sirac nos dejan un vacío porque no dice nada acerca de los padres y sus deberes para formar buenos hijos. Pablo hace alguna referencia importante.

Primero hace una exhortación a vivir de acuerdo a las costumbres de la cultura patriarcal y esclavista en la cual vivió. Si queremos comprender a Pablo y aprender algo válido para nuestra vivencia cristiana de hoy, debemos tener en cuenta su contexto socio-histórico. En la cultura en la cual Pablo vivió, las mujeres debían someterse a sus maridos, los hijos debían obedecer a sus padres y los esclavos a sus amos. Y él no mueve un dedo para cambiar eso. Sería muy prematuro pedirle a Pablo un manifiesto feminista, una declaración universal de los derechos de los niños o la exigencia de dar libertad a los esclavos.

Los cambios históricos no se dan de la noche a la mañana. Como un niño, los cambios históricos necesitan engendrarse, gestarse con mucho cuidado en el vientre materno y, una vez nacidos, formarlos para que crezcan, se reproduzcan y vivan hasta que otro cambio sea necesario.

Lo que hace Pablo es aportarle a su cultura la experiencia de la comunidad cristiana. Hay algunos elementos que corresponden a la cultura de Pablo, y aplicarlos no sólo sería un desfase histórico sino que iría en contra del mismo evangelio. Hoy, como sociedad hemos avanzado en la equidad de género y no podríamos decirle a una mujer que se someta a su marido. No podríamos decirle a un niño que obedezca en todo a sus padres, sin antes verificar qué clase de padres tiene. Hemos conocido a padres que mandan a sus hijos a robar, a pedir limosna o, en el peor de los casos, que los venden como objetos sexuales. El tiempo de la esclavitud, al menos en teoría, ya pasó. Hoy no podríamos decirle a un trabajador que obedezca en todo a su patrón y que vea en él la autoridad divina, sabiendo que hay patrones déspotas e injustos. Estos elementos en esta carta de Pablo, pertenecen a su cultura agraria, patriarcal, esclavista y androcéntrica (centrada en el varón), y no podríamos aplicarlos a nuestra vida cristiana de hoy.

Aunque Pablo no toca el modelo de sociedad, podemos rescatar su búsqueda para evitar la injusticia y el maltrato, y su deseo de construir la unidad en el amor. A los deberes que ponía la sociedad a los súbditos (en este caso las esposas, los hijos y los amos), Pablo agrega unos deberes para quienes tenían la autoridad en ese momento. Los maridos debían amar a sus esposas y no amargarles la vida. Los padres no debían maltratar  a sus hijos porque los volvían apocados (los traumatizarían, dirían hoy). Los patrones debían dar lo justo y razonable a sus servidores, y recordar que también tenían un único Señor en el cielo.

Como vemos, hay muchos elementos de Pablo que siguen siendo válidos para nuestra vivencia cristiana. Por ejemplo, la invitación a sentirnos amados y elegidos por Dios, y a dejarnos santificar por Él. A que en nuestras relaciones interpersonales lo más importante sea la compasión, la benevolencia, la mansedumbre y la paciencia. A tolerarnos (aunque el texto habla de soportarse unos a otros, nosotros podríamos entender mejor la palabra tolerancia) y a perdonarnos mutuamente, así como el Señor nos ha perdonado.

El vestido es lo más visible en nosotros. Un vestido nos hace ver elegantes o andrajosos, agradables o desagradables. El vestido muestra nuestra personalidad y nuestro estado de ánimo. Si estamos de fiesta o de luto, si estamos en el trabajo, en la playa, en el campo o en la casa. Además del vestido real, simbólicamente a veces nos revestimos de mal humor, de malas palabras que generan enemistad y nos distancian como personas. Pablo nos invita a revestirnos del amor que crea la unidad perfecta. A que al entrar en contacto con el mundo exterior tengamos una buena imagen, un vestido amable, unos buenos modales y a que busquemos siempre formar un solo cuerpo, aunque tengamos diferencias.

 

Las crisis

Recordamos, admiramos y aprendemos de la familia de Nazareth, no porque fue perfecta y sin problemas. De entrada tenemos que descartar toda levitación angelical de esta familia. Tampoco vamos a buscar en ella todas las respuestas a los interrogantes y solución a los problemas de hoy. El testimonio de esta familia suscita hoy en nosotros una reflexión, porque vivió con los pies sobre la tierra; porque asumió la vida contando con sus propias fuerzas y limitaciones humanas, y porque se dejó ayudar de la gracia de Dios.

No eran perfectos, desconocían muchas cosas, no comprendían todos los acontecimientos, como suele ocurrir en nuestras familias. Su hijo de 12 años pasaba de la niñez a la juventud, etapa en la cual los hijos empiezan a molestarse cuando los tratan como niños, y quieren despegarse de sus padres para ser libres como el viento. Los hijos se dan cuenta de que sus padres no son dioses o superhéroes y empiezan a descubrir su humanidad limitada, sus errores y equivocaciones. Se molestan cuando los corrigen mucho y hasta dicen que sus padres son intensos, cansones y aburridos. Perciben claramente que pertenecen a otra época y tal vez se sientan incomprendidos, al igual que sus padres.

El adolescente Jesús vivió esa etapa. Él tampoco tenía todo el conocimiento del mundo, ni era sabio desde niño. El interés del evangelista al presentarlo a los 12 años dialogando en el templo no era mostrar su gran sabiduría sino enfatizar en su dedicación a las cosas de su Padre (tois tou patrós), desde temprana edad. Lucas no presenta a Jesús enseñando a los maestros sino escuchándolos y haciéndoles preguntas, es decir, aprendiendo. Desde niño era una persona que se interrogaba, se cuestionaba y vivía en actitud de búsqueda.

Lucas presenta a María (no sólo en este texto sino en los demás textos marianos), como la discípula por excelencia que busca a Jesús hasta encontrarlo. En este texto busca a Jesús en compañía de José, su esposo. Ellos son, en primer lugar, modelos de seguimiento a Jesús. Ojalá nosotros buscáramos a Jesús; su rastro, su camino y su persona, con la intensidad de estos esposos inquietos por la suerte de su hijo.

Vale la pena que reflexionemos también sobre la forma como enfrentamos las crisis en la familia, especialmente cuando vemos que nuestros hijos se nos pueden salir de las manos. María y José supusieron que el adolescente Jesús estaba en el grupo de los peregrinos y que sin duda allí, estaría bien. Tuvieron una suposición errada. Se equivocaron, no porque fueran malos sino porque sencillamente, no podían saber ni controlar todo. Muchas veces como padres nos equivocamos, no porque seamos malos sino sencillamente, porque somos humanos y es de humanos errar.

Afortunadamente el muchacho Jesús no andaba en malos pasos. Otros jóvenes no corren la misma suerte. Por el descuido de los padres o ante la imposibilidad de controlarlo todo, caen en el alcoholismo, en la drogadicción, en la prostitución o en algún otro camino tentador y destructor.

Ante las crisis, las familias toman varias posturas. A algunos padres no les interesa mucho que sus hijos se pierdan, porque viven ocupados en sus proyectos personales y no tienen tiempo. Otros se tornan agresivos, amenazan y muestran su autoridad por la fuerza. Otros, como María y José, se dan a la tarea de recuperar juntos a sus hijos; ponen todo su empeño, buscan ayuda, se esfuerzan y no descansan hasta encontrarlos.

Nos dice Lucas que al cabo de tres días encontraron al niño. Creer en Dios no nos garantiza la ausencia de problemas; pero si, con una fe robusta y una esperanza firme, nos esforzamos para buscar la solución, seguro la encontraremos. A Dios lo encontramos especialmente cuando caminamos siguiendo sus pasos. Él siempre actúa para salvarnos; si confiamos y trabajamos con método, vamos a ver la obra de Dios (al tercer día significa el tiempo en que dios actúa).

Una vez lo hallaron, hubo más un desencuentro que un encuentro. María le reclamó: “¿Por qué nos hiciste esto? Mira que tu padre y yo te estábamos buscando angustiados”. El mismo que causó gozo a Isabel y a su criatura cuando María los visitó, el mismo que causó gran alegría a sus padres y a los pastores con su nacimiento, se convirtió en ese momento en causa de angustia, porque pensaban que se les había perdido. La respuesta de Jesús no fue muy conciliadora. Empezaba a tomar distancia de su familia y descubría su propio camino. A sus padres les costó entender esto, pero mostraron respeto por el proceso que llevaba su hijo.

Los evangelios resaltan varias veces el silencio de María. El silencio puede ser motivado por el miedo a hablar porque hay una amenaza previa. Puede ser una forma de protesta, como lo hizo Jesús con su silencio ante el Sumo Sacerdote, Herodes y Pilato, cuando lo juzgaron. Aquí María no guarda silencio por miedo o como protesta, sino como un signo de contemplación profunda y atenta a la obra de Dios que se va manifestando en su familia.

El que guarda silencio de esta manera reconoce su limitación humana y su pequeñez ante el misterio. El que guarda silencio como María, sabe que no lo sabe todo y se dispone a escuchar la voz de Dios que habla en los signos de los tiempos. El que guarda silencio como María, sabe que por no callar puede convertirse en esclavo de lo que dijo y prefiere ser dueño de su silencio. Sólo el que sabe callar cuando es debido y guardar las cosas en el corazón, sabrá hablar para edificar y anunciar las maravillas del Señor, como lo hizo María.

Los padres que aprenden a guardar silencio y a contemplar el crecimiento de sus hijos, podrán comprenderlos mejor y ayudarles a crecer en sabiduría y madurez, y a gozar de la aceptación de Dios y de los hombres, como lo hicieron José y María. Los hijos que aprenden a guardar silencio, a escuchar a sus padres, y a Dios que se manifiesta en las personas que los ayudan a formar con amor, podrán crecer en sabiduría y madurez, y gozar de la aceptación de Dios y de los hombres, como lo hizo Jesús.

Oración

Padre y Madre Dios, fuerza creadora y recreadora de la historia. Gracias por el hermoso testimonio de vida de la Sagrada Familia de Nazaret. Su participación asidua en las fiestas religiosas, su vida sencilla y su búsqueda de solución a los problemas, son un vivo testimonio para nuestras familias y comunidades.

Te pedimos, por intercesión de la Sagrada Familia

Como Padres de Familia, ayúdanos a estar atentos a los peligros que amenazan la salud integral de nuestros hijos, para protegerlos y acompañarlos en su buen desarrollo evolutivo; en su propia búsqueda de autonomía, libertad y felicidad. Que nada ni nadie rompa nuestra armonía y nuestra entrega mutua. Mantennos siempre unidos en el amor, en medio de todas las circunstancias. Que nuestros hijos encuentren en nosotros, seguridad, amor y respeto. Que nos merezcamos su confianza para poder escucharlos y orientarlos sabiamente en la toma de sus propias decisiones. Que le trasmitamos todo el torrente de amor, de la vida y de alegría que recibimos de ti.

Como hijos ayúdanos a escuchar a nuestros padres, a respetarlos y a cuidarlos cuando sus fuerzas les fallen. Que como Jesús, vayamos creciendo en gracia, en sabiduría y madurez delante de ti y de la humanidad. Danos la sabiduría que procede de ti para descubrir qué es lo bueno, lo que te agrada, lo perfecto, lo que nos conviene para nuestro pleno desarrollo como seres humanos. Danos la capacidad de tomar buenas decisiones, de enfrentar nuestra vida con seguridad y firmeza, y con un compromiso serio con tu Reinado. Que nos convirtamos en hombres y mujeres de bien, sembradores de esperanza y multiplicadores de la vida abundante que tú nos das.

Danos el silencio de María para contemplar los acontecimientos de nuestra historia, aprender de ellos y saberlos manejar con sabiduría. Danos el silencio de María para contemplar con gozo cómo tú conduces nuestra historia hacia le plenitud, en medio de tantas múltiples realidades. Permítenos a todos ser testimonio viviente de la salvación gratuita que tú nos da a manos llenas. Amén.

 

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4to Domingo de Adviento, ciclo “C”

Enlace permanente 22 de Diciembre, 2012, 7:48

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23 de diciembre de 2012, 4to Domingo de Adviento, ciclo “C”.

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

María, modelo

 

-       Primera lectura: Mq 5,1-4ª: Con él vendrá la paz.

-       Salmo Responsorial: 79,2-3.15-16.18-19: ven a visitar tu viña.

-       Segunda lectura: Heb 10,5-10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

-       Evangelio: Lc 1,39-45: Bendita eres entre las mujeres…

 

En nuestro mundo contemporáneo, muchas mujeres han salido del encerramiento y el anonimato en el que las tenía la sociedad androcéntrica (centrada en el varón), que poco a poco vamos superando. Hoy vemos mujeres participando activamente en la política, en la economía, en la educación, etc. Hoy hay mayor conciencia de la responsabilidad que tenemos todos los seres humanos, varones y mujeres, en la construcción de una humanidad nueva y mejor.

Hace unos años, cuando pasaba por la ciudad de Mocoa[1], fui testigo de una marcha de mujeres que protestaban contra las políticas de guerra impuestas por el gobierno central. Se habían reunido varios movimientos de mujeres para analizar la situación de sus regiones y para buscar salidas a la crisis. Sus gritos suenan hoy en mis oídos: “no queremos parir más hijos para la guerra… rechazamos las fumigaciones que deterioran la salud, la vida y acaban con el medio ambiente. Ni un peso más para la guerra, queremos escuelas... Rechazamos todo tipo de violencia, venga de donde venga… ”

He visto muchas de estas mujeres. Sobre todo en la periferia de los campos y en los asentamientos urbanos. Protestan, gritan y hacen oír su voz. Sueñan, se esfuerzan, trabajan unidas, y son capaces de convertir la trágica historia en una historia de salvación. Dan verdaderos signos de entrega generosa e inyectan la fuerza liberadora y transformadora del amor femenino. A pesar del patriarcalismo de la Biblia, en sus páginas también hallamos el testimonio de mujeres, como Rut, Agar, Judit, Esther, Ana, y por supuesto: el de María de Nazaret, cuyo testimonio encontramos en el evangelio de hoy.

Lucas nos presenta a dos mujeres cuyos vientres gestaron vidas que, así como ellas, fueron ofrecidas para la salvación de la humanidad. Desde el lejano y desconocido Nazareth una mujer se negó a quedarse en su casa convertida en esclava, para realizar los oficios que los varones no hacían y para satisfacerlos en todas sus apetencias.

María, la esposa del justo José, se declaró la sierva del Señor, más no la sierva de su esposo, como era usual en la época en la cual se consideraba a la mujer como una posesión más del marido. Se encaminó hacia las montañas, que simbolizan el lugar del encuentro con Dios. Allí se encontró con el Dios vivo, representado en la humanidad necesitada de Isabel, quien, ya en la vejez y en su vientre estéril, gestaba la vida del Bautista, pues para Dios no hay nada imposible.

María, portadora del Verbo encarnado y del Espíritu Santo, entró en la casa de Zacarías. Su presencia, sus palabras, su sencilla humanidad, hicieron que Isabel se llenara del Espíritu y que su criatura saltara de gozo. Lo que busca la fe cristiana no es precisamente, hacer que los seres humanos convirtamos nuestra vida terrenal en un infierno, para después gozar de un cielo supraterrenal. Nos acercamos al Dios no tanto mortificando nuestro cuerpo y convirtiéndolo en una cosa despreciable para parecernos más a Jesús crucificado, sino generando entre nosotros relaciones de amistad, justicia y fraternidad. Nos acercamos al Dios de Jesús cuando servimos a los demás y trabajamos unidos; cuando sonreímos, disfrutamos la vida y saltamos de gozo.

Ben-decir es, decir bien. Toda la vida de María habló bien de Dios porque transparentó su amor y su misericordia. El gozo de Isabel por la presencia de María, la impulsó a decir una frase valiosísima: “¡Bendita eres entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” Jesús y María hablaron bien de Dios porque durante toda su vida se comprometieron con Él y cumplieron a cabalidad su obra salvadora.

Con esto podemos entender mejor la segunda lectura, cuando nos dice que a Dios no le agradan los holocaustos ni los sacrificios expiatorios, sino que acepta como ofrenda única y definitiva la del cuerpo de Jesucristo. El cuerpo de Cristo como ofrenda única y definitiva no equivale a su sangre derramada y a su ignominiosa muerte en la cruz, supuestamente para calmar la ira de un dios justiciero. Es la entrega de Jesús como persona; su cuerpo y su sangre, es decir: todo su ser al plan de Dios para el ser humano. La voluntad salvífica de Dios no fue la muerte de su hijo, sino hacerlo partícipe de nuestra naturaleza humana con un amor grande capaz de transformarlo todo. A Dios se le agrada no tanto con el ofrecimiento de sacrificios externos que para nada nos compromete como personas, sino entrando en comunión con el Padre, con nosotros mismos, con  el mundo y con los demás seres humanos, como lo hizo Jesús.

El evangelio cierra con una bienaventuranza: ¡Bienaventurada eres tú, que creíste que se cumpliría lo que el Señor te anunció!”. Las bienaventuranzas constituyen el mensaje central del nuevo testamento y sintetizan el plan de Dios para el ser humano: una humanidad plena y feliz. Después de esto no viene nada más. Todos los dogmas de los padres de la iglesia sobre María se quedan pequeños ante las palabras de la “estéril” anciana que resaltó lo verdaderamente importante de aquella mujer sencilla de Nazareth.

María es la mujer Bienaventurada porque le creyó a Dios, y porque Dios creyó en ella para encomendarle una obra del tal magnitud que ella realizó a plenitud. La fe de María no fue una fe ciega de levitaciones y beatitudes celestiales que rayan con la tontería. La oración y la fe de María no tienen nada que ver con aquellos cuadros que representan a María como una mujer embobada, envuelta en un nirvana celeste y alejada de todo lo terreno.

La fe de María es la fuerza interior, el impulso vital para ponerse en camino hacia el prójimo necesitado, aún arriesgando la seguridad personal. Es el impulso vital para realizar la obra de Dios, para cambiar la historia de una forma sencilla, muchas veces silenciosa, pero siempre con decisión, entrega y amor puro, puestos al servicio de los necesitados. Por eso ella es la mujer feliz por excelencia; un modelo de mujer y de discípula para las mujeres y para toda la humanidad.

¡Ya se acerca el niño! “¡Despierta, despierta, levántate, Sión! Vístete de fiesta Jerusalén, ciudad santa… ¡Sacúdete el polvo! ¡Levántate, Jerusalén, tú que estabas cautiva, y desata las ligaduras de tu cuello, Hija de Sión!” (Is 52,1ª.2) ¡Ya se acerca el niño!, el fruto del vientre de una mujer aldeana que fue capaz de ponerse en camino para seguir la voz de Dios y para ir al encuentro del prójimo. ¡Ya se acerca el niño!, tejido del vientre puro de una mujer pobre y buena, que le creyó a Dios y se entregó con alma, vida y corazón a su obra salvadora. ¡Ya se acerca el niño!. Lo encontraremos en la medida en que, como María, nos pongamos en camino hacia los más débiles. Lo encontraremos especialmente en el rostro de aquellos que hoy, como le pasó al niño Jesús, no tienen espacio en el mesón. Lo encontramos en aquellos que sobran, que estorban, que ensucian las calles con sus ropas raídas, que no caben en nuestros colegios, en nuestras universidades y en nuestras reuniones sociales o religiosas. ¡Ya se acerca el niño!

 

Oración

Padre y Madre Dios, te bendecimos y te damos gracias por este tiempo de Adviento y Natividad, por todo el ambiente de alegría y de gozo, de reflexión y de encuentro, en el que experimentamos tu presencia salvadora en medio de nosotros. Gracias por el hermoso testimonio de María, la mujer bienaventurada. Gracias por su grandeza humana manifestada en su humilde servicio, en su recia decisión de ponerse en camino para acompañar generosamente a su pariente necesitada; en su palabra, en su silencio, en toda su vida.

Te pedimos, Padre y Madre Dios, amor creador y recreador de todas las cosas, que multipliquemos en nuestras familias y comunidades las bellas actitudes de María. Que seamos capaces de salir de nuestro ego para ir al encuentro del prójimo y servirle con amor generoso. Que creamos un ambiente de amistad y un espíritu de armonía. Que Navidad sea símbolo, no tanto de estrenos, gastos y endeudamiento innecesarios, sino de verdadera alegría, de gozo espiritual y de crecimiento como seres humanos.

Que vivamos esta fiesta con un corazón de niño. Que la memoria de Jesús niño haga brotar en nosotros todos los buenos sentimientos de los niños, toda la alegría y la confianza puesta en Ti. Que seamos capaces de vencer el odio, el resentimiento, el miedo y todo lo que amenaza nuestra vida. Que seamos, como María, portadores del Espíritu Santo, generadores de vida, de alegría y de esperanza. Que seamos, como María, hombres y mujeres de una fe auténtica, en palabras y obras. Que seamos, como nuestra Bienaventurada Madre María, hombres y mujeres bienaventurados, portadores generosos de tu gracia, sembradores de vida y comunicadores de felicidad. Nosotros los seguidores de tu Hijo, te presentamos todo esto y lo que está en el fondo de nuestros corazones, por Él que vive y ama por los siglos de los siglos. Amén.

 

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[1] Mocoa es una pequeña ciudad capital del Putumayo, uno de los departamentos más azotados por la violencia en Colombia. La concentración de la que fui testigo, se llevó a cabo en la plaza central de Mocoa el 26 de noviembre de 2003; en ella participaron más de 3.000 mujeres de organizaciones comunitarias. 

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En camino: III Domingo de ADVIENTO Ciclo C

Enlace permanente 12 de Diciembre, 2012, 22:51

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16 de diciembre de 2012, 3er Domingo de Adviento, ciclo “C”.

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

El ministerio de Sofonías - La pregunta moral

 

-       Primera lectura: Sof 3,14-18ª: Contigo él goza y es feliz.

-       Salmo Responsorial: Is 12,2-6: El Señor es mi fuerza y salvación.

-       Segunda lectura: Flp 4,4-7: Hay que estar alegres en el Señor.

-       Evangelio: Lc 3,10-18: Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego.

 

Sofonías: Al parecer Sofonías fue contemporáneo de Jeremías y de Nahúm. Es posible que el nombre de Sofonías (que significa Yahvé ha ocultado) se deba a la época en la cual le tocó vivir, llena de situaciones difíciles, como las atrocidades perpetradas por Manasés, quien hizo derramar mucha sangre. (2 Re 21.16).

Después de la muerte del rey Ezequías (715-687 a.C.), el estado religioso del reino de Judá se deterioró. La religión se convirtió en algo meramente ritual y externo; se dedicaban a repetir tradiciones y a realizar ritos vacíos. Manasés, hijo de Ezequías, reedificó los altares del dios Baal y con esto resurgió el culto a otros dioses, calificado por los profetas como un culto idolátrico. Para los profetas esto equivalía al rechazo a la alianza.

Las profecías de Sofonías denuncian la idolatría que veía en Jerusalén. Su mensaje tiene un tono melancólico y amenazante. Declaró que el juicio de Dios, o la hora de Yahvé como él la llama, sería inminente. Pero en medio de las amenazas por “el día de Yahvé”, el profeta también anunció un tiempo de gracia y de salvación. Dijo que Dios hacía pasar a su pueblo por los fuegos de la aflicción, con el fin de prepararlos para que fueran una bendición para toda la humanidad. En el fragmento que hoy leemos invita a cantar con júbilo, pues la misericordia de Dios hace posible el perdón y su mano generosa los salva de las calamidades. Por tal motivo no debe existir el miedo, que es signo de la falta de fe.

La presencia indulgente de Dios debe ser un aliciente para vencer el desaliento y para continuar con los proyectos como pueblo:Aquel día se dirá a Jerusalén: Sión, no tengas miedo, no te dejes vencer del desaliento. El Señor tu Dios está en medio de ti; él es invencible, él te salvará. Contigo él goza y es feliz, y de nuevo te hará sentir cómo te ama; y contigo compartirá la alegría de los días de fiesta.”

También Pablo, en su carta a los filipenses, invitó a sus hermanos a cambiar la actitud ante los acontecimientos humanos. A no dejarse agobiar por las penas y a elevar peticiones y acciones de gracias al Señor. A tratar a todo el mundo con amabilidad y a vivir siempre alegres porque el Señor está cerca. Cuando asumimos nuestra vida con la certeza de que el Señor está cerca y nos da la mano caminamos más seguros, y viviremos más tranquilos y en paz.

 

La pregunta moral: Con la lacerante predicación del Bautista, el pueblo reflexionaba sobre su propia situación personal y comunitaria. Descubría que algo andaba mal y que, de una u otra manera, todos tenían responsabilidad y por lo tanto todos debían hacer algo para transformar esa realidad. De ahí la pregunta: “¿qué debemos hacer nosotros?”  Eso es lo que se llama la pregunta moral: “¿Qué es lo bueno y qué debo hacer? La pregunta moral busca que el individuo se comprometa con su propia historia personal y comunitaria. Que aprenda a captar dónde están la bondad y la maldad de las cosas y que opte por el bien.

Podemos aprovechar este texto de Lucas para hacernos también nosotros la pregunta moral. Después de un análisis real y concienzudo que nos ayude a identificar nuestra realidad interna y externa, nuestro mundo interior y exterior, podemos preguntarnos: ¿Qué debemos hacer? Vivimos en un ambiente familiar, social, eclesial, estudiantil o laboral. Estamos rodeados de familiares, amigos, vecinos y compañeros, así como de ideologías que nos venden unos pseudo valores de moda, caminos y propuestas tentadoras.

Nos encontramos a cada momento con la necesidad de decidir entre un camino u otro, entre la acción o la omisión. Es necesario formar una conciencia coherente con la realidad, recta y capaz de descubrir la bondad o la maldad de las cosas, para optar por el bien y dejar el mal. De tal manera que, ante tantas propuestas de nuestro mundo, podamos “escoger la mejor de las posibilidades y realizarla”, como dijo Aristóteles.

Para nosotros el punto de referencia es Dios, Padre y Madre de misericordia. Nuestra moral está orientada fundamentalmente por el amor de Dios dador de vida y de dignidad para sus hijos. Como hijos de Dios, conducidos por su gracia, inspirados por su Espíritu, tenemos que ser personas con calidad ética. Porque “el ser”, “el pensar” y “el creer” nos deben conducir “al hacer”. Es decir, que la fe debe traducirse en obras concretas de justicia y fraternidad.

La invitación es para todos: “No hay pobre que no pueda dar, ni rico que no pueda recibir”. Y como dijo San Francisco: “dando es como recibimos; perdonando es como somos perdonados; y muriendo es como nacemos a la vida entera.”

El Bautista invitó a todos a compartir, inclusive a los más pobres: “el que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene, el que tenga alimentos que haga otro tanto”. La verdadera vivencia del Adviento y la Navidad no está tanto en estrenar, como en compartir y hacer brotar de nosotros sentimientos de misericordia. Ese es el verdadero culto a Dios.

Ante la pregunta moral el Bautista no respondió con discursos o reflexiones piadosas. Fue al grano. A los recaudadores le dijo: “No exijan más de lo que está mandado.” A los soldados le dijo: “No exijan dinero por la fuerza ni hagan denuncias falsas; conténtense con su sueldo.” Y les dijo eso porque, entre otras cosas, caían en esas actitudes con las cuales hacían mucho daño a la gente.

Adviento y Navidad tienen que representar para nosotros un espacio de reflexión para evaluar nuestra vida. Este tiempo es una oportunidad para pensar y descubrir qué elementos necesitamos cambiar; todas aquellas actitudes injustas con el prójimo o con nosotros mismos. ¿Qué nos diría hoy el Bautista?, ¿Qué debemos hacer como padres de familia, como hijos, como trabajadores, como empresarios, como miembros de una iglesia o de la sociedad?

Ante la situación de nuestro mundo, la gran mayoría quiere cambios y pide por la paz mundial. Pero ¿estamos dispuestos a cambiar nosotros y a trabajar para lograrlo? Mi familia, mi comunidad, mi ciudad, mi país, cambiarán con el aporte de todos. Nada ganamos con echarle la culpa a los demás por las duras situaciones: “¡Que la iglesia está en crisis por culpa de los curas!”, “¡Que la sociedad está mal por culpa de los políticos! ¿Se me olvida que yo también soy iglesia? ¿Se me olvida que yo también soy ciudadano y que, por acción o por omisión, elijo los líderes, y que tengo responsabilidad social?

Para finalizar digamos que en este domingo hay una especial invitación a la alegría. La primera y la segunda lectura invitan a cantar, a bailar, a saltar de gozo y a estar siempre alegres por la acción de Dios. En la literatura bíblica la alegría es consecuencia de la acción de Dios en el pueblo y el cumplimiento de sus promesas. Aunque en nuestra vida pasemos momentos duros no podemos perder la ilusión y la alegría de vivir. La fe en Dios tiene que expresarse también en nuestra capacidad para superar los conflictos, y para estar siempre alegres. Decía Teresa de Ávila: “un santo triste es un triste santo”.

 

Oración

Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, te damos gracias por todas las bendiciones que cada día recibimos de Ti. Gracias por este tiempo de Adviento para reflexionar y para tomar decisiones que nos ayuden a ser mejores seres humanos.

Ayúdanos a vencer el miedo y a enfrentar nuestra vida con alegría y esperanza porque Tú estás cerca de nosotros. Tú siempre nos escuchas y nos das la mano para vencer todos los obstáculos en nuestra búsqueda de felicidad y plenitud. Ayúdanos a vencer sin dejar vencidos a nuestro paso, a ganar sin dejar perdedores a la deriva, a cantar victoria sin que otros tengan que llorar por su fracaso. Danos la sabiduría para generar soluciones integrales e integradoras a tantos retos que este mundo nos presenta; soluciones eficientes, eficaces, y de carácter comunitario y equitativo.

Ayúdanos a descubrir nuestro ser y quehacer en la historia. A vivir de manera coherente con nuestro ser de hijos tuyos y seguidores de tu Hijo Jesús. Que la gracia de tu Espíritu inunde nuestros corazones de alegría y que manifestemos tu presencia viva y eficaz a nuestro alrededor. Danos un corazón fuerte y decidido para luchar; limpio y grande para amar; amable y generoso para dar. Ayúdanos a actuar de manera correcta moral y éticamente. A vivir la justicia, la equidad, la fraternidad y la solidaridad.

En tus manos vencemos el miedo, nos sentimos hijos, libres y seguros, porque en tus manos somos conducidos irreversiblemente a la plenitud de la felicidad y a la alegría completa. Todo esto te lo pedimos unidos a Jesús Hijo tuyo y hermano nuestro, que vive y hace vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

 

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En camino: III Domingo de ADVIENTO Ciclo C

Enlace permanente 6 de Diciembre, 2012, 17:53

EN CAMINO

9 de diciembre de 2009, 2do Domingo de Adviento, ciclo “C”

 

Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.                            Fuente: www.scalando.com

La salvación de Dios

 

-       Primera lectura: Bar 5,1-9: Dios mostrará a toda la tierra tu esplendor.

-       Salmo Responsorial: 125, 1-6: Él ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

-       Segunda lectura: Flp 1,4-6.8-11: El que empezó la obra, la llevará a feliz término.

-       Evangelio: Lc 3,1-6: ¡Preparen el camino del Señor!

 

Baruc es un antiguo libro deuterocanónico[1] escrito probablemente por judíos que vivían en Alejandría entre los siglos II y I a.C. Para su elaboración  se valieron de algunos manuscritos hebreos originales. El libro hace referencia simbólica a los judíos exiliados en Babilonia y a Baruc, amigo y secretario del profeta Jeremías, a quien se atribuye su autoría.

El fragmento que leemos hoy es un bello poema que canta con júbilo la hora en la que Dios va a salvar a su pueblo y a transformar totalmente su historia, de tal manera que todos puedan ser testigos de su obra. Jerusalén es presentada como una Madre que viste de luto por sus hijos deportados. Realidad que cambia cuando Dios mete su mano y hace que sus hijos vuelvan libres y llenos de gloria.

En la tradición bíblica se ponían nombres no porque les pareciera sonoro o por hacer honor a algún personaje farandulero, como suelen hacerlo hoy algunos padres despistados; lo hacían teniendo en cuenta una ocasión, un acontecimiento o una circunstancia. Para manifestar la esperanza en transformación de una realidad, o para darle identidad y misión a una persona o grupo social. Por eso Noemí, que significa bien amada de Dios, se cambió el nombre cuando había perdido la esperanza y veía que todo era amargura: entonces se llamó Mara que significa amargada (Rut 1,20-21). Isaac recibió su nombre como consecuencia de la risa de sus padres (Gn. 17.17; 18.12; 21.3–7). Samuel, como consecuencia de las oraciones de su madre (1 S. 1.20)… Hay muchísimos ejemplos.

Baruc (que significa bendito) dice que Dios le va a cambiar de nombre a esa madre enlutada y la llamará: “Paz en la justicia y gloria en la piedad.” Cambiar el nombre es cambiar la historia, es hacer posible una transformación integral de toda una situación vivida por una persona o por un pueblo. Por eso, el profeta invita a despojarse del luto y a vestirse de gala porque la gloria está cerca.

Vale la pena también pensar en muchos nombres que se le ponen a lugares, barrios, calles y que denotan una realidad, pero también un destino trágico. Nombres como: “Me quejo”, “El dolor”, “El muerto”, “El llanto”, etc., sobrenombres a personas como: “Mala suerte”, “El cojo” “El tuerto”, “El mocho”, etc. Las palabras no se las lleva el viento, van haciendo su obra devastadora o constructora en la vida de las personas, en el desarrollo de la historia. Esos ambientes dañinos hay que evitarlos y si ya estamos dentro de ellos hay que salir, como hizo Jesús con el sordo tartamudo que lo apartó de la gente para obrar en él y cambiar su historia (Mc 7,31-37).

El evangelio de hoy empieza como suelen empezar los libros proféticos: con una ubicación socio – histórica. Se trata de una época dominada por el sanguinario imperio romano, con el emperador Tiberio a la cabeza y Poncio Pilato como gobernador de Judea. Contaban con la complicidad (pragmatismo dirían hoy para distraer la atención) de los tres hijos de Herodes: los reyezuelos Antipas, Filipo y Lisanias, arrodillados ante Roma y con el cuchillo en el cuello de los pobres. ¡Y claro! No podía faltar lo religioso vendido al poder, como elemento ideológico justificador. Allí estaban Anás y Caifás como sumos sacerdotes; alta dignidad que vendía Roma al mejor postor y a quien más colaborara para sus intereses imperiales. Como ha sucedido muchas veces, la religión estaba en manos de inescrupulosos que traficaban con lo sagrado y jugaban con la dignidad de todo un pueblo. ¿Dónde estaba Dios?

Juan, por ser hijo del sacerdote Zacarías, por ley debía ser sacerdote y trabajar en el templo de Jerusalén. Se suponía que los sacerdotes eran quienes vivían más cerca de Dios, ya que trabajaban en el templo. Pero Zacarías, en cambio, no creyó cuando el ángel del Señor le anunció que iba  a tener un hijo a pesar de su ancianidad y de la esterilidad de su esposa Isabel. Por no creer quedó mudo. Así como Zacarías estaban los sacerdotes del templo de Jerusalén: mudos. No podían hablar con libertad; su alta dignidad y su pertenencia a una clase privilegiada los obligaba a mantenerse al margen de toda la problemática real del pueblo, para evitar que los romanos se metieran con ellos y destruyeran su negocio: el templo.

Juan renunció al privilegio de ser sacerdote del templo de Jerusalén; lo cual había significado la posibilidad de llevar una vida tranquila y con una economía medianamente estable. ¡Pero eso sí!, tenía que mantener “el pico” cerrado.

Se trata, sin lugar a dudas, de una opción radical motivado por el Espíritu. Nuestro amigo Juan no aceptó vivir con “el pico” cerrado y se fue para el desierto. Y fue precisamente allí, en el desierto, donde Dios se le manifestó. No fue en el templo de Jerusalén. En el templo no creían en él, estaban muy ocupados en sus negocios para escucharlo. Aplicaban el muy famoso adagio que dice: “entre Dios y el dinero, el segundo va primero”.

En medio de esa humillación y del abandono que padecía el pueblo, Dios se hizo presente y tomó parte en su historia para transformarla y convertirla en historia de salvación. Dice el texto: “Dirigió Dios su palabra a Juan hijo de Zacarías, en el desierto.” 

Baruc y Juan eran profetas del desierto. Es decir, profetas que hablaban desde la crisis que generaba un orden “perfecto”. Una estructura de poder que empobrecía a mucha gente, y la condena a sobrevivir en la miseria para satisfacer la insaciable sed de lucro, poder, placer y lujos de los ciudadanos romanos y sus más cercanos colaboradores en las diferentes colonias.

El pueblo vivía humillado, de luto, “adolorido de tanto sufrir”, como dice la canción. En medio de esa crisis, una voz gritó en el desierto: la voz de Dios que nunca abandona a sus hijos. Esa voz hace una promesa: la salvación; y una propuesta: la conversión.

Según lo anuncia Juan Bautista, la salvación es universal y gratuita. Pero es necesario generar una dinámica de reflexión y conversión, para permitir que llegue. La invitación de Baruc y la del Bautista, quien se vale de Isaías (Is 40,3ss), son similares: ¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas! Toda hondonada debe rellenarse, todo cerro y colina rebajarse. Que lo torcido se enderece, que se allanen los senderos escabrosos. Y verán todos los mortales la salvación que trae Dios.”

En este adviento vale la pena preguntarnos qué opciones debemos tener como Iglesia. Qué cerros debemos rebajar, qué caminos enderezar y qué hondonadas rellenar. Tal vez tengamos orgullo, prepotencia, inconsciencia, complejos, en fin… tantas limitaciones humanas para transformar. Tanto desequilibrio que genera muerte, tanta injusticia personal y estructural, tantas y tan escandalosas desigualdades en nuestra sociedad. ¿Cuál podría ser nuestra misión profética?

Estamos urgidos de conversión hacia valores distintos a los propuestos por el imperio. Estamos urgidos de relaciones sociales e interpersonales dignas y justas. Ayer dominaron Tiberio y Pilato, Antipas, Filipo y Lisanias, Anás y Caifás. Hoy el puesto lo tienen otros.

Ayer el Bautista recorrió toda la región que está a lado y lado del Jordán despertando la conciencia de la gente. Hoy necesitamos profetas, y el turno es para nosotros. Como Iglesia tenemos que convertirnos en la voz que clama en el desierto. Si la Iglesia se limita a celebrar misas y a excomulgar a quienes piensan distinto; si no sale de los templos y se va al desierto donde el pueblo sufre y clama justicia, se parecerá cada vez más a Anás y a Caifás, o al mudo Zacarías.

Ante tanta corrupción, muerte e injusticias que padece nuestro mundo, mucha gente pregunta: ¿dónde está Dios? Pero la pregunta podría ser: ¿dónde están sus representantes? ¿Dónde están los discípulos de Jesús? ¿Qué estamos haciendo nosotros? Para no ir tan lejos, ¿cómo vivimos con los miembros de nuestra familia? ¿Qué hijos estoy ofreciendo a la sociedad? ¿Cómo son mis relaciones con los vecinos, con los miembros de mi comunidad, con los compañeros de trabajo, con mi prójimo? ¿Estoy atento a servir con generosidad y a arriesgarme por defender la vida?

 

Oración

¡Oh Padre y Madre Dios! Te damos gracias por toda tu acción salvadora a favor nuestro. Tu Palabra, la historia del pueblo de Israel, el hermoso testimonio de Jesús y su encarnación en nuestra humanidad, así como nuestra propia historia personal y comunitaria nos demuestran que tu voluntad es la salvación para todos. Tú conduces nuestra vida hacia la realización plena de nuestra existencia. En medio de nuestros conflictos personales, familiares, comunitarios y del drama social que vive nuestro pueblo, Tú conduces nuestra vida hacia la plenitud del Reino.

Padre y Madre Dios, Amor infinito creador y recreador de la historia, Energía insondable que lo penetra todo y lo transforma todo, te presentamos nuestra vida personal, comunitaria y social. Tú conoces nuestros problemas. Tú sabes de los que, así como antaño, se convierten en los tiranos de hoy. De los Tiberios y los Pilatos, los Antipas, Filipos y Lisanias, de los Anás y los Caifás que pretenden dominar la historia y escribirla a su antojo.

No queremos ser simples espectadores y víctimas del tejemaneje de “los grandes personajes”. No queremos ser ciegos, sordos y mudos ante la situación de nuestro prójimo. No queremos ser cómplices de la miseria y el dolor. No queremos ser simples criticadores de todo lo que existe ni mediocres desperdiciadores de tus dones. Queremos ser profetas como lo fueron Baruc y Juan el Bautista. Ayúdanos a ejercer cada día nuestro profetismo en la denuncia develadora y el anuncio esperanzador, en la oposición a todo tipo de injusticia y en las propuestas y en la realización de proyectos alternativos que generen vida, justicia y felicidad para las personas.

Te entregamos nuestros anhelos de felicidad, de justicia integrativa y de alegría solidaria. Te entregamos nuestros proyectos personales, familiares, comunitarios, eclesiales y sociales. Tú conoces el fondo de nuestros corazones y penetras lo más profundo de nuestras conciencias. Purifica nuestros pensamientos, impulsos, sentimientos y todo lo que brota de nuestro interior. Fortalécenos y danos la capacidad necesaria para trabajar en tu Reino. Nos unimos a tu voluntad salvífica con la certeza de que siguiendo el camino de Jesús e impulsados por la acción de tu Espíritu, Tú, que has empezado en nosotros esta obra buena, nos conducirás a feliz término. Amén.

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Comunícate conmigo: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. 

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[1] Los libros deuterocanónicos fueron escritos por judíos fuera de Palestina, normalmente en lengua griega. No son aceptados por la tradición judía ni por las iglesias cristianas protestantes, quienes los consideran apócrifos. Las iglesias cristianas de tradición ortodoxa y católica los tenemos dentro del canon oficial.

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